Hace un año, aproximadamente, leí un artículo sobre un Club Juvenil que organizaba partidos de fútbol-sala en una prisión española. La idea me atrajo profundamente, pero con mis 50 años me parecía un poco fuera de lugar seguirla al pie de la letra...
En aquel artículo se indicaba que esa liga de futbito había nacido siguiendo las indicaciones del Papa Francisco sobre el deber de los cristianos y de los hombres de buena voluntad de acudir a las periferias para dar calor, ayuda y cariño a los más desfavorecidos. Aquello me impactó.
Doce conferencias para 180 reclusos
Como me dedico a la docencia universitaria, pensé que si le pedía colaboración a otros profesores de mi Universidad, entre todos podríamos organizar alguna actividad específica para los internos de la cárcel de Villahierro, cercana a la ciudad de León donde vivo. La actividad que se nos ocurrió era de carácter intelectual, en concreto, impartir doce conferencias a los reclusos a lo largo del curso académico 2019-2020.
Como toda nueva apuesta, al principio surgieron dificultades diversas, que se fueron solucionando paulatinamente. Logramos la colaboración tanto de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, como de la Dirección de la Prisión y de la Universidad.
Las charlas comenzaron en octubre del 2019 y han tratado sobre los más variados aspectos de la cultura y la ciencia. Por ejemplo, sobre los últimos avances en la investigación contra el cáncer, los mejores novelistas, los entresijos en la edificación de una catedral en la Edad Media, la agricultura sostenible, los últimos retos en ingeniería, el Derecho del trabajo y las prisiones, etc.
Por desgracia, en marzo llegó la pandemia del coronavirus y las conferencias tuvieron que interrumpirse. Se habían impartido las seis primeras. Pero de acuerdo con la dirección de la Prisión, a partir de septiembre de 2020, en principio, se impartirán las otras seis que faltan.
A cada una de las ponencias asistieron entre octubre de 2019 y febrero de 2020 unos 180 internos que, en general, escucharon las charlas con una atención ejemplar. Las preguntas al final de las mismas fueron siempre muy numerosas, y a veces iban encaminadas a mejorar los proyectos de trabajo que bastantes reclusos tienen en mente para cuando abandonen la prisión. Recuerdo las preguntas de Carlos, un interno de Zaragoza, para poder mejorar sus invernaderos, o las de Felipe, natural de Granada, sobre los últimos sistemas en corte de acero.
Stanislav, Abdul, y un exboxeador
Las historias que nos han sucedido durante este tiempo han sido muy variadas, y casi siempre muy edificantes. Stanislav (los nombres están modificados), un recluso de los países del Este de Europa, asistía a todas las conferencias, siempre nos daba las gracias más efusivas por el esfuerzo que hacíamos con ellos, y nos recordaba cada vez: “Me quedan 16 años en chirona. Bueno, ya solo me quedan 15 años y 11 meses. Bueno, ahora 15 años y 10 meses... Así se hace más llevadero”.
Abdul, un interno procedente del Magreb, aunque no entendía mucho de lo que se explicaba, mostraba siempre una amplia sonrisa y prestaba su colaboración en todo lo posible. Si algún interno elevaba la voz, Abdul y otros le corregían.
También hemos visto casos divertidos, como cuando pedimos ayuda a un interno, exboxeador, para quitar los cables de un portátil, y tiró con tanta fuerza que arrancó las “tripas” del propio ordenador. Aprovechamos en Navidad para hacer pequeños regalos a los internos llamados “ordenanzas” (los que ayudan materialmente en las actividades). Quedaron bastante desconcertados porque no es frecuente que en esos ambientes alguien tenga detalles con ellos.
Algunos ponentes nos hemos esforzado por explicar a los reclusos los motivos médicos para dejar de consumir drogas, otros en darles razones para leer y estudiar, y todos para convertir el saber en un incentivo para vivir con dignidad. En fin, los más edificados hemos sido los conferenciantes, que hemos aprendido que Dios se muestra también detrás de los barrotes carcelarios.