Huellas de ilusión. En Colombia

Promoción rural en Pueblo Nuevo, Córdoba, para personas que, con su alegría, su amor por la familia y la protección de los hijos, no contaban con una biblioteca y algunas otras cosas más.

Pueblo Nuevo se encuentra a una hora de Cartagena. Está localizado entre la Ciénaga del Totumo y el Mar Caribe. Su fuente de ingresos es la pesca, actividad que viene a menos en las épocas de verano. Su gente es fuerte, de tez curtida por el sol y la intemperie, y que al contraste con el entorno -árido, hirviente y desértico- logran un “realismo mágico” en el que salen a flote la alegría, la ilusión por algo más, su amor por la familia y la protección de los hijos.

Desde el Centro Cultural Entremares, con apoyo de profesoras del Gimnasio Cartagena de Indias, se propusieron sacar adelante una promoción rural en Pueblo Nuevo, hace varios años. Para todas suponía un reto, no por falta de experiencia, sino porque era una novedad para las niñas de Cartagena y su entorno social.

Se alojaron en una cabaña de Islarena, un condominio vecino a Bonga, una casa de convivencias cercana a la ciudad. Cuenta Adriana, una de las organizadoras: “nuestro transporte era un pequeño camión de un señor del pueblo, en el que íbamos de pie o sentadas, -¡como podíamos!- pero que nos agilizaba el desplazamiento a la población”.

También cuenta que en el pueblo las “reconocían como “las bongueras”, y así se oía cuando llegábamos y a los gritos los niños se iban avisando unos a otros; alcanzamos a reunir hasta ciento setenta niños”. Durante varios años consecutivos continuaron haciendo promociones rurales allí porque la pobreza de la gente de esa zona las reclamaba, y porque las niñas que asistían siempre querían regresar.

En 2010, se propusieron dejar algo al pueblo como agradecimiento por la generosidad que siempre habían demostrado, por acogerlas y permitirles trabajar en su comunidad.Así que decidieron montar una biblioteca, ya que la actividad que más les gustaba a los niños era la lectura y la representación de los cuentos o dramatizados, y porque el pueblo no contaba con una, aunque tiene un colegio público. Para acceder a alguna biblioteca, debían desplazarse a Lomarena, un pueblo aledaño, lo que les implicaba tomar bus y la gente de Pueblo Nuevo no dispone de dinero para nada que no sea de primerísima necesidad.

Inicialmente, no contaban con infraestructura, ni libros, ni dinero: sólo era una ilusión. Mileidy, unas de las niñas que asistía a las actividades se enteró y le comentó a Milena, su mamá, quien citó a una de las organizadoras al día siguiente para conversar. La propuesta de Milena era ofrecer una habitación de su casa para el proyecto. La oferta era emocionante, pues Milena y Luis, su esposo, tienen siete hijos y estaban cediendo el cuarto de las niñas. Ya lo habían hablado, y adaptarían otra habitación al fondo de la casa, para acomodarlas. Con esto, las asistentes confirmaban lo que habían visto desde el principio en esa gente que no tiene nada: su enorme generosidad.

Para adecuar la biblioteca, empezaron por pedir libros. Los recibían en Entremares y con niñas de San Rafael los clasificaban, arreglaban y revisaban, pues por la humedad de la costa es muy factible que los dañe el comején.

Se propusieron sacar adelante la instalación de la biblioteca en un solo día, lo que implicó la ayuda de muchas personas: el abuelo de Mileidy, los primos, y algunas niñas de la labor. Pintaron, cortaron madera, instalaron las estanterías, clasificaron libros por materias, etc. Mientras los adultos trabajaban, los niños se sentaron a leer y a descubrir el mundo mágico de los cuentos. Hoy, la biblioteca lleva ocho años funcionando y la atienden Milena y Luis, quienes hacen las veces de bibliotecarios: ayudan a los niños a buscar textos o a orientarlos en sus tareas, y les sugieren libros de lectura. No se cobra, y el objetivo es que se enamoren de los libros y hagan buen uso de ellos.

En las vacaciones de 2016, se llevó a cabo el Primer Concurso de Cuento y Pintura para los niños del pueblo. El día de la inscripción le entregaron a cada uno un lápiz y unas hojas. Por grupos, debían compartir los colores, por si querían dar vida a sus cuentos. Una de las condiciones primordiales era que debían escribirlo en la biblioteca, para evitar que algún adulto hiciera el trabajo por el niño, y para aprovechar ese recinto. Con esta medida, lograron mayor puntualidad para llegar a la biblioteca, buena asistencia, disciplina y una gran ilusión por terminar su escrito y entrar de lleno en el concurso.

Para el día de la premiación contaron con la generosidad de la gente del pueblo: el chofer del transporte no cobró por llevarlos a Bonga, donde se llevó a cabo la ceremonia; el señor del helado los vendió a precio de costo; y los premios (un cuento y un juguete para cada uno) los regalaron personas de Cartagena - porque a cada niño había que darle un premio e incentivar de esta manera la ilusión por la escritura y la lectura-. Los dueños de las tiendas y misceláneas del pueblo donaron los ingredientes para los brownies, los platos desechables, los refrescos y los dulces. Los 24 participantes llegaron muy bien arregladitos: las niñas peinadas con sus trenzas y todos muy limpios, se notaba que iban con la mejor ropa que tenían. Pasaron la tarde entre la premiación, el refrigerio y luego jugando un rato por el jardín de Bonga. ¡Quedaron felices!

Mientras se desarrollaba el concurso, esta zona del Caribe estaba pasando por una época de sequía muy fuerte, a una temperatura promedio de 36 grados durante todo el año, lo que conllevaba que no pudieran pescar. Se notaba de una manera palpable que la gente estaba pasando hambre y grandes necesidades. Al pueblo llega el agua potable sólo una vez al mes, por dos horas. Durante este lapso, recogen el agua en tanques y se aprovisionan para el tiempo que les alcance, de resto, deben comprarla.

Adriana, con Grace, una amiga suya de Cartagena, y Sohján, una Supernumeraria de Chía que tiene muchos conocidos en Cartagena, se organizaron para conseguir entre sus conocidos comida y agua para repartir entre las familias más necesitadas. ¡Las familias donantes decidieron no sólo contribuir, sino ir hasta el pueblo, visitar ellos mismos a las familias y repartir lo que llevaban! Fueron varias parejas de matrimonios con sus hijos, entre los seis y los quince años. Era conmovedor ver su cariño y su gusto por hacer esa obra de misericordia, justo el año dedicado a ello de manera especial.