Escuela agrícola Las Garzas: tiempo de cosechar

Con casi seis décadas de historia, la Escuela Agrícola Las Garzas ha sembrado con los pies bien puestos en la tierra, pero mirando al cielo. Conoce su historia y a los testigos del desarrollo de este centro de formación profesional en el ámbito agrícola, que inició sus actividades en 1963, siendo el primer proyecto social en Chile inspirado en las enseñanzas de san Josemaría Escrivá.

Profesores y alumnos ponen su empeño en ser buenos ciudadanos, servidores del campo, practicando la fe y dispuestos a ayudar a los demás.

La aventura comenzó hace 59 años cuando se vio la necesidad de entregar una formación técnica de excelencia a quienes se desempeñan en el mundo agrícola. Con 20 hectáreas –generosa donación de la familia Silva– y tan solo 15 estudiantes, la Escuela Agrícola Las Garzas fue el primer proyecto social en Chile inspirado en las enseñanzas de san Josemaría Escrivá. Gracias al apoyo de la Fundación Chilena de Cultura se ha convertido en un centro educativo de excelencia para niños y jóvenes, con una matrícula gratuita anual para 300 alumnos entre 7º básico y IV medio y que cuenta con 1.400 técnicos formados en la escuela.

Un poco de historia

Ubicada a unos pocos kilómetros de la capital del mimbre, Chimbarongo, en la Sexta Región, el característico olor de la mezcla del abono y del pasto es lo primero que llama la atención al llegar al lugar. Quienes la visitan comienzan a imbuirse en las más puras tradiciones del campo.

Antigua escuela. Hoy es parte de una casa de retiros.

Una antigua casa patronal de adobe, rodeada de un parque más que centenario, se adaptó como escuela, siendo testigo del paso del tiempo; las tecnologías han ido cambiando y nuevos edificios se han erigido. Sin embargo, el espíritu sigue siendo el mismo, que se refleja en su lema: “aprender haciendo”. Así, testimonios de distintas generaciones se unen mostrando las visiones de un ideario que se renueva día a día.

“En Las Garzas hacemos esfuerzos por mantener un ambiente de trabajo que sea profesional, alegre y amable. Es un clima que favorece que tanto los alumnos como los que trabajamos en la Escuela nos podamos acercar a Dios libremente”, señala su actual director, Jaime Bascuñán.

Así luce hoy la Escuela.

Las Garzas ha sido un escenario donde distintos profesores vienen dejando sus huellas a lo largo de generaciones. El ingeniero agrónomo Waldemar Sommer, que dio clases desde los años 60 hasta 1996, recuerda que “los alumnos eran hijos de familias del sector con las mismas características positivas de un campesino chileno: gente muy despierta, con mucha inventiva y que quería surgir y mejorar". Admite, eso sí, que “a diferencia de sus directivos, jamás imaginé el desarrollo que poco a poco iba a tener, pero en crecimiento permanente, sin pausas ni retrocesos”. Esto se traduce en que hoy la Escuela cuente con un terreno de 100 hectáreas, donde hay una lechería, viñas, biblioteca, laboratorio de computación, canchas deportivas, modernas maquinarias, etc.

Sebastián Urbina, quien egresó el año 2001 y se desempeña como administrador general en una empresa agrícola, destaca la sencillez de los profesores: “Si bien han pasado los años uno sigue encontrando a personas en quienes se puede confiar. Siempre dan un apoyo o consejo cuando uno lo necesita. Las Garzas es mi segunda familia”.

Al medio, Waldemar Sommer en los primeros años de la Escuela.

El profesor Saturnino Borrego comenzó sus labores como inspector en febrero del 80 y hoy se esfuerza en poner en marcha un plan lector, consistente en que los alumnos lean al menos nueve libros al año. El destaca las virtudes humanas que viven los alumnos, confirmando que “siempre hay un espíritu de servicio de estar disponible para quien sea y cuando haga falta”.

“SIEMPRE HAY UN ESPÍRITU DE SERVICIO DE ESTAR DISPONIBLE PARA QUIEN SEA Y CUANDO HAGA FALTA”.

