Enrique García-Máiquez es poeta, crítico literario, escritor, profesor, columnista y traductor. Un verso robusto de la lírica española. Un referente en el arte mayor. Según un tuit del Colegio Mayor Moncloa, su intervención en la XII Conferencia de las Artes San Josemaría Escrivá de Balaguer ha sido “una inspiración”.
¿Tema? La nobleza de espíritu en el pensamiento y la vida del fundador del Opus Dei. ¿Enfoque? 360 grados. ¿Origen de la exégesis? “La definición más fina que yo conozco de nobleza de espíritu”, que es la que deambula en la Divina comedia de Dante en boca de Ulises para elevar el espíritu de sus compañeros: “No olvidéis vuestra estirpe y nacimiento:/ para vivir cual bestias no se os hizo,/ sino para alcanzar virtud y conocimiento”.
Estación de Atocha. Tren con destino de vuelta a Cádiz soplándonos en la nuca. Gente que sale y que entra, que sube y que baja, que vuelve o que llega. Maletas, historias, ruedas, rampas mecánicas, voces de aviso, caras de urgencia, gestos de alta velocidad. En este desaguadero de vías que nacen y mueren, trajinan cuerpos con alma de santos y truhanes, de nobles e innobles. Microeconomía de un mensaje universal a escala en medio de un intercambiador de viajes. En una esquina baja nos tomamos un café sereno con puente aéreo entre 1902, 1928, 1975 y 2021.
Dante, san Josemaría, universitarios del siglo XXI. Cose usted una trama en medio del mundo y a través de los siglos con el hilo de la nobleza.
La nobleza de espíritu es un ideal eterno que el fundador del Opus Dei supo traer intacto y reluciente a nuestro tiempo.
¿Tesis?
San Josemaría era una persona incardinada en su época, consciente de los problemas más acuciantes del momento, y su sensibilidad le permitió descubrir en el ambiente cultural ideas que servían al mensaje divino. Entendió, por ejemplo, que las masas de personas que ascendían a la nueva sociedad industrial de entonces requerían un ideal de nobleza y de altruismo para encauzar y dignificar esa imparable “rebelión de las masas” que diagnosticó Ortega y Gasset. Por sus raíces aragonesas, nacido a la sombra del castillo de Monzón y de Torreciudad, y por muchos condicionantes que giran en torno a su biografía personal y a su modo de ser, supo ver que Dios le pedía ofrecer un afán de nobleza, una cruzada moral inspirada en la libertad, a todas aquellas personas que formaban parte de las nuevas grandes clases trabajadoras y medias de los años 30. Esa propuesta se concreta en recordar la llamada universal a la santidad en torno al heroísmo del trabajo cotidiano con un ideal de misión.
Habla usted de un ideal “casi de caballería”.
Sí, en alguno de sus apuntes íntimos san Josemaría reconoce que tiene en mente poner en marcha una especie de orden militar en medio del mundo. Piensa, incluso, en que estará compuesta por “caballeros blancos” y “damas blancas”, aunque después, atendiendo a la inspiración divina, decide no usar unos nombres que eran innecesarios y que hubiesen distraído. Pero la intuición primera queda dentro, como una semilla. Hay un ideal caballeresco en el núcleo íntimo del Opus Dei. Esto ni es esnobismo ni anacronismo. En esos años, Eugenio d’Ors lanza la idea de “la caballería intelectual” en su Glosario y en Aprendizaje y heroísmo. No olvidemos las propuestas de Juan Ramón Jiménez en su conferencia sobre El trabajo gustoso. Defiende que el trabajo de un jardinero o de un mecánico pueden convertirse “en la mejor obra”, en poesía, lo que, para él, es literalmente un concepto análogo a la santidad. En otra conferencia propone la aristocracia inmanente o de intemperie. San Josemaría propuso en línea con los mejores intelectuales de su tiempo lo que podríamos llamar una “aristocracia trascendente”, también de intemperie. En resumen, verbaliza la misión encomendada por Dios con las ideas más elevadas de su tiempo.
Ese ideal de caballería noble está muy presente en Camino.
