La tía Menchu: una mujer de fe, sabiduría y alegría

Santificarse en medio del trabajo les llamó poderosamente la atención. Menchu, a sus 21 años, en 1958, se convirtió en la tercera Numeraria Auxiliar del Opus Dei en Colombia.

Por Valeria Gómez Gutiérrez

A mi tía abuela, Mercedes Borda Carvajal, sus familiares y amigos, la conocíamos como “Menchu” y fue una mujer que entregó su vida a Dios con humildad y amor, e hizo de su oración y trabajo su lenguaje más profundo de cariño hacia los demás.

Ella nació en el seno de una familia católica en 1936, en el municipio de Mesitas del Colegio en Cundinamarca, Colombia. Fue la sexta de ocho hijos que con amor y disciplina formaron sus padres, Raimunda y Francisco Javier.

En su pueblo natal se encontraba la finca San José donde los padres Teodoro Ruiz y Aurelio Mota –primeros sacerdotes del Opus Dei en Colombia --realizaban cursos de retiro, asistidos por las primeras numerarias en nuestro país. Los dueños de aquella hacienda, doña Cecilia de Matiz y don Jesús, se convirtieron en un puente para que “Menchu” y su hermana Rosa conocieran la Obra y la acogieran con dignidad y respeto por el resto de sus valiosas vidas.

Santificarse en medio del trabajo les llamó poderosamente la atención. Menchu, a sus 21 años, en 1958, se convirtió en la tercera Numeraria Auxiliar del Opus Dei en Colombia y, desde entonces vivió al pie de la letra su misión: mantener el espíritu de familia al interior de la Obra, sirviendo a Dios a través del trabajo del hogar. Conoció al Opus Dei justo cuando apenas comenzaba este apostolado en el país. Ella tuvo la fortuna de conocer en 1970 a San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei; luego, en Colombia, conoció a cada uno de los sucesores de san Josemaría, el beato Álvaro del Portillo, en 1983; después, a monseñor Javier Echevarría en el 2001 y 2015 y, en agosto de 2024, a monseñor Fernando Ocáriz, acontecimientos que narró con inmenso entusiasmo y alegría.

Mercedes disfrutó muchísimo compartir su conocimiento con los demás, enseñar sus virtudes con el ejemplo, visitar a cualquier persona con algún quebranto de salud, dar consejos llenos de cariño y sabiduría a quienes la rodeaban. Fue una mujer íntegra y generosa, que se caracterizaba por su personalidad valiente, enérgica y auténtica.

Sin duda, uno de sus mayores sellos fue su talento culinario. Se recuerdan algunos de sus platos como las paellas, los buñuelos, las tartas capuchinas, las galletas, los ponqués, los postres. Ella era una amante de la calidad en todo lo que hacía, su meticulosidad y esmero se reflejaba en cada detalle; el mismo amor se reflejaba en el cuidado impecable del oratorio, del planchado de los manteles de lino, los vestidos de novia o de Primera Comunión. Cada gesto suyo era una ofrenda que hablaba de sus actos de servicio, su profesionalismo y su disposición a ayudar.

La dedicación en su apariencia personal también se destacó a lo largo de su vida: se interesaba muchísimo en estar impecable en cualquier ocasión y en cualquier lugar. Su cabello teñido de algodón perfectamente peinado, sus uñas arregladas y pintadas, su esmerada forma de vestir, reflejaron siempre elegancia y pulcritud.

Pero no solamente fue una mujer con una gran energía, fortaleza y vocación de servicio, sino también una líder nata. Su experiencia y conocimiento adquirido a través de los años en la Obra, le permitió desarrollar una habilidad impresionante para la administración del hogar de familia, un talento que se reflejaba en los Centros de formación en los que vivió.

