Martes, 3 de septiembre Yakarta
Recepción oficial
Miércoles, 4 de septiembre
Jueves, 5 de septiembre de 2024
—Encuentro interreligioso en la mezquita "Istiqlal”
—Encuentro con asistentes de realidades benéficas
—Santa Misa en el estadio “Gelora Bung Karno”
Sábado, 7 de septiembre de 2024 Port Moresby
—Reunión con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático en la APEC Haus
—Visita a los niños de "Ministerio de Calle" y "Servicios de Callan"
Domingo 8 de septiembre de 2024 Port Moresby - Vanimo
—Santa Misa en el estadio “Sir John Guise”
Lunes 9 de septiembre de 2024 Port Moresby - Dili
—Encuentro con los jóvenes en el estadio “Sir John Guise”
Martes, 10 de septiembre de 2024 Dili
—Visita a los niños discapacitados de la Escuela “Irmãs Alma”
—Santa Misa en la explanada de Tasitolu
Miércoles, 11 de septiembre de 2024 Dili - Singapur
—Encuentro con los jóvenes en el “Centro de Convenções”
Jueves, 12 de septiembre de 2024 Singapur
—Encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático
—Santa Misa en el estadio nacional del “Singapore Sports Hub”
Viernes 13 de septiembre de 2024 Singapur - Roma
—Encuentro interreligioso con jóvenes en el “Colegio Católico Junior”
Miércoles, 4 de septiembre
Reunión con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático en el salón "Istana Negara" del Palacio Presidencial
Señor Presidente,
distinguidas autoridades,
eminentísimos señores Cardenales,
señores Obispos,
distinguidos Representantes de las comunidades religiosas y de las diversas religiones,
ilustres representantes de la sociedad civil,
miembros del Cuerpo diplomático:
Le agradezco cordialmente a usted, señor Presidente, la grata invitación a visitar el país, así como sus amables palabras de saludo. Deseo expresar al Presidente electo mis más cordiales deseos de una fructífera labor al servicio de Indonesia, extenso archipiélago de miles y miles de islas bañadas por el mar que comunica Asia con Oceanía.
Casi se podría afirmar que, al igual que el océano es el elemento natural que une todas las islas indonesias, así el respeto mutuo de las particularidades culturales, étnicas, lingüísticas y religiosas específicas, de todos los grupos humanos que componen Indonesia, es el hilo conductor indispensable que hace que el pueblo indonesio se mantenga unido y se sienta orgulloso.
Vuestro lema nacional “Bhinneka tunggal ika” (“Unidad en la diversidad”, que literalmente significa “Muchos, pero uno”) pone de manifiesto esta realidad multiforme de pueblos que son diversos, pero firmemente integrados en una sola nación. Y muestra también que, al igual que la gran biodiversidad presente en este archipiélago es fuente de riqueza y esplendor, análogamente, las diferencias específicas contribuyen a formar un magnífico mosaico, en el que cada pieza es un elemento insustituible en la composición de una obra original y preciosa. Y este es vuestro tesoro, es vuestra mayor riqueza.
La armonía en el respeto a las diferencias se logra cuando cada opinión particular tiene en cuenta las necesidades que son comunes y cuando cada etnia y confesión religiosa actúa con espíritu de fraternidad, persiguiendo el noble objetivo de servir al bien de todos. El ser conscientes de que se está participando en una historia compartida en la que cada uno brinda su propia contribución, y donde la solidaridad de cada cual hacia el conjunto es fundamental, ayuda a identificar las soluciones adecuadas, a evitar la polarización de las diferencias y a transformar la confrontación en colaboración eficaz.
Este sabio y delicado equilibrio entre la multiplicidad de culturas, las diferentes visiones ideológicas y las razones que fundamentan la unidad, debe ser defendido continuamente contra cualquier desajuste. Se trata de un trabajo artesanal, repito, un trabajo artesanal que corresponde a todos, pero de manera especial a la tarea que realiza la política, cuando se propone como fin la armonía, la equidad, el respeto de los derechos fundamentales de los seres humanos, el desarrollo sostenible, la solidaridad y la consecución de la paz, tanto en el seno de la sociedad como en la relación con los demás pueblos y naciones. Y aquí reside la grandeza de la política. Ya lo dijo un sabio, que la política es la forma más elevada de la caridad. Esto es maravilloso.
A fin de favorecer una armonía pacífica y constructiva que garantice la paz y unifique los esfuerzos para vencer los desequilibrios y bolsas de miseria que aún persisten en algunas zonas, la Iglesia desea incrementar el diálogo interreligioso. De este modo, se podrán eliminar los prejuicios y se fomentará un clima de respeto y de confianza mutua, factores imprescindibles para afrontar los retos comunes, entre los cuales, el de contrastar el extremismo y la intolerancia, que —tergiversando la religión— intentan imponerse sirviéndose del engaño y la violencia. En cambio, la cercanía, el escuchar la opinión de los demás, eso crea la fraternidad de una nación. Y eso es algo muy bonito, muy hermoso.
La Iglesia católica se pone al servicio del bien común y desea fortalecer la cooperación con las instituciones públicas y otras organizaciones de la sociedad civil, pero nunca haciendo proselitismo, nunca; sino que respeta la fe de cada persona. Y con esto estimula la formación de un tejido social más equilibrado y garantizar una distribución más eficiente y equitativa de la asistencia social.
Permítanme ahora hacer una alusión al Preámbulo de vuestra Constitución de 1945, que ofrece valiosas indicaciones sobre la dirección del camino que ha elegido la Indonesia democrática e independiente. Esta es una historia muy bella; cuando uno la lee, percibe que fue escogida por todos.
En sólo unas pocas líneas, el Preámbulo hace referencia dos veces a Dios Todopoderoso y a la necesidad de que su bendición descienda sobre el naciente Estado de Indonesia. Del mismo modo, el texto de introducción a vuestra Ley Fundamental alude dos veces a la justicia social, auspiciando que se instaure un orden internacional fundamentado en ella, como uno de los principales objetivos a alcanzar en beneficio de todo el pueblo indonesio.
Unidad en la multiplicidad, justicia social, bendición divina son, pues, los principios fundamentales destinados a inspirar y guiar los programas específicos, son como la estructura de soporte, la base sólida sobre la cual construir la casa. ¿Y cómo no notar que estos principios se corresponden muy bien con el lema de mi visita a Indonesia: “Fe, fraternidad y compasión”?
Sin embargo, lamentablemente existen en el mundo actual algunas tendencias que obstaculizan el desarrollo de la fraternidad universal (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 9). En diversas regiones vemos surgir conflictos violentos, que a menudo son el resultado de la falta de respeto mutuo, del deseo intolerante de hacer prevalecer a toda costa los propios intereses, la propia posición o la propia visión parcial de la historia, aunque eso suponga un sufrimiento interminable para comunidades enteras y dé lugar a auténticas guerras sangrientas.
A veces también surgen tensiones violentas en el interior de los mismos estados, porque los que detentan el poder quieren uniformarlo todo, imponiendo su visión incluso en asuntos cuya decisión debería dejarse a la autonomía de cada individuo o de los grupos.
Por otra parte, a pesar de las persuasivas declaraciones políticas, hay muchas situaciones en las que falta un efectivo compromiso, de amplias miras, para construir la justicia social. Como consecuencia, una parte considerable de la humanidad queda relegada al margen, desprovista de los medios adecuados para una existencia digna, y sin defensas para afrontar los graves y crecientes desequilibrios sociales causantes de graves conflictos. ¿Y cómo resuelven esto?, mediante una legislación de muerte, es decir, limitando la natalidad, limitando la mayor riqueza que tiene un país, que son los nacimientos. En vuestro país, en cambio, hay familias de tres, cuatro y hasta cinco hijos que salen adelante. Y esto se nota en la media de edad del país. Sigan así. Es un ejemplo para todas las naciones. Tal vez esto resulte curioso, pero algunas familias prefieren tener un gato o un perro pequeño, y no un niño. Esto no está bien.
En otros contextos, además, las personas consideran que pueden o deben prescindir de la búsqueda de la bendición de Dios, juzgándola superflua para el ser humano y para la sociedad civil, se piensa que estos deberían promoverse con sus propias fuerzas, sin embargo, al hacerlo se encuentran a menudo con la frustración y el fracaso. Y a la inversa, hay casos en los que la fe en Dios se coloca continuamente en primer plano, pero a menudo, lamentablemente para ser manipulada y servir no para construir la paz, la comunión, el diálogo, el respeto, la colaboración y la fraternidad, para construir el país, sino para fomentar las divisiones y el odio.
Hermanos y hermanas, de cara a estas sombras, es grato observar cómo la filosofía que inspira la organización del Estado indonesio manifiesta sabiduría y equilibrio. A este respecto, hago mías las palabras que san Juan Pablo II pronunció durante su visita a este mismo palacio, en 1989. Entre otras cosas, afirmó: «En el reconocimiento de la presencia de una legítima pluralidad, en el respeto a los Derechos Humanos y políticos de todos los ciudadanos, y en el apoyo al crecimiento de la unidad nacional basada en la tolerancia y respeto a los demás, colocáis los cimientos de la justa y pacífica sociedad que los indonesios desean para sí mismos y quieren legar a sus hijos» (Discurso al Presidente de la República de Indonesia, Yakarta, 9 octubre 1989).
En el curso de los acontecimientos históricos, incluso si a veces los principios inspiradores, antes recordados, no siempre han tenido la fuerza de imponerse en todas las circunstancias, siguen siendo válidos y confiables, como un faro que nos indica la dirección que hay que tomar y nos advierte acerca de los errores más peligrosos que hay que evitar.
Señor Presidente, señoras y señores, deseo que todos, en su quehacer cotidiano, sepan inspirarse en estos principios y hacerlos efectivos en el desempeño ordinario de sus respectivas funciones, porque opus justitiae pax, la paz es fruto de la justicia. La concordia, en efecto, se alcanza cuando cada uno se compromete, no sólo en función de sus propios intereses y de su propia visión, sino con vistas al bien de todos, para construir puentes, para favorecer los acuerdos y crear sinergias, para aunar esfuerzos y derrotar toda forma de miseria moral, económica y social, y para promover la paz y la concordia.
Queridos hermanos y hermanas, continúen por este camino, que es bueno y acertado, y que así trae la bendición a todo el pueblo: que Dios bendiga a Indonesia con la paz, para un futuro lleno de esperanza. ¡Y que Dios los bendiga a todos!
Encuentro con los obispos, los sacerdotes, los diáconos, con los y las consagradas, seminaristas y catequistas en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción
Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.
Aquí hay cardenales, obispos, sacerdotes, religiosas, laicos y niños, pero todos somos hermanos y hermanas. Los títulos del Papa, el cardenal y el obispo no son tan importantes, todos somos hermanos y hermanas. Cada uno tiene su propia tarea para hacer crecer al pueblo de Dios.
Saludo al cardenal, a los obispos, a los sacerdotes y diáconos, a las consagradas y consagrados, a los seminaristas y a los catequistas presentes. Agradezco al Presidente de la Conferencia Episcopal sus palabras, así como también a los hermanos y hermanas que han compartido sus testimonios con nosotros.
Como ya se ha mencionado, el lema elegido para esta Visita apostólica es “Fe, fraternidad, compasión”. Pienso que son tres virtudes que expresan bien tanto vuestro camino de Iglesia como vuestro carácter en cuanto pueblo, étnica y culturalmente bien diversificado, pero al mismo tiempo caracterizado por una innata tendencia hacia la unidad y la convivencia pacífica, como testimonian los principios tradicionales de la Pancasila. Por eso, quisiera reflexionar con ustedes sobre estas tres palabras.
La primera es fe. Indonesia es un país grande, con abundantes recursos naturales, sobre todo en flora, fauna, recursos energéticos y materia prima, entre otros. Si se considera superficialmente, una gran riqueza como esta podría convertirse en motivo de orgullo o arrogancia, pero, si la vemos con una mente y un corazón abiertos, esta riqueza puede en cambio recordarnos a Dios, su presencia en el cosmos y en nuestra vida, como nos enseña la Sagrada Escritura (cf. Gn 1; Si 42,15-43,33). Es el Señor, en efecto, quien nos da todo esto. No hay un centímetro del maravilloso territorio indonesio, ni un instante de la vida de cada uno de sus millones de habitantes que no sea don suyo, signo de su amor gratuito y providente de Padre. Y mirar todo esto con humildes ojos de hijos nos ayuda a creer, a reconocernos pequeños y amados (cf. Sal 8), y a cultivar sentimientos de gratitud y responsabilidad.
Agnes nos ha hablado de esto, a propósito de nuestra relación con la creación y con los hermanos, especialmente los más necesitados, a vivir con un estilo personal y comunitario caracterizado por el respeto, el civismo y la humanidad; con sobriedad y caridad franciscana.
