Francisca Colomer es doctora en Historia por la Universidad de Murcia. Ha investigado sobre el nuevo paradigma historiográfico, el papel del historiador y la biografía como método histórico.
Actualmente, se dedica a la historia contemporánea de España, enfocándose en la reconstrucción de las circunstancias de individuos y grupos específicos. Entre sus estudios se cuenta una investigación publicada en la revista Studia et Documenta en la que analiza la vida de Ramona Sanjurjo.
Ramona Sanjurjo Aranaz nació en el seno de una conocida familia de Vigo (Galicia, España); se incorporó al Opus Dei como supernumeraria en 1948. Vivió siempre en Vigo, donde cuidó de su familia y participó en el desarrollo de los trabajos apostólicos del Opus Dei en Galicia y en Portugal.
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El 11 de agosto de 1898, Antonio Sanjurjo se sumergió en el oscuro mar de Vigo a bordo del pequeño submarino que acababa de construir. La finalidad de este nuevo invento de “El habilidades”, como le llamaban sus vecinos, era defender la ría de Vigo en caso de ser atacada por un buque de guerra norteamericano si la “guerra de Cuba” se extendía a la península. No hubo necesidad de usarlo porque, al día siguiente de la prueba, España y Estados Unidos firmaron la paz que, entre otras cosas, declaraba la independencia de Cuba, el lugar al que Sanjurjo emigró y en el que construyó su fortuna.
Antonio era hijo de un relojero de Sada, en La Coruña; con 9 años ya trabajaba en el taller de su padre. Con 17 emigró a Cuba y con mucho esfuerzo consiguió suficiente dinero para poder regresar a Vigo y montar una fundición. Con el paso del tiempo fue creando más empresas en las que desarrolló muchas innovaciones técnicas. Pero lo más original fue su interés por el bienestar de sus trabajadores: en aquella época trabajaban de lunes a sábado, y el domingo iban a las fábricas a limpiar y a cobrar la semana. Antonio Sanjurjo empezó a dar la paga los sábados para que los obreros tuvieran el domingo libre. También organizó una pequeña seguridad social que cubría las pagas de los enfermos y daba una pensión vitalicia a los jubilados. Participó en el gobierno local de Vigo, impulsando el desarrollo del alumbrado, el tranvía y el agua. El día de su muerte, la ciudad se paralizó para ir a rendir homenaje a un hombre emprendedor, creativo y bueno, que había dejado una honda huella en todos.
Antonio era el abuelo de Ramona Sanjurjo, una de las primeras supernumerarias del Opus Dei. Ramona nació el 20 de enero de 1916 en Santiago de Compostela, donde su padre, Manuel, dirigía la empresa de autobuses “La Regional”. Era la quinta hija de Manuel Sanjurjo y María Aranaz. En 1918 la familia tuvo que regresar a Vigo, para que Manuel se hiciera cargo de las empresas de su padre, y allí nacieron el resto de los trece hijos del matrimonio. Ramona creció en el ambiente dinámico del Vigo de principios del siglo XX, y en esta familia que tenía una calidad humana excepcional y muchas inquietudes profesionales. Ramona fue una mujer vital, sincera, arrolladora, llena de entusiasmo, sacrificada y generosa, alegre.
Su vocación
En cuanto tuvo la edad adecuada, Ramona se incorporó a la Acción Católica de Vigo. En esta asociación dedicaba parte de su tiempo a la formación de jóvenes obreras, una tarea afín con las preocupaciones sociales que había aprendido en su familia. Le gustaba mucho el fútbol y acudía a menudo a animar a su equipo, el Celta de Vigo, en el estadio de Balaídos, inaugurado en diciembre de 1928, cuando ella tenía doce años. También le gustaba la música y acudía al ballet y a conciertos.
