Ganó Dios

El sábado 23 de mayo, el Prelado del Opus Dei ordenó en Roma a treinta nuevos sacerdotes procedentes de doce países. Uno de ellos, Pablo Siu Fabry, es chileno. Su familia paterna procede de China. Sus abuelos se establecieron en Iquique. Él nació en Santiago y vivió dos años en Concepción. Desde Roma cuenta esta experiencia que lo llena de alegría.

El presbítero Pablo Siu Fabry, chileno, es uno de los treinta miembros de Opus Dei ordenados sacerdotes por Mons. Javier Echevarría en mayo.

Cuando me conoció el Padre, el Prelado de la Obra, me preguntó si sabía chino y le respondí que no, pero que lo podría aprender –cuenta el presbítero Pablo Siu–. Soy chileno de nacimiento, pero tengo rasgos más bien orientales porque mi padre, penúltimo de once hermanos, es de origen chino, aunque nació cerca de Iquique. Mis abuelos vinieron a Chile en un barco a vapor de los años ’20 desde Cantón, China. Fue un viaje de dos meses a través del Pacífico, con los dos hijos mayores. Mi madre es más occidental, por lo que yo salí mitad y mitad.

Mi primer "terremoto" espiritual

La Obra apareció en mi horizonte cuando tenía unos doce años. Iba con mi hermano a un club en Santiago, que ya no existe, en la calle Luis Thayer Ojeda. Recuerdo que me gustaba, lo pasaba bien (hacíamos aviones a escala), aunque tenía poca conciencia de qué era exactamente el Opus Dei; yo creía que era una academia de aeromodelismo. Cuando crecí un poco perdí el interés en los aviones y… dejé de asistir al club.

Después de algunos años volví a un centro de la Obra. Entre tanto terminé el colegio (estudié con los Escolapios) y me fui a un año de intercambio internacional en Estados Unidos. Una vez en Chile, entré a estudiar ingeniería comercial en la Universidad de los Andes. Dos de mis compañeros me invitaron al poco tiempo a ir a un círculo. Recuerdo que pensé simplemente que era un buen complemento para la universidad y que podría hacer nuevos amigos. Comencé a ir con frecuencia, porque notaba que me hacía bien. Así llegué al Centro Los Montes, y más tarde a Alto Colorado.

“Una de las grandes gracias ha sido la de vivir en Roma durante los últimos momentos de Juan Pablo II y los primeros pasos de Benedicto XVI”.

En el ’95 me sumé a la delegación chilena que participó en un congreso universitario en Roma durante Semana Santa. Nuestro grupo aprovechó el impulso para visitar Tierra Santa. Fue mi primer "terremoto" espiritual; a partir de ese momento me tomé la vida espiritual de un modo más serio. Fui conociendo el espíritu del Opus Dei, que se fue haciendo parte de mi propia vida.

Así maduró mi vocación. No fue un caerse del caballo, a lo San Pablo, sino más bien un ir poco a poco. Un día me di cuenta de que Dios me llamaba para ser numerario, aunque he de reconocer que me resistí, pues tenía otras cosas pensadas para el futuro; las de siempre: una esposa, familia, trabajo… Al final ganó Dios, o más bien gané yo, porque el Señor sabe más. Hoy veo que mi mayor felicidad es mi vocación a la Obra. El panorama es realmente maravilloso.

Un nuevo sentido y una alegría nueva

Me impresionó el ambiente que se respiraba. No sólo en el centro mismo, sino que en cualquier actividad en que participara gente de la Obra o personas que se formaran en su espíritu. Soy un desastre futbolístico y por eso no he tenido mucha aceptación en ningún equipo. Cuando me invitaron a jugar un partido me impresionó que no me dijeran nada al meter un auto gol (con el tiempo he llegado a mejorar un poco, aunque no mucho). Siempre me llamó la atención el cariño en el trato que se vive en la Obra.

Pronto aprendí a tener una relación directa con el Señor, me enseñaron a hacer oración mental en el oratorio o en cualquier lugar, a encontrar a Dios en mis estudios, a pensar más en los demás y menos en mí, a hacer apostolado, a ver la Iglesia como algo mío y no observarla desde fuera. La fe que tenía se hizo más "real", pasó a ser algo concreto, motor de mis días. Me gustó que me exigiesen, aunque costase esfuerzo, para ser una mejor persona en lo espiritual y en lo profesional, que a fin de cuentas no son dos cosas separadas.

La vocación no cambió demasiado mi vida. El verdadero cambio se produjo en mis motivaciones, en un nuevo sentido y también en una alegría nueva.

Desde antes de ser numerario, quería hacer la voluntad que Dios tuviese para mi vida. Por eso, cuando supe que Dios me llamaba, estuve seguro que ése era mi camino. Mis padres estaban contentos con mi vocación, y creo que cada vez lo están más.

 

El Padre es muy natural y está siempre metido en Dios

“Mi padre es de origen chino. Mis abuelos vinieron a Chile en un barco a vapor desde Cantón. Mi madre es más occidental, por lo que yo salí mitad y mitad”.

La primera vez que vi al Padre fue en Chile, en su viaje de 1997. Yo todavía no era de la Obra. Estuve en las dos tertulias que hubo en el Colegio Tabancura y otra en el Colegio Cordillera. Me llamó mucho la atención su cariño y sencillez, la forma en que habló del Papa y de la necesidad de defenderle y rezar por él.

En una de esas tertulias, a la que asistieron varios miles de personas, me invitaron a ocupar un lugar en el estrado, muy cercano al Padre. Recuerdo que pensé en ese momento, viendo a tanta gente, "¿Pablo, qué haces aquí arriba?". No es la única vez que he tenido ese sentimiento cuando he recibido gracias de Dios, como esta última de la ordenación sacerdotal.

He estado viviendo dos años en Roma, donde he tenido oportunidad de participar algunas veces en tertulias familiares con el Padre. Siempre me han impresionado la atención, el cariño y el sentido sobrenatural que tiene, su capacidad de ser muy natural y a la vez estar siempre metido en Dios.

En los dos años que estuve en Roma, el Padre me saludó el día de mi cumpleaños. En ambas ocasiones me llamó cariñosamente por el diminutivo Pablito, de modo muy entrañable.

He experimentado la universalidad de la Iglesia y del Opus Dei

Mi estancia en Europa ha sido de gran provecho por la formación recibida tanto en la Università della Santa Croce como en la Universidad de Navarra. También he tenido la oportunidad de conocer mejor el espíritu que Dios mostró a San Josemaría y de estar cerca del Prelado. Una de las grandes gracias que he recibido en estos años ha sido la de vivir en Roma durante los últimos momentos de Juan Pablo II y los primeros pasos del pontificado de Benedicto XVI. Fueron días verdaderamente inolvidables, que me han dado una gran confianza viendo la juventud y fuerza de la Iglesia. Sigo encomendándome al siervo de Dios Juan Pablo II todos los días.

Un aspecto muy destacable ha sido poder vivir con personas de la Obra de lugares muy distintos y a veces muy distantes. He conocido gente de todas partes del mundo, Australia, Japón, Polonia, Kenya, Nigeria, Italia, España, Canadá, Estados Unidos, México, Brasil, Argentina, por mencionar algunos. Ha sido para mí una verdadera revelación de la universalidad de la Iglesia y del Opus Dei.