Cultura del Encuentro: cómo y por qué

​María Angélica Mir, periodista y licenciada en historia y exvicerectora de comunicaciones de la Universidad de los Andes, entrega una mirada a la Encíclica Fratelli tutti en columna El Mercurio 1 de noviembre 2020.

Un mundo fragmentado con realidades paralelas que impiden construir un futuro común y grupos cada vez más grandes de marginados es una preocupación que desde el inicio ha marcado el pontificado del Papa Francisco. En Fratelli tutti, publicada a comienzos de octubre, profundiza en estas ideas y las expone de manera más sistemática.

Las dos encíclicas de su plena autoría —Lumen fidei la dejó muy avanzada Benedicto XVI— se enmarcan en lo que se ha llamado doctrina social de la Iglesia, un acervo que no se ha pensado, desde el principio, como un sistema orgánico, sino que se ha construido a partir de intervenciones del Magisterio sobre temas sociales. La doctrina social de la Iglesia “se sitúa en el cruce de la vida y de la conciencia cristiana con las situaciones del mundo”. Lo que se busca, entonces, es iluminar momentos concretos de la historia con el Evangelio.

En la exhortación apostólica Evangelii gaudium, el primer documento pontificio escrito íntegramente por el Papa Francisco, quedó de manifiesta su línea editorial. Su preocupación por los marginados — “las periferias” — y por el diálogo y la paz, estuvo presente ya en ese mensaje y sus intervenciones en este sentido han sido numerosas.

Aunque su lenguaje es más directo y menos “académico”, su propuesta ha estado en la línea delos Papas anteriores y ha recogido ampliamente aspectos planteados por sus antecesores —San Juan Pablo II y Benedicto XVI—, que anclan sus enseñanzas en el Evangelio, donde se fundamenta la dignidad del ser humano y su trascendencia, su apertura tanto hacia Dios como hacia los otros hombres. Él mismo señala que no pretende resumir la doctrina sobre el amor fraterno, “sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos”.

El Magisterio de la Iglesia propone que la sociabilidad no es externa al hombre y considera que él “no puede crecer y realizar su vocación si no es en relación con otros”. Ese es el criterio que está en la base del análisis de Francisco.

La problemática histórica que intenta iluminar es una realidad social en la que el sujeto es un individuo atomizado —herencia del pensamiento moderno— sin vínculos significativos con otros hombres ni arraigo en generaciones pasadas ni proyección en las futuras, y cuya sociabilidad es solo un instrumento para la protección de sus derechos. El Papa desenmascara lo que un pensador francés consideraría la ilusión de la autosuficiencia del individuo y plantea la necesidad de la amistad social. Aboga por una cultura del encuentro, donde se pueda construir un futuro común, “un camino eficaz hacia la fraternidad y la paz social”.

En ello la política juega un papel fundamental con su carácter prudencial. El recurso de los gobiernos a decisiones meramente técnicas —discusión muy actual en un mundo en pandemia— no parece ser el camino humano para resolver los problemas. En este contexto aparece su crítica a dogmas tecnocráticos. Con palabras de su encíclica anterior, señala: “la política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia”. Y, más adelante, “el mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal”. Hay decisiones que tomar teniendo a la vista al “pueblo”.

Porque la realidad es superior a la idea, como planteaba ya en Evangelii gaudium. La categoría “pueblo” que Francisco utiliza habla de una sociedad integrada que forma parte de una identidad común con lazos sociales y culturales generados en un proceso de largo aliento que tiene un pasado compartido y se proyecta de manera abierta hacia el futuro. “Cada uno es plenamente persona cuando pertenece a un pueblo, y al mismo tiempo no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de cada persona. Pueblo y persona son términos correlativos. Sin embargo, hoy se pretende reducir las personas a individuos, fácilmente dominables por poderes que miran intereses espurios”.

El Papa propone “un encuentro social real” que pone en diálogo no solo a la elites, sino a “las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población”.

Esta “cultura del encuentro” es un objetivo a largo plazo que solo se puede ir alcanzando viviéndola. Por eso el Papa habla de “procesos” de encuentro. ¿Cómo generar esos procesos? Todos tenemos que aportar en esto: los padres con el ejemplo y poniendo a los hijos en relación con realidades diferentes; los colegios ayudando a equipar a sus alumnos con las armas del diálogo; los comunicadores sociales haciendo visible realidades invisibles y creando lugares compartidos de reflexión; los arquitectos diseñando espacios que faciliten el encuentro; los políticos tendiendo puentes “para que resuenen las distintas voces”, los empresarios creando empleos que permitan que todos se sientan aportando a la sociedad con su trabajo. La fraternidad y la amistad social no son para el Papa meras utopías, sino que “exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles”.

María Angélica Mir, periodista y licenciada en historia y exvicerectora de comunicaciones de la Universidad de los Andes.

El Mercurio 1 de noviembre 2020.