Soñar los sueños de Dios

El próximo sábado 4 de mayo Luis Miguel Bravo Álvarez recibirá la ordenación sacerdotal en Roma, una vocación al sacerdocio unida a la pasión al fútbol.

Luis Miguel Bravo Álvarez nació en Medellín en 1991. Egresado del Gimnasio Los Alcázares (Medellín) y de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Sabana (Bogotá). Actualmente está realizando su tesis de Doctorado en Filosofía en la Universidad de la Santa Cruz (Roma).

El 3 de noviembre pasado, Luis Miguel recibió en Roma la ordenación diaconal, junto con otros 33 fieles de la Prelatura del Opus Dei. Esos mismos 34 diáconos recibirán la ordenación sacerdotal el 4 de mayo de 2019.

¿Cómo fue construyendo la vocación al sacerdocio?

Antes que nada, diría que esta vocación no se “construye”, sino que se “descubre”. El punto de partida es que Dios llama, y por lo tanto ya de entrada hay un punto de misterio, que a la vuelta de los años no deja de sorprenderme.

Cuando se trata de hablar de la vocación en general, y de la mía en particular, la imagen que más me gusta es la que utiliza el Papa Francisco cuando habla de la figura de San José (un santo al que además tengo particular devoción): San José era el hombre que sabía “soñar los sueños de Dios”. Esa es la mejor definición de una vocación: soñar los sueños de Dios, que siempre serán más grandes, más ambiciosos, más ilusionantes que los nuestros.

A partir de esa expresión me parece que es más fácil explicar el camino que me trajo hasta el sacerdocio. Desde pequeño, mi sueño siempre fue meterme en el mundo del fútbol: anhelaba ir por los estadios del mundo, vivir la magia de los partidos en primera persona. De hecho, acabé estudiando periodismo, porque veía que era la carrera que me daba la posibilidad de conjugar mis dos grandes aficiones: el fútbol y la literatura.

Pero antes, en mi adolescencia, Dios me había hecho entender que mis sueños eran buenos, pero los suyos eran mejores. En resumen, diría que me hizo entender esto: “Ya hay mucha gente que habla de fútbol… ¿por qué no te dedicas mejor a hablar de Mí…?”

Esto lo percibí en 2006. Así que ese año decidí que el sueño de Dios era más grande que el mío, y me lancé a ayudarle, pidiendo la admisión como numerario en el Opus Dei.

Desde entonces, he llevado la vida normal y corriente de cualquier miembro de la Obra, que fundamentalmente es la misma de cualquier cristiano: pasaba el tiempo con mis amigos, vivía una serie de prácticas de piedad para estar cerca de Dios durante el día, cursé mi carrera universitaria… hasta que llegó un momento en el que el entrenador (Dios) decidió que las circunstancias del partido exigían un cambio de mi posición dentro de la cancha: seguiría jugando para el mismo equipo (el Opus Dei) pero ahora en un lugar distinto (como sacerdote).

Así es como me gusta entender mi vocación al sacerdocio, porque está insertada y se explica únicamente a partir de mi vocación a la Obra.

Es un apasionado al fútbol. ¿Cambiará en algo esta situación ahora como sacerdote?

Dios me dio la vocación incluso sabiendo que sufro de futbolitis aguda. Eso para mí es una señal elocuente de que Él nos quiere como somos: con nuestras virtudes, defectos y aficiones. El punto está en seguir aprendiendo todos los días a poner esa pasión al servicio de Dios y de las demás personas.

Una de las cosas que más me gusta del fútbol es su potencialidad como metáfora para explicar algunas situaciones de la vida. Muchos santos —ya desde San Pablo— han acudido al deporte como imagen de la cotidianidad del hombre y de la lucha por la santidad.

Por eso, me gusta pensar que, para un cristiano, cada nuevo día es un nuevo Mundial. Así, podemos afrontar cada instante con la ilusión de quien comienza un nuevo partido, pero que afrontamos con la conciencia de que el campeonato está ganado hace siglos: cuando Cristo nos redimió con su Pasión, Muerte y Resurrección.

¿Cómo influirá su profesión en su labor apostólica?

Un escritor colombiano que me gusta particularmente es Nicolás Gómez Dávila. En uno de sus famosos escolios, decía: “Nada es suficientemente importante para que no importe cómo está escrito”. Esa frase siempre me ha ayudado a pensar que, aunque el Evangelio es lo más importante y apasionante del mundo, el modo en que se transmite nunca es indiferente. A nadie le entusiasma abrir un regalo cuando el envoltorio está mal hecho o descuidado.

Por eso, la formación profesional que recibí puede ser una buena ayuda, porque al predicar el Evangelio, el sacerdote debe hacerse las mismas preguntas que se hace un periodista al producir una pieza informativa: ¿Qué voy a decir? ¿A quién lo voy a decir? ¿En qué se fundamenta lo que voy a decir? ¿A través de qué medio se transmitirá el mensaje? ¿Qué reacción espero? Todo eso es relevante para que haya verdadera comunicación. Ni el periodista ni el sacerdote hablan para sí mismos, y si no se entiende lo que dicen la culpa nunca será de la audiencia.