“Mercedes tenía una conexión especial con lo significativo en su vida. Su fe inquebrantable se reflejaba en la devoción por la Santa Misa. Estar en presencia del Señor era su primer pensamiento al despertar cada mañana y su mente estaba fija en encontrar quién la acompañara. Si decían que irían en la tarde, ella encontraba la manera de asistir antes, incluso si ello significara aventurarse sola. Sin embargo, aunque recordaba perfectamente cómo llegar, el regreso a casa se convertiría en un misterio. Nunca olvidaré la ocasión en que desapareció y tras buscarla por varias iglesias, la encontré en la Iglesia de Fátima mirando en todas direcciones. Cuando le dije con alivio: - Mercedes ¿estabas perdida? Ella con su determinación característica, respondió: - ¡Yo, perdida no!””, recuerda su amiga Alba Jiménez.

La naturaleza fue otro de sus amores. Se deleitaba cuidando y regando las plantas del jardín y contaba que cuando era niña, su mamá la enviaba a hacer algún mandado, se demoraba porque se ponía a conversar del tema con la señora de la tienda, que tenía uno de los jardines más bonitos y mejor cuidados de su pueblo.

Hablar de Mercedes es hablar de una mujer de múltiples facetas y gustos cotidianos como la lectura, especialmente el periódico, porque le agradaba estar bien informada. El interés por el fútbol y, en especial, lo que acontecía con los equipos de su Bogotá querida, como Santa Fe y especialmente Millonarios; la pintura de mandalas y otros libros de dibujo eran otra de sus actividades predilectas, en sus últimos años de vida; le fascinaba escuchar música clásica y colombiana, era agradable verla entonar canciones como Pueblito viejo o Los Guaduales. En cuanto al entretenimiento audiovisual, prefería las películas a las series porque eran más cortas y, en ese sentido, le divertían las producciones de Cantinflas.

Ella amaba tanto a su familia espiritual como a su familia de origen; en esencia, apreciaba mucho al ser humano. Siempre procuró estar muy cercana a todas las personas y, con especial cariño, vivía pendiente de sus hermanos de sangre, al igual que de sus sobrinos y sobrinos nietos. Especial lugar ocupaba en su corazón su querida hermana Rosita, la menor de los ocho hermanos, quien también la acompañó en esta vida de entrega al Señor y a la Obra. La embargaba la emoción con cada encuentro con su familia. Era muy bonito ver su rostro de alegría, su cabellera blanca y siempre tan feliz de recibirnos. Su espíritu amoroso y maternal estuvo siempre latente en ella para todos, tanto, que permanentemente se preocupaba por el bienestar de los demás antes que de ella misma. Una mujer de gran fortaleza espiritual pero también física. No se doblegaba ante la enfermedad, ni ante las limitaciones físicas que empezaron a imponerse con el pasar de los años.

Seguramente, a sus ochenta y ocho años, siendo una mujer de fe, sabiduría y alegría, recibió ese regalo divino de trascender a la nueva vida en un día de silencio tan especial como el Sábado Santo pasado.

Recordar a Mercedes es recordar una vida llena de amor, fe, entrega, generosidad, autenticidad y dedicación. Muy agradecida con Dios, con la Obra y con sus hermanas en el Opus Dei. Fue una mujer que, a pesar de las adversidades propias de la vida, nos enseñó el valor de vivir con propósito, cuidando a los demás y abrazando cada momento con dignidad y alegría. Siempre fue la misma… hasta el final. Siempre con sus enseñanzas, con consejos, con comentarios espontáneos que sacaban una sonrisa y alegraban el día.

Pero su mejor regalo siempre fue la oración. Oraba por su familia, por sus amigos, por quienes lo necesitaban sin que se lo pidieran. Su vida fue una bendición para quienes tuvimos el privilegio de conocerla, quererla y disfrutarla.

Hoy, aunque su ausencia duele, sabemos que sigue presente en cada recuerdo, en cada risa, en cada oración. Y sabemos que ahora está coloreando el cielo, como le gustaba colorear sus mandalas.

Valeria Gómez Gutiérrez