Efectivamente. En Camino san Josemaría habla de pensamientos nobles, de las grandes virtudes, de ambiciones palpitantes… Los libros de caballería tuvieron una fuerte impronta en su vida, como también la tuvieron, curiosamente, en la de san Ignacio de Loyola y en la de santa Teresa de Jesús. El fundador del Opus Dei fue un gran admirador de El Quijote, de Cervantes. En su mensaje y en su vida cobran protagonismo esa audacia, esa nobleza, esa locura y ese afán de aventuras presentes en la historia de Alonso Quijano, que se empeña en ser caballero andante con el mismo anhelo con el que san Josemaría anima a luchar por la santidad. Sin respetos humanos ni miedo al ridículo.
El Quijote es un libro de caballería con un toque importante de humor.
El humor y el sentido de comedia son inherentes a la nobleza de espíritu, irremediablemente. De los escritos y los pensamientos del fundador del Opus Dei se desprende que no se puede pretender ser santo en medio del mundo -como no se puede intentar ser caballero andante- sin saber reírse de uno mismo, incluso de sus fracasos. Lo leemos en el punto 390 de Camino: “Ríete del ridículo. —Desprecia el qué dirán. Ve y siente a Dios en ti mismo y en lo que te rodea. Así acabarás por conseguir la santa desvergüenza que precisas, ¡oh paradoja!, para vivir con delicadeza de caballero cristiano”.
“El humor y el sentido de comedia son inherentes a la nobleza de espíritu. De los escritos y los pensamientos del fundador del Opus Dei se desprende que no se puede ser caballero andante o santo en medio del mundo sin saber reírse de uno mismo”
“Caballero cristiano”. Entiende que san Josemaría defiende que el paso previo para ser santo es ser buena persona y ser un “caballero cristiano” es la mejor forma de expresar ese conjunto de virtudes de carne y hueso previas a lo sobrenatural.
La nobleza de espíritu de los caballeros y las damas cristianas presupone sabiduría, elegancia, fortaleza, prudencia, caridad, decisión, audacia, entereza, coherencia, corazón, honor, valentía, compromiso con la palabra dada, sentido del humor… La nobleza de espíritu puede entenderse como un conjunto de virtudes humanas que predispone a acometer la tarea de la santidad imitando de verdad a Jesucristo. Hablábamos antes de El Quijote y me acordaba de esas palabras clarividentes del entonces cardenal Ratzinger en su homilía de la misa de acción de gracias tras la beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer, en 1992. Lo definía así: “Se atrevía a ser algo así como un Don Quijote de Dios. ¿O acaso no parece «quijotesco» enseñar, en medio del mundo de hoy, la humildad, la obediencia, la castidad, el desprendimiento de las cosas materiales, el olvido de sí? La voluntad de Dios era para él lo verdaderamente razonable y así se mostró racional lo aparentemente irracional”.
Ratzinger habla también en esa homilía de las veces en que san Josemaría hacía referencia a su propia locura de amor a Dios. Decía: “Una y otra vez hablaba de sus «locuras»: comenzar sin ningún medio, empezar en medio de lo imposible. Parecían locuras que debía arriesgarse a hacer, y se arriesgó. En este contexto vienen a la mente aquellas palabras de su gran compatriota Miguel de Unamuno: «Sólo los locos hacen lo sensato, los sabios no hacen más que tonterías».
Lo exige Dante en su definición: hay que perseguir la virtud con energía y voluntad. La nobleza de espíritu conlleva el deseo grande de atreverse, de enrolarse en aventuras, aventuras que para muchos ojos sin fe son una locura. San Josemaría expresa con gracia y sin ambages la metáfora en un encuentro en Pozoalbero, en 1972. De nuevo, es eso de Dante de que “no fuisteis hechos para vivir como animales”, sino para aspirar a los carismas mejores (Cor 12, 31), a los grandes proyectos, a protagonizar conquistas que llenen el mundo de santidad y alegría. Toda la literatura del ciclo artúrico nos cuenta metamorfosis: la del muchacho de las cocinas en héroe, por ejemplo. También en los cuentos populares, como la del sapo en príncipe, san Josemaría nos propone una metamorfosis real para la vida verdadera: convertirnos en mejores personas con afán de santidad.