Ramona Sanjurjo tenía veinte años cuando estalló la Guerra Civil española, durante la cual fue enfermera voluntaria en el hospital que se instaló en el antiguo colegio Apóstol Santiago de Vigo. Para estas voluntarias se hicieron cursos de formación que les proporcionaron un título oficial de enfermería.
Terminó la guerra, pasó el tiempo, y el 2 de febrero de 1945, Josemaría Escrivá de Balaguer y Álvaro del Portillo visitaron a su gran amigo, el obispo de Tuy-Vigo, José López Ortiz, quien les invitó a acompañarle en una visita pastoral al Colegio de San José de Cluny. A esta visita acudió Ramona Sanjurjo en representación de Acción Católica de su parroquia, y éste fue su primer encuentro con el fundador del Opus Dei.
Poco después, a finales de marzo de 1945, el beato Álvaro del Portillo predicó unos ejercicios espirituales en el Colegio de las Carmelitas de la Caridad de Vigo. Estaban organizados por Acción Católica, y a ellos asistieron, como solían hacer cada año, Ramona y su hermana Milagros. Casi cincuenta años más tarde, Ramona escribió:
«Me llamó la atención el modo de tratar los temas de las meditaciones: era una manera nueva, era algo nuevo, distinto... que me conmovió profundamente porque, aunque había hecho habitualmente Ejercicios Espirituales, nunca había oído hablar así del Amor de Dios. Fue para mí un gran descubrimiento, un encuentro con Dios como Padre, como Amigo, que me produjo un gran impacto. El segundo día fui a hablar con él [con Álvaro del Portillo] y me explicó lo que era el Opus Dei. No recuerdo exactamente sus palabras, pero me quedó claro que se trataba de un camino de santidad en medio del mundo. Eso era precisamente lo que yo estaba buscando».
Después de pensarlo durante unos días, el 3 de abril de 1945 Ramona escribió una carta a Josemaría Escrivá de Balaguer, pidiendo ser recibida en el Opus Dei. También escribió a Encarnita Ortega, directora del primer centro de mujeres del Opus Dei en Madrid, para presentarse y decirle que podría ir a conocerla a finales de mes. El 22 de abril pudo viajar a Madrid y conocer a Encarnita, a Nisa y a las demás mujeres que vivían en ese primer centro, en la calle Jorge Manrique. En este viaje Ramona se reafirmó en su decisión y pensó en trasladarse definitivamente a Madrid en el plazo de un mes.
Durante ese mes, mayo de 1945, Ramona comunicó su decisión a sus padres y a sus hermanos, y comenzó a hacer los preparativos para trasladarse a la capital; en esos días también habló con mucho entusiasmo de Camino, el libro de san Josemaría, a su familia y también en las reuniones de Acción Católica, con una gran acogida por parte de todos. Su madre le leía puntos de Camino en las reuniones familiares y su hermana Milagros pidió a una librería que lo encargaran, y cuando llegó se agotó en 24 horas.
Lo único que le costaba era el qué dirán. Vigo era una ciudad pequeña en la que su familia era muy conocida, y su marcha tan rápida a una institución tan nueva, que estaba empezando, iba a ser motivo de conversación durante mucho tiempo. En una carta a Encarnita le decía con sinceridad: «a lo que más miedo le tengo es a la gente y a servir de blanco a todo el mundo […]. Cuando me marche que digan lo que quieran. Como el que se sepa creo [que] es lo [que] más me molesta, se lo he ofrecido a Dios ¡para que él haga con mi “molestia” lo que quiera!».
Finalmente, el 29 de mayo de 1945 llegó a Madrid acompañada de su madre. Al día siguiente pudieron saludar a san Josemaría, que las recibió con mucho cariño. Estuvieron hablando de cómo sería la vida de Ramona en Madrid, ya que iba a trabajar en la atención doméstica de la residencia universitaria Moncloa, iniciada en 1943 por el mismo san Josemaría. Tranquila después de ver dónde y con quien viviría su hija en Madrid, María Aranaz regresó a Vigo pensando que tardaría varios meses en volver a verla.
