El Opus Dei me ha cambiado, porque le ha dado una dimensión sobrenatural a mi visión plana de la vida. Me maravilló descubrir que para ser una ciudadana y una católica ejemplar debía vivir mi vida cara a Dios y cara a los demás, buscando la santidad y acogiendo el encargo de Dios de santificar el mundo en las tareas cotidianas (trabajo, estudio, vida familiar, etc.), si las realizo con perfección y por amor, siendo lugar para ejercitar las virtudes.
A mí, el Opus Dei me abrió un panorama diferente de lo que yo consideraba una labor de servicio: aprendí que “no hay tareas grandes o pequeñas; todas son grandes, si se hacen por amor” (Conversaciones con San Josemaría, n. 109), y que incluso las labores manuales, que muchas personas miran con descrédito y que en general pasan ocultas y con poco reconocimiento humano, son el cimiento que sostiene el edificio de la sociedad. Porque quien limpia una oficina o prepara un alimento, mejora la sociedad y proporciona bienestar a sus miembros; pero quien limpia una oficina o prepara un alimento cara a Dios, se santifica, santifica su propio quehacer y mejora la sociedad santificando a sus miembros.
De manera que ya el trabajo no es para mí sólo un medio para alcanzar mis objetivos personales y humanos, es medio de santificación.