"Dejemos que nos acaricie la mirada de María"

En sus visitas a París y Lourdes, el Papa ha invitado a compartir con María la vida de Cristo, también la Cruz. Lea una selección de textos. Ofrecemos también links a los discursos completos.

Homilía del Papa en la misa con motivo de los 150 años de las apariciones de Lourdes

Domingo, 14 septiembre

Es significativo que, en la primera aparición a Bernadette, María comience su encuentro con la señal de la Cruz. Más que un simple signo, Bernadette recibe de María una iniciación a los misterios de la fe. La señal de la Cruz es de alguna forma el compendio de nuestra fe, porque nos dice cuánto nos ha amado Dios; nos dice que, en el mundo, hay un amor más fuerte que la muerte, más fuerte que nuestras debilidades y pecados. El poder del amor es más fuerte que el mal que nos amenaza. Este misterio de la universalidad del amor de Dios por los hombres, es el que María reveló aquí, en Lourdes. Ella invita a todos los hombres de buena voluntad, a todos los que sufren en su corazón o en su cuerpo, a levantar los ojos hacia la Cruz de Jesús para encontrar en ella la fuente de la vida, la fuente de la salvación (...).

María sale a nuestro encuentro como la Madre, siempre disponible a las necesidades de sus hijos. Mediante la luz que brota de su rostro, se trasparenta la misericordia de Dios. Dejemos que su mirada nos acaricie y nos diga que Dios nos ama y nunca nos abandona. María nos recuerda aquí que la oración, intensa y humilde, confiada y perseverante debe tener un puesto central en nuestra vida cristiana. La oración es indispensable para acoger la fuerza de Cristo. "Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción" (Deus caritas est, n. 36). Dejarse absorber por las actividades entraña el riesgo de quitar de la plegaria su especificad cristiana y su verdadera eficacia. En el Rosario, tan querido para Bernadette y los peregrinos en Lourdes, se concentra la profundidad del mensaje evangélico. Nos introduce en la contemplación del rostro de Cristo. De esta oración de los humildes podemos sacar copiosas gracias (...).

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Discurso de Benedicto XVI a los obispos de Francia

Domingo, 14 de septiembre

"Hay sin duda un problema particularmente urgente que aparece en todas partes: la situación de la familia. Sabemos que el matrimonio y la familia se enfrentan ahora a verdaderas borrascas. Las palabras del evangelista sobre la barca en la tempestad en medio del lago se pueden aplicar a la familia: "Las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua" (Mc 4,37). 

Los factores que han llevado a esta crisis son bien conocidos y, por tanto, no me demoraré en enumerarlos. Desde hace algunas décadas, las leyes han relativizado en diferentes países su naturaleza de célula primordial de la sociedad. A menudo, las leyes buscan acomodarse más a las costumbres y a las reivindicaciones de personas o de grupos particulares que a promover el bien común de la sociedad. La unión estable entre un hombre y una mujer, ordenada a construir una felicidad terrenal, con el nacimiento de los hijos dados por Dios, ya no es, en la mente de algunos, el modelo al que se refiere el compromiso conyugal. 

Sin embargo, la experiencia enseña que la familia es el pedestal sobre el que descansa toda la sociedad. Además, el cristiano sabe que la familia es también la célula viva de la Iglesia. Cuanto más impregnada esté la familia del espíritu y de los valores del Evangelio, tanto más la Iglesia misma se enriquecerá y responderá mejor a su vocación. 

Por otra parte, conozco y aliento ardientemente los esfuerzos que hacéis para dar vuestro apoyo a las diferentes asociaciones dedicadas a ayudar a las familias. Tenéis razón en mantener, incluso a costa de ir contracorriente, los principios que son la fuerza y la grandeza del Sacramento del Matrimonio. La Iglesia quiere seguir siendo indefectiblemente fiel al mandato que le confió su Fundador, nuestro Maestro y Señor Jesucristo. Nunca deja de repetir con Él: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre" (Mt 19,6). La Iglesia no se ha inventado esta misión, sino que la ha recibido. 

Ciertamente, nadie puede negar que ciertos hogares atraviesan pruebas, a veces muy dolorosas. Habrá que acompañar a los hogares en dificultad, ayudarles a comprender la grandeza del matrimonio y animarlos a no relativizar la voluntad de Dios y las leyes de vida que Él nos ha dado. 

Una cuestión particularmente dolorosa es la de los divorciados y vueltos a casar. La Iglesia, que no puede oponerse a la voluntad de Cristo, mantiene con firmeza el principio de la indisolubilidad del matrimonio, rodeando siempre del mayor afecto a quienes, por los más variados motivos, no llegan a respetarla. No se pueden aceptar, pues, las iniciativas que tienden a bendecir las uniones ilegítimas. La Exhortación Apostólica Familiaris consortio ha indicado el camino abierto por una concepción respetuosa de la verdad y de la caridad. 