El fundador del Opus Dei tiene en mente El Quijote y le saca partido a la vida de su protagonista y de Sancho Panza para hablar de vida interior. Pero discrepa de Tartarín de Tarascón. De hecho, lo pone como contraejemplo en este pasaje de su homilía La grandeza de la vida corriente, recogida en Amigos de Dios: “Pensando en aquellos de vosotros que, a la vuelta de los años, todavía se dedican a soñar —con sueños vanos y pueriles, como Tartarín de Tarascón— en la caza de leones por los pasillos de su casa, allí donde si acaso no hay más que ratas y poco más; pensando en ellos, insisto, os recuerdo la grandeza de la andadura a lo divino en el cumplimiento fiel de las obligaciones habituales de la jornada, con esas luchas que llenan de gozo al Señor, y que sólo El y cada uno de nosotros conocemos”.
Es que a Tartarín de Tarascón le sobran infantilismo e idealismo (valga la redundancia), y le falta nobleza de espíritu. Sin afán por salir a los caminos a poner por obra lo soñado, no hay nobleza que valga. “Lengua sin manos, como osas hablar”, se advierte en el Cantar del Mío Cid, que es un libro que también interesó mucho a san Josemaría Escrivá de Balaguer. A Confucio tampoco le habría gustado Tartarín: “Un caballero se avergüenza de que sus palabras sean mejores que sus actos”, dijo.
Porque el realismo y la nobleza de espíritu están en sintonía.
Eso es. La nobleza nos invita a perseguir el ideal para ponerlo por Obra.
En la predicación, en los escritos y en el trato personal con san Josemaría fluye con frecuencia el símil entre el servicio a Dios y a los demás como una aventura.
Predicaba la aventura de hacerse santo de altar, que no tiene nada que envidiar a convertirse en un caballero de la tabla redonda. Y de conquistar -de paz- el mundo para poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades, nada menos. Se escuchan estas propuestas y se oye el galopar de un caballo dentro del pecho, ¿o no?
Como parte de su análisis de la nobleza, habla usted también de la importancia de “la nobleza del origen” en la vida de san Josemaría.
El hidalgo es, por definición, el hijo de algo, de alguien. Boecio precisa más: de Alguien. Escribió en La consolación por la filosofía que, si miramos al origen, todos somos hijos de Dios, y no podemos tener un origen más noble. En el mensaje de san Josemaría, ese origen, esa filiación divina, es el sustento de todo el espíritu. Además, en la vida del fundador del Opus Dei hay un interés íntimo también por reivindicar su origen familiar: las virtudes de sus padres, la defensa de sus apellidos... Personalmente, me enternece ese amor a la genealogía, tan presente, desde luego, en la vida del propio Cristo, como nos relatan los Evangelios: dos de ellos empiezan con el árbol genealógico de Jesús.
En Cristo encuentra, también, san Josemaría su referente del caballero cristiano.
Siempre. En El diario de la felicidad, Nicolae Steinhardt explica que Jesucristo es “el modelo de gentleman”. Es lógico: es perfecto hombre. Steinhardt admira su elegancia, su cariño con todos, su cuidado por los detalles, su valor, etc. Ese es el tono que inunda las enseñanzas de san Josemaría. Cristo, que nace en un pesebre y no echa cuenta del dinero, se siente bíblicamente orgulloso de pertenecer a la Casa de David. Cristo, elegante, sabio, prudente, valiente, fuerte, cariñoso, noble. Refiriéndose a Dios Padre, el filósofo Rémi Brague dio una conferencia memorable titulada: “Dios como caballero”.
Ese mensaje caballeresco puede sonar elitista.
¡Y tanto que puede, pero no lo es! Al contrario: uno de los problemas de fondo del mundo actual es la imposición de un igualitarismo que sólo se queda tranquilo si nos iguala por abajo. La acusación de elitismo se deshace al constatar que ese ideal de caballeros cristianos se inserta en una propuesta mayor: que todos los hombres, sin excepción, pueden ser nobles, porque todos estamos llamados a la santidad. Pocas cosas menos elitistas y con más sensibilidad social que ofrecer a la gente -¡a toda!- la máxima elevación.
