Catequesis en una recóndita ciudad de Venezuela

Hace más de 35 años Evelyn conoció la Obra en Maracaibo. Junto a su marido marcharon a una ciudad fronteriza de Venezuela para trabajar como médicos. Allí descubrieron la gran necesidad de catequistas, tanto de primera Comunión como para preparar a los novios para el matrimonio.

Apure es un estado de los llanos venezolanos dedicado a la agricultura y ganadería. Sin embargo, muchos factores hacen que sea uno de los más pobres, inseguros y desatendidos del país. Se encuentra en la frontera con Colombia y a más de 400 kilómetros de Caracas.

Neudo, mi esposo, y yo somos médicos. En octubre de 1989, vinimos a hacer el internado rural a la población de Guasimal, una comunidad del estado llanero. El pueblo tiene una plaza enmarcada por la medicatura rural, un colegio y una construcción techada que sirve como capilla. Apenas cuenta con una carretera pavimentada.

Tres años sin primeras comuniones por falta de catequistas

Aunque nos emocionó pensar que tendríamos el Santísimo cerca y escucharíamos misa con frecuencia, la realidad era que el sacerdote asistía apenas tres días al año para las fiestas de la Virgen del Carmen, cuando impartía los sacramentos. Nos dijeron que hacía más de tres años que no había primeras comuniones por falta de catequistas.

Nos entregaron las llaves de la capilla por si queríamos rezar, pero lo primero que hicimos fue limpiarla. Una imagen de la Virgen y las campanas facilitaban la convocatoria. Al terminar las jornadas de trabajo en el ambulatorio, nos íbamos a rezar el rosario. Primero nos acompañaron las dos enfermeras, y a los tres días ya asistían siete señoras de la comunidad.

Nuestra primera misa en San Fernando, la capital de Apure, fue un poco accidentada porque nos quedaba lejos y el transporte público era deficiente. Llegamos tarde a la catedral, y nos sugirieron ir a otra iglesia. Caminamos 20 minutos y allí estaba un sacerdote de unos 60 años de edad. Se trataba del obispo de la diócesis, quien nos confesó y nos dio el encargo de llevar la hoja dominical a quienes acudieran al rosario en Guasimal. Nos ofrecimos para preparar a los niños de la escuela para la primera Comunión.

Preparamos a 27 niños. Dos maestras nos ayudaban con el rosario de las tardes y nos acompañaban a la misa los domingos. Antes de la primera Comunión, nos trasladaron a otra población y no pudimos asistir a la ceremonia, pero logramos el objetivo.

Estuvimos en varias poblaciones del estado y se notaba la ausencia de formación por la falta de sacerdotes y la penetración de otras creencias. Fuimos a Caracas un breve tiempo para la especialización en Dermatología de mi esposo. Pero en enero de 1991, regresamos a San Fernando de Apure, ya con nuestro primer hijo en camino.

Mi historia con don Álvaro del Portillo

Seguiré contando nuestro intenso apostolado, pero este inciso es necesario. Una supernumeraria joven, con poco más de dos años de formación, médico, en tierra de misión y sin centro de la Obra cercano podría parecer una historia poco prometedora. Por aquel entonces la comunicación no era tan rápida como es ahora y menos en este estado fronterizo. No podía acudir a los medios de formación y atesoraba el “acopio” que hice durante mi corta estadía en Caracas y Maracaibo. Entonces decidí escribirle todos los meses cartas a don Álvaro, entonces prelado del Opus Dei, contándole cómo estaba. Las escribía y las guardaba.

Tenía una vecina amiga, de la Legión de María, y luego supe que su comadre ayudaba a la residencia Resolana a buscar jóvenes en el llano que estuvieran interesadas en las becas que ofrecía en Caracas el colegio Los Samanes, obra corporativa. Una noche mi vecina me toca la puerta y me dice: “Mire, la está buscando una gente suya de Caracas”. Mi sorpresa fue que eran una numeraria y una agregada que estaban haciendo la promoción de las becas, pero no sabían que había una supernumeraria viviendo en Apure. Coincidimos luego en la Misa y les entregué las cartas que eran para don Álvaro. Ellas se quedaron conmovidas, pues se iban al día siguiente. Me regalaron la estampa del recién beatificado Josemaría Escrivá.

Don Álvaro tuvo la gentileza de enviarme unas líneas de vuelta a mis múltiples cartas recordándome que en la Obra nunca estamos solos y alentándome a la fidelidad. Continué escribiéndole siempre muchas cartas, pero especialmente por cada hijo que venía. Cuando nació mi hijo Álvaro, recibí una cuartilla de su parte para que supiera que encomendaba en misa a “todos losÁlvaros hijos de sus hijas”.

Cursos de formación para matrimonios

El espíritu de servicio para atender almas y cuerpos nos llevaba a emprender y Dios se aprovechaba de ello. Un día coincidimos con un sacerdote dominico que nos invitó a colaborar con los esposos Irimar y Juan Gómez en los cursos prematrimoniales. Al comienzo dábamos la charla de los métodos naturales de planificación familiar y luego de moral cristiana. En 1992, se realizaban de tres a cinco cursos al año y en 1994 se formaliza la Pastoral Familiar.

El vicario de la diócesis nos contactó para encargarnos la dirección de cursos prematrimoniales. Así se incrementaron estos encuentros mensuales con promedio de 15 a 20 parejas en cada uno.

Varios de esos matrimonios se integraban luego a nuestro equipo de formadores. El abogado, que colaboraba en aspectos legales del matrimonio, al casarse sumó a su esposa para dictar talleres de economía del hogar. Pero además hicimos familia: de sus tres hijos, dos son nuestros ahijados de confirmación.

Otro matrimonio –ella, abogado, y él, electricista– también se incorporaron al equipo. De sus tres hijos, uno es nuestro ahijado de bautismo. Otra pareja de abogados que hizo el curso con nosotros en 2001 también nos pidió apadrinar a su hijo. Y así varios matrimonios jóvenes se han sumado. Algunos se han ido del país, pero formamos una gran familia en pro de la formación matrimonial.

Y su marido volvió...

Paralelamente, cerca de mi casa hice un grupo con señoras para estudiar la doctrina católica, el cual mantuvimos cerca de cinco años. Una de ellas perdió a su única hija en un accidente de tránsito y se alejó de Dios, su marido se abandonó al alcohol y se habían alejado. Una noche estuvo en mi casa y me increpaba sobre la fe, la esperanza y el abandono en Dios. Estaba muy negada a aceptar la voluntad de Dios y fue toda una noche de preguntas y respuestas. Un diálogo interesante en el que yo también estaba a prueba. Después de eso yo la llamaba, le escribía hasta que volvió a la formación.

En las clases les explicaba que la oración movía montañas y si era persistente, hacía cambiar lo que parecía imposible. Ella empezó a rezar y su esposo no solo volvió, sino que hasta ayudaba al sacerdote en la misa. Hoy día es una gran amiga y aunque no está en Venezuela, ella y las otras señoras conformamos un grupo por WhatsApp, en el que seguimos estudiando doctrina e incorporando gente. La pandemia nos ha impedido reunirnos, pero por esta vía seguimos en contacto con las que ya no viven aquí.

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En nuestros 31 años en Apure ha habido muchos frutos: hemos visto crecer a nuestros ocho hijos (uno de ellos ya en el cielo), hemos dado salud con nuestro trabajo profesional y hemos formado matrimonios en esta tierra de misión. Esto nos sigue fortaleciendo en la esperanza, en la lucha cotidiana y en el deseo de acercar almas a Dios.