Artículo publicado en El Tiempo: Juan Pablo II, 'un enamorado de Dios'

El español Joaquín Navarro-Valls pasó 22 años de su vida al lado de Juan Pablo II, quien fue beatificado recientemente por Benedicto XVI. Fue su portavoz en El Vaticano y, por tanto, una de las personas que más profundamente lo conoció. EL TIEMPO conversó con él en Roma.

Juan Pablo II con Joaquín Navarro-Valls.

¿Cómo mostraba Juan Pablo II en su vida la santidad?

Un santo o lo es durante su vida o no lo será nunca. Y era indudable que su vida era la de un santo. Se veía cuando pensaba en los demás y se olvidaba de sí mismo. Cuando todo lo refería a Dios y no a su modo humano de ver las cosas. Cuando estaba alegre en circunstancias que justificarían más bien las lágrimas. Cuando dejaba la vida, ya anciano y enfermo, en los extenuantes viajes apostólicos que todos, incluso su médico, le desaconsejaban hacer. Y se veía, sobre todo, como se ve en cualquier persona que está enamorada: en su caso, lo estaba de Dios.

¿Puede contar alguna anécdota que muestre esa santidad?

Estábamos en unos días de descanso en la montaña. El Papa estaba en un casita modesta que nos habían prestado. Hacia las dos de la madrugada, según me refirió un agente de nuestra seguridad a la mañana siguiente, se encendió la luz en la ventana de su cuarto. Unos minutos después, se encendió la luz de la habitación anexa en la que se había instalado una pequeña capilla. Esa luz ya no se apagó en el resto de la noche hasta después de que, hacia las 7 de la mañana, el Papa celebró Misa.

¿Cómo era Juan Pablo II de cerca?

Era un hombre alegre. No dependía de las cosas, ni de las noticias. Su ánimo era estable. No necesitaba nada, quizás la única excepción eran los libros. Nada lo consideraba suyo.

¿Tenía mucho carácter? ¿Cómo era cuando se enfadaba? ¿Reía mucho?

Era una persona con un carácter muy definido, como esculpido. Pero en el que los distintos rasgos se armonizaban magníficamente: inteligencia con emotividad; fuerza de voluntad con flexibilidad; racionalidad con simpatía. Y tenía un gran sentido del humor, una alegría que se configuraba como un buen humor estupendo. La sonrisa le era natural. Y sabía hacer reír a quien trabajaba con él.

¿Cuál es el recuerdo más hermoso que guarda de su relación con él? ¿Y cuál, el más desagradable?

No conservo ningún recuerdo desagradable aunque compartí con él muchos momentos dramáticos, por circunstancias del mundo o de la Iglesia. Y si esto es así, quiere decir que los momentos hermosos son todo el resto. Recuerdo en especial aquellos pocos días que pasábamos en la montaña, caminando durante horas, y en los que se hablaba de todo: memorias de su pasado, temas de actualidad, planes para el futuro... Compartir su vida era magnífico.

Muchos hablan de la impresión que les provocó ver rezar a Juan Pablo II. ¿Le pasó también a usted?

Aunque teóricamente debería yo ya debía estar acostumbrado, la verdad es que ante una manifestación así de la fe no hay modo de acostumbrarse: siempre te conmueve. Para él rezar era una necesidad y la cosa más natural del mundo. Su oración se nutría de las necesidades de los demás, que le llegaban a millares en cartas y mensajes de todo el mundo.

¿Lo hizo pasar por situaciones difíciles en su labor como portavoz?

Hubo muchas situaciones difíciles que había que atravesar y de las que yo tenía que informar. Imagine usted los años ochenta en el este de Europa, por ejemplo. O situaciones de la vida de la Iglesia que el Papa tenía que afrontar. Pero saber que el Papa siempre era accesible, que podía comentar con él en cualquier momento cualquier situación urgente o importante, hacía mi trabajo más fácil.

¿Cómo lo definiría como comunicador y líder global?

Abierto. Con sabiduría para distinguir lo urgente de lo importante. Con una gran capacidad de análisis y, al mismo tiempo, de síntesis. Con una convicción que hacía creíbles sus palabras. Sabía exponer las exigencias de la virtud cristiana. Pero, al mismo tiempo, sabía hacer simpática la virtud.

¿Revolucionó Juan Pablo II el modelo de papado?

Con Juan Pablo II el pontificado entró, indudablemente, en una nueva época histórica. Y lo hizo con la naturalidad de quien está en una realidad, la modernidad, que conoce bien y por eso ni le teme ni se deja fascinar ingenuamente por sus logros. Puso el tema de Dios en el centro de toda una generación, un tanto escéptica, que parecía estar pensando en cualquier cosa menos en el hecho de que el hombre es criatura de Dios.

¿Cómo era la relación entre el Papa polaco y Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo? ¿Tuvo constancia de que el Pontífice fuera informado de los abusos y desórdenes en la vida de Maciel?

En aquellos años, Maciel juraba, privada y públicamente, que nada había en su vida de lo que algunos le acusaban. Todavía está en Internet una carta suya a un periódico americano asegurando la falsedad de aquellas acusaciones. Pese a todos esos juramentos, el procedimiento canónico para estudiar el caso se inició en el pontificado de Juan Pablo II. Terminó, con el resultado que todos sabemos, en los primeros meses del pontificado de Benedicto XVI. Y fui yo mismo quien informó de ese caso a la opinión pública.

Teniendo en cuenta los posibles milagros ya reconocidos a Juan Pablo II, ¿habrá que esperar mucho para su canonización?

Para la canonización se requiere un hecho atribuible a la intercesión de Juan Pablo II y que haya tenido lugar después de la ceremonia de beatificación. Los tiempos de Dios son imprevisibles. Perfil / Quién es Joaquín Navarro-VallsNacido en Cartagena, España, a este médico y periodista le tocó informar a las televisoras, periódicos y radios de todo el mundo de la actualidad del Pontífice más mediático de la historia. Y en ese cargo le tocó vivir momentos como el derrumbe de la Europa comunista y el fin de la Guerra Fría. Retirado del ajetreo periodístico, hoy forma parte del consejo asesor de la Universidad Campus Bio-Médico de Roma.

Dario Menor

Para EL TIEMPO

Roma.

Entrevista a Joaquín Navarro-Valls publicada en el períodico El Tiempo el 30 de Abril de 2011.