“Pocas cosas menos elitistas y más sociales que ofrecer a la gente -¡a toda!- un ideal de la máxima elevación”
La elegancia también es nobleza.
Sin elegancia no hay nobleza. Lo que, en última instancia, vuelve a tener una lectura a lo divino. Coincido con Josep Pla en que “la suprema elegancia es la caridad”. Estar pendientes de los demás con un cariño auténtico es el culmen de las buenas maneras.
¿Alguna conexión entre nobleza y poesía en la vida de san Josemaría?
Esa conexión entre poesía, vida corriente y espíritu de caballería la establece él mismo en esa frase tan gráfica de Es Cristo que pasa: “El milagro que os pide el Señor es la perseverancia en vuestra vocación cristiana y divina, la santificación del trabajo de cada día: el milagro de convertir la prosa diaria en endecasílabos, en verso heroico, por el amor que ponéis en vuestra ocupación habitual”.
Otra acepción de nobleza presente en los escritos y en la predicación de san Josemaría es el honor.
¡Y en su vida! El fundador del Opus Dei no se avergüenza de hablar de honor ni de aspirar a él, ni de mantenerlo, lo que nos trae otra vez a la memoria las figuras del caballero o la dama cristianos. Karl Vossler, con esa querencia tan germánica por el tecnicismo, ve en el honor “una instancia intermedia y pivotante, entre la santidad y las normas del mundo”. Exactamente como ese “plano intermedio transmutador” lo propone también san Josemaría: un estadio de exigencia a lo que nos pide la conciencia -“nobleza obliga”- para auparse de ahí a la santidad. El fundador del Opus Dei dio un paso más en su vida que me parece clave. A principios de los años cuarenta, en la época más dura de los ataques contra él y contra la Obra, muchos de ellos provenientes de personas de Iglesia, sucedió lo que cuenta con voz propia: “Llegó un momento en el que tuve que ir una noche al Sagrario (…), a decir: Señor —y me costaba, me costaba porque soy muy soberbio, y me caían unos lagrimones…—, si Tú no necesitas mi honra, yo ¿para qué la quiero? Desde entonces me importa un pito todo”. Explica Montaigne en algún momento de sus ensayos —cito de memoria— que “nadie es honorable si no está dispuesto a renunciar a su honor por una causa superior”. San Josemaría cumple también con este requisito final y al pie de la letra.
¿Cuánta nobleza de espíritu encierra esa enseñanza de san Josemaría de “amar al mundo apasionadamente”?
Mucha. Entre amar al mundo apasionadamente y ser mundanos está, precisamente, la acción virtuosa de la nobleza de espíritu, que se empeña en mejorar el mundo, sin entregarse a él. Quien no se instale en ese -que decía Vossler- “plano intermedio transmutador” del caballero andante que se enfrenta a toda injusticia y desorden, o es mundano o renuncia al mundo. El caballero cristiano ni se rinde ni se retira.
¿Cómo se trae ese mensaje caballeresco al siglo XXI?
Alguien tan poco snob como Camus decía que “este mundo se mueve tanto -como un gusano al que cortan en pedazos- porque ha perdido la cabeza. Busca a sus aristócratas". San Josemaría expone en el punto 301 de Camino una idea análoga: “Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos”. Y otra confluencia impresionante: Camus, intelectual comprometido, solo podía concebir dos aristocracias: “La de la inteligencia y la del trabajo”, con la particularidad de que habrán de ir unidas: “Pero la inteligencia sola no es una aristocracia. Ni el trabajo solo”. No debemos renunciar a esa llamada de clarín que representa la nobleza de espíritu. San Josemaría nos la propone. La aventura de servir a Dios nos eleva mientras nos esforzamos por mejorar el mundo con la inteligencia y con el trabajo. Don Quijote decía: «Podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo es imposible». A nosotros, tampoco podrán quitárnoslos.