Don José María Hernández Garnica llevaba tiempo luchando para sobrellevar los síntomas del cáncer que acabaría con su vida. La enfermedad seguía avanzado y a finales de enero de 1972 marchó a Pamplona para ser tratado de los problemas de garganta que padecía: cada vez le costaba más la deglución de alimentos y la pronunciación de algunas palabras. La exploración a la que fue sometido mostró parálisis de parte de la lengua. Así lo contaba el propio don José María, en una carta del 10 de febrero: “La lengua se me inmovilizó más y no puedo pronunciar las linguales. De todas maneras, los últimos días he mejorado. De tragar, hasta ahora bien, aunque prácticamente todo lo que tomo es líquido. Lo más espeso, yogurth. Dicen que es interno; un trastorno vascular y confían que, con la medicación, la naturaleza reaccione en unos meses”. Pero con el paso de las semanas, a pesar de que había momentos en que la enfermedad parecía estabilizarse, los problemas para la deglución de alimentos se mantenían.
El hecho es que sobrellevaba todas estas molestias con gran sencillez y humildad. Quien le trataba, al principio sólo detectaba su gran alegría, y que nunca se enfadaba. Pero su enfermedad era grave, y sólo con un trato permanente se llegaba a entrever que sufría dolores poco comunes.
Este sentido del humor tan característico suyo, y su completo abandono en manos de Dios, se refleja en esta carta que escribió el 31 de mayo de 1972 a su sobrina Teresa Temes: “Voy bastante bien de salud. Sigo comiendo a base de «potitos», es decir, «recién destetado», pero ya me he acostumbrado. Hoy me he pesado, después de seis semanas, y me he llevado un susto: he engordado dos kilos; y ahora que tiene uno línea, sería catastrófico abotijarme. Espero que el Padre me deje liberarme de esta vida «de canónigo» que llevo, y que si la lengua se para no es motivo para que no pueda seguir ayudando en Alemania. Veremos qué dicen los médicos, pero la verdad, para cuatro días que uno va a vivir, me parece que vale la pena rendir algo de tanto como ha recibido uno en casa. Sin embargo, si no conviene, seguiremos como la última temporada”.
Bien consciente era san Josemaría de esta actitud con la que afrontaba su enfermedad; así se desprende en la contestación a su carta: “Me dicen —y doy tantas gracias al Señor— que vas mejor de salud. Yo espero que te repondrás del todo y pronto, y así podremos dar gusto a los alemanes, que me escriben siempre diciendo por qué no vuelves y que te encuentran mucha falta. A primeros de octubre pienso abrazarte en Pamplona, sin prisa, y entonces veremos qué es lo que conviene que se haga. Mientras, cuídate, déjate cuidar, reza y sigue con tu buen humor” (Carta de san Josemaría, Roma, 8-VI-1972).