Después de la fe, la segunda palabra del lema es fraternidad. Una poetisa del siglo pasado usó una expresión muy hermosa para describir esta actitud; escribió que ser hermanos quiere decir amarse reconociéndose «diferentes cual dos gotas de agua»[1]. Y es justo así. No hay dos gotas de agua iguales, ni hay dos hermanos, ni siquiera gemelos, completamente idénticos. Vivir la fraternidad, entonces, significa acogerse mutuamente reconociéndose iguales en la diversidad.
También esto es un valor estimado en la tradición de la Iglesia indonesia, y se manifiesta en la apertura con la que esta se relaciona con las diferentes realidades que la componen y la rodean, tanto en el ámbito cultural, étnico, social y religioso, como valorando el aporte de todos y ofreciendo generosamente el suyo en cada contexto. Este aspecto es importante, porque anunciar el Evangelio no significa imponer o contraponer la propia fe a la de los demás, sino dar y compartir la alegría del encuentro con Cristo (cf. 1 P 3,15-17), siempre con gran respeto y afecto fraterno por cada persona. Y en esto los invito a mantenerse siempre así: abiertos y amigos de todos —“tomados de la mano”, como dijo don Maxi— profetas de comunión en un mundo donde, sin embargo, parecería que crece cada vez más la tendencia a dividirse, imponerse y provocarse mutuamente (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67).
Y sobre este punto, quiero decirles algo: ¿saben quién es el ser más divisor del mundo? El gran divisor, el que siempre divide, pero es Jesús quien une. El diablo es el que divide, así que ¡cuidado!
Es importante que intentemos llegar a todos, como nos recordó sor Rina, con el deseo de poder traducir en Bahasa Indonesia, no sólo los textos de la Palabra de Dios, sino también las enseñanzas de la Iglesia, para que lleguen al mayor número de personas posible. Y lo señaló también Nicholas, describiendo la misión del catequista con la imagen de un “puente” que une. Esto me llamó la atención, y me hizo pensar en el maravilloso espectáculo que sería, en el gran archipiélago indonesio, la presencia de miles de “puentes del corazón” que unen a todas las islas, y aún más, en millones de esos “puentes” que unen a todas las personas que las habitan. Hay otra hermosa imagen de la fraternidad: un bordado inmenso de hilos de amor que atraviesan el mar, superan las barreras y abrazan todo tipo de diversidad, haciendo de todos «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). ¡Es el lenguaje del corazón, no lo olviden!
Y llegamos a la tercera palabra: compasión, que está muy vinculada con la fraternidad. Como sabemos, en efecto, la compasión no consiste en dar limosna a hermanos y hermanas necesitados mirándolos de arriba hacia abajo, desde la “torre” de las propias seguridades y privilegios, sino al contrario, en hacernos cercanos unos a otros, despojándonos de todo lo que puede impedir inclinarnos para entrar realmente en contacto con quien está caído, y así levantarlo y .. y devolverle la esperanza (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 70). Y no sólo eso, significa además abrazar sus sueños y sus deseos de redención y de justicia, ocuparnos de ellos, ser sus promotores y cooperadores, involucrando también a los demás, extendiendo la “red” y las fronteras en un gran dinamismo comunicativo de caridad (cf. ibíd., 203). Esto no significa ser comunista, sino que significa caridad, significa amor.
Hay quienes le temen a la compasión, porque la consideran una debilidad. En cambio, exaltan, como si fuera una virtud, la astucia de los que sirven a sus propios intereses, manteniéndose distantes de los demás, sin dejarse “tocar” por nada ni por nadie, creyendo que así son más lúcidos y libres para lograr sus objetivos.
Recuerdo con tristeza a una persona muy rica de Buenos Aires, que siempre tenía el hábito de acumular, y acumular, cada vez más dinero. Murió dejando una gran herencia. La gente bromeaba diciendo: "Pobre hombre, ¡no le pudieron cerrar el ataúd!". Quería llevarse todo, pero no se llevó nada. Puede hacernos reír, pero no olviden que ¡el diablo entra por los bolsillos, siempre! Aferrarse a las riquezas como seguridad es una manera incorrecta de ver la realidad. Lo que mueve al mundo no son los cálculos del interés propio, que generalmente terminan destruyendo la creación y dividiendo a las comunidades, sino la caridad ofrecida a los demás. Esto es lo que nos hace avanzar: la caridad que se da a sí misma. La compasión no nubla la verdadera visión de la vida. Al contrario, nos hace ver mejor las cosas, a la luz del amor, y verlas con más claridad con los ojos del corazón. Me gustaría repetirlo: por favor, ¡cuidado, y no olviden que el diablo entra por los bolsillos!
A este respecto, me parece que el portal de esta catedral, en su arquitectura, resume muy bien lo que hemos dicho, en clave mariana. Este, en efecto, está sostenido, en el centro del arco ojival, por una columna sobre la que está colocada una estatua de la Virgen María. Nos muestra así a la Madre de Dios ante todo como modelo de fe, mientras simbólicamente sostiene, con su pequeño “sí” (cf. Lc 1,38), todo el edificio de la Iglesia. Su cuerpo frágil, apoyado en la columna, en la roca que es Cristo, parece llevar con Él sobre sí el peso de toda la construcción, como diciendo que esta obra, fruto del trabajo y del ingenio del hombre, no puede sostenerse sola. María aparece luego como imagen de fraternidad, en el gesto de acoger, en medio del pórtico principal, a todos los que quieren entrar. Y, por último, María es también icono de compasión, en su velar y proteger al pueblo de Dios que, con las alegrías y los dolores, las fatigas y las esperanzas, se congrega en la casa del Padre.
Queridos hermanos y hermanas, me gustaría concluir esta reflexión retomando lo que san Juan Pablo II manifestó al visitar este lugar hace algunas décadas, dirigiéndose precisamente a los sacerdotes y religiosos. Citaba el versículo del salmo: «Laetentur insulae multae» – «Regocíjense las islas incontables» (Sal 96,1) e invitaba a sus oyentes a hacerlo «testimoniando la alegría de la Resurrección y dando la [...] vida, de modo que también las islas más lejanas puedan “regocijarse” escuchando el Evangelio, del que vosotros sois predicadores, maestros y testigos» (Encuentro con los obispos, el clero y los religiosos de Indonesia, Yakarta, 10 de octubre de 1989).
Yo también renuevo esta exhortación, y los animo a seguir su misión fortalecidos en la fe, abiertos a todos en la fraternidad y cercanos a cada uno en la compasión. Fuertes en la fe, abiertos para acoger a todos. ¡Qué hermosa es aquella parábola del Evangelio en la que los invitados a la boda no querían acudir! ¿Qué hizo el Señor? ¿Se amargó? No, envió a sus servidores y les dijo que fueran a los cruces de los caminos para invitar a todos. Con ese mismo estilo tan hermoso, sigan adelante con fraternidad, con compasión y con unidad. Pienso en las muchas islas de aquí, tantas islas, y el Señor les dice a ustedes, buenas personas, “a todos, a todos”. De hecho, el Señor dice “¡buenos y malos!”, ¡a todos!
Renuevo esta exhortación y los animo a continuar su misión: fuertes en la fe, abiertos a todos en la fraternidad y cercanos a los demás en la compasión. Fe, fraternidad y compasión. Les dejo estas tres palabras, y ustedes podrán reflexionar más tarde sobre ellas. Fe, fraternidad y compasión. Los bendigo y les agradezco por tantas cosas buenas que hacen cada día en todas estas hermosas islas. Rezaré por ustedes y les pido, por favor, que recen por mí. Tengan cuidado con una cosa: ¡recen por, no en contra! ¡Gracias!
Jueves, 5 de septiembre de 2024
Encuentro interreligioso en la mezquita "Istiqlal”
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Me siento feliz de estar aquí, junto con todos ustedes, en la mezquita más grande de Asia. Saludo al Gran Imán y le agradezco las palabras que me ha dirigido, recordando que este lugar de culto y de oración es también “una gran casa para la humanidad”, en la que cada uno puede entrar para hacer una pausa consigo mismo, dar espacio a ese anhelo de infinito que lleva en el corazón, buscar el encuentro con lo divino y experimentar la alegría de la amistad con los demás.
Me agrada recordar que esta mezquita fue diseñada por el arquitecto Friedrich Silaban, que era cristiano y ganó el concurso. Esto prueba que en la historia de esta nación y de la cultura que aquí se respira, la mezquita, como también los demás lugares de culto, son espacios de diálogo, de respeto recíproco, de convivencia armoniosa entre las religiones y las diferentes sensibilidades espirituales. Este es un gran regalo, que están llamados a cultivar cada día, para que la experiencia religiosa sea punto de referencia para una sociedad fraterna y pacífica y nunca motivo de incomprensión y de choque.
A este respecto cabe mencionar la construcción de un túnel subterráneo ―el túnel de la amistad―, que comunica la Mezquita Istiqlal con la Catedral de Santa María de la Asunción. Se trata de un signo elocuente, que permite que estos dos grandes lugares de culto estén no sólo “uno frente al otro”, sino también “comunicados” entre sí. En efecto, este pasaje permite un encuentro, un diálogo, una posibilidad real de «descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos […], de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad,en una caravana solidaria, en una santa peregrinación» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 87). Los animo a continuar por este camino: que todos, todos juntos, cultivando cada uno la propia espiritualidad y practicando la propia religión, podamos caminar en la búsqueda de Dios y contribuir a construir sociedades abiertas, cimentadas en el respeto recíproco y en el amor mutuo, capaces de aislar las rigideces, los fundamentalismos y los extremismos, que son siempre peligrosos y nunca justificables.
En esta perspectiva, simbolizada por el túnel subterráneo, quisiera dejarles dos consignas, para impulsar el camino de la unidad y de la armonía que ya han iniciado.
La primera es ver siempre en profundidad, porque solamente así se puede encontrar lo que une, más allá de las diferencias. En efecto, mientras en la superficie se encuentran las áreas de la mezquita y de la catedral, bien delimitadas y frecuentadas por sus respectivos feligreses, bajo la tierra, a lo largo del túnel, esas mismas personas diferentes se encuentran y pueden acceder al mundo religioso de los otros. Esta imagen nos recuerda algo importante: que los aspectos visibles de las religiones ―los ritos, las prácticas, etc.― son un patrimonio tradicional que hay que proteger y respetar; pero lo que está “debajo”, lo que corre bajo tierra, como el “túnel de la amistad”, podríamos decir la raíz común de todas las sensibilidades religiosas es una sola: la búsqueda del encuentro con lo divino, la sed de infinito que el Altísimo ha puesto en nuestro corazón, la búsqueda de una alegría más grande y de una vida más fuerte que la muerte, que anima el viaje de nuestras vidas y nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir al encuentro de Dios. Recordemos esto: mirando en profundidad, percibiendo lo que fluye en lo más íntimo de nuestra vida, el deseo de plenitud que vive en lo más profundo de nuestro corazón, descubrimos que todos somos hermanos, todos peregrinos, todos en camino hacia Dios, más allá de lo que nos diferencia.
La segunda invitación es cuidar las relaciones. El túnel fue construido de una parte a la otra para crear una conexión entre dos lugares diferentes y alejados. Esto es lo que hace el pasaje subterráneo: conecta, crea un enlace. A veces pensamos que el encuentro entre las religiones se trate de una cuestión que tiene que ver sólo con buscar, a toda costa, puntos en común entre las diferentes doctrinas y confesiones religiosas. En realidad, puede pasar que un planteamiento de ese tipo termine por dividirnos, porque las doctrinas y los dogmas de cada experiencia religiosa son diferentes. Lo que realmente nos acerca es crear una conexión entre nuestras diferencias, ocuparnos de cultivar lazos de amistad, de atención, de reciprocidad. Son relaciones en las que cada uno se abre al otro, en los que nos comprometemos a buscar juntos la verdad, aprendiendo de la tradición religiosa del otro; ayudándonos en las necesidades humanas y espirituales. Son vínculos que nos permiten trabajar juntos, caminar unidos en la consecución de algún objetivo, en la defensa de la dignidad del hombre, en la lucha contra la pobreza, en la promoción de la paz. La unidad nace de los vínculos personales de amistad, del respeto recíproco, de la defensa mutua de los espacios y las ideas ajenas. Ojalá que puedan siempre cuidar de ello.
Queridos hermanos y hermanas, “promover la armonía religiosa para el bien de la humanidad” es la inspiración que estamos invitados a seguir y que le da también título a la Declaración conjunta preparada para esta ocasión. En ella asumimos con responsabilidad las grandes, y algunas veces, dramáticas crisis que amenazan el futuro de la humanidad, particularmente las guerras y conflictos, desafortunadamente alimentados también por las instrumentalizaciones religiosas; pero también la crisis medioambiental, que se ha convertido en un obstáculo para el crecimiento y la convivencia de los pueblos. Y ante este escenario, es importante que los valores comunes a todas las tradiciones religiosas se promuevan y se refuercen, ayudando a la sociedad a «erradicar la cultura de la violencia y de la indiferencia» (Declaración conjunta de Istiqlal) y a promover la reconciliación y la paz.
