Viernes, 25.02. Al otro lado de nuestra frontera hay una guerra. Los primeros refugiados de Ucrania llegan a Polonia. Internet se llena de información sobre madres y niños ucranianos necesitados. Necesitan alojamiento, ropa de cama, ropa, alimentos y productos de limpieza. A petición de un conocido, estoy publicando información en las redes sociales sobre las necesidades de 18 madres ucranianas y sus hijos que han encontrado refugio en Lublin. La respuesta de mis amigos es inmediata. Ofrezco transporte a Lublin el domingo por la mañana.
Sábado, 26.02. Elaboramos un plan de acción para las compras y el transporte. Se preparan lugares de acogida, se proporcionan alimentos y comida caliente, y ya disponemos de artículos de higiene y pañales para bebés de todas las tallas. De vuelta a casa hablo con mi querida esposa. Llenamos dos coches con las donaciones: una cuna, un cochecito, cambiadores, una trona, ropa, pañales y productos de limpieza. Incluso compramos chocolates ucranianos en uno de los almacenes. Tal vez logren una sonrisa en la cara de los niños. Los coches están cargados hasta el techo. Buscamos un coche más y nos preguntamos a quién podemos pedirle prestado uno más grande para que quepa todo. En ese preciso momento, mi hijo llama: "Hola, papá, mi amigo tiene dos grandes furgonetas que quiere poner a disposición para ayudar a los refugiados de Ucrania...". Por la noche volvemos a empaquetar todos los regalos. Por la mañana nos pusimos en marcha. Sólo nosotros dos.
“Un invitado en casa, Dios en casa” (refrán polaco)
Domingo, 27.02 Lublin. Desembalamos los paquetes de ayudas con rapidez y eficacia. Todo está coordinado profesionalmente. Primer contacto con las madres ucranianas. Intento hablar en polaco. Al principio no me entienden, así que cambio al ruso y les explico lo que hemos traído. Qué similares son nuestros idiomas. Les explico que en Polonia pueden sentirse como en casa. Antes de irme, llamo a los coordinadores y a los compañeros que estaban en la frontera para ver si hay posibilidad de llevar a alguien a mi regreso. Desgraciadamente, o quizás afortunadamente, hay demasiados coches esperando a las madres y niños de Ucrania en los puntos fronterizos. Volvemos.
Lunes, 28.02 Un mensaje de un colega aparece en el teléfono: “Transporte de madres y niños ucranianos desde la frontera a Ząbki y alrededores: buscamos familias que puedan recibirlos”. Le escribo que nuestra ciudad, de varios miles de habitantes, podría acoger al menos a unos cientos de refugiados. "¿Te gustaría venir con nosotros?", me dice. “Por supuesto", respondo.
Martes, 1.03. Tras la misa matutina y el desayuno, voy con los autobuses y el autocar de la Escuela de Justicia que llevan ayudas a la frontera. Rezamos el santo Rosario en el camino. Al descargar en Hrubieszów, llevamos a las tres primeras madres con niños. Aprendemos sus nombres, hablamos con ellos, bromeamos. Danilo tiene 2 años, el pequeño Kozak Marko tiene 5, y Swieta es una adolescente. Vamos al cruce de Dolhobyczow. Allí encontramos a varios cientos de personas esperando el transporte. Nos llevamos primero a las madres que tienen niños que van en cochecitos. Preguntamos si tienen una casa en Polonia donde puedan alojarse. El autobús se llena rápidamente, al igual que los autobuses que nos acompañan.
Salimos en dirección a Varsovia. El autobús está lleno, nos esforzamos por atender a los pasajeros. Hago reír a los niños. Queremos que olviden, aunque sea por un momento, la pesadilla que dejaron atrás al otro lado de la frontera. Y que olviden también que papá se quedó en ese lado de la frontera, luchando por su patria.
Se acerca la medianoche y llegamos a Ząbki. La mayoría de los pasajeros se bajan, el resto va a Milanowek. Mientras tanto, he planeado la distribución de todas las familias. Con amigos, con nosotros, con nuestra familia.
Varios amigos y uno de nuestros hijos llegan al aparcamiento frente a la escuela. Llevamos a los invitados a casa. Por fin pueden acostarse en una cama cómoda y pasar la noche con seguridad. Nos cuentan que desde que empezó la guerra no han dormido más de tres horas seguidas.
Miércoles, 2.03. Katerina, los niños y el perro pasaron la noche con nosotros. Descansaron. Desayunamos juntos, hablamos en inglés, nos reímos, escuchamos los planes de nuestros huéspedes. Llevo a los invitados a la Estación Central donde proseguirán su viaje, nos despedimos y les pido que me mantengan informados. Van a ver a unos amigos en Cracovia y luego a Alemania.
Por la tarde, participo en un retiro espiritual en el centro del Opus Dei. En un momento dado, me llega un mensaje de texto del director de la escuela de mis hijos: "¿Puedo llamarte?"; "¡Por supuesto!". Sé que en esta situación cualquier propuesta puede cambiar la vida de mucha gente. Surge la idea de diseñar una herramienta online para recolocar a los niños ucranianos en las escuelas polacas. Sólo hay que traducir la lección de polaco a ucraniano en tiempo real. Haría falta un equipo de pruebas, preferiblemente de jóvenes ucranianos. “¿Te gustaría encargarte?”, me pregunta. "¡Por supuesto!".
Jueves 3.03. Invito a cenar a Igor, de 16 años. Es estudiante de la escuela de música y vive cerca de la frontera con Polonia. Llegó a Polonia solo. Su madre trabaja en un hospital, y su padre y hermano se enrolaron en el ejército. Hablamos del plan de utilización de herramientas informáticas para el aprendizaje y el examen. Concertamos una cita para el viernes.
Viernes 4.03. Inicio de la prueba del sistema. Voy a trabajar. Recibo un mensaje de texto: "necesitamos ayuda para varios cientos de personas con discapacidad de Ucrania que llegarán a Varsovia a las 11 de la noche". Difundo esta información entre mis amigos, sólo entre personas de confianza. El transporte se retrasa, llegarán a las 4.00 de la mañana. Mis hijos y yo nos acostamos durante unas horas. A las 3.05 suena el despertador. Nos ponemos en marcha.
El grupo de personas que nos tocó recibir estaba compuesto por niños y jóvenes con discapacidad. Entre los voluntarios predominan los jóvenes. Ayudamos a los refugiados a cambiarse y acostarse. Algunos tienen síndrome de Down, parálisis u otras discapacidades. Hablo, río, a veces canto canciones de cuna. Aquí es fácil creer en que somos hijos de Dios. Ahora estoy más convencido que nunca de que el Bien triunfará.