Sin esquivar temas conflictivos, el sacerdote español responde distintas inquietudes sobre los rasgos de la institución católica que encabeza, presente en más de 60 países y calificada, desde algunos sectores, como “hermética y poderosa”. De visita en el país, dialogó con El Mercurio sobre temas como la declinación de las cifras de católicos, los abusos en el seno de la Iglesia y su mirada al futuro.
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Cerca de 93.600 personas alrededor del orbe —de las cuales más de 2 mil son sacerdotes— integran la institución católica Opus Dei, cuyo nombre completo es Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei. En Chile tiene 2.700 miembros entre Arica y Punta Arenas, además de simpatizantes y colaboradores, y entre sus focos está la educación escolar y universitaria.
Surgido en 1928, el Opus Dei —cuyos integrantes suelen llamar “la Obra”— sorprendió en su momento por predicar, en especial en el mundo laico, la posibilidad de seguir el Evangelio a través del trabajo y la vida cotidiana. Un carisma novedoso, que impulsó su expansión en el mundo, pero también le ha significado controversias por el supuesto poder e influencia de sus miembros y su posible carácter “conservador”.
Físico y teólogo —una combinación sugerente—, Fernando Ocáriz tiene 79 años y dirige el Opus Dei desde enero de 2017. Nacido en París (donde su padre se exilió tras desempeñarse en el ejército del bando republicano en la guerra civil española), el sacerdote español muestra un carácter más bien tímido, pero ha tenido que enfrentar desafíos clave, como el cambio de estatutos de la organización, tras la decisión del Papa Francisco el año pasado. Un anuncio que suscitó comentarios sobre el posible “rebajamiento” del Opus Dei dentro de la Iglesia, sobre el cual se explaya en esta entrevista. El prelado, como es conocido en su institución, está en Chile desde este jueves y cumple una apretada agenda en Santiago y Viña del Mar. Contempla reuniones con jóvenes, familias y académicos, visitará dos colegios de la Fundación Nocedal, en Bajos de Mena y en La Pintana, y también la Universidad de los Andes.
En vísperas de la celebración del centenario del Opus Dei y recién llegado a Chile, su máxima autoridad señala que “una buena inspiración es agradecer a Dios los dones recibidos y la vida santa de tantas personas en estos cien años; dolernos por los errores cometidos, y pedirle ayuda para el futuro, pues sin Dios no podemos hacer nada”.
—Al Opus Dei se le suele caracterizar con tres adjetivos: conservador, poderoso y hermético. ¿Por qué ocurre eso? ¿Qué adjetivos le gustaría que se usaran para caracterizar al Opus Dei y su labor?
—Cada cual puede tener sus opiniones y sus motivos para valorar la realidad. Si algunas personas lo perciben así, será porque hay algo objetivo y/o subjetivo que pueda causar esa impresión. Dar a conocer mejor lo que es la Obra, en parte, es tarea de cada miembro: vivir de modo auténtico la propia vocación. Es algo grande y maravilloso, aunque entiendo que se requiere una perspectiva de fe para comprenderlo con profundidad. De todos modos, pienso que, humanamente, quien conoce de cerca el Opus Dei podrá percibir a personas normales, con virtudes y defectos. Me gustaría que se nos conociera como gente alegre, sencilla y serena, pacífica, con la que es fácil trabar amistad, personas de mentalidad abierta y comprensiva. También que se reconociese la variedad de los fieles del Opus Dei, y no solo a los pocos que adquieren una cierta relevancia pública. Se vería así que cada uno y cada una lucha por vivir a fondo la fe, conviviendo con sus propios defectos e intentando poner sus talentos al servicio de su familia, sus amigos y de la sociedad.
—¿Cuál definiría usted como el aporte del Opus Dei a la vida de la Iglesia?