Les agradezco este camino común que llevan adelante. Indonesia es un gran país, un mosaico de culturas, etnias y tradiciones religiosas; una riquísima diversidad que se refleja también en la variedad del ecosistema y del ambiente circundante. Y si es cierto que poseen la mina de oro más grande del mundo, sepan que el tesoro más valioso es la voluntad de que las diferencias no sean motivo de conflicto, sino que se encuentren armónicamente en la concordia y el respeto recíproco. La armonía, es esto que hacen ustedes. No pierdan este don. No vayan a perder nunca esta riqueza tan grande, es más, cultívenla y transmítanla sobre todo a los jóvenes. Que nadie ceda al atractivo del integrismo y de la violencia; que, en cambio, todos estén fascinados con el sueño de una sociedad y de una humanidad libre, fraterna y pacífica.
Gracias, gracias por su sonrisa gentil, que esplende siempre en sus rostros, y que es signo de vuestra belleza y apertura interior. Que Dios les conceda este don. Con su ayuda y su bendición vayan adelante, Bhinneka Tunggal Ika, unidos en la diversidad. Gracias.
Encuentro con asistentes de realidades benéficas
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Estoy muy contento de encontrarme con ustedes. Los saludo a todos, y en particular al Presidente de la Conferencia Episcopal de Indonesia, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido. Agradezco también a Mimi y a Andrew por los testimonios que nos han compartido.
Me parece muy bien que los obispos indonesios hayan elegido celebrar el centenario de su Conferencia nacional junto con ustedes. Gracias, gracias. Les agradezco esta elección. Gracias señor Presidente, se ve que tu espíritu cartujo nos ayuda a realizar estas cosas.
Ustedes son pequeñas estrellas luminosas en el cielo de este archipiélago, ustedes que son los miembros más valiosos de esta Iglesia, sus “tesoros”, como enseñaba el diácono y mártir san Lorenzo desde los primeros siglos del cristianismo. A este propósito, quiero señalar que comparto plenamente lo que ha dicho Mimi: Dios “ha creado los seres humanos con capacidades únicas para enriquecer la diversidad de nuestro mundo” -lo has hecho muy bien Mimi, gracias-. Y ella misma nos lo ha demostrado, hablándonos de Jesús de un modo maravilloso, llamándolo “nuestro faro de esperanza”. Gracias por esto.
Afrontar juntos las dificultades, dar cada uno lo mejor de sí es un aporte irrepetible que nos enriquece y nos ayuda a descubrir, día a día, cuánto vale nuestro estar juntos en el mundo, en la Iglesia y en la familia. Nos lo ha recordado Andrew, a quien además felicitamos por su participación en los juegos paralímpicos. ¡Muy bien! Démosle un gran aplauso a Andrew.
Y otro aplauso también para todos nosotros, que estamos llamados a ser, unidos, “campeones del amor” en las grandes “olimpíadas” de la vida. Un aplauso a todos nosotros.
Queridos amigos, todos necesitamos de los demás, y esto no es algo malo; al contrario, nos ayuda a entender cada vez mejor que el amor es lo más importante de nuestra existencia (cf. 1 Co 13,13) y a darnos cuenta de cuántas personas buenas nos rodean.
Nos recuerda, además, cuánto nos quiere el Señor, a todos, más allá de cualquier límite y dificultad (cf. Rm 8,35-39). Cada uno de nosotros es único a sus ojos, a los ojos del Señor, y Él no nos olvida nunca. Nunca, recordémoslo, para tener viva la esperanza y para que de nuestra parte no falte el compromiso para hacer de la propia vida un don para los demás, sin desfallecer jamás (cf. Jn 15,12-13).
Gracias. Gracias por este encuentro y por lo que hacen, todos juntos. Los bendigo y rezo por ustedes. Y también ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias. Hoy quisiera felicitar a esa mamá que no pudo venir, está en cama. Pero como hoy cumple 87 años, le enviamos nuestras felicitaciones desde aquí, todos juntos.
Santa Misa en el estadio “Gelora Bung Karno”
El encuentro con Jesús nos llama a vivir dos actitudes fundamentales, que nos hacen capaces de llegar a ser sus discípulos. La primera actitud es escuchar la Palabra y la segunda es vivir la Palabra. Primero escucharla, porque todo nace de la escucha, de abrirse a Él, de acoger el don precioso de su amistad. Pero después es importante vivir la Palabra recibida, para no ser oyentes superficiales que se engañan a sí mismos (cf. St 1,22), para no arriesgarnos a escuchar sólo con los oídos sin que la semilla de la Palabra llegue al corazón y cambie nuestro modo de pensar, de sentir y de actuar, y esto no es bueno. La Palabra que se nos da y que escuchamos tiene que hacerse vida, transformar la vida, encarnarse en nuestra vida.
Estas dos actitudes esenciales: escuchar la Palabra y vivir la Palabra, podemos contemplarlas en el Evangelio que se acaba de proclamar.
En primer lugar, escuchar la Palabra. El evangelista narra que mucha gente acudía a Jesús y que «la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios» (Lc 5,1). Lo buscaban, tenían hambre y sed de la Palabra del Señor y la oyeron resonar en las palabras de Jesús. Por eso, esta escena, que se repite tantas veces en el Evangelio, nos dice que el corazón del hombre está siempre en búsqueda de una verdad que sea capaz de alimentar y saciar su deseo de felicidad, que no podemos conformarnos sólo con las palabras humanas, con los criterios de este mundo o con sus juicios mundanos. Necesitamos siempre una luz que venga de lo alto para iluminar nuestro camino, un agua viva que pueda calmar la sed de los desiertos del alma, un consuelo que no defrauda porque proviene del cielo y no de las cosas efímeras del mundo. En medio del aturdimiento y la vanidad de las palabras humanas, hermanos y hermanas, necesitamos la Palabra de Dios, la única que sirve de brújula en nuestro camino, la única que, frente a tantas heridas y pérdidas, es capaz de devolvernos al significado auténtico de la vida.
Hermanos y hermanas, no olvidemos esto: la primera tarea del discípulo —todos nosotros somos discípulos— no es la de vestir el hábito de una religiosidad exteriormente perfecta, ni de hacer cosas extraordinarias o dedicarse a grandes proyectos. No. Por el contrario, la primera tarea, el primer paso, consiste en saber ponerse a la escucha de la única Palabra que salva, la de Jesús, como podemos ver en el episodio del Evangelio cuando el Maestro sube a la barca de Pedro para distanciarse un poco de la orilla y así poder predicar mejor a la gente (cf. Lc 5,3). Nuestra vida de fe comienza cuando acogemos humildemente a Jesús en la barca de nuestra existencia, cuando le hacemos un espacio, cuando nos ponemos a la escucha de su Palabra y dejamos que esta nos interpele, nos agite y nos cambie.
Asimismo, hermanos y hermanas, la Palabra del Señor nos pide que la encarnemos concretamente en nosotros, por eso estamos llamados a vivir la Palabra. Sólo repetir la Palabra, sin vivirla, nos convierte en pagayos. Sí, la decimos, pero no la entendemos, no la vivimos. En efecto, después de que Jesús terminó de predicar a la multitud desde la barca, se dirigió a Pedro y lo exhortó a asumir el riesgo de apostar por esa Palabra: «Navega mar adentro, y echen las redes» (Lc 5,4). La Palabra del Señor no puede permanecer como una bonita idea abstracta, o suscitar sólo la emoción del momento, más bien nos pide que cambiemos nuestra mirada, que nos dejemos transformar el corazón a imagen del de Cristo; la Palabra nos llama a echar con valentía las redes del Evangelio en medio del mar del mundo, “corriendo el riesgo”, sí, corriendo el riesgo de vivir el amor que Él nos ha enseñado y ha vivido primero. También a nosotros, hermanos y hermanas, con la fuerza abrasante de su Palabra, el Señor nos pide ir mar adentro, alejándonos de las orillas pantanosas de los malos hábitos, de los miedos y de las mediocridades, para atrevernos a emprender una nueva vida. Al diablo le gusta la mediocridad, porque se introduce en nosotros y nos arruina.
Por supuesto, nunca faltan los obstáculos y las excusas para decir que no. Pero fijémonos en la actitud de Pedro: había pasado una noche difícil en la cual no había pescado nada, estaba enfadado, estaba cansado, estaba decepcionado; sin embargo, en vez de quedarse paralizado en ese vacío y bloqueado por su fracaso, dice: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes» (Lc 5,5). Si tú lo dices, echaré las redes. Y entonces sucede lo insólito, el milagro de una barca que se llena de pescados a tal grado que casi se hunde (cf. Lc 5,7).
Hermanos y hermanas, frente a las numerosas ocupaciones de nuestra vida cotidiana; ante la llamada, que todos sentimos, de construir una sociedad más justa, de avanzar en el camino de la paz y del diálogo —este camino que aquí en Indonesia se ha propuesto desde hace tiempo—, a veces podemos sentirnos insuficientes, sentir el peso de tanto compromiso que no siempre da los frutos esperados o de nuestros errores que parecen frenar el camino. Pero con la misma humildad y la misma fe de Pedro, también a nosotros se nos pide que no permanezcamos encerrados en nuestros fracasos. Esto es algo muy feo, porque los fracasos nos abruman y nos pueden hacer sus prisioneros. No, por favor, no permanezcamos prisioneros de nuestros fracasos. En vez de permanecer con nuestra mirada fija en nuestras redes vacías, miremos a Jesús y confiemos en Él. No mires tus redes vacías, mira a Jesús, mira a Jesús. Él te hará caminar, Él te guiará, confía en Él. Siempre podemos arriesgarnos a ir mar adentro y volver a echar las redes, aun cuando hayamos pasado a través de la noche del fracaso, a través del tiempo de la desilusión en el cual no hayamos sacado nada. Ahora, haré un pequeño momento de silencio y cada uno de ustedes piense en sus propios fracasos. [pausa] Y mirando estos fracasos, arriesguémonos, sigamos adelante con la valentía de la Palabra de Dios.
Santa Teresa de Calcuta, cuya memoria hoy celebramos, que incansablemente cuidó a los más pobres y se hizo promotora de la paz y del diálogo, decía: “Cuando no tengamos nada que dar, demos ese nada. Y recuerda: aunque no tengas nada que cosechar, no te canses nunca de sembrar”. Hermano y hermana, no te canses jamás de sembrar, porque esto es vida.
Esto, hermanos y hermanas, quisiera decírselo también a ustedes, a esta nación, a este maravilloso y variado archipiélago, no se cansen de zarpar no se cansen de echar las redes, no se cansen de soñar no se cansen de soñar y de seguir construyendo una civilización de paz. Atrévanse siempre a soñar en la fraternidad, la cual es un verdadero tesoro entre ustedes. Con la Palabra del Señor, los animo a sembrar amor, a recorrer confiados el camino del diálogo, a seguir manifestando vuestra bondad y amabilidad con la sonrisa típica que los caracteriza ¿Les han dicho que son un pueblo sonriente? Por favor, no pierdan la sonrisa y sigan adelante. Y sean constructores de paz. Sean constructores de esperanza.
Este es el deseo expresado recientemente por los obispos del país, y es el deseo que yo también quiero dirigir a todo el pueblo indonesio: caminen juntos por el bien de la sociedad y de la Iglesia. Sean constructores de esperanza. Escúchenme bien, sean constructores de esperanza. Esa esperanza del Evangelio que no defrauda (cf. Rm 5,5), que nunca defrauda y que nos abre a la alegría que no tiene fin. Muchas gracias.
AGRADECIMIENTO al final de la Santa Misa
Agradezco al cardenal Ignatius, como también al Presidente de la Conferencia Episcopal y a los demás pastores de la Iglesia en Indonesia, que junto con los presbíteros y diáconos sirven al pueblo santo de Dios en este gran país. Le doy las gracias a las religiosas, a los religiosos y a todos los voluntarios; y con mucho afecto a los ancianos, a los enfermos y a cuantos sufren, que han ofrecido sus oraciones. ¡Gracias!
Mi visita en medio de ustedes llega a su fin y quiero expresar mi gozosa gratitud por la exquisita acogida que me han brindado. La renuevo al señor Presidente de la República, que hoy está aquí presente, a las demás autoridades civiles y a las fuerzas del orden, y la hago extensiva a todo el pueblo indonesio.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles se dice que el día de Pentecostés hubo una gran algarabía en Jerusalén. Y todos predicaban el Evangelio con gran entusiasmo. Queridos hermanos y hermanas, ¡hagan lío!, ¡hagan lío!
El Señor los bendiga. ¡Gracias!
