Homilía pronunciada por Mons. Hernán Salcedo en la Misa de San Josemaría el 23 de Junio en Bogotá

Ofrecemos el texto completo de la Homilia pronunciada por el Vicario Regional del Opus Dei en Colombia, Mons. Hernan Salcedo, en la celebración liturgica en memoria de San Josemaría Escrivá de Balaguer, el sábado 23 de junio de 2012.

Muy queridos todos

Se aproxima el inicio del Año de la Fe, convocado por el Santo Padre, Benedicto XVI. Por eso, es muy lógico que en este aniversario de la entrada de San Josemaría Escrivá de Balaguer en la Gloria de Dios, nos detengamos en una de sus pasiones dominantes: dar doctrina.

Con frecuencia nos traía a la memoria lo que dicen los Hechos de los Apóstoles, que después de la Resurrección, el Señor reunía a sus discípulos y se entretenía in multis argumentis (Hch 1, 3): hablaban de muchas cosas, de todo lo que le preguntaban. El Señor hacía –nos decía, en el año 1972- lo que quiere hacer el Opus Dei en todo el mundo: una gran catequesis. La hacemos constantemente, en todos los ambientes del mundo. Amamos de igual manera a todas las almas, y el Señor ha querido promover el Opus Dei entre gente de todas las razas: blancos, negros, amarillos, cobrizos. ¿Y qué hacen todos estos hijos? Lo mismo que yo: catequesis. Y, así, las cosas salen.

Un día, en una de esas tertulias maravillosas, con cientos de personas, que eran a la vez una pequeña familia, alguien le preguntó: Padre, ¿qué influencia tiene en la vida interior la formación doctrinal? La respuesta del Padre nos viene muy bien ahora, para hacer nuestra oración:

Hace al alma más segura. Porque quien conoce más profundamente las verdades de nuestra fe, tiene más facilidad para hacer oración, para buscar a Dios, para encontrarle, para tratarle, para servirle. Por lo tanto, me interesa mucho que vosotros no tengáis sólo la fe del carbonero –es una expresión, para referirse a las personas que han recibido la fe, pero no se han esforzado por formarse doctrinalmente, por ahondar en la luz de la fe–. Adquiriendo la doctrina, podrás meditar, podrás darte cuenta de que Dios te mira, y de que tú le miras, y sentir el amor y la urgencia de buscar almas.

Si nos metemos en el Evangelio, encontraremos un buen número de almas inseguras que van a preguntar a Jesús, al Maestro, para hallar luces y tener la certeza del buen camino. Pensemos, por ejemplo, en Nicodemo, judío influyente, que va de noche a hablar con el Señor y se entretienen en una conversación confiada y llena de cariño. En ese ambiente de familia, se puede preguntar todo sin miedo. Sigamos el diálogo entre los dos, que nos narra San Juan, en el capítulo tercero de su Evangelio:

Rabbí, sabemos que has venido de parte de Dios como Maestro, pues nadie puede hacer los prodigios que tú haces si Dios no está con él.

          Contestó Jesús y le dijo:

          —En verdad, en verdad te digo que si uno no nace de lo alto no puede ver el Reino de Dios.

          Nicodemo le respondió:

          —¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?

          Jesús contestó:

          —En verdad, en verdad te digo que si uno no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, carne es; y lo nacido del Espíritu, espíritu es. No te sorprendas de que te haya dicho que debéis nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere y oyes su voz pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu.

          Respondió Nicodemo y le dijo:

          —¿Y eso cómo puede ser?

          Contestó Jesús:

          —¿Tú eres maestro en Israel y lo ignoras?

Jesús va ilustrando la fe inicial de Nicodemo con sus respuestas. Y aquel hombre se va haciendo alma más segura, para hacer oración, para buscar a Dios, para encontrarle, para tratarle, para servirle. Ha comenzado buscando a Jesús de noche, a escondidas; después, en el momento malo, cuando Jesús ha muerto y parece haber fracasado, cuando todos le abandonan por temor del ambiente hostil, de perder también la libertad o la vida, Nicodemo dará la cara por el Señor. Meditando la última estación del Via Crucis, decía San Josemaría: Nicodemo y José de Arimatea –discípulos ocultos de Cristo– interceden por el desde los altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio..., entonces dan la cara "audacter"[Mc 15, 43]...: ¡valentía heroica! (Via Crucis, decimocuarta estación, 1).

A cuántas personas podemos fortalecer en la fe, aprovechando las gracias del Año de la Fe. “Deseamos que este Año –dice el Papa– suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza». Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.” (Porta fidei, 9)

De los muchos momentos del itinerario de la fe, detengámonos hoy en el Bautismo. “«La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27) –así comienza el Santo Padre, al convocar el Año de la fe–, que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el Bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22).” (Porta fidei, 1)

El camino de la fe empieza con el Bautismo. De él hablaban Jesús y Nicodemo, en la conversación que hemos recordado. ¡Qué importancia tiene hoy hacer una amplia catequesis sobre los sacramentos!

