Documental: La grandeza de la vida ordinaria

¿Cómo lograr que la propia jornada profesional y familiar adquiera un valor incalculable? El documental “La grandeza de la vida ordinaria” refleja el empeño de un broker neoyorkino, una diseñadora de modas canadiense, un carnicero chino, una pediatra keniana, por encontrar a Dios en su día. Presentamos un fragmento del documental.

Frank Hager, de Bronksville, 44 años, casado con Kathy, tiene 6 hijos y es agente financiero. Trabaja en la ciudad de Nueva York. Cada mañana, después de un viaje de una hora en tren, asiste a Misa a las 7 y se incorpora a las 8 a su trabajo en Wall Street, corazón de la actividad financiera internacional. “El desafío más grande que se me presenta cuando llego cansado a la puerta de mi casa, a las siete y media o a las ocho de la tarde — explica Frank—, es santificar mi vida familiar. El mejor modo de servir a mi mujer y a los niños es dedicarme completamente a ellos, desde que llego a casa”.

Con la historia de Frank inicia "La grandeza de la vida ordinaria", un documental realizado en Italia por Alberto Michelini con ocasión del centenario del nacimiento de Josemaría Escrivá y que fue presentado en el congreso celebrado en Roma el pasado enero bajo el mismo título.

El documental, emitido por el canal más importante de la radiotelevesión italiana (RAI) en febrero, se ha traducido al castellano. Próximamente estará disponible también la versión en inglés.

Margaret Ogola dedica su vida a curar niños enfermos de Sida.

“Con este documental —explica Alberto Michelini— he intentado reflejar en 30 minutos la incidencia del mensaje de Josemaría Escrivá en la vida de personas muy distintas: un broker de Wall Street, una periodista y escritora finlandesa de religión protestante, el maître de un restaurante parisino, una pediatra keniana que dedica su vida a curar niños enfermos de Sida”.

Un filósofo y escritor ortodoxo, una diseñadora de moda canadiense, un carnicero de Hong Kong y un actor de cine que trabaja en Hollywood explican en el documental como han aplicado en sus vidas el mensaje del fundador del Opus Dei: “Debéis comprender ahora —con una nueva claridad— que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fabrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir”.

Testimonios de algunos protagonistas del documental

Joseph Griffin

No es fácil para un actor cinematográfico ser coherente con la propia fe. Canadiense, casado y padre de siete hijos, uno de los cuales es autista, Joseph Griffin vive en la Meca del Cine, en Los Angeles. Conoció la Obra en Montreal, cuando hacía sus estudios. “El hecho es que tengo una mujer muy dulce, que me ayuda de muchas maneras, comenzando por la oración. Ciertamente, tenemos nuestros desafíos: el primero es mi hijo Joey, que es autista. Pero ha sido él quien ha hecho que recomenzase verdaderamente a rezar. Para mí ha sido como volver a ser niño, como nos invita a hacer el beato Josemaría: y es Dios quien me ayuda a abandonarme, a ponerme en sus manos”.

Mario Au

Margaret Atieno Ogola, de 42 años, pediatra, está casada con un médico anestesista, y tienen 4 hijos. Es Secretaria Nacional de la comisión que coordina las actividades de los hospitales misioneros, que representan el 40 por ciento de los servicios sanitarios de Kenya. “Estoy en continuo contacto con la muerte, con gente que muere y esto ha cambiado mi vida de un modo profundo. He aprendido a vivir día a día, y a tomar lo que la vida me ofrece”.

Mario Au es carnicero, y tiene su tienda en el mercado de Sai Wan Ho, en un barrio de la periferia de la isla de Hong Kong. Se acercó a la Iglesia en 1993, cuando su mujer —católica— le puso en contacto con una persona del Opus Dei que le hizo descubrir el Catecismo y, después, lo preparó para el Bautismo. “Mi trabajo consiste en cortar el cerdo cada mañana. Desde que he entendido, con mis amigos del Opus Dei, que puedo ofrecer a Dios este trabajo —aunque es siempre igual—, procuro hacerlo mejor cada vez, con más entusiasmo. Lo mismo en mi relación con los clientes. Antes me limitaba a decir sólo el precio, ahora, aunque esté cansado o nervioso, me esfuerzo por sonreír, por decir alguna cosa más”.