Sábado, 7 de septiembre de 2024 Port Moresby
Reunión con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático en la APEC Haus
Señor Gobernador General,
señor Primer Ministro,
distinguidos representantes de la sociedad civil,
señores embajadores,
señores y señoras:
Me siento contento de estar hoy aquí con ustedes y de poder visitar Papúa Nueva Guinea. Agradezco al Gobernador General sus cordiales palabras de bienvenida y a todos ustedes por la cálida acogida que me han brindado. Dirijo mi saludo a todos los habitantes del país, deseándoles paz y prosperidad. Y expreso desde ahora mi gratitud a las autoridades por la ayuda que prestan a muchas actividades de la Iglesia, en un espíritu de mutua colaboración para el bien común.
En vuestra patria —un archipiélago con cientos de islas— se hablan más de ochocientas lenguas, correspondientes a otros tantos grupos étnicos. Esto pone de relieve una extraordinaria riqueza cultural y humana, y les confieso que se trata de un aspecto que me cautiva mucho, también a nivel espiritual, porque imagino que esta enorme variedad sea un desafío para el Espíritu Santo, que crea la armonía de las diferencias.
Así pues, vuestro país, además de islas y lenguas, también es rico en recursos de la tierra y de las aguas. Estos bienes están destinados por Dios a toda la colectividad y, aunque para su explotación sea necesario recurrir a competencias más amplias y a grandes empresas internacionales, es justo que se tenga debidamente en cuenta en la distribución de los ingresos y la utilización de la mano de obra las necesidades de las poblaciones locales, de manera que se produzca una mejora efectiva de sus condiciones de vida.
Esta riqueza ambiental y cultural representa, al mismo tiempo, una gran responsabilidad, porque compromete a todos, gobernantes y ciudadanos juntos, a favorecer todas las iniciativas oportunas para valorizar los recursos naturales y los recursos humanos, de tal modo que se pueda dar vida a un desarrollo sostenible y equitativo, que promueva el bienestar de todos, sin excluir a nadie, a través de programas concretamente ejecutables y mediante la cooperación internacional, en un marco de respeto recíproco y con acuerdos beneficiosos para todos.
La condición necesaria para lograr dichos resultados duraderos es la estabilidad de las instituciones, que se ve favorecida por la concordia sobre determinados puntos esenciales entre las diferentes concepciones y sensibilidades presentes en la sociedad. Aumentar la solidez institucional y construir un consenso sobre las metas fundamentales es, de hecho, un requisito previo para el desarrollo integral y solidario, que también exige una visión a largo plazo y un clima de cooperación entre todos, sin detrimento de la distinción de los roles y en la diferencia de las opiniones.
Hago votos, en particular, por el cese de las agresiones tribales, que desgraciadamente causan muchas víctimas, no permiten vivir en paz y obstaculizan el desarrollo. Por ello, apelo al sentido de responsabilidad de todos para que se detenga la espiral de violencia y se emprenda decididamente el camino que conduce a una cooperación fructífera, en beneficio de todos los habitantes del país.
En el clima generado por estas actitudes, la cuestión del status de la isla de Bougainville también podrá encontrar una solución definitiva, evitando el resurgimiento de antiguas tensiones.
Consolidando la concordia sobre los cimientos de la sociedad civil y con la disponibilidad de cada uno a sacrificar algo de las propias posiciones en beneficio del bien de todos, será posible poner en marcha las fuerzas esenciales para mejorar la infraestructura, para abordar las necesidades sanitarias y educativas de la población y aumentar las oportunidades de trabajo digno.
Sin embargo ―aunque a veces lo olvidamos―, el ser humano, además de lo indispensable para vivir, necesita tener una gran esperanza en el corazón, que lo ayude a vivir bien, le dé el gusto y la fortaleza para acometer proyectos de amplio alcance y le permita elevar la mirada hacia lo alto y hacia horizontes más extensos.
Sin esta tregua del alma, la abundancia de bienes materiales no es suficiente para dar vida a una sociedad vital y serena, trabajadora y alegre; al contrario, hace que se cierre sobre sí misma. La aridez del corazón le hace perder el rumbo y olvidar la recta escala de valores, le quita impulso y la bloquea ―como pasa en algunas sociedades opulentas―, hasta el punto que la hace perder la esperanza en el porvenir y no encuentra más las razones para transmitir la vida.
Por esta razón, es necesario orientar el espíritu hacia realidades más grandes; es preciso que nuestros comportamientos estén sustentados por una fuerza interior que los proteja del riesgo de corromperse y de perder, a lo largo del camino, la capacidad de reconocer el significado del propio actuar y de realizarlo con dedicación y constancia.
Los valores del espíritu influencian en gran medida la construcción de la ciudad terrena y de todas las realidades temporales, infunden un alma ―por así decirlo―, inspiran y fortalecen todo proyecto. Nos lo recuerda también el logo y el lema de mi visita a Papúa Nueva Guinea. El lema expresa todo con una sola palabra: “Pray” – “Rezar”. Quizá algunos, demasiado observantes de lo “políticamente correcto”, puedan sorprenderse por esta elección, pero en realidad se equivocan, porque un pueblo que reza tiene futuro, sacando fuerza y esperanza de lo alto. Y también el emblema del ave del paraíso, en el logotipo del viaje, es símbolo de libertad, de esa libertad que nada ni nadie puede sofocar porque es interior, y está custodiada por Dios, que es amor y quiere que sus hijos sean libres.
A todos los que se profesan cristianos ―que son la gran mayoría de vuestro pueblo― los exhorto vivamente a que no reduzcan jamás la fe a una observancia de ritos y preceptos, sino a que ésta consista en el amor, en amar y seguir a Jesucristo, y pueda convertirse en cultura vivida, inspirando las mentes y las acciones, transformándose en un faro de luz que ilumine el trayecto. De este modo, la fe podrá ayudar a la sociedad entera a crecer y encontrar soluciones, buenas y eficaces, a sus grandes desafíos.
Ilustres señoras y señores, he venido aquí para animar a los fieles católicos a que prosigan su camino y a confirmarlos en la fe. He venido a alegrarme con ellos por los progresos que están haciendo y a compartir sus dificultades; estoy aquí, como diría san Pablo, para «aumentarles el gozo» (2 Co 1,24).
Felicito a las comunidades cristianas por las obras de caridad que llevan a cabo en el país, y las exhorto a buscar siempre la cooperación con las instituciones públicas y con todas las personas de buena voluntad, empezando por los hermanos y hermanas pertenecientes a otras confesiones cristianas y a otras religiones, por el bien común de todos los ciudadanos de Papúa Nueva Guinea.
El luminoso testimonio del beato Pedro To Rot ―como dijo san Juan Pablo II durante la misa de su beatificación―, “nos enseña a ponernos generosamente al servicio de los demás para que la sociedad se desarrolle en honestidad y justicia, en armonía y solidaridad” (cf. Homilía, Puerto Moresby, 17 enero 1995). Que su ejemplo, junto con el del beato Juan Mazzucconi, del P.I.M.E., y el de todos los misioneros que han anunciado el Evangelio en esta tierra vuestra, les den fuerza y esperanza.
Que san Miguel Arcángel, patrono de Papúa Nueva Guinea, vele siempre por ustedes y los defienda de todo peligro, proteja a las autoridades y a todos los ciudadanos de este país.
Excelencia, usted ha hablado de las mujeres. No olvidemos que son ellas las que llevan adelante un país. Las mujeres tienen la fuerza de dar vida, construir, hacer crecer un país. No olvidemos a las mujeres, que están en primer lugar en del desarrollo humano y espiritual.
Excelencia, señoras y señores:
Comienzo mi visita entre ustedes con alegría. Les doy las gracias por haberme abierto las puertas de su hermoso país, tan lejos de Roma y, sin embargo, tan cerca del corazón de la Iglesia católica. Porque en el corazón de la Iglesia está el amor de Jesucristo, que en la cruz abrazó a todos los hombres. Su Evangelio es para todos los pueblos, no está atado a ningún poder terrenal, sino que es libre para poder fecundar todas las culturas y hacer crecer en el mundo el Reino de Dios. El Evangelio se incultura y las culturas tienen que ser evangelizadas. Que este Reino de Dios encuentre plena acogida en esta tierra, para que todos los pueblos de Papúa Nueva Guinea, con la variedad de sus tradiciones, convivan en armonía y den al mundo un signo de fraternidad. Muchas gracias.
Visita a los niños de "Ministerio de Calle" y "Servicios de Callan"
Felicitaciones a todos ustedes que cantaron y bailaron. ¡Lo hacen muy bien!
Queridas hermanas y hermanos, buenas tardes.
Saludo a Su Eminencia, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido. Agradezco también a la superiora de la comunidad, a la directora, a los laicos y religiosos, y a todos los presentes, especialmente a ustedes, niños, que son estupendos.
Me alegra encontrarme con ustedes y compartir este momento festivo. Agradezco también a sus compañeros, que me han hecho dos preguntas difíciles.
Uno de ellos me ha preguntado: “¿Por qué no soy como los demás?”. En verdad, la única respuesta que encuentro a esta pregunta es: “porque ninguno de nosotros es como los demás, porque todos somos únicos delante de Dios”. Por eso, no sólo reafirmo que “hay esperanza para todos” —como se ha dicho— sino que agrego también que cada uno de nosotros tiene un papel y una misión en el mundo que nadie más puede llevar a cabo, y aunque esto trae consigo penurias, al mismo tiempo produce mucha alegría, de un modo distinto para cada uno.La paz y el gozo son para todos.
Ciertamente todos tenemos límites, hay cosas que sabemos hacer mejor y otras que en cambio nos cuestan o que no somos capaces de hacer nunca, sin embargo, esto no determina nuestra felicidad. Es más bien el amor que ponemos en todo lo que hacemos, damos o recibimos. Dar amor, siempre, acoger con los brazos abiertos el amor que recibimos de las personas que nos quieren. Esto es lo más bonito y lo más importante de nuestra vida, en cualquier condición y para cualquier persona, incluso para el Papa, ¿lo sabían? Nuestra alegría no depende de nada más, nuestra alegría depende del amor.
Y esto nos lleva a la otra pregunta: “¿Cómo podemos hacer más hermoso y feliz nuestro mundo?”. Desde luego que con la misma “receta”, aprendiendo día a día a amar a Dios y a los demás con todo el corazón y procurando aprender —incluso en la escuela— todo lo que podamos, para así hacerlo de la mejor manera, estudiando y esforzándonos al máximo en cada oportunidad que se nos presenta para crecer, mejorar y perfeccionar nuestros talentos y capacidades.
¿Alguna vez han visto cómo se prepara un gato cuando tiene que hacer un gran salto? Primero se concentra y apunta todos sus esfuerzos y músculos en la dirección correcta. Y quizá lo hace tan rápido que ni siquiera lo notamos, pero lo hace. Y así también nosotros debemos concentrar todas nuestras fuerzas dirigiéndolas hacia una meta, que es el amor a Jesús —y, en Él, a todos los hermanos y hermanas que encontramos en el camino—, para luego con impulso colmar todo y a todos con nuestro afecto. En este sentido, ninguno de nosotros es “una carga” —como han dicho—, todos somos hermosos regalos de Dios, un tesoro los unos para los otros.
Gracias, niños, muchas gracias por este encuentro y gracias a todos ustedes, que aquí trabajan juntos con amor. Conserven esta luz siempre encendida como signo de esperanza, no sólo para ustedes, sino para todos aquellos con quienes se encuentran e incluso para nuestro mundo, a veces tan egoísta y preocupado por las cosas banales. Mantengan encendida la luz del amor y, por favor, recen también por mí.
Encuentro con los obispos de Papúa Nueva guinea y de las Islas Salomón, sacerdotes, diáconos, los consagrados, las consagradas, los seminaristas y catequistas en el Santuario de María Auxiliadora
Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.
Los saludo a todos con afecto, a los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y catequistas. Agradezco las palabras del Presidente de la Conferencia Episcopal, así como los testimonios de James, Gracia, sor Lorena y don Emmanuel.
Estoy contento de estar aquí, en esta hermosa iglesia salesiana. Los salesianos saben hacer bien las cosas. ¡Los felicito! Este es un Santuario diocesano dedicado a María, Auxilio de los cristianos; María Auxiliadora —yo fui bautizado en una parroquia de María Auxiliadora en Buenos Aires—, un título tan querido por san Juan Bosco; o María Helpim, como ustedes cariñosamente la invocan aquí. Cuando, en 1844, la Virgen inspiró a don Bosco la construcción de una iglesia en su honor, en Turín, le hizo esta promesa: “Aquí está mi casa, desde aquí saldrá mi gloria”. La Virgen le prometió que, si tenía el arrojo de empezar a construir aquel santuario, le sobrevendrían gracias abundantes. Y así sucedió: la iglesia se construyó y es estupenda, ¡aunque es más linda la de Buenos Aires!, y esta iglesia se ha convertido en un centro de irradiación del Evangelio, de formación de los jóvenes y de caridad; en un punto de referencia para muchas personas.
