“No rehusemos la obligación de vivir”

Te quedaste muy serio al escucharme: acepto la muerte cuando Él quiera, como Él quiera y donde Él quiera; y a la vez pienso que es “una comodidad” morir pronto, porque hemos de desear trabajar muchos años para Él y, por Él, en servicio de los demás. (Forja, 1039)

Os libraré de la cautividad, estéis donde estéis. Nos libramos de la esclavitud, con la oración: nos sabemos libres, volando en un epitalamio de alma encariñada, en un cántico de amor, que empuja a desear no apartarse de Dios. Un nuevo modo de pisar en la tierra, un modo divino, sobrenatural, maravilloso. Recordando a tantos escritores castellanos del quinientos, quizá nos gustará paladear por nuestra cuenta: ¡que vivo porque no vivo: que es Cristo quien vive en mí!

Se acepta gustosamente la necesidad de trabajar en este mundo, durante muchos años, porque Jesús tiene pocos amigos aquí abajo. No rehusemos la obligación de vivir, de gastarnos -bien exprimidos- al servicio de Dios y de la Iglesia. De esta manera, en libertad: in libertatem gloriae filiorum Dei, qua libertate Christus nos liberavit; con la libertad de los hijos de Dios, que Jesucristo nos ha ganado muriendo sobre el madero de la Cruz.

Es posible que, ya desde el principio, se levanten nubarrones de polvo y que, a la vez, empleen los enemigos de nuestra santificación una tan vehemente y bien orquestada técnica de terrorismo psicológico -de abuso de poder-, que arrastren en su absurda dirección incluso a quienes, durante mucho tiempo, mantenían otra conducta más lógica y recta. Y aunque su voz suene a campana rota, que no está fundida con buen metal y es bien diferente del silbido del pastor, rebajan la palabra, que es uno de los dones más preciosos que el hombre ha recibido de Dios, regalo bellísimo para manifestar altos pensamientos de amor y de amistad con el Señor y con sus criaturas, hasta hacer que se entienda por qué Santiago dice de la lengua que es un mundo entero de malicia. Tantos daños puede producir: mentiras, denigraciones, deshonras, supercherías, insultos, susurraciones tortuosas. (Amigos de Dios, nn. 297-298)

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