Cambio de planes
Pero Dios tenía otros planes. Ramona, el huracán Ramona, digna nieta de su abuelo, se había ido para siempre de Vigo sin esperar el resultado de unas pruebas médicas que se había hecho porque arrastraba desde hacía tiempo una sensación de cansancio poco normal. Al mes de estar en Madrid llegó el resultado de las pruebas: tenía tuberculosis y debía ponerse en tratamiento inmediatamente.
Seguramente el resultado de las pruebas no le sorprendió. Su tío Fernando, hermano de su padre, había muerto de tuberculosis. La misma enfermedad se llevó a su hermana María Antonina. Y eso que María Antonina era una mujer muy activa y deportista, jugaba al hockey sobre hierba, y en 1932 fundó el Atlántida Hockey Club de Vigo. También estudió perito mercantil y trabajó en la Escuela Profesional de Comercio. Después se matriculó en Derecho en la Universidad Central y en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles, ambas en Madrid, y se alojó en la Residencia de Señoritas. Recibió una beca para estudiar en el Smith College de Northampton (Massachusetts, Estados Unidos) en el curso 1934-35, y al año siguiente estudió Geografía en la cercana Clark University. Allí enfermó de tuberculosis y regresó a Vigo, donde murió en 1939 a los veintinueve años.
Ese mismo año, recordaba Ramona, ella ya había tenido «algo de pulmón», decía, y reconocía que pese a haber perdido a su hermana, ella no se cuidó. Ahora, en junio de 1945, la enfermedad reaparecía en ella y en su hermana Dolores y en septiembre alcanzó a su hermano Fernando.
Ramona debía dejar de trabajar, salir de la populosa ciudad de Madrid, centrarse en superar su enfermedad. Su madre, María, volvió a la capital a recogerla. Antes de salir fueron a despedirse de Josemaría Escrivá de Balaguer. Ramona escribió en sus recuerdos: «Fui con mi madre a despedirme del Padre a Lagasca y me dijo que Dios me había pedido una cosa difícil pues nadie se iba a creer que no había perseverado por estar enferma, y aconsejó a mi madre que me llevase a un sanatorio, como así fue». En el viaje de vuelta, Ramona pensaría en que de nuevo tenía que enfrentarse al “qué dirán”, a los comentarios de la gente que tanto le costaba aceptar. Y los volvió a ofrecer a Dios.
Encontrar a Dios en la enfermedad
El 17 de julio de 1945 Ramona ingresó en el sanatorio Nuestra Señora del Carmen, en La Estrada, Pontevedra. El sanatorio había sido inaugurado un año antes por los doctores Saturio y Manuel de la Calle Sáenz. Tenía veintiocho camas y estaba atendido por religiosas terciarias franciscanas. El capellán en esos años fue el sacerdote Adolfo Camba. Los médicos indicaron a Ramona que, sin fatigarse, podía leer y coser, pero que lo principal era hacer reposo, una dieta especial, y tomar la medicación.
Los días se le hacían muy largos a la activa Ramona, que no perdía oportunidad de llenar el tiempo con tareas que no le exigieran mucho esfuerzo: leer; coser (cosía mantelerías para su familia y para los centros del Opus Dei que se iban abriendo por España, y ropa para los oratorios); aprender inglés (nunca lo llegó a aprender bien, pero ponía mucho interés); escribir cartas (escribía prácticamente todos los días a Encarnita o a Guadalupe o a Nisa, las mujeres del Opus Dei que había conocido en Madrid; de vez en cuando escribía a don Álvaro del Portillo y a don Josemaría); y hacer las normas de piedad que había incorporado a su vida al entrar en el Opus Dei.