Así pues, este hermoso santuario en el que nos encontramos, inspirado en esa historia, puede ser un símbolo también para nosotros, sobre todo si hacemos referencia a tres aspectos de nuestro camino cristiano y misionero, como lo han resaltado los testimonios que hemos escuchado: la valentía de empezar, la belleza de existir y la esperanza de crecer.
Primero, la valentía de empezar. Los constructores de esta iglesia comenzaron la obra haciendo un gran acto de fe, que dio sus frutos, pero que sólo fue posible gracias a otros muchos inicios valientes de sus predecesores. Los misioneros llegaron a este país a mediados del siglo XIX y los primeros pasos de su labor no fueron fáciles; de hecho, algunos intentos fracasaron. A pesar de eso no se rindieron, sino que con gran fe y celo apostólico continuaron predicando el Evangelio y sirviendo a sus hermanos y hermanas, recomenzando muchas veces a partir de los fracasos y pasando por muchos sacrificios.
Así nos lo recuerdan estos vitrales —que ahora no se ven porque es de noche—, a través de los cuales la luz del sol nos sonríe en los rostros de los santos y beatos: mujeres y hombres de todas las procedencias, vinculados a la historia de vuestra comunidad, como Pedro Chanel; Juan Mazzucconi y Pedro To Rot, mártires de Nueva Guinea; y luego Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, María de la Cruz MacKillop, María Goretti, Laura Vicuña, Ceferino Namuncurá, Francisco de Sales, Juan Bosco y María Dominga Mazzarello. Todos hermanos y hermanas que, de distintas maneras y en tiempos diferentes, comenzando y recomenzando tantas veces obras y caminos, han contribuido a llevar el Evangelio entre ustedes, con una riqueza multicolor de carismas, animados por el mismo Espíritu y por la misma caridad de Cristo (cf. 1 Co 12,4-7; 2 Co 5,14). Gracias a ellos, a sus “salidas” y “recomienzos”,—los misioneros son mujeres y hombres “en salida”, y cuando regresan “vuelven a salir”. Esta es la vida del misionero, salir y volver a salir—, es gracias a ellos que estamos aquí y, aun a pesar de los desafíos que no faltan hoy en día, seguimos adelante, sin miedo, —no estoy seguro que sea siempre sin miedo—, sabiendo que no estamos solos, porque es el Señor quien actúa en nosotros y con nosotros (cf. Ga 2,20), haciéndonos —como a ellos— instrumentos de su gracia (cf. 1 P 4,10). Esta es nuestra vocación, ser instrumentos.
En este sentido, y a la luz de lo que hemos escuchado, quisiera indicarles un rumbo importante hacia el cual dirigir sus “salidas”: el de las periferias de este país. Me refiero en concreto a las personas de los sectores más desfavorecidos de las poblaciones urbanas, así como a aquellas que viven en las zonas más remotas y abandonadas, donde a menudo falta lo indispensable. Pienso también en las personas marginadas y heridas, tanto moral como físicamente, a causa de los prejuicios y las supersticiones, en ocasiones, hasta el punto de arriesgar la propia vida, como nos lo recordaban James y sor Lorena. La Iglesia quiere estar particularmente cercana a estos hermanos y hermanas, porque en ellos, Jesús está presente de un modo especial (cf. Mt 25,31-40), y donde está Él —nuestra cabeza— allí estamos también nosotros, que pertenecemos al mismo cuerpo, «[el cual] recibe unidad y cohesión, gracias a los ligamentos que lo vivifican y a la acción armoniosa de todos los miembros» (Ef 4,16).Y por favor, no olviden: ¡cercanía, cercanía! Ustedes saben que las tres actitudes más bellas son la cercanía, la compasión y la ternura. Si una consagrada o un consagrado, un sacerdote, un obispo, los diáconos no son cercanos, no son compasivos y no son tiernos, no tienen el Espíritu de Jesús. No olviden esto: cercanía, compasión, ternura.
Y esto nos conduce al segundo aspecto, la belleza de existir. Esta se puede ver simbolizada en las conchas de kina con las que está decorado el presbiterio de esta iglesia, y que son signo de prosperidad. Las conchas nos recuerdan que, aquí, el tesoro más hermoso a los ojos del Padre somos nosotros, acurrucados en torno a Jesús, bajo el manto de María y unidos espiritualmente a todos los hermanos y hermanas que el Señor nos ha confiado y que no han podido venir; todos animados por el deseo de que el mundo entero conozca el Evangelio y de compartir con nosotros la fuerza y la luz.
James preguntó cómo se transmite el entusiasmo de la misión a los jóvenes. No creo que haya “técnicas” para esto. Sin embargo, una forma comprobada es la de cultivar y compartir con ellos nuestra alegría de ser Iglesia (cf. Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Inauguración de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 mayo 2007), de ser un hogar acogedor hecho de piedras vivas, escogidas y preciosas, colocadas por el Señor unas junto a otras y cimentadas por su amor (cf. 1 P 2,4-5). Así pues, como nos lo ha recordado Grace al evocar la experiencia del Sínodo, si nos estimamos y nos respetamos unos a otros, y si nos ponemos al servicio de los demás, podemos mostrarles a ellos, y a cualquier persona que nos encontremos, lo hermoso que es seguir juntos a Jesús y anunciar su Evangelio.
La belleza de existir, por tanto, no se experimenta tanto en los grandes acontecimientos y momentos de éxito, sino más bien en la lealtad y el amor con que nos esforzamos por crecer juntos cada día.
Y así llegamos al tercer y último aspecto, la esperanza de crecer. En esta iglesia encontramos una interesante “catequesis en imágenes” del paso del Mar Rojo, con las figuras de Abraham, Isaac y Moisés: patriarcas fecundos por la fe, que por haber creído recibieron como don una descendencia numerosa (cf. Gn 15,5; 26,3-5; Ex 32,7-14). Y este es un signo importante, porque también a nosotros nos anima hoy a confiar en la fecundidad de nuestro apostolado, a seguir sembrando pequeñas semillas de bien en los surcos del mundo. Parecen acciones minúsculas, como un granito de mostaza, pero si tenemos confianza y no nos cansamos de esparcirlas, brotarán por la gracia de Dios, darán una cosecha abundante (cf. Mt 13,3-9) y producirán árboles capaces de dar cobijo a las aves del cielo (cf. Mc 4,30-32). Lo dice san Pablo, cuando nos recuerda que el crecimiento de lo que sembramos no es obra nuestra, sino del Señor (cf. 1 Co 3,7), y nos lo enseña nuestra Madre la Iglesia, al enfatizar que, incluso a través de nuestros esfuerzos, es Dios «quien hace que su Reino venga a la tierra» (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 42). Por consiguiente, sigamos evangelizando, con paciencia, sin dejarnos desanimar por las dificultades y las incomprensiones, ni siquiera cuando éstas surjan donde menos quisiéramos encontrarlas; por ejemplo, en la familia, como hemos escuchado.
Queridos hermanos y hermanas, agradezcamos juntos al Señor por la forma en que se va arraigando y difundiendo el Evangelio en Papúa Nueva Guinea y en las Islas Salomón. Sigan así su misión, como testigos de la valentía, la belleza y la esperanza. No se olviden del estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura. ¡Sigamos siempre adelante con este estilo del Señor! Les doy las gracias por lo que hacen, los bendigo a todos de corazón y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí, porque lo necesito. ¡Gracias!
Domingo 8 de septiembre de 2024 Port Moresby - Vanimo
Santa Misa en el estadio “Sir John Guise”
Las primeras palabras que nos dirige hoy el Señor son: «¡Sean fuertes, no teman!» (Is 35,4). El profeta Isaías lo dice a todos aquellos que tienen el corazón quebrantado. De este modo, anima e invita a su pueblo para que, aún en medio de las dificultades y los sufrimientos, levante la mirada hacia un horizonte de esperanza y de futuro. Les dice que Dios viene a salvar, que Él vendrá y en aquel día «se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos» (Is 35,5).
Esta profecía se realiza en Jesús. En el relato de san Marcos, particularmente, se ponen en evidencia dos cosas: la lejanía del sordomudo y la cercanía de Jesús.
La lejanía del sordomudo. Este hombre se encontraba en una zona geográfica que, en el lenguaje actual, llamaríamos “periferia”. El territorio de la Decápolis se situaba al otro lado del Jordán y lejos de Jerusalén, que era el centro religioso. Pero ese hombre sordomudo experimentaba además otro tipo de lejanía; se encontraba lejos de Dios, estaba lejos de los hombres porque no tenía la posibilidad de comunicarse. Era sordo y por eso no podía escuchar a los demás, era mudo y a causa de ello no podía hablar con nadie. Este hombre era un marginado del mundo, estaba aislado, era un prisionero de su sordera y de su mudez y, por lo tanto, no podía abrirse para comunicarse con los demás.
Ahora bien, podemos leer esta condición de sordomudez en otro sentido, pues pudiera ocurrirnos que nos encontremos apartados de la comunión y de la amistad con Dios y con los hermanos cuando, más que los oídos y la lengua, sea el corazón el que esté obstruido. Existe una sordera interior y un mutismo del corazón que dependen de todo aquello que nos encierra en nosotros mismos, que nos cierra a Dios, nos cierra a los demás: el egoísmo, la indiferencia, el miedo a arriesgarse e involucrarse, el resentimiento, el odio, y la lista podría continuar. Todo esto nos aleja de Dios, nos aleja de los hermanos y también de nosotros mismos; y nos aleja de la alegría de vivir.
Hermanos y hermanas, ante esta lejanía, Dios responde con lo puesto, con la cercanía de Jesús. En su Hijo, Dios nos quiere mostrar sobre todo esto: que Él es el Dios cercano, el Dios compasivo, que cuida nuestra vida, que supera toda distancia. Y en el pasaje del Evangelio, en efecto, vemos cómo Jesús se dirige a esos territorios de las periferias saliendo de Judea para encontrarse con los paganos (cf. Mc 7,31).
Con su cercanía, Jesús sana la sordera, sana la mudez del hombre; en efecto, cuando nos sentimos alejados, y decidimos distanciarnos —de Dios, de los hermanos y de quienes son diferentes a nosotros—, entonces nos encerramos, nos atrincheramos en nosotros mismos y terminamos girando sólo entorno a nuestro yo, nos hacemos sordos a la Palabra de Dios y al grito del prójimo y, por lo tanto, incapaces de dialogar con Dios y con el prójimo.
Y ustedes hermanos y hermanas, que habitan en esta tierra tan lejana, tal vez tienen la impresión de estar separados, separados del Señor, separados de los hombres, y esto no es así, no: ¡ustedes están unidos, unidos en el Espíritu Santo, unidos en el Señor! Y el Señor dice a cada uno de ustedes: “Ábrete”. Esto es lo más importante: abrirse a Dios, abrirse a los hermanos, abrirse al Evangelio y hacer de él la brújula de nuestra vida.
También a ustedes hoy les dice el Señor: “¡Ánimo, no temas, pueblo papú! ¡Ábrete! Ábrete a la alegría del Evangelio, ábrete al encuentro con Dios, ábrete al amor de los hermanos”. Que ninguno de ustedes permanezca sordo y mudo frente a esta invitación. En este camino los acompaña el beato Juan Mazzucconi que, entre tantos inconvenientes y hostilidades, trajo a Cristo en medio de ustedes, para que ninguno quedara sordo frente al alegre mensaje de salvación, y a todos se les pudiera soltar la lengua para cantar el amor de Dios. Que así sea, hoy, también para ustedes.
Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Antes de concluir esta celebración, nos dirigimos a la Virgen María con la oración del Ángelus. A ella le encomiendo el camino de la Iglesia en Papúa Nueva Guinea y en las Islas Salomón. Que María, Auxilio de los cristianos —María Helpim— los acompañe y los proteja siempre; que fortalezca la unión de las familias; que haga hermosos y valientes los sueños de los jóvenes; que sostenga y consuele a los ancianos; que conforte a los enfermos y a los que sufren.
Y desde esta tierra tan bendecida por el Creador, quisiera invocar junto a ustedes, por intercesión de María Santísima, el don de la paz para todos los pueblos. En particular, lo pido para esta gran región del mundo entre Asia, Oceanía y el Océano Pacífico. Paz, paz para las naciones y también para la creación. No al armamentismo ni a la explotación de la casa común. Sí al encuentro entre los pueblos y las culturas; sí a la armonía del hombre con las criaturas.
María Helpim, Reina de la paz, ayúdanos a convertirnos a los designios de Dios, que son designios de paz y de justicia para la gran familia humana.
En este domingo, que es la fiesta litúrgica de la Natividad de María, nuestro pensamiento va al santuario de Lourdes, que por desgracia ha sido afectado por una inundación.
Encuentro con los fieles de la diócesis de Vanimo en la explanada frente a la Catedral de la Santa Cruz
Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.