Luego de tantos años las anécdotas abundan, como cuando los alumnos armaron un pequeño incendio la segunda noche de haber inaugurado la Escuela. Waldemar Sommer recuerda entre risas: “los chiquillos consiguieron fuego y con un cuchillo enterraron las brasas en una palmera que se encontraba en uno de los patios interiores… la carbonizaron”. También rememora cuando la Escuela compró una cantidad nada despreciable de gallinas y se produjo un efecto inesperado, pues “producían una importante suma de huevos y no había cómo venderlos, se acumulaban y acumulaban, todo era completamente incipiente. Estaban sepultados en una bodega, según cuenta, y varias veces nos entraron a robar y se llevaban camionetas enteras llenas de huevos”, dando a entender que paradójicamente era como si los ladrones les hubieran hecho un favor.

Santificarse en el trabajo

Si hay algo que se hace en la Escuela es trabajar mucho y lo mejor posible. Prueba de ello son las manos de profesores y alumnos, forjadas con el esfuerzo de horas de clases en aulas y en terreno; en medio de los animales y cultivos. Así se busca vivir apasionadamente la santificación en el trabajo, con espíritu de familia.

Tal como decía san Josemaría, “en la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria…”.

En la Fiesta de Cuasimodo, alumnos junto al capellán de la Escuela salen a entregar la Comunión a los enfermos.
En la Fiesta de Cuasimodo, alumnos junto al capellán de la Escuela salen a entregar la Comunión a los enfermos.

Saturnino Borrego señala: “Procuramos que, en libertad, se pueda vivir cristianamente, haciendo el estudio y las tareas del campo todo lo bien que se pueda. Aprendiendo a compartir y convivir con personas muy distintas, se forjan amistades profundas. Y eso se da jornada tras jornada”.

“SIEMPRE NOS ENSEÑARON A HACER LAS LABORES BIEN Y NO A MEDIAS"

El ex-alumno Sebastián Urbina complementa: “Siempre nos enseñaron a hacer las labores bien y no a medias. Desde la lechería hasta el oratorio, hay alguna imagen de la Virgen para hacer una oración o rezar alguna jaculatoria”. Y el alumno Ricardo Llanos agrega que la orientación de Las Garzas “se ve reflejada en la ayuda y dedicación que hacen las personas que integran la Escuela, ayudando, escuchando, transmitiendo lo que es la formación espiritual y personal. Hacen sentir al alumno en su propio hogar”.

Al servicio de Chile

Hoy la Escuela cuenta con 300 alumnos que una vez egresados buscan ser un aporte al campo chileno. Así lo recalca Jaime Bascuñán: “Las Garzas ha entregado al mundo agrícola más de mil cuatrocientos egresados de una calidad profesional y humana que sobresale e impregna los lugares donde trabajan. Son personas que con una vida de esfuerzo han logrado, en su gran mayoría, formar familias alegres y fecundas, que atraen a seguir el mismo camino”.

El clima de la Escuela favorece que tanto los alumnos como los que trabajan ahí se puedan acercar a Dios libremente.

Otra característica es el sello valórico, que una vez que los alumnos trabajan ponen al servicio del país. “La escuela ha contribuido a entregar Técnicos Agrícolas formados también humana y espiritualmente, con los principios cristianos que nos hacen tener un sello diferente”, comenta Sebastián Urbina. Y según afirma Saturnino Borrego, “queremos ser un pequeño aporte al país y a las familias, que es donde se teje todo. Muchos alumnos han descubierto acá que pueden santificar su trabajo, ser honrados, respetar a la mujer, hacer amigos leales y un largo etcétera”.

Así es la Escuela Agrícola Las Garzas, un lugar con casi seis décadas de historia donde cada quien ha sembrado con los pies bien puestos en la tierra, pero mirando al cielo. “A pesar de las muchas limitaciones humanas de los que aquí trabajamos, se han logrado grandes frutos apostólicos y profesionales, lo que demuestra definitivamente que esto es más una obra de Dios que nuestra”, resume Jaime Bascuñán.