“Ofrecido a Dios, tiene otro valor”

América Benítez es nuestra octava protagonista de la serie 9 mujeres en los 90 años de las mujeres en el Opus Dei. Su vida se ha centrado en el cuidado de su familia, el trabajo y el apostolado en su parroquia en Pudahuel, donde vive.

América Benítez contagia a su alrededor su alegría y sencillez. Su amabilidad y buena disposición están al servicio de quienes van a la oficina de la Administración general de la Clínica Universidad de los Andes, donde trabaja hace cinco años, de su grupo de amigos en la parroquia de la comuna de Pudahuel y, por supuesto, de su familia. América cuenta el camino recorrido que la ha acercado a Dios y llenado de amor.

Es católica y fue a un colegio de monjas, pero inexplicablemente no recibió la Primera Comunión. Luego estudió secretariado ejecutivo y entró a trabajar en una agencia de aduanas, lugar donde conoció a María Angélica, agregada del Opus Dei y se hicieron muy amigas. “Le conté que no había hecho la Primera Comunión y ella me ofreció quedarse después del trabajo para prepararme”, cuenta. Al principio, recuerda entre risas, “yo era bien escurridiza, le hacía un poco ‘el quite’, o la dejaba ‘plantada’; pero finalmente recibí la Comunión junto con la Confirmación y sentí una alegría enorme”.

María Angélica se fue a trabajar a Fontanar, un centro de formación técnica del Opus Dei, y América empezó a participar allí en charlas. En esos años la agencia se trasladó muy cerca de Fontanar, por lo que América conversó con algunas compañeras y las entusiasmó para asistir a medios de formación cristiana: “llevábamos nuestro almuerzo y nos instalábamos ese ratito ahí. De a poco fueron conociendo y quedándose a las charlas”, comenta.

Su vocación, el matrimonio y el amor por el trabajo bien hecho

Mientras continuaba asistiendo a centros del Opus Dei, América pedía a Dios descubrir su vocación. “Recé mucho para que llegara a mi vida un hombre bueno, si es que era lo que Dios tenía pensado para mí. Yo quería tener una familia numerosa y cuando conocí a Cristián y comenzamos a pololear, rezamos juntos por este proyecto”, señala América.

“No me imagino haber iniciado nuestra vida matrimonial y la llegada de los hijos, compatibilizando la vida de familia con el trabajo, lejos de Dios".

Cuando en 1997 vino a Chile monseñor Javier Echevarría, en ese entonces prelado del Opus Dei, América llevaba aproximadamente dos años participando en actividades de formación y comprendió que su vocación era ser supernumeraria. “No me imagino haber iniciado nuestra vida matrimonial y la llegada de los hijos, compatibilizando la vida de familia con el trabajo, lejos de Dios. El Opus Dei me ha ayudado a darme cuenta de la importancia y el valor del matrimonio y, al mismo tiempo, camino con la seguridad de saber que no estoy sola”, explica América.

Tenía 30 años cuando se casó con Cristián, a quien había conocido en la parroquia San Gabriel de la comuna de Pudahuel, mientras trabajaba como voluntaria. “Como quería vincularme con la parroquia, le ofrecí al sacerdote mi ayuda en lo que necesitara. Me encargaron la limpieza de copones en la sacristía y luego de un tiempo, preparé jóvenes para la Confirmación”, cuenta América.

América, Cristián y sus cuatro hijos.

“Tuvimos cuatro hijos, bien seguidos; nunca dejé de trabajar y después de la agencia estuve 5 años en la Universidad de los Andes como secretaria de Rectoría. Desde el año 2015 estoy en la Administración general de la Clínica de la Universidad de los Andes”, relata. Agrega que “si bien es un gran sacrificio el tiempo de traslado desde mi casa hasta la clínica, me levanto cada día muy temprano, pero con entusiasmo. Me gusta mucho el ambiente de la clínica porque aquí se respira un aire de respeto y de amor por el trabajo bien hecho. Eso me llena de orgullo y fuerza”.

América trabaja como secretaria de la Administración general de la Clínica de la Universidad de los Andes.
Para ella tener la oportunidad de seguir un plan de vida espiritual y recibir el acompañamiento del Opus Dei en su día a día es un regalo y “me demuestra el cariño de Dios por sus hijos; me ayuda a saber que, si bien no podemos hacernos cargo de todo, las dificultades de la vida se pueden sobrellevar solo de la mano de Dios y que todo lo ofrecido a Él tiene otro valor”.

América (a la derecha, la segunda), junto a un grupo de vecinas rezando el rosario a la Virgen peregrina, frente a su casa.

Para ella tener la oportunidad de seguir un plan de vida espiritual y recibir el acompañamiento del Opus Dei en su día a día es un regalo.

En su parroquia en Pudahuel, América y Cristián hicieron catequesis familiares durante seis años. “Compartir la experiencia desde el ejemplo nos ayudaba también a reforzar nuestro matrimonio”, explica. Actualmente con un grupo de vecinos y fieles de la parroquia se reúnen a rezar el rosario y llevan la Virgen peregrina a diferentes familias. Y como el amor es creativo, América tuvo la ocurrencia de poner una Virgen en una plaza de su barrio y armó un grupo de oración gracias al entusiasmo de los vecinos que se reunían a ver la imagen.

“Todo lo bueno que he recibido lo he puesto al servicio de las personas que Dios me pone en mi camino”, finaliza América.