Juan Ignacio Riveaux conoció el Opus Dei cuando un amigo le sugirió vivir en la Residencia Universitaria La Cañada, en la ciudad penquista. Él había entrado a estudiar Derecho en la Universidad de Concepción y el tiempo de viaje a su casa era muy largo, por lo que le pareció una buena idea residir más cerca.
Lo que no sabía es que le “cambiaría la vida”. “Puede parecer exagerado o casi un cliché –dice emocionado– pero ahí aprendí a vivir la vida cristiana de verdad, la preocupación real por el otro, la alegría y la riqueza de la vida interior”. Cuando vivía en la residencia “todo lo que iba aprendiendo me hacía sentido. Cuando pedía consejos o tenía dudas, me animaban a poner esfuerzo en mis estudios y eso iba calando en mi vida y estaba realmente feliz”.
"En la Obra recibo consejos de amigos, amigos de verdad. Y sé que es Dios quien los inspira al momento de guiarme"
Al terminar su carrera se fue a trabajar a Santiago y desde ahí “pololeaba a distancia” con quien sería su esposa, ya que ella vivía en Concepción. Cuenta que antes de conocer la Obra él no quería casarse ni “complicarse la vida”, hasta que en un retiro espiritual al que asistió escuchó la frase ‘si quieres ser feliz tienes que complicarte la vida’, y así fue como se animó a contraer matrimonio y formar una familia cristiana. Entendió que “todas las decisiones importantes hay que rezarlas y obedecer –como San José– a lo que Dios dice en la oración. Porque el Señor dispone lo mejor para cada uno y su familia. Comprendí también que el trabajo no era solo para mí, sino que ahí puedo acercar a muchas personas a Dios a través de un buen consejo y preocupándose de ellas”.
Fe y el matrimonio
Juan Ignacio se casó el 2014 con Carolina Alarcón, enfermera, y tienen 3 hijos: José Tomás (7), Magdalena (5) y Juan Pablo (3). “En esos años mi esposa no practicaba mucho la fe, mientras que para mí era muy necesario recibir formación, tener un director espiritual y a alguien que me acompañara en este camino de santidad que a veces cuesta tanto. Por eso la animé a participar en medios de formación de la Obra, a lo cual ella accedió feliz ya que veía que todo iba en beneficio de la familia”. Juan Ignacio señala que hace cinco años pidió la admisión como supernumerario del Opus Dei.
La vida en el sur
Luego de unos años de trabajar en Santiago, Juan Ignacio vio que no tenía muchas proyecciones profesionales ni estaban bien económicamente. Empezó a rezar la estampa de san Josemaría, pidiéndole: “mándame otro trabajo, el mejor para mi familia”. Después de un año vio un aviso en el que buscaban a alguien para una empresa en el sur y si bien le gustó mucho la propuesta, no terminó el proceso de postulación porque su esposa no quería irse a vivir al sur, dejar su trabajo y red de apoyo. Dos meses después vio de nuevo el aviso y habló con Carolina porque él sentía que ese era el trabajo que necesitaban y que Dios se lo había puesto ante sus ojos. Al verlo tan entusiasmado, Carolina confió en él y se fueron a vivir al sur.
“Todas las decisiones importantes hay que rezarlas y obedecer –como San José– a lo que Dios dice en la oración”
Cuando llegaron a Osorno, en la región de Los Lagos, Carolina esperaba a Juan Pablo, el hijo menor, y tras un período dedicada totalmente a la casa y los niños, volvió a trabajar como profesora de enfermería, esta vez en el Hospital San José a través de la Universidad de los Lagos.
Que los hijos conozcan y quieran a Jesús
Si bien en Osorno no hay un centro de la Obra, al llegar a esa ciudad se contactó con un agregado y un supernumerario, quien lo invitó y armaron un grupo que se junta virtualmente una vez a la semana. Además, una vez al mes va a Puerto Varas a recibir atención sacerdotal.
Sus hijos estudian en un colegio en el que no se ofrece formación cristiana, por lo que cuenta que vieron que como matrimonio tenían “una gran misión”: enseñarles el amor a Dios y darles a conocer a Jesús. Al mismo tiempo, como notaron que en Misa había pocos niños, piensan en proponer a algunos papás del colegio hacer pequeñas catequesis a los hijos y mostrar a otras familias el sentido cristiano de la vida. “Buscamos transmitir valores, cariño y fe”, explica.
Juan Ignacio cuenta que no ha sido fácil tener tres hijos tan chicos y seguidos, por lo que rezaba para crecer en paciencia, porque muchas veces pensaba que su egoísmo era más fuerte que su entrega. “En la dirección espiritual he podido recibir la ayuda para ir sorteando estos defectos y ‘aprender a perder el tiempo con mis hijos’, atenderlos y ser más cariñoso. Tal como San José, quisiera ser un padre cariñoso, afectuoso y un buen ejemplo para ellos”, señala.