En una de esas cartas al beato Álvaro del Portillo le cuenta su plan de vida en el sanatorio: «A las 8 me traen la Comunión, doy gracias y hago oración hasta las 9 ¼ en que desayuno. Como hasta las 10 ½ no me incorporo, hago un rato lectura espiritual. A la 1 ½ como y después tengo que hacer 2 horas de reposo absoluto y aprovecho para rezar dos partes del Rosario, una al principio y otra al final. Antes de merendar doy hora y media de clase de inglés. De 6 ¼ a 7 ¼ hago oración, después coso hasta la hora de la cena, rezo la otra parte del Rosario, examen [de conciencia] y a las 11 ¼ he terminado todo».
En los momentos de desaliento, porque los resultados de las pruebas no acababan de salir bien, se animaba leyendo las cartas que le llegaban con noticias del desarrollo del Opus Dei por toda España: la apertura de centros en Bilbao, Sevilla, y Santiago de Compostela, las personas que se acercaban a los apostolados, las pequeñas anécdotas de la vida cotidiana en el centro de Jorge Manrique y en la administración de la residencia Moncloa... Mantuvo el contacto con todos y con todo durante los meses pasados en el sanatorio. No tenía duda de que en unas semanas regresaría a Madrid.
Regreso a Vigo
A finales de octubre de 1945 le dieron el alta y regresó a Vigo, porque debía guardar cama y seguir unas recomendaciones sobre el descanso que le impedirían hacer vida normal en un año o dos. Esto no entraba en sus planes. En una carta a Encarnita le decía: «Es una cosa que no tiene más explicación de ¡que Dios lo quiere! Y ¡que bendita sea su Voluntad!, pero qué mal sé aprovecharla», porque le costaba aceptar la vida tranquila de enferma crónica. A finales de abril de 1946 le enviaron de Madrid una reliquia de Isidoro Zorzano, uno de los primeros miembros del Opus Dei, fallecido en olor de santidad tres años antes, para que le pidiera por su curación.
Pasaban los meses y Ramona no mejoraba. Y empezó a aceptar que Dios la quería en Vigo, y que tenía que participar en el Opus Dei en Vigo y desde Vigo. Pese a sus limitaciones, comenzó a preocuparse por acercar a Dios a sus amigas y conocidas; pensaba en personas que pudieran alojarse en las residencias de estudiantes que el Opus Dei iba abriendo por varias ciudades de España, o que pudieran trabajar en la atención doméstica de esas residencias; no se olvidaba de felicitar los santos y cumpleaños, enviaba −y recibía− algún regalo por Reyes, cosía y buscaba telas y diseños y hasta recetas para que las cocineras de los centros del Opus Dei pudieran innovar; siguió muy de cerca el desarrollo del Opus Dei, y también tuvo que explicar en varias ocasiones qué era esa institución nueva en la Iglesia que algunos no acababan de comprender. De Vigo a Madrid iban y venían cartas con todas estas noticias y recados.
En ellas también escribía acerca del continuo crecimiento de su numerosa familia, de las bodas, trabajos, viajes y reuniones familiares, y también de las enfermedades y muertes imprevistas. Cuando la salud se lo permitía viajaba a Madrid y pasaba allí unos días en la residencia de universitarias Zurbarán. Porque, aunque Ramona no había realizado ninguna incorporación de tipo jurídico al Opus Dei, nunca se cuestionó su vocación. Ella pensaba que tenía un compromiso que era para siempre, como escribió en una carta a Encarnita: «Hoy hace el año que estuve ahí. Todo el día estuve acordándome. Pedid mucho por mí para que me lo acuerde siempre y pueda cumplir lo que aquel día prometí».
