Unos días antes de Navidad, queríamos ir a un barrio marginal de desplazados de la guerra en Siria para llevar un poco de alegría cristiana y algunos presentes a esas personas.
La actividad se lleva a cabo desde un club juvenil y, para realizarla, necesitaba “manos”, especialmente para llevar todo lo que se había recogido en los meses precedentes. Las chicas que debían venir tuvieron problemas que les impedían ayudar en la tarea; también estaban ausentes quienes las conocían más, para animarlas mejor.
La víspera de la fecha prevista no contaba con ninguna persona. Me encontré con dos posibilidades: anular el plan o pedir ayuda a alguien del cielo para que vinieran a ayudarme; opté por lo segundo. Le dije a Montse que eran chicas de su edad y que les haría mucho bien “ver lo que verían”. No sé explicar qué pasó, porque el sábado a las 10 en punto estaba saliendo con doce brazos más hacia el barrio. Visitamos a más de nueve familias, entre ellas algunas muy numerosas de refugiados sirios, y las chicas estuvieron muy felices.
Estoy segura de que Montse estuvo detrás.
Sigo pidiéndole por ellas, para que sigan sus pasos en la maravillosa aventura de la generosidad.
F. B. (Líbano), 28 de febrero de 2014