Milagro de niño chileno permite beatificación de Monseñor Álvaro del Portillo

El ingeniero civil, doctor en Filosofía y Letras, y en Derecho Canónico, se incorporó al Opus Dei en 1935 y se convirtió en el más sólido apoyo del fundador, san Josemaría, canonizado en 2002.

Un milagro ocurrido en Chile en 2003 permitirá la beatificación de Monseñor Álvaro del Portillo, primer sucesor de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.

Se trata de la curación de José Ignacio Ureta Wilson, quien nació el 10 de julio de 2003 con tres patologías graves que comprometían el cerebro y el corazón: onfalocele –hernia de intestinos a la vista-, “tetralogía de Fallot” –cardiopatía congénita que mezcla la sangre venosa con la arterial- y una malformación de ambos hemisferios cerebrales por alteración de la migración neuronal.

Con sólo dos días de vida, el niño fue operado del onfalocele, circunstancia en que sufrió un paro cardíaco e hipotermia. Posteriormente presentó tres crisis por falta de oxígeno en la sangre, con el colapso del pulmón izquierdo y problemas en el derecho. Estos incidentes le generaron consecuencias graves en la  región cerebral: una ecografía del 28 de julio realizada en el Hospital Clínico de la Universidad Católica mostraba lesiones por falta de oxigenación en la zona encefálica. Además, con menos de dos semanas de vida sufrió una crisis epiléptica, razón por la que los médicos decidieron realizar una intervención cardio-quirúrgica paliativa.

El 2 de agosto de 2003, estando en la clínica, a José Ignacio se le presentó una insuficiencia cardíaca aguda, situación que se repitió. El diagnóstico fue una acumulación de sangre alrededor del corazón que dificultaba los latidos. Alrededor de las 15:30 horas de ese mismo día se le produjo un paro cardiaco que duró entre 30 y 45 minutos. Desde el primer momentolos médicos realizaron maniobras de reanimación con repetidas transfusiones de sangre.

Ese mismo 2 de agosto, durante el prolongado paro cardiaco, los padres pidieron con gran fe la curación de su hijo, recitando la oración de la estampa de don Álvaro del Portillo, sin cesar. Al referirse a aquellos momentos, la madre de José Ignacio, Susana Wilson, afirma: “Supongo que mientras lo reanimaban y yo rezaba, eso fue coincidente con el tiempo de la mejoría. (…) Yo nunca dejé de pensar que podía ser un milagro”.

Después de esos 30 a 45 minutos de esfuerzos inútiles, los médicos –como se hace habitualmente- redujeron el ritmo de las maniobras de ventilación manual y de masaje cardiaco, pues pensaron que el niño estaba muerto. En ese momento, sin ningún tratamiento adicional y de modo totalmente inesperado, el corazón del recién nacido comenzó a latir de nuevo hasta alcanzar enseguida un ritmo de 130 pulsaciones por minuto.

Según han explicado los médicos Felipe Heusser y José Ignacio Rodríguez, que lo atendieron, la curación de José Ignacio no tiene explicación científica. Además, después de un paro cardiaco tan prolongado, el cerebro del paciente –ya afectado por graves daños vasculares en los primeros días de vida- habría tenido que experimentar un nuevo deterioro mucho más serio. Sin embargo esto no ocurrió. Por el contrario, las condiciones del niño fueron mejorando en los días siguientes y el 3 de septiembre de 2003 fue dado de alta.

En la actualidad José Ignacio es un niño normal. Muestra pequeños vestigios de sus antiguas dolencias, pero va al colegio, saca buenas notas, juega fútbol y, es más, según afirman sus mismos profesores, es líder en el curso.

Proceso en el Vaticano

El cardenal arzobispo de Santiago, en ese entonces Mons. Francisco Javier Errázuriz, decretó el 22 de julio de 2008 la instrucción de un proceso super miraculo y nombró un tribunal Diocesano para la investigación. El 15 de enero de 2010, la Congregación de las Causas de los Santos sancionó la validez de las actas procesales y dos años después, el consejo de médicos de esa Congregación examinó el caso. Los médicos pusieron de manifiesto dos aspectos diferentes de la curación en estudio: la ausencia de daño neurológico en relación al paro cardiaco, teniendo en cuenta las preexistentes malformaciones neurológicas y el repetido daño cerebral en los primeros días de vida del niño, y el hecho mismo de la supervivencia del recién nacido. Los peritos de la Congregación declararon ambos hechos no explicables desde el punto de vista científico.

Sucesivamente el caso fue sometido al examen de teólogos consultores, que en la sesión del 15 de diciembre de 2012 declararon comprobada, más allá de toda duda razonable, la relación entre la curación milagrosa de José Ignacio y la invocación a la intercesión de Mons. Álvaro del

Portillo.

Los cardenales y obispos miembros de la Congregación de las Causas de los Santos, en la sesión ordinaria del 4 de junio de 2013, en conformidad con las conclusiones del consejo de médicos y del congreso especial de teólogos consultores de la Congregación, dictaminaron que

está probado sólidamente que el caso debe ser considerado como un milagro.

Palabras del Prelado, Mons. Javier Echevarría: “una feliz coincidencia”

Junto con firmar el decreto que reconoce un milagro obtenido por intercesión del Venerable Siervo de Dios, Álvaro del Pórtillo, lo que lo convertirá en Beato, esta mañana en Roma el Papa

Francisco además firmó un decreto que reconoce un segundo milagro para el Papa Juan Pablo II. Se trata de los pasos previos para la canonización de Karol Wojtyla (1920-2005).

