Chile, el lugar de encuentro que queremos

Para este mes de María, que vivimos con tanta fe y piedad, la invitación es a rezar por nuestro país y a realizar un esfuerzo personal por cuidar la “amistad cívica”. Es el camino empinado que recorrer para alcanzar la deseable paz social. 

En estos días dedicados a la Virgen, Madre, protectora y guía de nuestra Patria, recordamos el llamado que el Papa Francisco hizo en Chile a fin de que nuestro país sea “un lugar de encuentro (...) en el que todos, sin excepción, se sientan convocados a construir casa, familia y nación”. Su petición nos impulsa a trabajar por una auténtica amistad cívica entre los chilenos, a fortalecer los lazos de unión que deben primar sobre las legítimas diferencias que se dan en toda comunidad.

El Papa propone tender puentes a través del diálogo, el mutuo respeto y la apertura a los demás, en un contexto de real y sincera convivencia. El desafío empieza en la persona, en su familia, en el barrio, en las mesas de conversación, en los debates. Y para hacerlo realidad debemos preguntarnos cómo ampliar nuestra capacidad de amistad y cercanía con el prójimo.

…nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia, cuya Madre eres, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal (Oración del Mes de María).

En su reciente encíclica Fratelli tutti, Francisco nos da luces al afirmar: “Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad. Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en «el campo de la más amplia caridad, la caridad política». Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social” (Fratelli tutti, 180).

La paz fruto de una exigencia personal

El Señor nos enseña con su ejemplo y su palabra a convivir con los demás: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos” (Juan 13, 34-35). Debemos esforzarnos por hacer propias estas palabras cada día.

El ideal a alcanzar requiere poner fin a la enemistades.

Para lograrlo no solo debemos fomentar la caridad en nuestras acciones, sino también la paz en nuestro corazón: porque la serenidad exterior nace de un corazón en paz. Para esto, además de promover una mirada positiva de las circunstancias, debemos intentar evitar las actitudes que alteran la paz y nos pueden llevar a enemistarnos con los demás.

Por ejemplo, corresponde poner especial cuidado al formular juicios sobre otros. No basta con tener una buena intención en esta materia. San Josemaría señala: “No hagas crítica negativa: cuando no puedes alabar, cállate” (Camino, 443). También está el peligro de que en las conversaciones sobre temas opinables se generen susceptibilidades o rencores en uno, por creer que el interlocutor no valora del todo la propia postura.

“EL AISLAMIENTO Y
LA CERRAZÓN EN UNO MISMO O EN LOS PROPIOS INTERESES JAMÁS SON EL CAMINO
PARA DEVOLVER ESPERANZA Y OBRAR UNA RENOVACIÓN, SINO QUE ES LA CERCANÍA, LA CULTURA DEL ENCUENTRO".

Muchas veces, las diferencias de edad o de carácter suelen generar visiones diferentes respecto de un mismo tema, que nos pueden provocar desconfianza o prejuicios. Por el contrario, al aceptar con buen humor una broma o al dejar pasar con elegancia un comentario negativo, evitamos que surjan tensiones en el ambiente familiar, laboral o social, ayudando desde nuestra paz a vivir la caridad. Exigirse para ser más abiertos y acogedores, saber preguntar y oír, interesarse a fondo por nuestro interlocutor, son actitudes personales que nos ayudan a dar paz y a construir vínculos de amistad, aunque las diferencias sigan presentes.

Del esfuerzo personal al ámbito familiar y social

La amistad cívica nos debe impulsar a tender puentes con los demás, fomentar el diálogo, facilitar la unidad. El esfuerzo personal que hagamos, por amor a Dios y al prójimo, siempre será fecundo ya que el Señor lo sustentará: “El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz” (Santiago 3, 18).

El Papa Francisco coronando a la Virgen en la Misa por la Paz y la Justicia, en el parque O'Higgins, enero 2018.

San Josemaría animaba a “ahogar el mal en abundancia de bien”, explicando que “no se trata de campañas negativas, ni de ser antinada. Al contrario: vivir de afirmación, llenos de optimismo, con juventud, alegría y paz; ver con comprensión a todos: a los que siguen a Cristo y a los que le abandonan o no le conocen”. Y puntualizaba: “Pero comprensión no significa abstencionismo, ni indiferencia, sino actividad” (Surco, 864).

