"La visita de hoy -afirmó-, corona en un cierto sentido el Año del Rosario. Doy gracias al Señor por los frutos de este Año, que ha producido un significativo despertar de esta oración, sencilla y profunda al mismo tiempo, que va al corazón de la fe cristiana y es actualísima frente a los desafíos del tercer milenio y al urgente compromiso de la nueva evangelización".
El viaje del Papa inició a las 9,15, que se dirigió en helicóptero a Pompeya, cerca de Nápoles (Italia), comenzando así su viaje pastoral número 143 en Italia. Juan Pablo II había estado en este lugar el 21 de octubre de 1979, un año después del inicio de su pontificado. Después de aterrizar en la zona arqueológica de la antigua ciudad, se trasladó en automóvil a la plaza de Bartolo Longo, delante del santuario, que estaba abarrotada de gente.
Tras el saludo del arzobispo Domenico Sorrentino, prelado de Pompeya, el Papa leyó una oración en la que pidió por la paz: "Cristo -dijo- es nuestra paz. A El dirigimos nuestra mirada en este inicio del milenio ya tan probado por tensiones y conflictos en todas las regiones del mundo. Que desde este célebre templo mariano, la Virgen Santa se muestre a todos como Madre y Reina de la paz". Posteriormente tuvo lugar la meditación y el rezo de los misterios luminosos por la paz en el mundo, y a continuación, el Santo Padre pronunció unas palabras.
Refiriéndose a las ruinas de Pompeya, el Santo Padre dijo que plantean "la decisiva pregunta sobre cuál es el destino del ser humano. Son testimonio de una gran cultura, de la que revelan, sin embargo, junto con las respuestas luminosas, también las preguntas inquietantes. La ciudad mariana nace del corazón de esta pregunta, proponiendo a Cristo resucitado como respuesta, como 'evangelio' que salva".
"Hoy -continuó-, como en los tiempos de la antigua Pompeya, es necesario anunciar a Cristo a una sociedad que se va alejando de los valores cristianos y pierde incluso su memoria. (...) En el escenario de la antigua Pompeya, la propuesta del Rosario adquiere el valor simbólico de un impulso renovado del anuncio cristiano en nuestro tiempo".
Ser constructores y testigos de paz
El Papa puso de relieve que había querido que esta peregrinación tuviese "el sentido de una súplica por la paz. Hemos meditado los misterios de la luz -afirmó-, como para proyectar la luz de Cristo sobre los conflictos, las tensiones y los dramas de los cinco continentes. (...) Con el ritmo tranquilo de la repetición del Ave María, el Rosario pacifica nuestro ánimo y lo abre a la gracia que salva. El Beato Bartolo Longo tuvo una intuición profética, cuando quiso añadir al templo dedicado a la Virgen del Rosario esta fachada como monumento a la paz. La causa de la paz entraba así en la propuesta misma del Rosario. Es una intuición que sigue siendo actual al inicio de este milenio, ya azotado por vientos de guerra y ensangrentado en tantas regiones del mundo".
"La invitación a rezar el Rosario que se eleva desde Pompeya, encrucijada de personas de todas las culturas, atraídas tanto por el Santuario como por las ruinas arqueológicas -terminó-, evoca también el compromiso de los cristianos en colaboración con todos los hombres de buena voluntad, de ser constructores y testigos de paz".
Después del discurso, la asamblea rezó la Súplica a la Virgen, una oración compuesta por el Beato Bartolo Longo. A continuación, mientras se cantaba la Salve, algunos representantes de los cinco continentes depositaron ramos de flores ante la imagen de la Virgen del Rosario. Antes de impartir la bendición apostólica el Papa pidió: "Rezad por mí en este santuario hoy y siempre".