Le agradezco al señor obispo las palabras que me ha dirigido. Saludo a las autoridades, a los sacerdotes, a las religiosas y religiosos, a los misioneros, a los catequistas, a los jóvenes, a los fieles ―algunos venidos desde muy lejos― y a ustedes, queridos niños. Le doy las gracias a María Joseph, Steven, sor Jaisha Joseph, David y María por lo que nos han compartido. Estoy contento de encontrarme en esta tierra maravillosa, tierra joven y misionera.
Como hemos escuchado, desde mediados del siglo XIX la misión en estas tierras nunca se ha interrumpido. Religiosas, religiosos, catequistas y misioneros laicos nunca han dejado de predicar la Palabra de Dios y de ofrecer ayuda a los hermanos en la atención pastoral, en la instrucción, en la asistencia médica y en muchos ámbitos más, debiendo afrontar no pocas dificultades, para ser instrumentos “de paz y de amor” para todos, como nos dijo sor Jaisha Joseph.
De esta manera, las escuelas, los hospitales y los centros misioneros testimonian alrededor nuestro que Cristo vino a traer salvación para todos, para que cada uno florezca en toda su belleza en beneficio del bien común (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 182).
Ustedes aquí son “expertos” de belleza porque están rodeados de ella. Viven en una tierra magnífica, rica en una gran variedad de plantas y aves, donde uno se queda con la boca abierta ante los colores, sonidos y olores, y el grandioso espectáculo de una naturaleza rebosante de vida, que evoca la imagen del Edén.
Sin embargo, esta riqueza se las confía el Señor como un signo y un instrumento, para que ustedes también puedan vivir así, unidos en armonía con Él y con los hermanos, respetando la casa común y cuidándose mutuamente (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, 1 septiembre 2019).
Mirando a nuestro alrededor, vemos cuán dulce es el panorama de la naturaleza. Pero volviendo a nosotros mismos, nos damos cuenta de que hay un espectáculo aún más hermoso: el de lo que crece en nosotros cuando nos amamos mutuamente, como nos lo han testimoniado David y María, hablando de su camino de esposos, en el sacramento del matrimonio. Y nuestra misión es precisamente ésta: difundir por doquier, mediante el amor de Dios y de nuestros hermanos, la belleza del Evangelio de Cristo (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 120).
Hemos escuchado cómo algunos de ustedes, para hacer esto, afrontan largos viajes, para llegar incluso a las comunidades más lejanas, a veces dejando sus casas, como nos contó Steven. Llevan a cabo algo muy lindo, y es importante que no se queden solos, sino que toda la comunidad los apoye, para que puedan cumplir su mandato con serenidad, sobre todo cuando tienen que conciliar las exigencias de la misión con las responsabilidades familiares.
Sin embargo, también podemos ayudarles de otra manera, y es que cada uno de nosotros promueva el anuncio misionero allí donde vive (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 23), es decir, en la casa, en la escuela, en los ambientes de trabajo; para que, en todas partes, en la selva, en las aldeas o en los pueblos, a la belleza del paisaje corresponda la belleza de una comunidad en la que las personas se aman, como nos enseñó Jesús cuando dijo: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,35; cf. Mt 22,35-40).
Formaremos así, cada vez más, como una gran orquesta ―como tanto le gusta a María Joseph, nuestra violinista―, capaz, con sus notas, de acabar con las rivalidades, de vencer las divisiones ―personales, familiares y tribales―, de expulsar del corazón de las personas el miedo, la superstición y la magia; de terminar con los comportamientos destructivos como la violencia, la infidelidad, la explotación, el consumo de alcohol y drogas ―males que aprisionan y hacen infelices a tantos hermanos y hermanas, también aquí―.
No lo olvidemos: el amor es más fuerte que todo esto y su belleza puede sanar al mundo, porque tiene sus raíces en Dios (cf. Catequesis, 9 septiembre 2020). Por ello, debemos difundirlo y defenderlo, aun cuando hacerlo pueda costarnos alguna incomprensión, alguna oposición. Nos lo ha testimoniado, con sus palabras y su ejemplo, el beato Pedro To Rot ―esposo, padre, catequista y mártir de esta tierra―, que entregó su propia vida por defender la unidad de la familia de aquello que quería socavarle sus cimientos.
Queridos amigos: muchos turistas, después de haber visitado vuestro país, regresan a sus casas diciendo que han visto “el paraíso”. Se refieren, sobre todo, a los atractivos paisajísticos y medioambientales de los que han disfrutado. Sin embargo, sabemos, como hemos dicho, que el mayor tesoro no es ese. Hay otro, más bello y fascinante, que se encuentra en vuestros corazones y que se manifiesta en la caridad con la que se aman.
Este es el regalo más valioso que pueden compartir y dar a conocer a todos, haciendo famosa a Papúa Nueva Guinea no sólo por su variedad de flora y fauna, sus encantadoras playas y su mar cristalino, sino también y sobre todo por las personas buenas que allí se encuentran; y se lo digo especialmente a ustedes, niños, con vuestras sonrisas contagiosas y vuestra alegría desbordante, que fluye en todas direcciones. Ustedes son la imagen más hermosa que quienes parten de aquí pueden llevarse y conservar en el corazón.
Los animo, pues, a embellecer cada vez más esta tierra venturosa con vuestra presencia de Iglesia que ama. Los bendigo y rezo por ustedes. Y les pido, por favor, que también ustedes recen por mí. Gracias.
Lunes 9 de septiembre de 2024 Port Moresby - Dili
Encuentro con los jóvenes en el estadio “Sir John Guise”
Queridos jóvenes, buenos días.
Les confieso una cosa, me siento contento por estos días pasados en este país, donde conviven el mar, las montañas y los bosques tropicales; pero, sobre todo, un país joven habitado por muchos jóvenes. Y el rostro joven del país lo hemos podido contemplar todos, también a través de la hermosa representación que hemos visto aquí. ¡Gracias! Gracias por vuestra alegría, por cómo han narrado la belleza de Papúa, “donde el océano se encuentra con el cielo, donde nacen los sueños y surgen los desafíos”. Y, sobre todo, gracias porque han manifestado a todos los demás una aspiración importante: “enfrentar el futuro con sonrisas de esperanza”. Con sonrisa y alegría.
Queridos jóvenes, no quería irme de aquí sin encontrarme con ustedes, porque ustedes son la esperanza del futuro.
¿Cómo se construye el futuro? ¿Qué sentido queremos darle a nuestra vida? Quisiera dejarme interpelar por estas preguntas a partir de una narración que está al comienzo de la Biblia: el relato de la Torre de Babel. En él vemos que se contraponen dos modelos, dos modos opuestos de vivir y de construir la sociedad. Uno lleva a la confusión y a la dispersión, mientras el otro, a la armonía del encuentro con Dios y con los hermanos. Confusión por un lado y armonía por el otro. Esto es importante.
Y ahora yo les pregunto, ¿qué elijen ustedes? ¿El modelo de la dispersión o el modelo de la armonía? ¿Qué elijen ustedes? [Responden: ¡armonía!]. ¡Ustedes son geniales! Hay una historia que nos cuenta la Escritura y dice que, después del diluvio universal, los descendientes de Noé se diseminaron por diferentes islas, cada uno «con su lengua, sus clanes y sus nacionalidades» (Gn 10,5). Sin anular las diferencias, Dios les concedió un modo para ponerse en comunicación y para unirse; de hecho, «todo el mundo hablaba una misma lengua » (Gn 11,1). Esto significa que el Señor, nos creó para tener una buena relación con los demás. ¡Cuidado!, no nos ha creado para la confusión, sino para tener una buena relación con todos. Y eso es muy importante.
Y frente a estas diferencias de idiomas, que dividen, que dispersan, necesitamos tener un solo idioma que nos ayude a estar unidos. Yo les pregunto, ¿cuál es el idioma que favorece la amistad, que abate los muros de división y nos abre el camino para entrar, todos, en un abrazo fraterno?
¿Cuál es este idioma? Me gustaría oír a algún valiente de entre ustedes. ¿Quién es capaz de decirme cuál es este idioma? ¿Quién es el más valiente?, que levante la mano y venga aquí adelante. [Un joven responde: el amor]. ¿Están convencidos de esto? [Los jóvenes responden: ¡sí!]. Piensen un poco. ¿Qué existe como opuesto al amor? El odio. Pero quizás hay algo más feo que el odio, y es la indiferencia hacia los demás. ¿Entendieron lo que es el odio y lo que es la indiferencia? ¿Lo entendieron? [Los jóvenes responden: ¡sí!]. La indiferencia es algo muy malo, porque dejas a los demás en la calle y no te interesa ayudarlos. La indiferencia hunde sus raíces en el egoísmo.
Escuchen esto queridos jóvenes, en vuestra vida, deben tener en el corazón la inquietud de cuidar a los demás. Deben tener la inquietud de tender lazos de amistad entre ustedes. Pongan atención a algo que les diré ahora, que quizás les parezca un poco extraño —una cosa que voy a decir ahora y que quizás parezca un poco extraña—. Hay una relación muy importante en la vida del joven, que es la cercanía con los abuelos. ¿Están de acuerdo con esto? [Los jóvenes responden: ¡sí!]. Ahora, repitamos todos juntos: “¡vivan los abuelos!” [Los jóvenes responden]: ¡vivan los abuelos! Muchas gracias. Gracias. Gracias.
Volvamos a la narración bíblica de los descendientes de Noé. Cada uno hablaba un idioma diferente, incluso muchos dialectos. Les pregunto, ¿cuántos dialectos hay aquí? ¿Uno?, ¿dos?, ¿tres? ¿Pero ustedes tienen un idioma común? Piensen bien la respuesta, ¿tienen un lenguaje común? [Los jóvenes responden: ¡sí!]. ¡El idioma del corazón! ¡El lenguaje del amor! ¡El lenguaje de la cercanía! Y también, el lenguaje del servicio.
Les agradezco su presencia aquí. Y espero que todos ustedes hablen el idioma más profundo, ¡que todos ustedes sean “wantok” del amor!
Queridos jóvenes, estoy contento de vuestro entusiasmo y estoy contento de todo lo que hacen y de lo que piensan. Pero me pregunto —¡estén atentos a la pregunta!—: ¿un joven puede equivocarse? [Los jóvenes responden: ¡sí!]. Y una persona adulta, ¿puede equivocarse? [Los jóvenes responden: ¡sí!]. ¿Y un viejo como yo, puede equivocarse? [Los jóvenes responden: ¡sí!]. Todos podemos equivocarnos, ¡todos! Pero lo importante es darse cuenta del error. Esto es importante. No somos superman. Podemos equivocarnos. Esto nos da también una certeza: que siempre debemos enmendarnos. En la vida todos podemos caer, ¡todos! Hay una canción muy bonita, me gustaría que la aprendieran, es una canción que cantan los jóvenes cuando están subiendo a los Alpes, a las montañas. La canción dice así: “en el arte de subir, lo importante no es caer, más bien no permanecer caído”. ¿Entendieron esto? [Los jóvenes responden: ¡sí!]. En la vida todos podemos caer, ¡todos! Les pregunto, ¿es importante no caer? —¿es importante no caer?—. [Los jóvenes responden: ¡no!]. ¿Qué es más importante? [Los jóvenes responden: ¡levantarse!]. No permanecer caído. Y si ves a un amigo, un compañero, una amiga, una compañera de tu edad que ha caído, ¿qué tienes que hacer? ¿Reírte de eso? [Los jóvenes dicen: ¡no!]. Tienes que mirarlo y ayudarlo a levantarse. Piensen que en una sola situación de nuestra vida podemos mirar al otro desde arriba hacia abajo: cuando tenemos que ayudarlo a levantarse —para ayudarlo a levantarse—. ¿Están de acuerdo con esto o no están de acuerdo? [Los jóvenes responden: ¡sí!]. Si uno de ustedes ha caído o está mal en la vida moral, ¿tú le darías un puntapié, así? [Los jóvenes responden: ¡no!]. Bien, bien.
Ahora repetimos juntos, para terminar. En la vida lo importante no es no caer, lo importante es no permanecer caído. Repitan. Muchas gracias.
Queridos jóvenes, les agradezco su alegría, su presencia, sus ilusiones.
Rezo por ustedes —rezo por ustedes—. Y ustedes no se olviden de rezar por mí, porque el trabajo no es fácil. Muchas gracias por su presencia. Muchas gracias por su esperanza.
Y ahora, todos juntos, oremos. Oremos por todos nosotros.
[Se reza el Padre Nuestro en inglés].
Muchas Gracias. Me olvidaba [de decirles], si uno cae, ¿debe quedarse caído? [Los jóvenes responden: ¡no!]. Muy bien. Y si vemos a un amigo, una amiga, un compañero, una compañera, que cae: ¿debemos dejarlo allí o darle un puntapié? [Los jóvenes responden: ¡no!]. ¿Qué debemos hacer? [Los jóvenes responden: ¡ayudarle a levantarse!].
