Don Álvaro es mi mejor amigo

Marcela Navarro vive en Guadalajara, pero en la década de los ochenta pudo convivir muy de cerca en Roma con don Álvaro, lo que le permitió atestiguar el profundo cariño que tenía por Dios y por los demás.

Yo lo conocí en 1980 cuando fui a un UNIV, y a partir de entonces, todos los días le pedía a Dios estar cerca de don Álvaro. Era joven y tenía algunos inventos. Se me ocurrió una jaculatoria: “Madre, está en tu mano, mándame al Colegio Romano. Madre de Dios, que sea en 82”. ¡Y Dios me lo concedió! En 1982 me fui Roma a estudiar Ciencias de la Educación. Viví ahí hasta 1989, es decir, que estuve muy cerca de don Álvaro durante 7 años. He contado las veces que lo vi: fueron 154, las cuales agradezco infinitamente a Dios.

Mons. Del Portillo era un hombre muy preocupado por los demás y siempre derrochaba cariño. Recuerdo que siempre estaba especialmente al pendiente de las alumnas del Colegio Romano que estaban más necesitadas. Por ejemplo, las japonesas tenían dificultad para adaptarse a las condiciones de vida, desde el idioma, los estudios, la comida… ¡hasta el piso les parecía demasiado duro! Don Álvaro siempre se preocupaba y con mucho cariño les pedía que tuvieran paciencia y que él rezaba especialmente por ellas. También les contaba que había estudiado japonés y que recordaba con mucho cariño ese idioma, y que si algún día querían comida japonesa que no tuvieran pena y que la pidieran, que todos la comerían. Yo me acuerdo haber coincidido con Kanako, Yoshiko y Meriko, quienes querían de modo muy especial a don Álvaro.

Y es que don Álvaro era un hombre completamente olvidado de si, volcado hacia los demás y que vivía en continua presencia de Dios. A veces nos hablaba del día de su ordenación sacerdotal y de su primera misa, ocasiones en que había estado “borracho de alegría”. Estaba completamente metido en la Eucaristía porque la amaba con locura, y esto se notaba cuando celebraba la misa: durante la consagración estaba más en el cielo que en la tierra. Me acuerdo con un cariño muy especial de las procesiones del Corpus Christi que presidía don Álvaro. Se metía en la visita al Santísimo en cada estación y luego nos dirigía una homilía llena de cariño, , en la que siempre nos hablaba de que teníamos que pisar nuestra soberbia porque así cabría más el amor de Dios.

Además, él tenía muy claro –y nosotras también- que en ese momento nuestro principal trabajo era el estudio y nos decía: “Hijas mías, ahora lo importante es que estudiéis, que no os preocupéis del futuro. Estudiad cuidando mucho las cosas pequeñas, estudiad bien, a fondo”. También nos pedía que reflexionáramos las cosas y que recordáramos que, aunque el estudio nos cansara, era materia de santificación y nos ganaba el cielo.  En fin, nos pedía que todo lo teníamos que hacer con mucho amor y cuidando los detalles.

En la actualidad, don Álvaro es mi principal aliado en el cielo y podría decir que es mi mejor amigo. Cuando tengo algo entre manos le digo: “Don Álvaro, tú y yo… Tú lo vas a sacar y yo, si puedo, te ayudo”. Te puedo asegurar que me ha hecho muchísimos favores pequeños, de cosas de la vida diaria, pero también me ha ayudado en cosas muy grandes.