Un día en el comedor de San Gregorio

Todas las semanas jóvenes cocinan y atienden a personas indigentes, haciendo propio lo que san Josemaría señaló: “Hace falta volver a meter a Cristo entre los pobres y entre los humildes”.

Desde hace 50 años la Asociación San Gregorio, fundada por Gabriela Monckeberg y María Rosa Morandé, entre otras mujeres que participan en los medios de formación del Opus Dei, ha buscado atender las necesidades espirituales y materiales de las personas que viven en la Población San Gregorio, situada en la comuna de La Granja. A través de talleres que imparten en la sede con que cuentan en la calle 1 Oriente, han ofrecido formación humana y espiritual a muchas mujeres jóvenes y mayores de esa comuna.

Con la idea de llegar a más, las integrantes del nuevo directorio de la Asociación se pusieron en contacto con el párroco de la Parroquia san Gregorio, para ofrecerle apoyo en lo que necesitara. Fue así como se enteraron de la necesidad de ayuda en la atención del comedor para indigentes que sacan adelante los hermanos de la Congregación de la Salle, ubicado en la misma población.

Cada martes un grupo de mamás y alumnos del Colegio Cordillera llegan al comedor a servir y cocinar

Para realizar bien esta tarea, pidieron a su vez colaboración al Colegio Cordillera, pues necesitaban jóvenes que pudiesen repartir las bandejas, mientras las voluntarias de la Asociación San Gregorio preparaban la comida. Desde el año pasado, todos los martes se reúnen con alumnos de séptimo y octavo básico del colegio y acuden a San Gregorio a cocinar y a repartir el almuerzo con mucho cariño.

Comienza el día y los corazones se empiezan a calentar…

Son las diez de la mañana y un pequeño grupo de mamás, no más de cuatro, parten con los preparativos en el comedor del Colegio san Gregorio de la Salle. Llevan cerca de 15 kilos de arroz, una caja bien llena de tutos de pollo, aceite y verduras para atender a cerca de 120 hombres, mujeres y niños, en situación de calle.

Algunas voluntarias que participan en el Centro Cultural Espoz comentan: Ir a San Gregorio es una experiencia que llena de alegría.

Apenas llegan, los alumnos acarrean la comida, mientras que las mamás se organizan y se ponen manos a la obra en una cocina impecable. Como si fueran chefs, cortan los alimentos a una velocidad magistral y preparan el almuerzo, “¡vamos que quedan dos horas!”, avisa una de ellas. El menú: pollo con verduras y arroz. De postre, yogurt.

Cerca del medio día llega el hermano Santiago, quien luego de saludar calurosamente a los voluntarios hace siempre la misma pregunta: “¿Está todo bien? ¿qué necesitan?”. En esta ocasión falta el pan. No pasan ni cinco minutos cuando vuelve a entrar con dos bolsas llenas de marraquetas frescas. “¿Algo más?,” vuelve a preguntar, y se queda ahí ayudando en lo que pueda faltar.

Trinidad Barros: “Para los niños es una experiencia enriquecedora, ya que al ver otras realidades logran valorar más lo que a veces puede parecerles natural; y estar al servicio de otros es algo de lo que nunca se olvidarán”.

A la una de la tarde, como si de un regimiento se tratara, la mamá encargada forma a los alumnos, le pasa a cada uno una pechera distintiva y les imparte las instrucciones para que todo el servicio fluya de manera que los que allí almuercen se sientan en su casa.

Al finalizar de servir, ordenar y lavar, los alumnos voluntarios almuerzan lo que han preparado

A las 1:20 pm en punto se abre el comedor. Inmediatamente comienzan a entrar los comensales: hombres en su mayoría; sus ojos denotan el fragor de una vida dura. Barbas a medio rasurar, cuerpos cansados y manos gastadas. Se nota que el sol ha causado mella en sus caras. A pesar de todo, es gente alegre y siempre dispuesta a saludar cordialmente a los voluntarios, con un buen apretón de mano o un abrazo. Muchos se repiten la ración y llevan frascos para guardar la comida que les pueda sobrar, pues no tendrán otra hasta el próximo día.

“Voy y me pongo en el lugar de los demás. Servir el almuerzo me ayuda a no estar preocupado de las cosas materiales, ahí no está lo más importante”, dice Pedro, a la derecha, uno de los voluntarios.

Son cerca de las 2 pm y el último de los invitados deja el comedor. Es hora de ordenar. Nuevamente las mamás organizan todo, y los adolescentes, con cara de satisfacción al ver que el esfuerzo ha valido la pena, trapean el piso y lavan las bandejas.

Cuando son las 2:30 pm arrecia el hambre en los voluntarios y en quienes han cocinado toda la mañana. Se sientan y almuerzan la comida que prepararon. Es un momento íntimo y lleno de reflexiones: cada quien cuenta las emociones vividas. Es duro ver el sufrimiento y la pobreza. Nadie ha quedado indiferente.

Son las 3:15 pm y, a pesar del cansancio, el espíritu está más alto que nunca. Han vivido una experiencia que marca sus corazones. Algunos comentan que ya quieren volver otra vez al comedor. Resuena en ellos las palabras de san Josemaría “(…) Hace falta volver a meter a Cristo entre los pobres y entre los humildes: precisamente entre ellos es donde más a gusto se encuentra”. Surco, 228.