Por María José Lobo
En la casa de la familia Arbeláez, que prestó generosamente su hogar, los días empezaban muy temprano, sobre todo para aquellas que con diligencia levantaban a sus amigas dormilonas. Haciendo turnos para preparar el desayuno, el almuerzo, la cena y lavar los platos, cada una se esmeró para que los momentos de encuentro estuvieran llenos de detalles de cariño.
El primer día, las universitarias acompañaron una brigada de salud visual dirigida a niños en Sáchica (un municipio de Boyacá). Con apoyo logístico, juegos, canciones y la fuerte y animada voz de Isa, una de las universitarias, los niños se divirtieron mientras esperaban ser atendidos por los profesionales.
Además de gestionar el apoyo en la brigada, Lucía, directora de la Fundación Holguín Cuellar, conectó a las voluntarias con la Alcaldía de Sáchica y personal de la escuela de la vereda El Espinal para realizar ahí jornadas de pintura.
Sándwiches de atún, canciones, ropa manchada de pintura blanca, polvo, sonrisas: así se dibujan en la mente los tres días en la escuela. Allí se puso a prueba la creatividad y la laboriosidad; como es natural en este tipo de actividades, cuando los recursos son escasos, la solidaridad se multiplica. Ante la limitación de materiales para que todas pintaran, en las participantes emergió el espíritu creativo: algunas decidieron barrer, limpiar el piso o encontrar en algún salón cualquier pincel, por pequeño que fuera, para ayudar.
Por su parte, Dani, de familia villaleyvana, y quien asiste a medios de formación en el Centro Cultural Arboleda (en Chía), ayudó a gestionar con la Alcaldía de Villa de Leyva dos jornadas de siembra de árboles y un encuentro con los recicladores del municipio.
La quebrada La Colorada, en Villa de Leyva, y la reserva ecológica Los Tucanes, en Gachantivá, fueron testigos de amigas que se ayudaban entre sí, de múltiples caídas, del esfuerzo de algunas por cargar canastas llenas de los pequeños robles que serían sembrados o por empujar un bus atascado en el lodo... y, por supuesto, de conversaciones profundas en medio del bosque.
“Cada cosa que hacíamos, por pequeña que pareciera, tenía un impacto. Sentí que Dios estaba presente en cada sonrisa, en cada esfuerzo, y que Él se apoyaba en nosotras para llevar su amor a otros”, escribió Cata, una de las jóvenes, en una red social.
Pocos días bastaron para que, entre las que habían sido extrañas al inicio de la jornada, emergiera la amistad y el cariño. Los recuerdos suenan a risas, ya sea por las mil interrupciones que María, una de las recicladoras, le hizo al padre Alejandro en su charla sobre la santificación del trabajo, o por los chistes, bien oportunos, de Hasly, una de las voluntarias.
La semana culminó con un bingo con premios organizado por las voluntarias para los adultos mayores del Hogar San José. Las estudiantes llevaron las donaciones de alimentos y cepillos de dientes que otras personas habían entregado como su forma de aportar a esta semana de voluntariado. Durante la visita, la hermana Teresa, de más de 90 años, se robó la sonrisa de todas. “Quieran mucho a la Virgen, niñas”, les recomendó antes de que partieran. Los adultos, las monjitas que los cuidan y las participantes terminaron rebosantes de alegría.
Pasillos llenos de risas
En las tardes en la casa se escuchaba la voz del padre Alejandro, seguida por la risa de las jóvenes ante las anécdotas que les contaba - como la de la “multa educativa” que recibió la tarde después de visitar a los recicladores -. Todas las historias llevaban a diferentes reflexiones sobre la alegría, la paz y el llamado que los jóvenes tienen a ser portadores de esperanza.
Entre conversaciones, meditaciones y la Eucaristía diaria, cada una tuvo tiempo para escuchar lo que Jesús quería decirle al haberla invitado a vivir esta experiencia.
A propósito de la presencia del monasterio de las Carmelitas Descalzas en Villa de Leyva, el Padre llevó escapularios fabricados por las religiosas. Después de una corta catequesis sobre esta devoción a la Virgen y al escapulario, el sacerdote impuso los escapularios a las jóvenes, quienes, además, llevaron algunos para sus seres queridos.
Las noches, con un cielo lleno de estrellas, también se disfrutaban a pesar del cansancio. Un día, karaoke y baile; el otro, mímica; el siguiente, escuchar villancicos y encender velitas, que más adelante calentarían los masmelos que compartieron.
En uno de los encuentros, Cami quiso compartir con las demás unas tarjetas que contenían diferentes mensajes del Papa Francisco para los jóvenes. Esa noche cada una leyó su mensaje. A cada reflexión la acompañó una sonrisa generalizada que daba cuenta de lo agradecidas que se sentían por estar allí.
Una de las tarjetas contenía el siguiente mensaje: “La respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama fraternidad, hermandad, comunión, se llama familia”. Dani Milagros, quien escogió ese mensaje, entendió que esa es la hermandad que estaban forjando entre todas en esa semana de voluntariado.
Un Dios sencillo, pequeñito
Siempre hay tiempo para amar. Esa frase, que fue producto de una broma entre algunas, resume los días en Villa de Leyva. Días en los que las labores del voluntariado, las arepas asadas del desayuno, las calles empedradas del municipio y el encuentro cotidiano de todas se tradujeron en un acto de amor sencillo a Dios.
Al recordar los ocho días que vivieron las jóvenes en el pequeño municipio boyacense, gracias al apoyo silencioso de muchas personas que no son mencionadas aquí y de la organización del Centro Cultural Arboleda, resuenan las palabras de San Josemaría en una de sus cartas:
“Alguno puede tal vez imaginar que en la vida ordinaria hay poco que ofrecer a Dios: pequeñeces, naderías. Un niño pequeño, queriendo agradar a su padre, le ofrece lo que tiene: un soldadito de plomo descabezado, un carrete sin hilo, unas piedrecitas, dos botones: todo lo que tiene de valor en sus bolsillos, sus tesoros. Y el padre no considera la puerilidad del regalo: lo agradece y estrecha al hijo contra su corazón, con inmensa ternura. Obremos así con Dios, que esas niñerías –esas pequeñeces– se hacen cosas grandes, porque es grande el amor: eso es lo nuestro, hacer heroicos por Amor los pequeños detalles de cada día, de cada instante”.