Además, el Santo Padre aprobó tanto el decreto sobre un milagro de la Madre Esperanza de Collevalenza (1893-1983), como los votos favorables de la Congregación de las Causas de los

Santos para que se proceda a la canonización del beato Juan XXIII, el Papa que convocó el Concilio Vaticano II en 1959. La Santa Sede también ha anunciado la firma de otros decretos, como se puede consultar en www.vatican.va.

Para Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, estas noticias son “motivos de honda alegría, y una feliz coincidencia”.

“Juan Pablo II –ha dicho el Prelado– se gastó con incansable generosidad en servicio de la humanidad. Nos acercó a Dios con su rico Magisterio: de palabra, por escrito, con imágenes y con tantos gestos cargados de significado. Toda su vida se apoyaba en una unidad íntima con Jesucristo: bastaba ver cómo rezaba para comprender la fecundidad de su ministerio” 

Juan Pablo II y Juan XXIII “fueron verdaderamente padres cercanos a todos los fieles, a la Iglesia y concretamente, puedo afirmar, a esta parte de la Iglesia que es la Prelatura del Opus Dei. Pienso que, con ellos, millones de personas se han sentido ‘hijos predilectos’ del Papa”.                 

El Prelado del Opus Dei ha recordado a Mons. Álvaro del Portillo, como “un gran apoyo para san Josemaría y un fidelísimo colaborador de Juan Pablo II”. Y ha añadido: “acudo ahora a la intercesión de este siervo bueno y fiel, y le pido que nos ‘contagie’ su lealtad a Dios, a la Iglesia, al Papa, a san Josemaría, a los amigos; que nos consiga su sensibilidad social, que se manifestó en el impulso de numerosas iniciativas en todo el mundo a favor de los más necesitados; que nos obtenga su predilección por la familia y su apasionado amor al sacerdocio, así como su piedad tierna y sencilla, que tenía un marcado acento mariano”. 

Álvaro del Portillo: inteligencia y trabajo silencioso

Cabe recordar que Benedicto XVI había declarado en 2012 como “Venerable” a Álvaro del Portillo por haber vivido de modo heroico las virtudes cristianas.   

Nacido en Madrid el 11 de marzo de 1914, Del Portillo era el tercero de ocho hermanos. El ingeniero de Caminos, doctor en Filosofía y Letras y en Derecho Canónico, en 1935 se incorporó al Opus Dei, convirtiéndose pronto en el más sólido apoyo del fundador. Se ordenó sacerdote en 1944 y tras la muerte de san Josemaría, en 1975,fue elegido como

su primer sucesor al frente del Opus Dei.

Mons. Álvaro del Portillo manifestó su servicio a la Iglesia en numerosos encargos que le confió la Santa Sede, desde el pontificado de Pío XII hasta el de Juan Pablo II. Fue de gran importancia su participación en el Concilio Vaticano II y realizó una

profunda reflexión sobre la responsabilidad de los fieles laicos en la misión de la Iglesia, a través del trabajo profesional y las relaciones sociales y familiares. Durante muchos años fue consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Cuando Juan Pablo II erigió el Opus Dei en prelatura personal, en 1982, lo designó prelado y posteriormente obispo. A lo largo de los años en que estuvo al frente del Opus Dei, Mons. Del Portillo fue un importante motor para la expansión del Opus Dei en el mundo. Promovió el comienzo de la actividad de la prelatura en 20 nuevos países y estimuló la puesta en marcha de numerosas iniciativas sociales y educativas.

Don Álvaro del Portillo estuvo en Chile, junto al fundador del Opus Dei, en 1974. En ese viaje tomaron contacto con los fieles de la Obra y con quienes participaban de los apostolados del Opus Dei, que había comenzado a desarrollarse en el país en 1950, veintidós años después de que se iniciara en España. Ambos visitaron también los santuarios de la Virgen María en Lo Vásquez y en el cerro San Cristóbal.

En Chile, como prelado del Opus Dei, don Álvaro impulsó con mucho interés la iniciativa de algunos laicos para crear la Universidad de Los Andes, en 1989, que a los 25 años de su fundación congregaba a más de 5 mil alumnos en 24 carreras. (www.uandes.cl). En

agradecimiento, la Universidad lo nombró Rector Honorario. Asimismo, consciente de la pobreza existente en el país, estimuló la creación por parte de un grupo de laicos de la Fundación de Educación Nocedal en 1996, que hoy entrega educación a niños de familias de escasos recursos en la población El Castillo de La Pintana. (www.nocedal.cl). Estos liceos Técnico-Profesionales gratuitos -colegios Nocedal, para hombres, y Almendral, para mujeres- son una alternativa real para que 6.000 niños tengan una oportunidad para insertarse en la sociedad y superar la pobreza.

Mons. Álvaro del Portillo falleció en Roma en la madrugada del 23 de marzo de 1994, pocas horas después de regresar de una peregrinación a Tierra Santa. Tras su muerte, miles de personas han testimoniado por escrito su recuerdo: su bondad, su inteligencia, el calor de su sonrisa, su humildad, su audacia sobrenatural y la paz interior que su palabra les comunicaba.