De casa de los Herrero Fontana a la Clínica del doctor Suils

En 1936, cuando estalló la persecución religiosa en España, al mismo tiempo que la guerra civil, san Josemaría residía en Madrid. Las circunstancias le obligaron a buscar refugio en casa de conocidos y amigos; y estuvo tres veces en la casa de los Herrero. José Ramón evoca el relato de aquellos días que le contó su hermano Joaquín.

De todos los testimonios de esta serie, este es el único del que Herrero no es testigo presencial. Lo que relata se lo contó su hermano Joaquín pocos días antes de fallecer.

El testimonio concluye con una breve narración de la estancia de San Josemaría en el Sanatorio del Doctor Suils, por parte del escritor francés François Gondrand.

En la actualidad el Sanatorio sigue funcionando como centro médico, con el nombre de Clínica Fuensanta. Allí se atienden a todo tipo de pacientes, de las especialidades médicas más diversas. Aunque se han ampliado notablemente las instalaciones, se conserva el exterior del edificio en el que San Josemaría pasó aquellos meses tan duros de su vida.

En su libro "La fundación del Opus Dei”, el biógrafo norteamericano John F. Coverdale relata aquellos sucesos:

El doctor Suils, antiguo compañero de colegio de Escrivá en Logroño, ya había ya dado asilo a varias personas en una clínica psiquiátrica que dirigía en Madrid. Aunque no había visto a Escrivá desde el colegio, se ofreció para acogerle en cuanto supo de su difícil situación. El doctor Herrero Fontana trasladó a Escrivá en un coche del hospital en el que trabajaba desde su casa hasta la clínica. Escrivá ocupó el asiento posterior. Herrero dijo al miliciano que conducía que el paciente estaba loco, pero que no era peligroso. Durante el traslado hacia la clínica, Escrivá hablaba consigo mismo, afirmando de vez en cuando que era el doctor Marañón, un conocido médico y escritor. El hecho convenció al conductor, que comentó: “Si está tan loco, es mejor fusilarlo y no gastar tiempo con él”.

Para cuando Escrivá llegó a la clínica, era probable que los nacionales conquistaran Madrid en pocas semanas. Sin embargo, sus asaltos a la ciudad fueron rechazados por las milicias populares y las Brigadas Internacionales. Se hacía paulatinamente más claro que España se enfrentaría a una guerra civil larga y que, aunque eventualmente ganasen los nacionales, necesitarían mucho tiempo para tomar la capital.

Pronto se reunió con Escrivá en la clínica su hermano Santiago.González Barredo y Jiménez Vargas, que había sido arrestado y encarcelado por poco tiempo, también buscaron escondite allí, pero enseguida decidieron irse. González Barredo encontró varios refugios temporales en Madrid, y Jiménez Vargas se alistó en una brigada anarquista. Para evitar luchar a favor de un régimen que estaba persiguiendo a la Iglesia, se puso inyecciones que le provocaron fiebre. A pesar de todo, las autoridades militares ordenaron su traslado al frente.

La clínica estaba lejos de ser un escondite seguro. Un día, en un registro, los milicianos se llevaron a uno de los pacientes. Otro día, apareció un grupo de milicianos debido a un soplo de que algunos de los pacientes, en realidad, eran refugiados políticos. Mientras ponían en fila a los internos, uno de los pacientes reales se acercó hasta un miliciano y preguntó si su subfusil ametrallador era un instrumento de viento o de cuerda. El hecho asustó tanto al miliciano que se fueron sin hacer el registro, convencidos de que allí estaban todos locos de remate.

Una de las enfermeras, sin embargo, sospechaba que algunos de los pacientes no estaban tan locos como pretendían. Tras varios días en la clínica, Escrivá pudo celebrar la Misa a diario en su habitación. Una enfermera de confianza se sentaba en un sofá en el vestíbulo de fuera. Si parecía que alguien iba a entrar en la habitación, avisaba a Escrivá para que cerrase las puertas del armario donde había preparado las cosas para la Misa. Después de la Misa daba la Sagrada Comunión a algunos de los refugiados. Cuando se marchó en marzo, les dejó varias Hostias consagradas envueltas una por una en papel de fumar. Así, después de su marcha podrían recibir la Sagrada Comunión, a la vez que respetaban las leyes litúrgicas de aquel tiempo que prohibían a los laicos tocar las formas consagradas. Uno de los presentes comentaría después: “Recuerdo con todo detalle esta escena porque me impresionó el profundo respeto que tenía por la Sagrada Forma”-.

Los meses pasados en la clínica fueron de intenso sufrimiento. Había poca comida y estaban casi sin calefacción. Escrivá padeció un fuerte ataque de reuma, que le mantuvo en cama durante dos semanas. Peor que las privaciones físicas eran el aislamiento, la necesidad de fingir la locura y, sobre todo, la inseguridad sobre los demás miembros de la Obra, cuyas situaciones eran muy precarias”.

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