De ellos se ocupó constantemente San Josemaría en su catequesis, con todo tipo de personas. El Señor, en su amor infinito por los hombres –nos enseñaba, al final de su vida–, instituyó siete sacramentos para el bien de nuestra alma. Son el tesoro de la Iglesia. Como los primeros fieles, hemos de acudir a los sacramentos con frecuencia. Me gustaría que tuvierais la devoción de agradecer al Señor a diario los bienes que habéis recibido, también los que no conocéis. Yo lo hago. Y entre los que desconozco, están todos los bienes que el Espíritu Santo derramó en mi alma mientras no tuve uso de razón, desde que recibí el Bautismo.

No olvidemos en ningún momento que, en el sacramento del Bautismo toma posesión de nuestras almas el Espíritu Santo, y comienza a actuar con su gracia. Nos da las virtudes infusas, aquéllas que llamamos teologales: la fe, la esperanza, la caridad. Son virtudes que no podemos adquirir con nuestro esfuerzo personal, con nuestro talento o con nuestra buena disposición. Nos las tiene que dar Dios Nuestro Señor. Y nos las concede generosamente, gratuitamente, porque nos quiere. Por eso, es muy conveniente llevar a los niños cuanto antes a recibir el santo Bautismo.

Estamos tocando un punto capital de nuestra vida cristiana. Hemos dicho que queremos profundizar en el conocimiento de nuestra fe. Preguntémonos si conocemos bien qué significa ser bautizados. Hace unos días lo decía el Santo Padre, durante la lectio divina, a la asamblea eclesial de la diócesis de Roma. Sigamos sus palabras. “Hemos escuchado que las últimas palabras del Señor a sus discípulos en esta tierra fueron: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19). Haced discípulos y bautizad. ¿Por qué a los discípulos no les basta conocer las doctrinas de Jesús, conocer los valores cristianos? ¿Por qué es necesario estar bautizados?” (Lectio divina, 11 de junio de 2012). Yo hago eco a esas peguntas. Que cada uno se pregunte y trate de responder. ¿Por qué a los discípulos no les basta conocer las doctrinas de Jesús, conocer los valores cristianos? ¿Por qué es necesario estar bautizados?

Me detengo sólo y de modo breve en el Bautismo de los niños, siguiendo la catequesis de Benedicto XVI:

“¿Es justo hacerlo, o sería más necesario hacer primero el camino catecumenal para llegar a un Bautismo verdaderamente realizado? Y la otra cuestión que se plantea siempre es: «¿Podemos nosotros imponer a un niño qué religión quiere vivir, o no? ¿No debemos dejar a ese niño la decisión?». Estas preguntas muestran que ya no vemos en la fe cristiana la vida nueva, la verdadera vida, sino que vemos una opción entre otras, incluso un peso que no se debería imponer sin haber obtenido el asentimiento del sujeto. La realidad es diversa. La vida misma se nos da sin que podamos nosotros elegir si queremos vivir o no; a nadie se le puede preguntar: «¿quieres nacer, o no?». La vida misma se nos da necesariamente sin consentimiento previo; se nos da así y no podemos decidir antes «sí o no, quiero vivir o no». Y, en realidad, la verdadera pregunta es: «¿Es justo dar vida en este mundo sin haber obtenido el consentimiento: quieres vivir o no? ¿Se puede realmente anticipar la vida, dar la vida sin que el sujeto haya tenido la posibilidad de decidir?». Yo diría: sólo es posible y es justo si, con la vida, podemos dar también la garantía de que la vida, con todos los problemas del mundo, es buena, que es un bien vivir, que hay una garantía de que esta vida es buena, que está protegida por Dios y que es un verdadero don. Sólo la anticipación del sentido justifica la anticipación de la vida. Por eso, el Bautismo como garantía del bien de Dios, como anticipación del sentido, del «sí» de Dios que protege esta vida, justifica también la anticipación de la vida. Por lo tanto, el Bautismo de los niños no va contra la libertad; y es necesario darlo, para justificar también el don —de lo contrario discutible— de la vida. Sólo la vida que está en las manos de Dios, en las manos de Cristo, inmersa en el nombre del Dios trinitario, es ciertamente un bien que se puede dar sin escrúpulos. Y así demos gracias a Dios porque nos ha dado este don, que se nos ha dado a sí mismo. Y nuestro desafío es vivir este don, vivir realmente en un camino post-bautismal, tanto las renuncias como el «sí», y vivir siempre en el gran «sí» de Dios, y así vivir bien.” (Lectio divina, 11 de junio de 2012).

Acudamos a la intercesión de San Josemaría, que supo vivir siempre de fe, para que crezcamos siempre en esta virtud. Miremos a María Santísima, Estrella del mar, para todos los que aún seguimos en el camino de la fe, digamos un sí pleno a los planes de Dios, y, de este modo, podamos ser alabados como Ella: bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor (Lc 1, 39). Amén