Muchas gracias. Que Dios los bendiga. No se olviden de rezar por mí.
* * *
Palabras a brazo después de la bendición:
Antes del canto final, me he olvidado de una cosa. Me gustaría preguntarles —no me acordaba—: cuando ustedes encuentran a alguien que se ha caído en el camino, que se ha caído por tantos problemas, ¿qué cosa deben hacer, darle un puntapié? [Los jóvenes responden: ¡no!] ¿Cuál es el gesto que deben hacer ante alguien que se ha caído? [Los jóvenes responden: ¡levantarlo!] ¡Hagamos el gesto juntos! Muchas gracias.
Palabras a brazo después del canto final:
Quisiera agradecerles a todos los que han preparado este hermoso encuentro. Esto me lo ha recordado este Obispo salesiano que llegó con ustedes vestido como un auténtico obrero. Ahora, todos juntos, démosle un aplauso a los que han preparado el encuentro. Y hay una cosa que me olvidaba: ¿qué gesto se debe hacer? ¿Así? [levantar a una persona caída].
Reunión con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático en el salón del Palacio Presidencial
Señor Presidente,
señor Primer Ministro,
distinguidos miembros del Gobierno y del Cuerpo diplomático,
señor cardenal, señores obispos,
representantes de la sociedad civil,
señoras y señores:
Muchas gracias por la cordial y alegre bienvenida a esta hermosa tierra de Timor-Leste. Agradezco al señor Presidente, José Ramos-Horta, las amables palabras que me acaba de dirigir.
En este lugar Asia y Oceanía se rozan y, en cierto sentido, se encuentran con Europa, lejana geográficamente, pero cercana por el papel que ha tenido en estas latitudes durante los últimos cinco siglos. —No quiero hablar de los piratas holandeses—. De hecho, los primeros misioneros dominicos llegaron desde Portugal en el siglo XVI, trayendo consigo el catolicismo y la lengua portuguesa; y esta última junto con el idioma tetum son actualmente los dos idiomas oficiales del Estado.
El cristianismo, nacido en Asia, llegó a estas regiones del continente a través de misioneros europeos, lo que da testimonio de su vocación universal y su capacidad de armonizarse con las más diversas culturas, que, al encontrarse con el Evangelio, llegan a una síntesis nueva, más elevada y más profunda. El cristianismo se incultura, toma las culturas y ahí los diversos ritos orientales, de los diversos pueblos, porque una de las dimensiones importantes del cristianismo es la inculturación de la fe. Y, a la vez, evangeliza las culturas. Este binomio para la vida cristiana es importante: inculturación de la fe y evangelización de la cultura. No es una fe ideológica, es una fe enraizada en la cultura.
Esta tierra, adornada con montañas, selvas y llanuras, rodeada de un mar que es maravilloso, por lo que pude ver, rica en tanta cosa, tantos frutos y maderas. Con todo, esta tierra ha atravesado en su pasado reciente una fase dolorosa, experimentando las convulsiones y la violencia que suelen producirse cuando un pueblo se lanza en busca de su plena independencia y esa búsqueda de autonomía es negada o frustrada.
Desde el 28 de noviembre de 1975 hasta el 20 de mayo de 2002, es decir, desde la declaración de la independencia hasta su restauración definitiva, Timor-Leste ha vivido los años de su pasión y de su prueba más grande. Ha sufrido. A partir de ahí, el país supo resurgir, encontrando un camino de paz y apertura hacia una nueva fase, que pretende ser de desarrollo, de mejoría en sus condiciones de vida, de potencialización —a través de todos los niveles— del esplendor natural de este territorio, como de los recursos naturales y humanos.
Demos gracias a Dios porque, cuando tuvieron que atravesar un período tan dramático de su historia, ustedes no perdieron la esperanza, y también porque, después de días oscuros y difíciles, finalmente ha despuntado un amanecer de paz y de libertad.
Para alcanzar estas importantes metas, les ha sido de gran ayuda el estar arraigados en la fe , como lo puso de relieve san Juan Pablo II cuando visitó vuestro país. En su homilía en Tasi-Tolu, recordó que los católicos de Timor-Leste tienen «una tradición en la que la vida familiar, la cultura y las costumbres sociales están profundamente radicadas en el Evangelio»; una tradición «rica de las enseñanzas y del espíritu de las bienaventuranzas», una tradición rica de «humilde confianza en Dios, de perdón y, misericordia y, cuando necesario, de sufrimiento paciente en la tribulación» (12 octubre 1989). Y esto mismo, —traducido al día de hoy— yo diría que ustedes son un pueblo sufrido, pero sabio en el sufrimiento.
A este propósito, quisiera recordar y elogiar, de modo particular, vuestro diligente compromiso para alcanzar una reconciliación con los hermanos de Indonesia, disposición que encontró su primera y más pura fuente en las enseñanzas del Evangelio. Ustedes mantuvieron firme su esperanza incluso en medio de la aflicción y, gracias al carácter de vuestro pueblo y a vuestra fe, transformaron el dolor en gozo. Ojalá que también en otras situaciones de conflicto, en diversas partes del mundo, prevalezca el deseo de la paz, porque la unidad es superior al conflicto, siempre —la paz de la unidad es superior al conflicto—. Y para esto también se requiere una cierta purificación de la memoria, para sanar heridas, combatir el odio con la reconciliación y la confrontación con la colaboración. Es lindo hablar de “la política de la mano tendida”, que es muy sabia, no es tonta, ¡no! Porque cuando la mano tendida se ve traicionada, sabe pelear, sabe llevar adelante las cosas.
También es un motivo de reconocimiento y gratitud que, con ocasión del vigésimo aniversario de la independencia del país, hayan incorporado como documento nacional la Declaración sobre la Fraternidad Humana —cosa que agradezco, señor Presidente—, que firmé junto al Gran Imán de Al-Azhar, en Abu Dabi. Y, tal como lo pide la misma Declaración, lo han hecho para que pueda adoptarse e incorporarse en el plan de estudios de las escuelas, que es fundamental.
Quiero también exhortarlos a continuar, con renovada confianza, la sabia construcción y consolidación de las instituciones de vuestra República, de modo que los ciudadanos puedan sentirse efectivamente representados en ellas y sean plenamente idóneas para servir al pueblo de Timor-Leste.
Ahora se ha abierto ante ustedes un nuevo horizonte, sin nubes oscuras, pero con nuevos desafíos que afrontar y nuevos problemas que resolver. Por esta razón quisiera pedirles que la fe sea, esa fe que los ha iluminado y sostenido en el pasado, la que siga inspirando vuestro presente, vuestro futuro: «que a vossa fé seja a vossa cultura!». Es decir, que ella inspire los criterios, los proyectos y las decisiones según el Evangelio.
Entre los muchos retos actuales, pienso en el fenómeno de la emigración, que constituye siempre un indicador de un insuficiente o inadecuado uso de los recursos, así como de la dificultad de ofrecer a todos un empleo que produzca un beneficio justo y que garantice a las familias los ingresos que correspondan a sus necesidades básicas. Y no siempre es un fenómeno externo. Por ejemplo, en Italia está la emigración del sur hacia el norte y tenemos toda una región del sur que se va despoblando.
Pienso también en la pobreza presente en muchas zonas rurales, en la consiguiente necesidad de una acción coral amplia que implique a las múltiples fuerzas y distintas responsabilidades, civiles, religiosas y sociales, para ponerle remedio y ofrecer alternativas viables a la emigración.
Y por último, pienso en aquellas situaciones que pueden ser consideradas verdaderas plagas sociales, como el abuso en el consumo de bebidas alcohólicas entre los jóvenes. ¡Por favor, cuiden eso! ¡Denles ideales a los jóvenes para que salgan de estas trampas! Y también hay un fenómeno de incorporación a ciertas bandas que, envalentonadas por el conocimiento de las artes marciales, en lugar de utilizarlo al servicio de los indefensos, se aprovechan de él para exhibir el poder efímero y dañino de la violencia. La violencia siempre es un problema en los pueblos. Y no olvidemos a tantos niños y adolescentes heridos en su dignidad. Este fenómeno está aflorando en todo el mundo. Todos estamos llamados a actuar con responsabilidad para prevenir todo tipo de abuso y garantizar un crecimiento sereno a nuestros jóvenes.
Para solucionar estos problemas, así como para una mejor gestión de los recursos naturales del país, entre los que destaco las reservas de petróleo y gas, que podrían ofrecer posibilidades de desarrollo sin precedentes, es imprescindible preparar adecuadamente, con una formación especializada, a aquellos que están llamados a ser, en un futuro no lejano, la clase dirigente del país. Me gustó lo que me contó el señor Presidente sobre la educación aquí. De esta manera, podrán disponer de los instrumentos indispensables para diseñar un proyecto de amplio alcance, en el interés exclusivo del bien común.
La Iglesia pone a disposición su doctrina social como base para este proceso de formación, que constituye un pilar insustituible sobre el cual desarrollar los conocimientos específicos, y en el que siempre es preciso apoyarse para verificar si los nuevos logros beneficiarán verdaderamente al desarrollo integral o si serán, por el contrario, un obstáculo que produce desequilibrios inaceptables y una elevada proporción de descartados, que quedan a un lado. La Doctrina Social de la Iglesia no es una ideología, está basada en la fraternidad. Una doctrina que tiene que favorecer —favorece el desarrollo de los pueblos—, en especial los más pobres.
Sin embargo, a pesar de que siempre habrá dificultades ―como sucede en todos los pueblos y en todas las épocas―, los animo a que tengan confianza y mantengan una mirada esperanzada hacia el futuro. Y hay una cosa que yo les quisiera decir, que no está en el discurso, porque la llevo muy adentro. Este es un país lindo, pero ¿qué es lo mejor que tiene este país? El pueblo. Cuiden a su pueblo, amen a su pueblo, hagan crecer este pueblo. Este pueblo es maravilloso —es maravilloso—. En las pocas horas que llevo aquí, he visto cómo el pueblo se expresa, el pueblo de ustedes se expresa con dignidad y con alegría. Es un pueblo alegre.
Ustedes son un pueblo joven, no en razón de su cultura o por el tiempo de asentamiento en esta tierra, que son muy antiguos, sino porque cerca del 65% de la población de Timor-Leste tiene menos de 30 años. Pienso en dos países de Europa donde la edad media es de 46 y 48 años. Y entre ustedes, el 65% tiene menos de 30 años, por lo cual podemos pensar que la edad media será alrededor de los 30 años —un poco menos—. Eso es una riqueza. Esta cifra nos dice que el primer ámbito en el que ustedes tienen que invertir es en la educación. Estoy contento por lo que me enteré, a través del señor Presidente, que están haciendo. Sigan adelante. Creo que ya hay varias universidades, aunque por ahí son demasiadas, hay varios colegios secundarios, cosa que quizás hace 20 años no había. Eso es un ritmo de crecimiento muy grande. Inviertan en la educación, en la educación en la familia y en la educación en la escuela. Una educación que ponga en el centro a los niños y a los jóvenes, y promueva su dignidad. Yo me quedé feliz viendo a los chicos sonreír, con esos dientes blancos. Estaba lleno de chicos por todos lados. El entusiasmo, la frescura, la proyección hacia el futuro, la valentía y el ingenio, típicos de los jóvenes, unidos a la experiencia y a la sabiduría de los mayores, forman una mezcla providencial de conocimientos e impulsos generosos hasta el mañana. Y aquí me permito dar un consejo: junten a los niños con los abuelos. El encuentro de niños y abuelos provoca sabiduría. Piénsenlo.
Juntos, este entusiasmo juvenil y esta sabiduría suponen un gran recurso que no admite la pasividad y menos aún, el pesimismo. —Ya estoy terminando—.
La Iglesia católica, su doctrina social, sus instituciones de asistencia y caridad para los pobres, también las educativas y las de asistencia médica, están al servicio de todos y constituyen un recurso valioso que permite mirar el futuro con ojos llenos de esperanza. En este sentido, es importante constatar que el compromiso de la Iglesia con el bien común se ve favorecido por la cooperación y el apoyo del Estado, en el marco de las cordiales relaciones desarrolladas entre la Santa Sede y la República Democrática de Timor-Leste, reconocidas en el Acuerdo de las Partes que entró en vigor el 3 de marzo de 2016. Relaciones excelentes.
Timor-Leste, que ha sabido afrontar momentos de gran tribulación con paciente determinación y heroísmo, vive hoy como un país pacífico, un país democrático, que está comprometido en la construcción de una sociedad que es fraterna y desarrolla relaciones pacíficas con sus vecinos en el ámbito de la comunidad internacional. Mirando a vuestro pasado reciente y a cuanto se ha logrado hasta ahora, hay motivos para confiar en que vuestra nación también será capaz de afrontar las dificultades y los problemas actuales con inteligencia, claridad y creatividad. Confíen en la sabiduría del pueblo. El pueblo tiene su sabiduría. Confíen en esa sabiduría.