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Procesión eucarística en Lourdes

Domingo, 14 septiembre

La Hostia Santa expuesta ante nuestros ojos proclama este poder infinito del Amor manifestado en la Cruz gloriosa. La Hostia Santa proclama el increíble anonadamiento de Quien se hizo pobre para darnos su riqueza, de Quien aceptó perder todo para ganarnos para su Padre. La Hostia Santa es el Sacramento vivo y eficaz de la presencia eterna del Salvador de los hombres en su Iglesia.

Hermanos, hermanas, amigos míos, aceptemos, aceptad, ofreceros a Quien nos lo ha dado todo, que vino no para juzgar al mundo, sino para salvarlo (cf. Jn 3,17), aceptad reconocer en vuestras vidas la presencia activa de Quien está aquí presente, ante nuestras miradas. Aceptad ofrecerle vuestras propias vidas (...).

Virgen Santa, ayúdanos a contemplar, ayúdanos a adorar, ayúdanos a amar, a amar más todavía a Quien nos amó tanto, para vivir eternamente con Él.

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Palabras tras la procesión con las antorchas

Sábado, 13 septiembre 

Durante las apariciones, Bernadette reza el Rosario bajo la mirada de María, que se une a ella en el momento de la doxología. Este hecho confirma en realidad el carácter profundamente teocéntrico de la oración del Rosario. Cuando rezamos el Rosario, María nos ofrece su corazón y su mirada para contemplar la vida de su Hijo, Jesucristo (...).

María nos enseña a orar, a hacer de nuestra plegaria un acto de amor a Dios y de caridad fraterna. Al orar con María, nuestro corazón acoge a los que sufren. ¿Cómo es posible que nuestra vida no se transforme de inmediato? ¿Cómo nuestro ser y nuestra vida entera pueden dejar de convertirse en lugar de hospitalidad para nuestro prójimo? (...)

Necesitamos la luz y, a la vez, estamos llamados a ser luz. El pecado nos hace ciegos, nos impide proponernos como guía para nuestros hermanos, y nos lleva a desconfiar de ellos para dejarnos guiar. Necesitamos ser iluminados y repetimos la súplica del ciego Bartimeo: "Maestro, que pueda ver" (Mc 10, 51). Haz que vea el pecado que me encadena, pero sobre todo, Señor, que vea tu gloria (...).

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Discurso de Benedicto XVI al mundo de la cultura

12 septiembre 2008 

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Homilía del Papa en la misa presidida en la Explanada de Les Invalides (París)

13 septiembre 2008 

"[El] llamamiento a huir de los ídolos sigue siendo válido también hoy. ¿Acaso nuestro mundo contemporáneo no crea sus propios ídolos? ¿No imita, quizás sin saberlo, a los paganos de la antigüedad, desviando al hombre de su verdadero fin de vivir por siempre con Dios? Ésta es una cuestión que todo hombre honesto consigo mismo se plantea un día u otro. ¿Qué es lo que importa en mi vida? ¿Qué debo poner en primer lugar? 

La palabra "ídolo" viene del griego y significa "imagen", "figura", "representación", pero también "espectro", "fantasma", "vana apariencia". El ídolo es un señuelo, pues desvía a quien le sirve de la realidad para encadenarlo al reino de la apariencia. Ahora bien, ¿no es ésta una tentación propia de nuestra época, la única sobre la que podemos actuar de forma eficaz? Es la tentación de idolatrar un pasado que ya no existe, olvidando sus carencias, o un futuro que aún no existe, creyendo que el ser humano hará llegar con sus propias fuerzas el reino de la felicidad eterna sobre la tierra (...).

¿Cómo llegar a Dios? ¿Cómo lograr encontrar o reencontrar a Aquel que el hombre busca en lo más profundo de sí mismo, hasta olvidarse frecuentemente de sí? San Pablo nos invita a usar no solamente nuestra razón, sino sobre todo nuestra fe para descubrirlo. Ahora bien, ¿qué nos dice la fe? El pan que partimos es comunión con el Cuerpo de Cristo; el cáliz de acción de gracias que bendecimos es comunión con la Sangre de Cristo. Extraordinaria revelación que proviene de Cristo y que se nos ha transmitido por los Apóstoles y toda la Iglesia desde hace casi dos mil años: Cristo instituyó el sacramento de la Eucaristía en la noche del Jueves Santo. Quiso que su sacrificio fuera renovado de forma incruenta cada vez que un sacerdote repite las palabras de la consagración del pan y del vino. 

Desde hace veinte siglos, millones de veces, tanto en la capilla más humilde como en las más grandiosas basílicas y catedrales, el Señor resucitado se ha entregado a su pueblo, llegando a ser, según la famosa expresión de San Agustín, "más íntimo en nosotros que nuestra propia intimidad" (cf. Confesiones, III, 6.11).

