La alegría de la vocación

Consuelo Parra tiene 26 años y un “algo” que contagia alegría: ese algo es su vocación como numeraria auxiliar. La quinta protagonista de la serie 9 mujeres en el 90 aniversario de las mujeres en el Opus Dei, habla del trabajo y del servicio, de música y amistad.

Consuelo trabaja en la administración de un centro del Opus Dei, donde cada día se preocupa de muchos detalles que dan cuenta de su vocación de servicio y cuidado por los demás, tarea que complementa con su afición por la música y el canto.

“Vivía con mi familia en Talca, pero quise ir a hacer la enseñanza media a Concepción. Soy muy independiente y quería conocer otra ciudad, otras personas. Me gustaba la idea de estudiar la enseñanza media en un colegio técnico, en el que además de estudiar podía trabajar y aprender un oficio: sobre todo a cocinar, porque -aunque no me gustaba mucho- sabía que me serviría para mi vida. Así fue como llegué al colegio Amancay, cuya formación espiritual está a cargo del Opus Dei.

Las personas con las que vivía trabajaban mucho, estaban muy ocupadas, y a la vez eran profundamente felices. Digo profundamente porque no era algo superficial, como estar riéndose todo el día, sino que lo de ellas venía desde adentro. Encontré un ambiente en el que la gente era feliz y eso, naturalmente, se transmitía en el día a día. Comencé a fijarme en qué era lo que tenían estas personas que me producía esa sensación de felicidad, aunque lo mío era mas bien una inquietud humana, no espiritual. Y, conociéndolas, me di cuenta de que era eso mismo lo que yo buscaba y lo que quería para mi vida.

Cómo descubrí mi vocación

En mi familia fuimos educados en la fe, y aunque mi mamá pertenecía a la Obra desde antes de casarse, en mi casa nunca nos hablaron especialmente del Opus Dei. Fue en Amancay donde lo conocí. Le confié a una numeraria, con la que sentía afinidad, lo que me inquietaba. Ella me hizo ver que querer estar cerca de Dios era normal y me planteó que con mucha libertad fuera viviendo -poco a poco- algunas prácticas de piedad, como asistir a misa, hacer un rato de oración y rezar el rosario.

Tiempo después me invitaron a un retiro y hablé con la directora de Amancay, a quien le comenté que, si algún día llegara a ser parte de la Obra, podría ser como supernumeraria. Luego hablé con el sacerdote que atendía la dirección espiritual de Amancay, y seguí conversando y profundizando. Pasó un tiempo hasta que vi, claramente, que quería entregar mi vida a Dios como numeraria auxiliar. Si bien todo se fue dando rápido, estaba convencida que ese era mi camino. Fui a hablar con mis papás, y como vieron que estaba muy segura en mi decisión, me apoyaron. El 15 de agosto de 2009, día de la Asunción de la Virgen, escribí mi carta pidiendo la admisión al Opus Dei.

Podría haber estado en otro lugar o tener otras cosas en mi vida, pero tan cerca de Dios como estoy ahora, estoy segura que no.

Después de varios años tengo la seguridad que esta es una decisión elegida libremente de entre otras muchas opciones; podría haber estado en otro lugar o tener otras cosas en mi vida, pero estar tan cerca de Dios como ahora, estoy segura que no.

Protegidas con mascarillas, trabajando en la cocina. Consuelo es la segunda de derecha a izquierda.

Música, gastronomía y trabajo

Siempre he tocado instrumentos y me gusta cantar. He tenido clases de piano, guitarra, violín y canto. La música une muchísimo, alegra y acompaña; en mi casa hay varias a las que les gusta y aprovechamos de cantar.

Cuando me vine a Santiago el año 2012 me hice cargo del club Antullanca, donde viví seis años. Ahí también estudié cocina; aunque quería estudiar en un instituto, veía que, antes de hacerlo, era importante decantar y vivir mi vida como numeraria auxiliar en una administración, en este caso, la de la casa de retiros Antullanca. La Obra te entrega y te potencia todo lo bueno que puedes hacer, se preocupa que seas una persona completa sin obligarte ni presionarte en nada.

En 2017 ingresé a la carrera de Gastronomía en el Duoc, en la sede de Alonso de Ovalle. Fueron dos años y medio en que conocí a un grupo extraordinario y muy diverso. Mi experiencia en la cocina también ayudó a que muchos quisieran trabajar conmigo y fue la oportunidad de conocer y conversar más en profundidad con mis amigos. Esto me ha enriquecido profesional y personalmente, entiendo más a las personas y siento que puedo comunicarme muy bien al abrirme a la realidad de cada uno.

La Obra te entrega y te potencia todo lo bueno que puedes hacer, se preocupa que seas una persona completa sin obligarte ni presionarte en nada.

La amistad con algunos de mis compañeros perdura hasta hoy. En junio me contagié de coronavirus y una amiga de la carrera, muy cariñosa, me llamaba todos los días para saber cómo estaba. Con ella he podido entablar conversaciones más profundas, ha conocido la fe y me ha permitido ir mostrándole el cariño de Dios por cada persona.

A veces uno no ve directamente los frutos de su trabajo, pero sabe la importancia que tiene a los ojos de Dios y lo lejos que puede llegar. Eso me ayuda a hacer mi trabajo de manera dedicada, pensando en cada alma a la que estoy sirviendo, incluso de manera indirecta. Esa confianza hace que uno lo haga feliz. Siento que hay que ver la vida con un sentido sobrenatural, con la conciencia de estar gastando la vida por Dios, sin que eso reprima la propia personalidad; más bien la fortalece, porque colaboro para que los demás se sientan en familia y, por eso, muy felices”.

"Siento que hay que ver la vida con un sentido sobrenatural, con la conciencia de estar gastando la vida por Dios", dice Consuelo.

Consuelo cuando estudiaba Gastronomía en el Duoc.