El P. Eduardo: una vida de trabajo para Dios

​Este 21 de abril, luego de celebrar la Santa Misa, partió al cielo el padre Eduardo Arango De la Cruz, a quien todos conocimos cariñosamente como el “padre Lalo”.

Este 21 de abril, luego de celebrar la Santa Misa en el oratorio del Centro Cultural Las Palmas, del Opus Dei en Bucaramanga y cuando estaba dispuesto a proseguir con sus tareas cotidianas, un ataque al corazón le sorprendió, y aunque quienes le acompañaban hicieron lo humanamente posible, a las 11.25 de la mañana, ya en el hospital, partió al cielo el padre Eduardo Arango De la Cruz, a quien todos conocimos cariñosamente como el “padre Lalo”.

Nació el 17 de agosto de 1939 en Cartagena. Quiso ser agrónomo y su familia lo envió primero a estudiar al Colegio San José en Medellín, por esa época internado, como era la costumbre. Luego adelantó los primeros semestres de su carrera en la Universidad Nacional de esa ciudad; conoció al Opus Dei en la Residencia Universitaria Urabá y sintió muy pronto la llamada que Dios le hacía, respondiendo generosamente a su vocación. Luego, en Bogotá, terminó su carrera profesional.

Era muy difícil conversar con él si no había una sonrisa, un recuerdo alegre o una carcajada amplia. Era un hombre feliz. Escuchaba a las almas con especial atención. Daba las recomendaciones precisas. Quienes acudían a su confesión recuerdan aún sus palabras llenas de comprensión y del mensaje del Evangelio.

Fue siempre gran deportista y aunque durante varios años fumó, con esa voluntad y fuerza de decisión que siempre le acompañó, un día decidió que no era bueno para su salud y dejó de pronto los cigarrillos. Eran famosas sus tertulias de la formación de la voluntad, llenas de anécdotas de su juventud en el barrio de su niñez en Cartagena, la universidad, su paso por Roma. Siempre se caracterizó por su gran fortaleza física y capacidad de servicio, nunca mostró pereza para ninguna tarea o encargo.

El padre Eduardo Arango De la Cruz trabajó en Colombia con una maleta a su lado. Obediente, dispuesto a servir, podía estar hoy en Bogotá, mañana dictando un curso de retiro en Cartagena, luego dando catequesis en otra ciudad o acompañando a las personas como capellán o como un gran confesor. Fue fundamental en el inicio de la labor del Opus Dei en varias ciudades. Bucaramanga, su última ciudad de residencia, era como su patria chica, siempre dejaba ver que era el mejor sitio en el que había estado. Eso mismo decía de cada ciudad en la que vivió: Medellín, Bogotá, Cartagena, Barranquilla…

Con familias en Bucaramanga antes de la pandemia

Recibió la ordenación sacerdotal el 23 de agosto de 1970 en Roma, a donde llegó en 1966. Allí convivió por varios años con san Josemaría Escrivá de Balaguer, quien le gustaba hablar con él para oírle el marcado acento cartagenero. Se reían y comentaban sobre lo que sería el desarrollo de la Obra en Colombia.

Ordenación sacerdotal en 1970

El año pasado celebró sus bodas de oro sacerdotales en Bucaramanga. Allí los que frecuentan las actividades del Centro Las Palmas le hicieron las tarjetas, le llevaron una torta, le invitaron a un almuerzo y le recordaron algunas anécdotas.

El padre Lalo era un lector consumado. Novelas, biografías e historias pasaban por sus raudos ojos. Era un hombre de una extensa cultura.

Cultura que se notaba también en sus meditaciones que ilustraba con algunos relatos de historia mundial, anécdotas y citas precisas de diferentes obras.

Ahora, cuando ha partido al cielo, muchos recuerdan la forma como celebraba la Santa Misa, cuidando cada uno de los detalles, con esmero, haciendo las reverencias y demás indicaciones que a cualquier desprevenido lo pondría en oración. Todo eso lo aprendió de san Josemaría.

El padre Lalo en la celebración de sus 50 años de sacerdocio en el Centro Cultural Las Palmas

Este 21 de abril será recordado por muchos como la partida a la Casa del Padre del sacerdote que, hasta el último minuto de su vida, estuvo trabajando para Dios, en el Opus Dei.

Su entierro tuvo lugar en el cementerio Las Colinas, en la ciudad de Bucaramanga.

Por Javier Aguillón