Hermanos y hermanas, veneremos fervientemente el sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor, el Santísimo Sacramento de la presencia real del Señor en su Iglesia y en toda la humanidad. Hagamos todo lo posible por mostrarle nuestro respeto y amor. Démosle nuestra mayor honra. Nunca permitamos que con nuestras palabras, silencios o gestos, quede desvaída en nosotros y en nuestro entorno la fe en Cristo resucitado presente en la Eucaristía (...).

Permitidme hacer un llamamiento, esperanzado en la fe y en la generosidad de los jóvenes que se plantean la cuestión de la vocación religiosa o sacerdotal: ¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo de dar la vida a Cristo! Nada sustituirá jamás el ministerio de los sacerdotes en el corazón de la Iglesia.  Queridos jóvenes o no tan jóvenes que me escucháis, no dejéis sin respuesta la llamada de Cristo (...).

[Cristo] mismo nos ha enseñado a huir de la idolatría y nos invita a construir nuestra casa "sobre roca" (Lc 6,48). ¿Quién es esta roca sino Él mismo? Nuestros pensamientos, palabras y obras sólo adquieren su verdadera dimensión si las referimos al mensaje del Evangelio. "Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca" (Lc 6, 45). Cuando hablamos, ¿buscamos el bien de nuestro interlocutor? Cuando pensamos, ¿tratamos de poner nuestro pensamiento en sintonía con el pensamiento de Dios? Cuando actuamos, ¿intentamos difundir el Amor que nos hace vivir? Él mismo nos ha enseñado a huir de la idolatría y nos invita a construir nuestra casa "sobre roca" (Lc 6,48). ¿Quién es esta roca sino Él mismo? 

Nuestros pensamientos, palabras y obras sólo adquieren su verdadera dimensión si las referimos al mensaje del Evangelio. "Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca" (Lc 6, 45). Cuando hablamos, ¿buscamos el bien de nuestro interlocutor? Cuando pensamos, ¿tratamos de poner nuestro pensamiento en sintonía con el pensamiento de Dios? Cuando actuamos, ¿intentamos difundir el Amor que nos hace vivir?

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Palabras del Papa a los jóvenes en París

Viernes, 12 septiembre

Todos buscáis amar y ser amados. Tenéis que volver a Dios para aprender a amar y para tener la fuerza de amar. El Espíritu, que es Amor, puede abrir vuestros corazones para recibir el don del amor auténtico. ¡Todos buscáis la verdad y queréis vivirla, vivir realmente!. Cristo es esta verdad (...).

Es urgente hablar de Cristo a vuestro alrededor, a vuestras familias y amigos, en vuestros lugares de estudio, de trabajo o de ocio. No tengáis miedo. Tened "la valentía de vivir el Evangelio y la audacia de proclamarlo" (Mensaje a los jóvenes del mundo, 20 de julio de 2007). Os aliento, pues, a tener las palabras justas para anunciar a Dios a vuestro alrededor, respaldando vuestro testimonio con la fuerza del Espíritu suplicada en la plegaria. 

Llevad la Buena Noticia a los jóvenes de vuestra edad y también a los otros. Ellos conocen las turbulencias de la afectividad, la preocupación y la incertidumbre con respecto al trabajo y a los estudios. Afrontan sufrimientos y tienen experiencia de alegrías únicas. Dad testimonio de Dios, porque, en cuanto jóvenes, formáis parte plenamente de la comunidad católica en virtud de vuestro Bautismo y por la común profesión de fe (cf. Ef 4,5). Quiero deciros que la Iglesia confía en vosotros (...).

Muchos de vosotros lleváis colgada del cuello una cadena con una cruz. También yo llevo una, como por otra parte todos los Obispos. No es un adorno ni una joya. Es el precioso símbolo de nuestra fe, el signo visible y material de la vinculación a Cristo (...).

Queridos jóvenes, sé que venerar la Cruz a veces también lleva consigo el escarnio e incluso la persecución. La Cruz pone en peligro en cierta medida la seguridad humana, pero manifiesta, también y sobre todo, la gracia de Dios y confirma la salvación. Esta tarde os confío la Cruz de Cristo. 

El Espíritu Santo os hará comprender su misterio de amor y podréis exclamar con San Pablo: "Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo" (Gál 6,14). Pablo había entendido la palabra de Jesús -aparentemente paradójica- según la cual sólo entregando ("perdiendo") la propia vida se puede encontrarla (cf. Mc 8,35; Jn 12,24) y de ello había sacado la conclusión de que la Cruz manifiesta la ley fundamental del amor, la fórmula perfecta de la vida verdadera. Que a algunos la profundización en el misterio de la Cruz os permita descubrir la llamada a servir a Cristo de manera más total.