El demonio mudo

¿Cómo lograremos superar esas mezquindades? Insisto, por su importancia capital: con humildad, y con sinceridad en la dirección espiritual y en el Sacramento de la Penitencia. Id a los que orientan vuestras almas con el corazón abierto.

Al llegar junto a los discípulos vieron una gran muchedumbre que les rodeaba, y unos escribas que discutían con ellos. En seguida, al verle, todo el pueblo se quedó sorprendido, y acudían corriendo a saludarle.

Y él les preguntó: ¿Qué discutíais entre vosotros? A lo que respondió uno de la muchedumbre: Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu mudo; y en cualquier sitio que se apodera de él, lo tira al suelo, le hace echar espuma y rechinar los dientes y lo deja rígido. Pedí a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.

Él les contestó: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar entre vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que sufriros? ¡Traédmelo!

Y se lo trajeron. En cuanto el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al niño, que cayendo a tierra se revolcaba echando espuma.

Entonces preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Le contestó: Desde muy niño; y muchas veces lo ha arrojado al fuego y al agua, para acabar con él; pero si algo puedes, ayúdanos, compadecido de nosotros.

Y Jesús le dijo: ¡Si puedes...! ¡Todo es posible para el que cree!

En seguida el padre del niño exclamó: Creo, Señor; ayuda mi incredulidad.

Al ver Jesús que aumentaba la muchedumbre, increpó al espíritu inmundo diciéndole: ¡Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando, sal de él y ya no vuelvas a entrar en él!

Y gritando y agitándole violentamente salió; y quedó como muerto, de manera que muchos decían: Ha muerto.

Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó y se mantuvo en pie.

Cuando entró en casa le preguntaron sus discípulos a solas: ¿Por qué nosotros no hemos podido expulsarlo?

Y les respondió: Esta raza no puede ser expulsada por ningún medio, sino con la oración (Mc 9,14-29).

No hemos de alejarnos de Dios, porque descubramos nuestras fragilidades; hemos de atacar las miserias, precisamente porque Dios confía en nosotros.

¿Cómo lograremos superar esas mezquindades? Insisto, por su importancia capital: con humildad, y con sinceridad en la dirección espiritual y en el Sacramento de la Penitencia. Id a los que orientan vuestras almas con el corazón abierto; no lo cerréis, porque si se mete el demonio mudo, es difícil de sacar.

Perdonad mi machaconería, pero juzgo imprescindible que se grabe a fuego en vuestras inteligencias, que la humildad y —su consecuencia inmediata— la sinceridad enlazan los otros medios, y se muestran como algo que fundamenta la eficacia para la victoria. Si el demonio mudo se introduce en un alma, lo echa todo a perder; en cambio, si se le arroja fuera inmediatamente, todo sale bien, somos felices, la vida marcha rectamente: seamos siempre salvajemente sinceros, pero con prudente educación.

Quiero que esto quede claro; a mí no me preocupan tanto el corazón y la carne, como la soberbia. Humildes. Cuando penséis que tenéis toda la razón, no tenéis razón ninguna. Id a la dirección espiritual con el alma abierta: no la cerréis, porque —repito— se mete el demonio mudo, que es difícil de sacar.

Acordaos de aquel pobre endemoniado, que no consiguieron liberar los discípulos; sólo el Señor obtuvo su libertad, con oración y ayuno. En aquella ocasión obró el Maestro tres milagros: el primero, que oyera: porque cuando nos domina el demonio mudo, se niega el alma a oír; el segundo, que hablara; y el tercero, que se fuera el diablo.

Contad primero lo que desearíais que no se supiera. ¡Abajo el demonio mudo! De una cuestión pequeña, dándole vueltas, hacéis una bola grande, como con la nieve, y os encerráis dentro. ¿Por qué? ¡Abrid el alma! Yo os aseguro la felicidad, que es fidelidad al camino cristiano, si sois sinceros. Claridad, sencillez: son disposiciones absolutamente necesarias; hemos de abrir el alma, de par en par, de modo que entre el sol de Dios y la claridad del Amor.

Para apartarse de la sinceridad total no es preciso siempre una motivación turbia; a veces, basta un error de conciencia. Algunas personas se han formado —deformado— de tal manera la conciencia que su mutismo, su falta de sencillez, les parece una cosa recta: piensan que es bueno callar. Sucede incluso con almas que han recibido una excelente preparación, que conocen las cosas de Dios; quizá por eso encuentran motivos para convencerse de que conviene callar. Pero están engañados. La sinceridad es necesaria siempre; no valen excusas, aunque parezcan buenas.

Amigos de Dios, 187-189