Un desafío maravilloso

Don Jorge Herrera es uno de los tres jóvenes profesionales chilenos que, junto a otros 31 fieles del Opus Dei, de todas partes del mundo, acaba de recibir en Roma el sacramento del Orden de manos del Prelado, Monseñor Javier Echevarría.

'Hay que querer ser santo para ser sacerdote'.

¿Cómo comenzó a reconocer su vocación?

Me da una gran alegría decir que crecí en una casa y en un ambiente de enorme respeto y amor por la libertad personal. Salí del colegio The Grange, donde recibí una excelente preparación científica y aprendí a valorar todo lo humano. Ahí además conocí amigos de otras religiones y eso fue muy enriquecedor. Después estudié Derecho en la Universidad Católica, donde conocí a muchas personas que vivían su fe cada día, primero en los estudios y en las relaciones sociales, pero también en otras cosas. Por ejemplo, con un grupo de amigos íbamos una noche a la semana a repartir café caliente y comida a los que duermen en la calle en la Vega Central de Santiago. Con otros, hacíamos catequesis a los internos de la cárcel de Colina los sábados a las nueve de la mañana. Esas cosas me ayudaron mucho.

Tal vez lo podría resumir diciendo que fue un entorno, el del colegio y el de la universidad, que me ayudó a pensar críticamente y a no conformarme con estereotipos ni con las pobres respuestas de la “cultura pop” a las preguntas más importantes. En ese ambiente conocí el Opus Dei, aprendí a estudiar de cara a Dios, y me dí cuenta de que tenía que rezar más. Cuando ya era de la Obra y quise ir a Roma a profundizar en la fe estudiando teología, vi claramente que el camino que Dios quería para mí era el del sacerdocio.

¿Qué significa para usted el hecho de haber sido ordenado sacerdote?

Es un desafío maravilloso de llevar a Dios a los demás. Todos los desafíos llenan de entusiasmo, pero también significan un cierto peso, por la responsabilidad que entrañan. El sacerdocio es un gran regalo, pero también una responsabilidad enorme, porque Dios les pide mucho a los que les da mucho. Hay que querer ser santo para ser sacerdote, porque no se puede dar lo que no se tiene.

Durante la ceremonia de ordenación sacerdotal

¿Qué es lo que más lo motiva o le entusiasma en el ejercicio del sacerdocio?

El ser un instrumento que Dios usa para acercarse a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. ¡Pensemos en lo que es celebrar la Misa! Ahí toco a Cristo cada mañana, acompañado de toda la Iglesia y de todas las criaturas. O pensemos en otros sacramentos: poder perdonar los pecados en nombre de Dios, acompañar como Cristo a los enfermos y moribundos… Que Dios se sirva de uno para cosas tan sublimes es como para entusiasmar a cualquiera. 

¿Quiénes son sus modelos en el sacerdocio?

El primero, lógicamente, es Jesucristo, único y eterno Sacerdote. De Él procede todo otro sacerdocio y, como hombre, es el modelo que –todos, no sólo el sacerdote– debemos imitar. Después, para mí ha sido fundamental la figura sacerdotal de san Josemaría Escrivá de Balaguer. Vivía pendiente sólo de Dios y de los demás. Yo quisiera poder gastarme como él al servicio de la Iglesia y de esa partecita de la Iglesia que es el Opus Dei. También Juan Pablo II ha dejado un ejemplo de vida sacerdotal que me gustaría seguir. Pero ¡necesito ayuda para imitar esos modelos!

¿Qué le dijeron sus padres o hermanos cuando les contó que sería ordenado sacerdote?

Ellos son parte importante de la ayuda que necesito. ¿Que qué me dijeron? Mi hermana mayor dio un grito por el teléfono que duró como un minuto… Mis papás no son de muchas palabras pero, después de que se rieron y que se emocionaron un poco, me dijeron que estaban felices, orgullosos y que rezarían por mí. Y yo estoy convencido de que un porcentaje muy alto de mi vocación divina se lo debo a mis padres.

¿Qué papel tiene la Virgen en su vida?

Es mi Madre. Es la mamá más cariñosa, comprensiva y exigente que tenemos los cristianos. Cuando se la trata con confianza, como mamá que es, la vida no puede seguir siendo la misma. La Virgen te lleva a Cristo por el camino más corto.

Como sacerdote puede perdonar pecados. En muchos lugares se va perdiendo el sentido del pecado. ¿Por qué hay que confesarse?

Es importante saber que la Confesión no es sólo para los grandes pecados. Una vez, cuando hacía mi práctica en la Corporación de Asistencia Judicial en San Bernardo, un hombre al que había conseguido sacar de la cárcel y que tenía a su haber muchos delitos, me contó que no se confesaba porque “yo no he matado a nadie”. Eso lo dicen muchas personas y se pierden la ayuda divina, la paz y la alegría que da la Confesión, si se vive con cierta frecuencia.

Basílica San Pedro, Roma.

Es verdad que se ha oscurecido un poco la idea de pecado. Pero la voz de Dios en la conciencia habla siempre a los hombres y mujeres. A veces podemos estar un poco adormecidos, pero apenas se produce un silencio interior se la oye. Es más fácil estar pendiente de los pecados de los demás que de los propios. Y así no se arregla el mundo ni mejora uno. La Confesión es todo lo contrario. Es ponerse cara a Dios, representado en el sacerdote, y reconocer el mal que hay en nosotros, el mal que hacemos. ¡Si hasta le hacemos daño a los que más queremos!

Una vez que se reconoce el pecado y se pide perdón, viene la alegría profunda. Nunca me voy a olvidar de lo contento que estuve la primera vez que me confesé y que supe que Dios me perdonaba las pocas cositas que empañaban mi conciencia de niño. Por último, mi experiencia –personal y lo que he visto en muchos otros– es que todo el mundo queda feliz después de confesarse bien.

No supe lo que pasó con mi amigo ladrón, pero espero que se haya confesado y cambiado de “profesión”…

¿Qué representa para usted la figura del Papa?

Estar unido al Papa es estar unido a Pedro, al cristianismo de siempre. Al Papa actual lo admiro muchísimo como intelectual, como teólogo. Su “Introducción al cristianismo” ha sido un libro muy importante en mi comprensión de la fe. Pero el Papa es mucho más que un intelectual, un sabio que se explica como el mejor profesor. Es un hombre de Dios, rezador, un padre y el vínculo de unidad de los cristianos. Hay que apoyarlo, porque él sí que tiene un peso fuerte en las espaldas. Por eso todos los sacerdotes lo encomendamos siempre en la Misa.