La incorporación a la Obra como supernumeraria
Así llegó el mes de marzo de 1948. El día 18 la Santa Sede aprobó el estatuto que permitía la incorporación jurídica a la Obra de personas solteras o casadas que «emplean como medios de santificación y apostolado sus propias ocupaciones familiares y su profesión». Y de nuevo un 3 de abril, tres años después de escribir su primera carta a san Josemaría, él mismo quiso darle la noticia del cambio jurídico que permitía a Ramona pedir la admisión como supernumeraria del Opus Dei. Al día siguiente, Ramona escribió la que ella misma llama «la segunda carta» de petición de admisión, que terminaba diciendo: «Si hasta ahora estaba unida a Vds., desde ahora lo estaré mucho más y dispuesta a trabajar en el sitio y lugar donde Vds. quieran y como quieran».
La vida de Ramona continuó como antes, con un único cambio: se abrió un centro del Opus Dei en Santiago de Compostela, el Colegio Mayor La Estila, y a partir de ese momento Ramona comenzó a ir allí, en vez de a Madrid, para recibir la formación cristiana que da el Opus Dei y ayudar en las diversas tareas de la administración doméstica del colegio mayor, cuando su salud se lo permitía.
Otra consecuencia de la apertura de La Estila es que Ramona ya no estuvo sola para dar a conocer el Opus Dei y hacer apostolado en Vigo; las mujeres del Opus Dei que trabajaban en la administración del colegio mayor comenzaron a viajar regularmente a Vigo para dar charlas de formación cristiana y hablar con quienes se interesaban por conocer más a fondo esta, en aquel entonces, nueva institución de la Iglesia. También empezó a ir un sacerdote, don Federico Suárez, para predicar un día de retiro al mes.
Así comenzó a crecer el número de mujeres que se formaban cristianamente en las actividades apostólicas del Opus Dei, y varias de ellas pidieron la admisión. En 1951 ya eran nueve, algunas de ellas numerarias, que pronto se fueron a vivir a otras ciudades en las que había centros del Opus Dei. En 1958 se formó el primer grupo de cooperadoras, y al año siguiente ya había trece supernumerarias en Vigo. Las actividades de formación se realizaban normalmente en el Hotel Continental o en casa de alguna de ellas. Pero ya era necesario conseguir un lugar adecuado, y Ramona comenzó a preguntar entre sus conocidos quién podría alquilarles un piso para esta finalidad.
Pronto encontraron uno en el que instalaron un pequeño oratorio; se celebró la primera Misa en octubre de 1959. Le llamaron como lo que era: “El Piso”. En él tenían círculos, charlas, conferencias y clases de doctrina cristiana, meditaciones, retiros, confesiones. Pero su objetivo era comprar una buena casa que sirviera además para llevar a cabo algún proyecto social para Vigo; en sus conversaciones pensaron que lo más adecuado era una escuela profesional para promocionar a las mujeres, y así nació lo que en 1967 sería la Escuela de Secretariado Aloya. Ramona contaba divertida a Álvaro del Portillo que su grupo de supernumerarias, todas mayores de cincuenta años, había puesto con sus propias manos una residencia para las chicas que iban a estudiar Formación Profesional en Aloya: en dieciocho días la montaron, con cuarenta camas. No está mal para la nieta de Antonio “el habilidades”, que construyó su submarino en dos meses…
Ramona también se preocupaba por las iniciativas del Opus Dei en otros lugares. Animó a muchas jóvenes que iban a vivir a Madrid a que se alojaran en el Colegio Mayor Zurbarán. Colaboró en los preparativos del viaje de Nisa González Guzmán a Estados Unidos, gracias a los contactos de su familia con los países anglófonos, debido a sus negocios. En 1954 se encargó de todas las gestiones del viaje a Colombia de las mujeres que iban a comenzar allí el trabajo apostólico del Opus Dei, y que partieron en barco desde Vigo. Se carteaba regularmente con Encarnación Ortega en Roma, con Nisa González Guzmán en Chicago, con varias personas en Londres, y les enviaba regalos y dulces en Navidad.
