A finales de la década de los setenta, dos jóvenes hermanos irrumpieron en el Centro Cultural y Deportivo Monte Verde, en el Gimnasio de Los Cerros. Eran Rubén Darío Muñoz y su hermano Santiago, a quien todos le comenzaron a decir jocosamente como Santiago, el menor.
Les comentaron en Monte Verde que además del fútbol había otras actividades como cursos de administración, contabilidad, mensajería y lecciones de Aritmética. Se entusiasmaron.
También conocieron allí al Opus Dei, prelatura personal de la Iglesia Católica, fundada por San Josemaría Escrivá en 1928, que busca la santificación en la vida ordinaria, tanto en el trabajo como en la vida familiar y social y presta su servicio a la Iglesia.
Además de participar en todo tipo de deportes, caminatas, excursiones, comenzaron a recibir los medios de formación espiritual que ofrece el Opus Dei, y pronto descubrieron su vocación y pidieron la admisión. Rubén, como agregado y Santiago, como supernumerario.
Los agregados del Opus Dei son fieles laicos que, recibiendo el don del celibato apostólico, atienden prioritariamente necesidades familiares o profesionales que los llevan a vivir con su propia familia. Adicionalmente a su compromiso con el Opus Dei, su dedicación a la Obra se complementa con su vida familiar y profesional. En el caso de Rubén, vivió con don Luis, su padre, a quién cuidó personalmente hasta los 101 años de vida en esta tierra, cuando falleció hace 8 meses.

Rubén Darío nació el 30 de octubre de 1960. Era hijo de la Señora Leonor y de Don Luis Carlos matrimonio de que nacieron seis hijos. Cuando a Don Luis, en los últimos tiempos, le fallaba un poco la memoria y le costaba reconocer a la familia, las hermanas le decían “papi aquí está Rubén y unos amiguitos”. Decían que al único que no perdía de vista don Luis era a su consentido Rubén.
Rubén Darío inició sus estudios universitarios en Derecho, hasta que en quinto semestre aparecieron “los bienes, que fueron la causa de mis males”. Así contaba con gracia, como era su signo característico, que cuando llegó a la materia Bienes del Código Civil, vio que lo suyo no era el derecho. Se pasó a estudiar filosofía y determinó que se dedicaría a la educación y a la formación humana de muchos jóvenes. Dedicó más de 40, de sus 64 años, a esa tarea de formación de estudiantes, siempre en el Gimnasio de Los Cerros, donde también él hizo parte de su bachillerato en el CEC, Cerros Estudios Nocturnos. Incluso después de su jubilación en el año 2023, siguió vinculado al colegio en el programa de atención y contacto con exalumnos. Con tantos alumnos en 40 años, conocía de primera mano a muchas de esas generaciones.
Gran testimonio de esa inagotable lista de amigos, fue el flujo permanente de exalumnos que pasaban a visitarlo en la clínica, durante los periodos de enfermedad que debió padecer en los recientes tres años, hasta que en este jueves santo Dios decidió que ya era hora de partir.

Rubén fue un profesor, uno de esos que conocía la gente, se metía con los alumnos, eran sus amigos y él de ellos. Por eso siempre lo buscaban, porque no solo era el profesor, sino que también tenía la comprensión para ayudar, compartir, dar un buen consejo y sobre todo corregir.
Aunque exigente y estricto, sus clases siempre eran divertidas. Sus alumnos recuerdan que durante mucho tiempo cada clase iniciaba con un gesto fuerte diciendo “el que sabe sabe y el que no...se condena”, y luego empezaba. Tuvo otra época, en la que por una afección de espalda usaba un paraguas como bastón, y caminaba un poco inclinado, por esa postura, contó que, saliendo de la Misa, a la que luchaba por asistir diariamente, una señora se le acercó y le puso en la mano una limosna. Esa anécdota dio para muchas tertulias muy graciosas.
Nunca dejó de sonreír. En todas las fotos, aparece con un rostro amable, sonriente, alegre. Así se le ve como cuando realizó en el 2014 el viaje a España y Roma con su padre, para asistir a la Beatificación de Don Álvaro del Portillo.

Hace unos cinco años comenzaron sus quebrantos de salud. Cita acá, revisión allá, exámenes médicos, conceptos de uno y de otro. A veces mejoraba y a veces recaía. Sin embargo, siempre tenía una cara amable. Las enfermeras siempre comentaban que era el enfermo que siempre las recibía con buen humor, con chistes flojos y haciendo buena cara. Así vivió la vida y así nos dejó, sonriendo y haciendo buena cara. Durante estás ultimas semanas en la clínica, estuvo siempre atendido espiritualmente por sacerdotes de la Prelatura, y rodeado de su familia de sangre y su familia espiritual del Opus Dei.
William, uno de sus mil y tantos amigos en una red social, comentó: “Te fuiste muy pronto Rubencho, aún quedaban muchas cervezas por destapar. Disfruta del Cielo e intercede por nosotros”.

Decenas de mensajes complementan esa tarea que desarrolló Rubén Darío y siguió lo que anunció San Josemaría y escribió en el punto 795 de Surco:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Mt 22, 37; Lc 10, 27). Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado”.
Es imposible en estas pocas líneas hacer un retrato de quien fuera un amigo de todos, que sirvan para recordarlo y para que todos recordemos que la vida llevada con buen humor vale la pena.
Su velación será en el cantón Norte este domingo 20 de abril y las exequias serán allí mismo, en la Catedral Castrense, el día lunes 21.