—La principal aportación del Opus Dei es acompañar a los laicos (98% de sus miembros) para que sean protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia en medio del mundo, uno a uno. Los laicos no son meros receptores o actores secundarios, sino protagonistas de la evangelización, que pueden llevar el calor y la amistad de Cristo allí donde hace más falta: a las aulas, a las poblaciones, a los campos de fútbol, a los hospitales, a las oficinas, a las familias, a los pobres y a los ricos… a todos. Se trata de una labor de acompañamiento espiritual, de vivificación cristiana, que evita interferir en sus legítimas opciones terrenas: sus acciones en la sociedad, con sus aciertos y sus errores, serán responsabilidad suya, no de la Iglesia ni del Opus Dei. Atribuir al Opus Dei las iniciativas políticas, empresariales o sociales de sus fieles sería clericalismo.
EL EXILIO Y SUS REPERCUSIONES
—Usted nació en 1944 en el exilio, en París. Hoy se recuerdan los dramáticos momentos que entonces vivía Europa, que su familia vivió en el exilio en Francia. ¿Esta experiencia los marcó de alguna forma?
—Durante la guerra civil española mi padre sirvió en el ejército republicano: eso hizo que, al terminar la contienda, tuviera que exiliarse en París. Era veterinario militar y tuvo un primer trabajo para cuidar los animales de un circo. Poco tiempo después, consiguió trabajar en un laboratorio y pudo traerse con él a la familia. Gracias a Dios, las represalias que, algunos años después, mi padre sufrió al volver a España fueron leves y pudo desarrollarse en el campo de la investigación en biología animal. Por lo demás, yo era un niño y viví todo aquello sin ser muy consciente. Aun así, quizá la reflexión sobre esa experiencia me vacunó contra la seducción de cualquier tipo de violencia y contra la tentación de identificar la religión con determinadas opciones políticas.
—Estudió física y luego teología, una mezcla singular. ¿Qué aspectos de la física han iluminado su camino religioso?
—Tanto la física como la teología son, cada una a su modo, conocimiento de la realidad: no solo no son contradictorias, sino que se complementan. No puedo decir que el estudio de la física me abriera los ojos a la realidad de Dios, pues ya era creyente por tradición familiar y por convicción personal. Pero investigar en la realidad física concreta me ayudó a ver bajo otra perspectiva el mundo como creado por Dios.
—En su juventud, convivió con san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. En este contexto cotidiano, ¿qué rasgo de él le llamaban la atención?
—Llegué a Roma en 1967 y viví en la misma casa que él hasta su muerte en 1975, pero allí nos alojábamos unas 200 personas. A pesar de ser tantos, uno se sentía muy querido, arropado por su alegría y su afecto. En una ocasión, delante de muchas personas, me hizo una pregunta y se dio cuenta inmediatamente de que me ponía en un aprieto; sin darme tiempo a contestar, añadió un comentario colateral que hacía innecesaria mi respuesta. Esos pequeños detalles se repetían a diario. Sobre todo, me impactó su unión con Dios, que era manifiesta cuando le oías hablar en un momento de predicación o en un encuentro familiar. En lo humano, subrayaría su amor a la libertad y su buen humor.
LAS INSTRUCCIONES DEL PAPA
—El Papa Francisco llamó a reforzar “el carisma esencial” del Opus Dei. ¿Cómo definiría ese carisma?
—Lo describiría como la búsqueda de Dios, el encuentro con Dios, y el ayudar a muchas otras personas a ese mismo encuentro, en la vida ordinaria, en el trabajo, en la familia, en la calle. En palabras del Papa Francisco, se trata de “difundir la llamada a la santidad en el mundo, a través de la santificación del trabajo y de las ocupaciones familiares y sociales”.
—¿Debe experimentar revisiones este carisma, que se configuró hace casi 100 años?