Pero especialmente se implicó en los inicios del Opus Dei en Portugal. Ayudó en todo: hacía gestiones, compraba ropa y enseres para las casas, y estaba a disposición de las familias de las que se habían ido a Portugal para lo que fuera necesario, también para acompañarlas ante cualquier problema si ellas no podían venir a atenderlas.
Servir y amar
En 1953 la Cruz Roja inauguró un moderno hospital en Vigo. Los responsables propusieron a Ramona encargarse de los cursos de formación que se iban a impartir a los enfermeros. Aceptó el encargo porque le abría un campo de formación profesional y humana para muchas personas.
Nunca dejó de lado el ayudar a los necesitados. «Me gustaría hacer en los “ratos perdidos” algo de calceta para los pobres», escribía en 1954, refiriéndose a los ratos en los que tenía que estar con sus padres simplemente hablando y acompañándolos, ¡no llevaba nada bien la inactividad! También hizo gestiones para atender a niños desnutridos de familias pobres, para que les hicieran una revisión en el hospital, o para conseguirles plaza en un hospicio.
Una de sus grandes ilusiones fue viajar a Roma. Después de sortear muchos problemas como la falta de dinero y los requisitos para obtener el pasaporte, el 28 de abril de 1951 pudo visitar la Ciudad Eterna y se quedó todo el mes de mayo viviendo en Villa Sacchetti, sede central del Opus Dei. En ese tiempo pudo hablar varias veces con san Josemaría.
Todo esto lo compaginó con ser un apoyo en su familia, tan numerosa. Al ser la única hermana soltera, vivía con sus padres y se encargaba de ellos, y en los últimos años de su vida les dedicó todo su tiempo; además, habitualmente se hacía cargo de los sobrinos, acudía junto a sus hermanas para ayudarles cuando daban a luz y, especialmente en las situaciones de muertes prematuras o de enfermedades graves, fue apoyo para todos. Procuraba que todos tuvieran buena formación humana y cristiana. Toda esta actividad tenía como motor el amor, su amor a Dios, su amor por las almas, su amor por su familia y, como freno, únicamente su mala salud: casi continuamente tenía décimas de fiebre, y si no hacía reposo terminaba con alguna recaída que la dejaba en cama varios días.
Últimos años
A principios de los años 80 del siglo XX empezó a sufrir crisis coronarias y tuvo que reducir su actividad fuera de casa. Pero, como era de esperar, se las ingenió para seguir haciendo algo útil, y comenzó a coser para conseguir dinero para las iniciativas apostólicas. Además, sentía la responsabilidad de contar a las más jóvenes todo lo que había vivido ella desde los inicios del Opus Dei, como modo de hacerles amar su vocación.
Aún pudo cumplir una ilusión, pese a su estado de salud, en 1991: viajar a Roma a la ordenación episcopal de Álvaro del Portillo. Después le escribió para contarle el viaje y darle las gracias: «empezó todo en aquel curso de retiro, hará en marzo 46 años, y en el que V. me dio a conocer el Opus Dei, que tanto ha llenado mi vida y me ha hecho tan feliz».
Ramona Sanjurjo murió el 23 de febrero de 2001 a consecuencia de un derrame cerebral. En los últimos meses apenas hablaba, pero siempre estaba rezando con el rosario en la mano. La atendieron con gran dedicación y afecto hasta sus últimos momentos, tanto su familia como las personas del Opus Dei. El final de su existencia transcurrió en un continuo agradecimiento, porque veía los frutos de su vida entregada. En una de sus cartas, unos años antes de su muerte, decía: «esa mañana cuando pensaba en la tertulia −en Santiago− recordé que el año 48 o 49 haciendo el curso de retiro en la administración de La Estila (…) el sacerdote, que era D. Federico Suárez me dijo: “Ramona, no te agobies, pero Vigo depende de ti”. Y al verme allí con tanta gente, lo que fue, las gracias que di. Cómo me acordé de nuestro Padre, [de lo que nos decía]: “soñad y os quedaréis cortos”».