¿Cómo construir una sociedad más humana?
Los modelos económicos buscan organizar los esfuerzos humanos para optimizar el uso de los recursos y distribuirlos de manera equitativa. Para ello deben armonizar el valor de cada persona, su libertad e iniciativa, la solidaridad humana, que nos sostiene como hijos de Dios, todos con igual dignidad. Esta tarea ocurre en un contexto marcado por diferencias geográficas, familiares, de salud, entre otras, que con frecuencia generan desigualdades agravadas por la indiferencia del individualismo y que reclaman ser atendidas.
La solución reside en la actitud del ser humano en su trabajo, el núcleo vital de cualquier modelo económico. Donde impera el egoísmo, las relaciones se deterioran: se explota a los más vulnerables, se genera desconfianza que lleva al conflicto y la sospecha, y el planeta se destruye. En contraste, al incorporar el “nosotros” —que incluye también el yo— y reconocer la dimensión del servicio y la colaboración en toda actividad laboral, la sociedad se transforma en una comunidad más humana. Desde esta perspectiva, las desigualdades se convierten en un llamado a aliviar el sufrimiento de unos y a dotar la labor de otros de un sentido más trascendente, alcanzándose la felicidad que brota de amar y de sentirse amado.
El cristiano encuentra en Jesucristo un paradigma de este camino, como lo expresa su enseñanza: “Quien entre vosotros quiera llegar a ser grande, que sea vuestro servidor... De la misma manera que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos” (Mt 20:26-28). Así, el trabajo se convierte en la realización personal a través del servicio a los demás, en la contribución al bien común y en el sustento de la propia familia.
Cómo mejoraría nuestra sociedad si aprendiéramos a conjugar el “nosotros” en nuestra jornada laboral, de forma tal que, junto con nuestras metas personales estuvieran presentes las necesidades de los demás. Cultivando actitudes como: pensar en las personas que se beneficiarán del fruto de nuestra tarea, fomentar el compañerismo con los que trabajamos y cooperar con quienes nos toca interactuar. Así, el conductor de la micro, el abogado, el obrero, el maestro, el funcionario público y el empresario construirían juntos un país basado en el apoyo mutuo, generando confianza y disipando la sospecha. La clave está en ser verdaderos colaboradores los unos de los otros, y que los que tienen más recursos se sepan administradores con la misión de hacerlos fructificar para una prosperidad compartida.
Toda esta lógica del servicio implica colocar a la persona en el centro de las relaciones laborales, valorándola por sí misma y no únicamente por su rendimiento económico. Esta visión es plenamente compatible con las dinámicas económicas que generan riqueza, aunque para consolidarla sea imprescindible superar la resistencia del egoísmo consumista e individualista. Si bien a corto plazo puede parecer más rentable centrarse exclusivamente en intereses propios, a la larga el servicio y la colaboración se revelan no solo como estrategias económicamente eficientes, sino también como fuente de trascendencia en la propia labor, alcanzando una satisfacción que supera el éxito material.
p. Álvaro Palacios
Vicario del Opus Dei en Chile