Además, para un periodista, como para un sacerdote, es fundamental la capacidad de escuchar. El periodista no está ahí para contar sus teorías, sino para contar los hechos. El sacerdote no está ahí para contar sus teorías, sino para hablar de Cristo. Tener esa conciencia clara puede ser una ventaja para desarrollar mejor nuestra labor.

¿Qué le da temor de ser sacerdote?

No usaría la palabra temor, porque me parece un poco negativa. Lo que sí tengo es ese vértigo, esas mariposas en el estómago que se sienten en el vestuario antes de salir a jugar un partido importante. Pero la conciencia de que Dios nunca nos deja solos, porque la iniciativa es suya, me ayuda a convertir el vértigo en ilusión.

Si miramos la Biblia, hay un montón de ejemplos de personas que descubren la gran diferencia que existe entre la grandeza de la vocación que Dios les ha asignado y la pequeñez e incapacidad personales: Moisés, Jeremías, Jonás… hasta el mismo San José. Pero lo que la Biblia también deja claro es que Dios nunca deja solas a las personas que elige, y que es capaz de hacer obras maravillosas con instrumentos pobres.

Dios gana todos los títulos, y casi siempre con jugadores sin mucho talento.

¿Cuál debe ser la función del sacerdote en estos tiempos?

Creo que la función del sacerdote en nuestra época se puede leer a partir de lo que el Papa Francisco considera que debe ser la misión de la Iglesia hoy: ser un hospital de campaña que cura y sana heridas. Así que el sacerdote debe ser como los buenos médicos: una persona que sabe escuchar, que sabe alentar, que sabe comprender, que sabe sonreír, y también que sabe aplicar la medicina oportuna en el momento oportuno.

Y lógicamente, como el sacerdote no es inmune a las balas y también puede ser un herido de guerra, debe ser también muy buen paciente y dejarse curar y ayudar cuando sea necesario. Como dice también el Papa, los sacerdotes debemos ser hombres reconciliados, para poder reconciliar.

Sin embargo, no hay que perder de vista que la función más importante del sacerdote es, ha sido y será siempre celebrar bien la Santa Misa. Aunque el sacerdote no hiciera nada más, si celebrara muy bien la Misa, ya habría hecho mucho, porque estaría cuidando la parte fundamental de su rol como puente entre Dios y los hombres, su rol de instrumento para que Cristo se haga presente realmente en la vida de cada hombre y de cada mujer.

¿Qué le dijeron sus padres cuando tomó esta determinación?

Mis papás y mis hermanos han sido siempre los pilares fundamentales de mi vida. Ninguno de ellos pertenece al Opus Dei, pero siempre han respetado con grandísima delicadeza mi decisión de pedir la admisión en la Obra hace 13 años. Ese amor a la libertad, unidos al cariño y a la atención que siempre me han demostrado, han sido mis más grandes incentivos para entregar la vida a Dios. Así que, como siempre han hecho, se alegraron por este nuevo paso y me han apoyado mucho con su oración y su compañía.

¿Qué mensaje les envía a todos sus amigos que ahora lo verán ordenado como sacerdote?

A los que rezan, que recen más por el Papa, por todos los sacerdotes del mundo y por los nuevos 34 sacerdotes que tendrá el Opus Dei a partir de mayo.

A los que no rezan, que me parece que es un excelente momento para empezar a rezar.

A los que no creen en Dios, que me sigan ayudando con su compañía y amistad, y que no dejen de indicarme cómo puedo ser mejor persona cada día.

Colombia necesita sacerdotes, ¿cómo impulsar nuevas vocaciones?

Es una pregunta que a todos tendría que venirnos a la cabeza constantemente, porque es una responsabilidad de todos los cristianos, hombres y mujeres, y no solo de los sacerdotes. Cada vez que lo pienso, me ayuda volver a leer las palabras del Papa Francisco en el discurso que dio a los sacerdotes en Medellín (obvio, el lugar donde lo dijo es para mí especialmente significativo) el 9 de agosto de 2017. En esos pocos párrafos se encuentra una muy buena respuesta a esa pregunta.

Entre otras cosas, el Papa dijo ese día: “Nuestra alegría contagiosa tiene que ser el primer testimonio de la cercanía y del amor de Dios. Somos verdaderos dispensadores de la gracia de Dios cuando transparentamos la alegría del encuentro con Él”.

Además, como decía San Josemaría, cada vocación es un milagro. Y para que los milagros sucedan, hace falta pedirlos. Así que lo primero es rezar, rezar mucho y con fe. Ser muy pedigüeños.

Y como insistía Benedicto XVI, y ahora también Francisco, lo fundamental de la vocación es el encuentro personal con Cristo, porque los cristianos no seguimos a una idea, sino a una persona viva: Jesucristo. Así que para suscitar vocaciones hace falta todo lo que coopere en ese sentido: cuidar nuestra relación con Cristo, para que nuestra vida invite a los demás a buscarlo también. Es decir, que nuestra propia vida, nuestra propia fidelidad, sea en sí misma oración de petición.

¿Por qué los católicos debemos rezar más por los sacerdotes?

Porque sin sacerdotes no hay Eucaristía, y sin Eucaristía no hay Iglesia. Ese solo motivo ya debería bastar para que recemos mucho, todos los días, para que Dios envíe muchos sacerdotes y para que los que ya son sacerdotes sean muy santos.