“Es un momento difícil para todos. Para muchos, muy difícil”, nos recordaba el Romano Pontífice, quien quiso hacer una petición concreta: “Intentemos, si podemos, aprovechar este tiempo lo mejor posible: seamos generosos; ayudemos a quien lo necesita en nuestro entorno”. Y añadía: “Aunque estemos aislados, el pensamiento y el espíritu pueden llegar lejos con la creatividad del amor. Es lo que hace falta hoy: la creatividad del amor”.
Desde Filipinas a Argentina, pasando por Polonia, los siguientes relatos muestran adónde nos puede llevar el ingenio puesto al servicio de la caridad, en esta situación adversa que estamos atravesando.
Filipinas: Proyecto #ProtectMe
Todo el mundo necesita un ángel. ¿Quién no? Una guía, una mano amiga, alguien con quien compartir alegrías y penas. Esto es lo que se propone “Angels Today”, una iniciativa impulsada por la familia de Kaye, antigua residente de Tahilan (en Manila, Filipinas). En 2017, se lanzaron a lo que Kaye llama “proyectos impulsados por el amor e iniciativas centradas en la colaboración”.
En respuesta al Covid-19, “Angels Today” lanzó la campaña #ProtectMe. Cuenta Kaye: “Charlando en un chat con dos antiguas residentes de Tahilan, Lauriz y Cel, tras ponernos al día de cómo estábamos, nos dimos cuenta de que las tres teníamos grandes deseos de ayudar, especialmente porque todas tenemos familiares y amigos en el campo de la medicina. Nos preguntarnos qué podríamos hacer, qué artículos se necesitan y en qué hospitales... ese fue el arranque del proyecto”.
Los resultados no se hicieron esperar: “Iniciamos con la compra de mascarillas N95 que financiamos con nuestro propio presupuesto (mi madre fue una gran ayuda en este sentido) y nos lanzamos a buscar donantes, fondos y proveedores. Hasta la fecha hemos recibido numerosas donaciones de particulares, gracias a las cuales -tras dar con proveedores de garantía y razonables- hemos podido entregar 3.260 protectores faciales y 200 gafas a siete hospitales de Filipinas”.
“La pasión de mi madre (impulsora del proyecto desde el inicio) por este trabajo y la formación que he recibido en la Residencia Tahilan han sido influencias vitales para lograr que “Angels Today” sea lo que es ahora”, asegura Kaye. Y añade: “Buscamos animar a otros miembros de la familia a echar una mano, con el objetivo de asegurar equipos de protección para el personal de los hospitales que cuentan con un número limitado o escaso de existencias”. Aunque el proyecto nació con una motivación muy personal, “ya que en nuestra familia hay personas y amigos muy queridos trabajando en primera línea, y queríamos protegerlos”, con el tiempo la ayuda se ha ido ampliando, y ahora llegan a un gran número de personas que arriesgan su vida y su integridad física para socorrer a los enfermos.“Gracias a esta actividad, he llegado a apreciar más la amistad que tengo con las antiguas residentes de Tahilan, a pesar de nuestras personalidades tan distintas”, asegura Kaye. “Mi opinión personal”, concluye, “es que esta crisis está sacando lo mejor de la gente. A fin de cuentas, todos nos sentimos movidos a ayudar y a cuidarnos, de una manera u otra. No me sorprende el hecho de que, en cada llamada a la acción que hemos hecho, los primeros en responder han sido personas sin grandes recursos, que podríamos llamar de clase media. Ha sido así desde que empezamos. Poseen corazones muy grandes, teniendo en cuenta que también necesitan el dinero para sus propias familias. Dan lo que pueden, de 200 a 5.000 pesos filipinos, pero nos demuestran que ninguna cantidad es grande o pequeña para un corazón que se preocupa y ama”.
Polonia: Mis vecinos mayores
En muchas ciudades europeas, hay personas mayores que viven solas en bloques de apartamentos. Estos días de cuarentena, sus familias no pueden visitarlas, pero están experimentando la solidaridad de los vecinos más jóvenes. Entre otros servicios, les ayudan yendo en su lugar al supermercado para hacer la compra. Así hace Basia, que vive en Varsovia y trabaja como periodista freelancer en el Centro de Pensamiento Juan Pablo II.
Basia, que tiene 35 años y es fiel del Opus Dei, nos cuenta: “Cuando comenzó la epidemia, me pregunté qué podría hacer por las personas mayores, que son particularmente vulnerables. Lo primero que hice fue llamar a algunas ancianas que conozco y viven solas, a las que he ido a visitar en diversas ocasiones con mis amigas, para preguntarles si necesitaban ayuda.
Luego busqué en internet y encontré unos carteles que decían: “Ayuda del vecindario para comprar cosas a los ancianos”. Estaban ya listos para imprimir y colgarlos en el pasillo del edificio o en las escaleras. En ese momento se me acabó la tinta de la impresora, así que decidí hacerlos a mano. Aunque tardé un poco en colgarlos porque no sabía cómo reaccionarían los vecinos, finalmente logré superar mi timidez.
Cuando comenzó la epidemia, me pregunté qué podría hacer por las personas mayores
Ese mismo día, cuando publiqué el anuncio alguien llamó al timbre de mi apartamento por la noche. No eran personas mayores, sino otra vecina que quería agregar su número de teléfono en el anuncio, uniéndose como asistente para ayudar en las compras.
Por el momento, no he recibido muchas llamadas para ir al supermercado, pero sí distintas peticiones: un anciano me pidió ayuda para cortar su flequillo, aunque no había ofrecido servicios de peluquería.
Escribí en Facebook el anuncio y hubo muchas reacciones positivas. Otro vecino también me dijo que quería unirse para ayudar. Más tarde, una de mis amigas me dijo por teléfono que, cuando vio mi publicación en Facebook, decidió llamar a sus vecinos mayores y preguntarles si necesitaban algo”.
Argentina: Diseñando barbijos y batas
“Me llamo Rita, tengo 79 jóvenes años, soy diseñadora de indumentaria y he dado clases en institutos de moda hasta el año pasado, además de enseñar como voluntaria en barrios carenciados. Cuando empezó el confinamiento por el coronavirus, pensé en cómo ayudar y, con los materiales que tenía en mi casa, me puse a confeccionar una buena cantidad de barbijos (mascarillas) que repartí en diferentes instituciones.
Por pedido de una vecina que es médica, empecé a realizar también batas de friselina con el material que recolectamos. A partir de ahí nació una iniciativa impensada. Contacté con una antigua alumna y entre cuatro personas más compramos material y empezamos a confeccionar sin parar. En pocos días fue creciendo el grupo, y hoy somos más de 30 personas, ubicadas en distintas zonas de la ciudad de Rosario, en Argentina. Cada una tiene un trabajo concreto y es sorprendente cómo todos colaboran: unos con donaciones monetarias y otros, fabricantes, cortando en su taller las batas, todo de forma gratuita. Debido al crecimiento espontáneo, enviamos a amigos y conocidos pedidos de dinero para poder seguir. Las donaciones comenzaron a multiplicarse.
Mi esposo e hijos también me ayudan en esta tarea. Qué alegría me da ver que hay tanta gente buena que quiere colaborar. Esto supera mis expectativas, ya que no solo depositan dinero, sino que nos envían notas de felicitación y agradecimiento”.