El Papa Francisco también nos planteaba ser proactivos para enfrentar las dificultades de la sociedad. En la Santa Misa por la paz y la justicia, que celebró en el Parque O’Higgins, propuso un modo de convivir que el tiempo y las circunstancias del país han hecho ganar fuerza: “¡Sembrar la paz a golpe de proximidad, de vecindad! A golpe de salir de casa y mirar rostros, de ir al encuentro de aquel que lo está pasando mal, que no ha sido tratado como persona, como un digno hijo de esta tierra. Esta es la única manera que tenemos de tejer un futuro de paz, de volver a hilar una realidad que se puede deshilachar”.

Frente a la violencia o el vandalismo, podría parecer más eficaz seguir una lógica de confrontación, pero no es así. La actitud amable termina ganando la voluntad de muchos que pueden estar desorientados y necesitan un buen ejemplo: “Por la bendición de los rectos prospera la ciudad" (Proverbios 11, 11). Así también lo señaló con tanta fuerza San Juan Pablo II en el Parque O'Higgins en 1987: "El amor es más fuerte”.

“¡SEMBRAR LA PAZ A GOLPE DE PROXIMIDAD, DE VECINDAD! A GOLPE DE SALIR DE CASA Y MIRAR ROSTROS, DE IR AL ENCUENTRO DE AQUEL QUE LO ESTÁ PASANDO MAL”.

Por lo mismo, se hacen especialmente actuales las palabras de san Josemaría en Argentina: “No hemos de distinguir entre gentes de este lado y del otro, de delante y de atrás. Hemos de tener corazón para todos, comprensión para todos. ¡Que el tiempo para amar es corto! ¡Que amen aquí! Soluciones de justicia y soluciones de caridad, soluciones cristianas. Una solución inmediata: ser mejor cada día tú y yo”.

Sembradores de paz y alegría

Los hijos de Dios han de ser siempre “sembradores de paz y de alegría”: lo dijo el fundador del Opus Dei de viva voz y por escrito innumerables veces.

Cuando las diferencias de opinión puedan generar una mayor tensión, en el ámbito familiar o social, no debemos caer en la sutil tentación de considerar a nuestro prójimo como un adversario. Esto puede ser fácil de decir, pero se trata de un propósito –la amistad cívica– que hay que concretar, personalmente, cada día.

Es también necesario tener un tono positivo y optimista en las propias opiniones sobre temas políticos y sociales. San Josemaría pidió en nuestro país comprensión en la convivencia social, sin por ello renunciar a los valores cristianos. Lo hizo poniendo un énfasis particular en sus palabras: “Uníos entre vosotros: Que os comprendáis los chilenos, que os disculpéis, que conviváis, que os queráis” (Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei).

San Josemaría dijo en nuestro país: “Uníos entre vosotros: Que os comprendáis los chilenos, que os disculpéis, que conviváis, que os queráis”.

Las relaciones y la paz en la sociedad excluyen no solo la violencia física y moral, sino también las descalificaciones que atentan contra la honra de las personas. Por eso, en la búsqueda de la amistad cívica hay que ser cuidadosos en las opiniones que se expresan, tanto verbales como en las redes sociales.

“No hemos de distinguir entre gentes de este lado y del otro, de delante y de atrás. Hemos de tener corazón para todos…” San Josemaría, 1974.

En su última encíclica social, en fin, el Papa muestra que, si bien la amistad cívica es un ideal arduo, cada hombre de buena voluntad tiene al alcance de la mano la posibilidad de contribuir a su conquista: “Hoy no suele haber ni tiempo ni energías disponibles para detenerse a tratar bien a los demás, a decir «permiso», «perdón», «gracias». Pero de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia. Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos” (Fratelli tutti, 224).

“...detenerse a tratar bien a los demás, a decir "permiso", "perdón", "gracias". Fratelli tutti, 224.

Como hace ver Francisco, “el cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa. Puesto que supone valoración y respeto, cuando se hace cultura en una sociedad transfigura profundamente el estilo de vida, las relaciones sociales, el modo de debatir y de confrontar ideas. Facilita la búsqueda de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes” (Ibid.).