—En 100 años, la sociedad y la Iglesia han evolucionado mucho, y el Opus Dei también, pues es parte de ellas. No somos indiferentes a fenómenos como la globalización, la conquista femenina del espacio público, las nuevas dinámicas profesionales y familiares, etc. Como afirmaba san Josemaría, cambian los modos de hacer y de decir, pero permanece la esencia, el espíritu. Saber cambiar, en ese sentido, es necesario para ser fieles a una misión, pero se debe modelar cualquier cambio desde lo esencial, desde ese núcleo que no podemos modificar, porque, como todo carisma, es un regalo de Dios.
—¿Fue una sorpresa la decisión del Papa Francisco sobre la estructura del Opus Dei?
—El Santo Padre nos advirtió con una cierta antelación del motu proprio Ad charisma tuendum. Los cambios principales de ese documento afectan a aspectos estructurales y organizativos, que el prelado no sea obispo, entre otras cosas, pero no tocan la misión o la sustancia del Opus Dei. La modificación de los estatutos es una respuesta a esa petición del Papa. Ahora mismo, se trabaja sobre esto con el Dicasterio del Clero, en un clima de diálogo y de confianza.
—A algunos les llama la atención la juventud de algunas vocaciones al Opus Dei. ¿Son libres de decidir su vocación, por ejemplo, jóvenes de 16 años?
—La libertad es un requisito imprescindible para cualquier vocación. La incorporación al Opus Dei solamente es posible a los 18 años, con la mayoría de edad. Si alguien piensa que tiene vocación, puede empezar
antes un proceso de discernimiento, pero sabiendo que no forma aún parte del Opus Dei y siempre con el permiso expreso de sus padres. Desde el momento en que se pide la admisión en la Obra hasta su incorporación definitiva, hay una serie de etapas formativas, que duran al menos 6 o 7 años. Cada año la persona debe manifestar su deseo de continuar: no es un proceso automático, sino que interpela al discernimiento y a la libertad personales de un modo muy profundo.
“Las actividades de formación espiritual que promueve el Opus Dei entre los jóvenes, con implicación de los padres, son una semilla para ayudarles a conocer y testimoniar su fe, a querer a su familia, a prepararse para ser buenos profesionales y ciudadanos. La mayoría descubre que su vocación está en el matrimonio, otros en el celibato laical; quizás otros optan por el sacerdocio o la vida religiosa… Como dice el Papa, al dirigirse a los jóvenes, se trata de ‘descubrirse a uno mismo a la luz de Dios y hacer florecer el propio ser’”.
FALLAS Y PECADOS
—Desde el Vaticano se pide ahora un informe anual sobre la situación del Opus Dei, no cada cinco años, como antes. ¿Tiene que ver con la necesidad de mayor transparencia y control?
—Ese cambio de periodicidad es consecuencia del cambio de Dicasterio. Ahora, el interlocutor inmediato del Opus Dei es el Dicasterio para el Clero, y en ese dicasterio los informes se entregan cada año, no cada cinco, como ocurría en el Dicasterio de los Obispos. Independientemente de esto, qué duda cabe de que la Iglesia, y la Obra como parte de ella, está mejorando en el modo de dar a conocer de forma clara y comprensible los datos más relevantes de su actividad, así como sus motivaciones.
“La transparencia, bien entendida y bien aplicada, favorece la confianza que, como usted señala, ha quedado muy cuestionada por los casos de abusos. En este sentido, desde 2013 existe en el Opus Dei un protocolo para la protección de menores y personas vulnerables, que formaliza unas medidas de prudencia que se vivían en la Obra desde hacía décadas e incorpora la normativa más reciente de la Iglesia. Por otro lado, se está trabajando en la creación de canales especiales de sanación y resolución para acoger a las personas que quieran ser escuchadas”.
—Aunque en menor medida que otras instituciones, se han planteado denuncias de abusos por parte de integrantes del Opus Dei, también en Chile. Usted ha expresado su perdón por las “faltas y pecados de miembros del Opus Dei”. ¿Cuáles son esas faltas y pecados?
