Llega por fin el 24 de mayo, fiesta de María Auxiliadora de los Cristianos. El avión que trae a Don Álvaro desde Guatemala entra en territorio colombiano a las cuatro de la tarde. Luego nos diría que en ese momento había invocado a la Virgen como Regina Columbiae, siguiendo la costumbre de nuestro Fundador.
Una hora más tarde el avión enfila hacia la pista de El Dorado, trazada perpendicularmente a los dos cerros tutelares de Bogotá, que llevan los nombres de Guadalupe y Monserrate. En pocos minutos está apagando turbinas en el lugar previsto de la pista.
Se abre la portezuela y aparece Don Álvaro seguido de don Javier y de don Joaquín. Sus primeras palabras manifiestan su alegría por encontrarse finalmente en Colombia, y vuelca su cariño en todos.
Desde el aeropuerto se dirige a Torreblanca. Es un recorrido de unos sesenta kilómetros: de los 2.600 metros de altura de la sabana de Bogotá, se baja a los 1500 de Silvana, población donde está enclavada la Casa de retiros.
Don Álvaro reza una parte del Rosario en el trayecto. A lo largo de la carretera se descubren bastantes imágenes de la Virgen. Cuando en un recodo del camino, aparece Torreblanca, reza una Salve y la Comunión espiritual.
A las seis y media, el carro que lo conduce hace su entrada en el estacionamiento, mientras las campanas de la ermita suenan a voleo. Saluda a todos mientras se dirige al oratorio situado en el segundo piso de El Farallón. Se detiene unos instantes, de rodillas ante el Sagrario, y al salir nos comenta que le ha gustado mucho. Tras pasar a la Administración, pide que se comunique con sus hijos de Guatemala, para decirles que ha llegado bien.
Don Álvaro se va a descansar. Mañana tendrá su primera tertulias con sus hijos de Colombia.