“Una verdadera familia”

​Hace algunos meses, Josefina recibió un inusual llamado telefónico de su hermana Lucía, que vive en Roma desde hace varios años.

Apolinario y Lillian , matrimonio de salvadoreños avecindados en Chile desde este año.

Le contó la difícil situación de la familia de Glenda, Numeraria auxiliar salvadoreña, quien vive con ella. Sus padres, Apolinario y Lillian vivían en una localidad de El Salvador y estaban siendo extorsionados por una banda de delincuentes que opera exigiendo a las personas un porcentaje de su sueldo.

“La vida de mi esposo estaba en peligro. Él trabajaba en el transporte público y las pandillas, como le decimos nosotros en El Salvador, le empezaron a pedir una tarifa mensual, con la extorsión de que si no pagábamos, nos matarían. Llevábamos siete extorsiones en cuatro años, una verdadera pesadilla.. Incluso, llegó el minuto en que ya no nos alcanzaba para pagarles”, cuenta Lillian. La situación se puso álgida cuando una vecina de su parroquia les advirtió que, por incumplimiento de los pagos requeridos, la mafia les haría una emboscada. El matrimonio dio aviso a la policía, lo que concluyó en un fuerte enfrentamiento, con algunas personas fallecidas.

Volviendo al llamado telefónico, Lucía pidió a Josefina que hiciera lo posible por acoger y buscar trabajo a Lillian y Apolinario. “Me preguntó si los podía recibir en la casa que tenemos en Santa María, un campo cerca de San Felipe”, recuerda Josefina. “Le contesté que sí, que allí teníamos una pieza disponible, pero que tenía que ver cuándo sería oportuno, principalmente para gestionar los permisos de trabajo, con el fin de ubicarlos legalmente en el país”. Para averiguar más sobre la situación de El Salvador, se contactó con una persona que, por motivos profesionales de su marido, había vivido un tiempo en ese país, la cual le advirtió que no había tiempo que perder, pues en cualquier momento podían amanecer muertos: “conviene que se vengan ya!”, le confirmó.

Inmediatamente Josefina envió una cariñosa carta de invitación al país al matrimonio salvadoreño. A los pocos días fue a buscarlos al aeropuerto de Santiago, acompañada de Cristián, su marido. Los recibieron con mucho cariño y, de camino al campo, pasaron al santuario de Santa Teresita de los Andes, en Auco, para pedirle ayuda a Dios por la nueva etapa que iniciaban. Una vez instalados, comenzaron a trabajar en el campo de Cristián y Josefina. Sin embargo, les preocupaba mucho la situación en que había quedado otra de sus hijas, su yerno y nieta. Pusieron el asunto en manos de la Santísima Virgen y, al cabo de pocas semanas, también llegaron a Chile y la familia pudo finalmente reunirse. Actualmente Lillian trabaja como asesora del hogar y Apolinario como empleado agrícola.

Apolinario nunca había visto un parrón y este año armó toda la estructura de los parrones y está amarrando las plantas que están creciendo. Lillian todas las mañanas a las 10 de la mañana desde la casa le lleva una colación.


“Para la Señora, la mejor hora”

“Son muy buenos cristianos”, comenta Josefina. “El mismo día que llegaron a Chile, a eso de las cinco de la tarde, los vi paseando por el jardín, rezando el Rosario. Me explicaron que normalmente lo rezaban a las 5:30 de la mañana, antes de iniciar sus jornadas de trabajo, pero que ese día no habían podido hacerlo… “¿No será un poco temprano?”, les pregunté. Y la respuesta fue, “pues para la Señora, la mejor hora”. Ellos mismos cuentan que actualmente lo rezan todos los días a las 3 de la tarde, en la “hora de la misericordia”. Lillian deja entrever que están acostumbrados a rezar constantemente a lo largo del día, algo común en las gentes de El Salvador, comentando que le ha producido un poco de extrañeza que en Chile no se rece con la misma fuerza.

A las pocas semanas de llegar a nuestro país, recibieron la visita de unas chilenas que querían darles la bienvenida a Chile, pues habían conocido a su hija Glenda, en Roma. Fue un sábado inolvidable: almorzaron pupusas, comida típica de El Salvador, subieron el cerro y disfrutaron tocando guitarra. Más tarde, Apolinario llamó por teléfono a Glenda, para comentarle que había comprendido que la Obra es una verdadera familia.

“Gracias a Dios, la gente con la que hemos estado nos ha tratado como verdaderos hermanos; hemos hecho muchos amigos aquí. A diario ponemos a las personas de la Obra en nuestras oraciones y sabemos que ellos hacen lo mismo por nosotros”, recalca Apolinario.