—Las faltas y pecados personales los conoce cada uno. A la vez, no se puede ignorar que hay personas que han pertenecido al Opus Dei o han estado en contacto con la Obra y que se han sentido heridas por modos de hacer o han visto quebrada su confianza en quienes hacían cabeza o en la institución. Teniendo en cuenta que lo que se pretende en la Obra es recorrer un camino de santidad y encuentro con Cristo, pensar que hay personas que en este camino no han encontrado la felicidad, me causa personalmente dolor y es invitación a una sana labor de examen para detectar las causas, para ver cómo reparar según cada situación, estudiar qué se puede mejorar, etc. Los motivos de estas heridas pueden ser muy variados. Lo que me causa más dolor es que no siempre hayamos sabido acompañar bien a las personas en el discernimiento de su vocación, en el acompañamiento espiritual, o ante una difícil situación familiar o personal.
—Hoy se vive un gran clamor por dar más espacio a la mujer, muchas veces relegada a través de la historia. ¿Cómo lo vive el Opus Dei?
—Efectivamente, en las últimas décadas, la mujer ha ido ampliando su espacio en la vida pública, enriqueciéndola con su aportación
insustituible. En la Iglesia ha crecido su protagonismo a todos los niveles, también con nombramientos en puestos de responsabilidad dentro de la curia vaticana, por ejemplo. En el Opus Dei, las mujeres han estado desde el inicio en el gobierno junto a san Josemaría y sus sucesores, y son autónomas con respecto a los hombres en el liderazgo de sus apostolados. Conforme crece la presencia femenina en el gobierno de las empresas o instituciones, más mujeres del Opus Dei, al igual que sus coetáneas, asumen puestos de responsabilidad, y es bonito ver el alcance que su servicio puede prestar.
CHILE Y EL DECLIVE EN EL NÚMERO DE CATÓLICOS
—Nuestro país experimenta cambios en materia religiosa. La encuesta Bicentenario de la UC muestra una significativa baja en la adhesión de los jóvenes a la religión católica. ¿Hay que asumir que los católicos caminan a ser un grupo minoritario?
—No vivo en Chile, y por tanto, no conozco en profundidad la situación, pero me atrevería a decir que sería un error atrincherarse, una reacción natural cuando uno se encuentra en minoría. Al contrario, como discípulos de Jesucristo, deberíamos sentir como propias las aspiraciones, las necesidades y sufrimientos de todas las personas y
trabajar codo con codo con ellas.
“Después del huracán causado por la crisis de los abusos, por ejemplo, muchos católicos han emprendido la vía del acompañamiento de las personas heridas, y la Iglesia en Chile ha puesto en marcha medidas de prevención y de promoción de ambientes de confianza y libertad, que son imprescindibles para retomar su vigor en la sociedad, y que son claves para que estos delitos no vuelvan a ocurrir. Una Iglesia herida en sus miembros puede transmitir a Cristo y tiene mucho que aportar: ayudar, colaborar, sanar, sin buscar un interés personal o institucional, ni soluciones apresuradas. Este es el camino que veo que ha emprendido la Iglesia en Chile, la vía para recuperar la credibilidad y sobre todo para llevar la cercanía de Jesucristo a muchísimas personas”.
—¿La baja en las vocaciones que experimenta la Iglesia Católica alcanza también al Opus Dei?
—En los países más secularizados, compartimos las mismas dificultades que el resto de la Iglesia. En los lugares donde esta crece, pienso en Nigeria, Brasil, Estados Unidos, el Opus Dei también crece. En concreto, aumenta el número de laicos y laicas que, inspirados por san Josemaría, desean buscar la santidad y están abiertos a formar una familia.
Disminuyen, en cambio, las personas que acogen el celibato, un don de Dios que quizá hoy se entiende menos, aunque sea tan enriquecedor para la Iglesia. Desde hace algún tiempo, fallecen más de mil miembros del Opus Dei al año; aún así, gracias a Dios, hay un pequeño crecimiento en números totales, aunque en una realidad eclesial lo que importa es la unión con Dios y no las cifras o las estructuras.