Voluntarios de la brocha

San Josemaría afirmaba que uno de los aspectos de la caridad consiste en “hacer la vida más agradable a los demás”. Una manera de llevarlo a cabo es pintar la casa de una persona que no puede permitírselo. Así lo han hecho en la Asociación Universitaria Alazores, impulsada por personas del Opus Dei en Málaga (España).

Cuando se entra en el piso de Concepción Bueno, lo primero que salta a la vista es que le hace falta una mano de pintura. Concepción tiene 73 años y está aquejada de una artrosis que le impide estar erguida. En su estado es difícil imaginársela pintando una casa. Aunque pudiera hacerlo no tendría dinero para pagar los materiales. Ella habla en pesetas. Afirma que su pensión llega a las 65.000 pero que paga 43.000 ya sólo en concepto de alquiler.

No le faltan entonces requisitos para ser incluida dentro del programa brocha solidaria. La iniciativa se ha valido de 30 jóvenes voluntarios malagueños para limpiar y pintar las casas de personas con pocos recursos. La mayoría son estudiantes universitarios con algún que otro profesor. Esta es la segunda vez que se hace en Málaga. Uno de los coordinadores de los trabajos, Javier García Rull, afirma: “El año pasado hicimos 8 casas. Este año esperamos llegar a diez”.

Vestido con un mono blanco, Andrés Aragón, de 18 años, retira muebles para limpiar antes de pintar una pared. Quiere estudiar Ingeniería de Caminos: “No hay límite de edad para trabajar. El mínimo son 16 años porque es un trabajo duro, pero a partir de ahí puede participar quien quiera”, señala.

Aragón, como la mayoría de estos pintores ocasionales, ha conocido la iniciativa a través de la Asociación Universitaria Alazores, impulsada por personas del Opus Dei. El grupo canaliza las ayudas de la ONG Cooperación Internacional, impulsora del proyecto, y de empresas que aportan recursos de forma gratuita. Pinturas Andalucía ha regalado la materia prima, 330 kilos de pintura blanca; la empresa de alquiler de coches Avis ha prestado una furgoneta y Pinsur ha ofrecido asesoramiento técnico.

Las jornadas de trabajo del voluntario van desde las diez de la mañana a las seis de la tarde. Una labor a la que no ayudan las temperaturas veraniegas. El termómetro supera con facilidad los 30 grados centígrados. A pesar del calor, la elección del mes está fundamentada. “Julio es un mes de vacaciones en el que todavía hay mucha gente por aquí”, aclara García Rull.

El Ayuntamiento de Málaga ha colaborado en el proyecto seleccionando, a través de los servicios sociales, los hogares más necesitados.

“Pintadme antes el salón para que pueda estar allí de mientras”, dice Concepción. “Como usted quiera doña Concha”, le contesta el voluntario. La mujer lleva viviendo 5 años en su piso de la calle Amargura en el centro de la ciudad. Tiene una extensión de 70 metros cuadrados. Antes había pasado cerca de 20 en una chabola. En lugar del andador habitual, sus recursos sólo le dan para caminar apoyándose en una silla de mimbre.

Mientras cocina sentada delante de un pequeño hornillo eléctrico, Aragón y dos compañeros arrastran muebles que no se habían movido en años. Detrás de un sofá aparece alguna carta suelta sin su baraja o la estampa de algún santo. El voluntario es reincidente: “Este años, las casas que nos encontramos están mejor. El año pasado, vimos paredes totalmente negras y algunas con agujeros”, dice.

Todos los pintores solidarios coinciden en que la mayor satisfacción es ayudar a los demás. Cuando los jóvenes acaben su trabajo, Concepción seguirá viviendo en Amargura, pero en su casa entrará más luz que el año pasado.

J. Carlos Flores / El País