Encomiendo Timor-Leste y todos sus habitantes a la protección de la Inmaculada Concepción, su Patrona celestial invocada con el título de Virgem de Aitara. Que ella los acompañe y ayude siempre en la misión de edificar un país libre, democrático, solidario y alegre, donde ninguno se sienta excluido y todos puedan vivir en paz y con dignidad. Deus abençoe Timor-Leste! Maromak haraik bênção ba Timor-Lorosa’e!
Martes, 10 de septiembre de 2024 Dili
Visita a los niños discapacitados de la Escuela “Irmãs Alma”
Hay una cosa que a mí siempre me hace pensar: cuando Jesús habla del juicio final, le dice a unos: “Vengan conmigo”, pero no les dice “Vengan conmigo porque estuvieron bautizados, porque estuvieron confirmados, porque se casaron por la Iglesia, porque no mintieron, porque no robaron”. No, “vengan conmigo porque me cuidaron”, me cuidaron. Y Jesús dice: “Vengan conmigo porque me cuidaron cuando tuve hambre y me dieron de comer, cuando tuve sed y me dieron de beber, cuando estaba enfermo y me visitaron”, y así sigue. Esto lo llamo el sacramento de los pobres. Un amor que anima, que construye y que fortalece.
Y esto es lo que uno encuentra aquí: amor. Sin amor esto no se entiende. Y así entendemos el amor de Jesús que dio su vida por nosotros. No podemos entender el amor de Jesús si nosotros no entramos a practicar el amor. Compartir la vida con las personas que tienen más necesidad es un programa, un programa de ustedes, es un programa de todo cristiano. Quiero agradecerles lo que hacen y quiero agradecer también a las nenas y a los muchachos y a los chicos y a las chicas que nos dan el testimonio de dejarse cuidar [Aplausos]. Porque ellos nos enseñan a nosotros cómo debemos dejarnos cuidar por Dios. Dejarnos cuidar por Dios y no por tanta ideas, o planes, o caprichos. Dejarnos cuidar por Dios. Y ellos son nuestros maestros. Gracias a ustedes por esto.
Estoy viendo a este [niño], ¿cómo se llama? Silvano, traelo acá. ¿Y qué nos enseña Silvano?, ¿qué nos enseña? Nos enseña a cuidar. Cuidándolo a él aprendemos a cuidar. Y si le miramos la cara, está tranquilo, paciente, durmiendo en paz. Y así como él se deja cuidar, nosotros también tenemos que aprender a dejarnos cuidar. Dejarnos cuidar por Dios, que nos quiere tanto, dejarnos cuidar por la Virgen, que es nuestra Madre.
Y ahora… Ahora rezamos a la Virgen un Avemaría y les doy la bendición.
(Oración del Avemaría y bendición)
Después de la bendición:
Y no se olviden. Y no se olviden de que tenemos que aprender a dejarnos cuidar, todos, como ellos se dejan cuidar. Gracias.
[Aplausos]
Gracias.
Intercambio de dones
Y este. Este es el regalo que dejo a esta casa. Miren bien: San José cuida a la Virgen, la Virgen cuida a Jesús. El más importante es el que se deja cuidar más: Jesús. Se deja cuidar por María y por José.
Encuentro con los obispos, los sacerdotes, los diáconos, los consagrados, las consagradas, los seminaristas y los catequistas en la Catedral de la Inmaculada Concepción
Queridos hermanos obispos,
queridos sacerdotes y diáconos,
religiosas, religiosos, seminaristas,
queridos catequistas,
hermanos y hermanas todos, buenos días.
Muchos de los más jóvenes (seminaristas, religiosas jóvenes) se quedaron afuera. Y ahora, cuando vi al obispo [le dije] que tiene que hacer más grande la catedral porque es una gracia el tener tantas vocaciones. Agradezcamos al Señor y agradezcamos también a los misioneros que estuvieron antes que nosotros. Cuando vimos a este hombre [Florentino de Jesús Martins de 89 años, al que el Papa le dijo que “había competido con el apóstol san Pablo”], que fue catequista toda la vida, podemos entender la gracia de la misión encomendada. Agradezcamos al Señor esta bendición a esta Iglesia.
Y estoy contento de encontrarme aquí en medio de ustedes, en el marco de un viaje en el que yo me veo más bien como peregrino en las tierras de Oriente. Agradezco a Mons. Norberto de Amaral por las palabras que me ha dirigido, recordando que Timor-Leste es un país “en los confines del mundo”. Yo también vengo de los confines del mundo, pero ustedes más que yo. Y me gusta decir: precisamente porque está en los confines del mundo, se encuentra en el centro del Evangelio. Y esta es una paradoja que tenemos que aprender: en el Evangelio, los confines son el centro y una Iglesia que no tiene capacidad de confines y que se esconde en el centro es una Iglesia muy enferma. En vez, cuando una Iglesia piensa afuera, envía misioneros, se mete en esos confines que son el centro, el centro de la Iglesia. Gracias por estar en los confines. Porque sabemos bien que en el corazón de Cristo las periferias de la existencia se encuentran en el centro. El Evangelio está poblado de personas que se hallan en los márgenes, en los confines, pero que son convocados por Jesús y se vuelven protagonistas de la esperanza que Él nos vino a traer.
Me alegro con ustedes y por ustedes porque son los discípulos del Señor en esta tierra. Pensando en los esfuerzos de ustedes y en los desafíos que tienen que enfrentar, se me vino a la mente un pasaje muy sugestivo del Evangelio de san Juan, que nos narra una escena tierna e íntima que tuvo lugar en la casa de los amigos de Jesús; Lázaro, Marta, María (cf. Jn 12,1-11). En cierto momento, durante la cena, María «tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume» (v. 3).
María ungió los pies de Jesús y ese perfume se difundió en la casa. Sobre esto quisiera detenerme con ustedes: el perfume, el perfume de Cristo, el perfume de su Evangelio, es un don que ustedes tienen, un don que se les dio gratuitamente, pero que tienen que custodiar y que todos juntos estamos llamados a difundir. Custodiar el perfume, custodiar el perfume, este don del Evangelio que el Señor dio a esta tierra del Timor-Leste, y difundir el perfume.
Primero, custodiar el perfume. Siempre necesitamos volver al origen, al origen del regalo, del don recibido. Custodiar el perfume. Siempre necesitamos volver al origen del don recibido, de nuestro ser cristianos, nuestro ser sacerdotes, religiosos o catequistas. Hemos acogido la misma vida de Dios por medio de Jesús, su Hijo, que murió por nosotros, nos dio el Espíritu Santo. Hemos sido ungidos —somos ungidos— con el óleo de la alegría y el apóstol Pablo escribe: «Nosotros somos la fragancia de Cristo al servicio de Dios» (2 Co 2,15).
Queridas hermanas, queridos hermanos, ¡ustedes son el perfume de Cristo! Y este símbolo no les es ajeno; precisamente aquí en Timor crece en abundancia el sándalo, cuya madera desprende una fragancia altamente valorada y buscada por otros pueblos y naciones. La misma Biblia alaba su valor, cuando narra que la reina de Sabá visitó al rey Salomón, ofreciéndole como regalo la madera de sándalo (cf. 1 R 10,12). Yo no sé si la reina de Sabá, antes de llegar a Salomón, hizo escala en Timor-Lest —quizá—, y agarró el sándalo de aquí.
Hermana, hermanos, ustedes son el perfume de Cristo, un perfume mucho más costoso que los perfumes franceses. Ustedes son el perfume de Cristo, ustedes son el perfume del Evangelio en este país. Como un árbol de sándalo, siempre verde, siempre fuerte, que crece y produce frutos, también ustedes son discípulos misioneros perfumados por el Espíritu Santo para impregnar la vida del Santo Pueblo Fiel de Dios.
Sin embargo, no podemos olvidarnos de una cosa: el perfume recibido del Señor debe ser custodiado, debe ser cuidado, con mucha atención, como María de Betania lo había guardado, lo había conservado para Jesús. Del mismo modo nosotros debemos custodiar el amor, custodiar el amor. No se olviden de esta frase: debemos custodiar el amor con el que el Señor ha perfumado nuestra vida, para que no se disipe ni pierda su aroma. ¿Y esto qué significa? Significa ser conscientes del don recibido —todo lo que tenemos es un regalo, ser conscientes de eso—, recordando que el perfume no sirve para perfumarnos nosotros sino para ungir los pies de Cristo, anunciando el Evangelio, sirviendo a los pobres; significa vigilar sobre nosotros mismos, porque la mediocridad y la tibieza espiritual siempre están al acecho. Y me viene a la mente una cosa que el Cardenal De Lubac decía sobre la mediocridad y la mundanidad: “Lo peor que puede suceder a las mujeres y a los hombres de Iglesia es caer en la mundanidad, en la mundanidad espiritual”. Estén atentos, conserven ese perfume que nos da tanta vida.
Y agrego otra cosa: nosotros miramos con gratitud la historia que nos ha precedido, la semilla de la fe esparcida aquí por los misioneros, estos tres que nos han hablado: esa religiosa que toda su vida consagrada la hizo aquí, ese cura que supo acompañar a su pueblo en momentos difíciles de la dominación extranjera y ese diácono que no se le paralizó la boca para anunciar el Evangelio, para bautizar. Pensemos en estos tres modelos que son representativos de la historia de nuestra Iglesia y amemos nuestra historia. Es la semilla esparcida aquí. [También lo son] las escuelas de formación [para los agentes pastorales y tantas cosas más]. Pero, ¿es suficiente esto? En realidad, siempre debemos alimentar la llama de la fe. Por eso quisiera decirles: no dejen de profundizar la doctrina del Evangelio, no dejen de madurar en la formación espiritual, catequética, teológica; porque todo esto es necesario para anunciar el Evangelio en esta cultura vuestra y, al mismo tiempo, purificarla de formas arcaicas y, a veces, supersticiosas. La predicación de la fe tiene que inculturarse en la cultura de ustedes y la cultura de ustedes tiene que ser evangelizada. Y esto vale para todos los pueblos, no solo para ustedes. Si es una Iglesia que es incapaz de inculturar la fe, que es incapaz de expresar la fe en los valores propios de esa tierra, será una Iglesia eticista y sin fecundidad. Hay muchas cosas preciosas en la cultura de ustedes. Pienso especialmente en la creencia en la resurrección y en la presencia de las almas de los muertos. Sin embargo, todo esto debe ser purificado siempre a la luz del Evangelio, a la luz de la doctrina de la Iglesia. Comprométanse, por favor, en esto, pues «toda cultura y todo grupo necesitan ser purificados y necesitan madurar.
Y ahora veamos el segundo punto: difundir el perfume. La Iglesia existe para evangelizar, y nosotros estamos llamados a llevar a los demás el dulce perfume de la vida, la vida nueva del Evangelio. María de Betania no usó el nardo precioso para embellecerse a sí misma, sino para ungir los pies de Jesús y, de este modo, esparció el aroma por toda la casa. Es más, el Evangelio de Marcos especifica que María, para ungir a Jesús, rompió el frasco de alabastro que contenía el bálsamo perfumado (cf. 14,3). La evangelización se hace posible cuando nos atrevemos a “romper” el frasco que contiene el perfume; romper el “caparazón” que frecuentemente nos encierra en nosotros mismos y salir de una religiosidad mediocre, cómoda, vivida sólo para necesidad personal. Y me gustó mucho la expresión que utilizó Rosa, me gustó mucho. Cuando dijo: una Iglesia en marcha, una Iglesia que no se detiene, que no gira en torno a sí misma, no, que no gira en torno a sí misma, sino que arde a causa de la pasión por llevar la alegría del Evangelio a todos.
Y también vuestro país, arraigado en una larga historia cristiana, necesita hoy de un renovado impulso de evangelización, para que llegue a todos el perfume del Evangelio: un perfume de reconciliación y de paz después de los sufridos años de la guerra; un perfume de compasión, que ayude a los pobres a levantarse y suscite el compromiso de mejorar la suerte económica y social del país; un perfume de justicia contra la corrupción. Estén atentos, ¡eh! Muchas veces, la corrupción puede entrar en nuestras comunidades, en nuestras parroquias. Y, de manera especial, el perfume del Evangelio necesita ser difundido contra todo aquello que humilla, aquello que degrada y que incluso destruye la vida humana; contra las plagas que generan vacío interior y sufrimiento, como son el alcoholismo, la violencia y la falta de respeto de la mujer. El Evangelio de Jesús tiene la fuerza de transformar estas realidades oscuras y de generar una sociedad nueva. Y el mensaje que ustedes, religiosas, dan frente al fenómeno de la falta de respeto a la mujer es que las mujeres son lo más importante de la Iglesia porque se toman cuidado de los más necesitados: los curan, los acompañan. Vengo de hacer la visita a esa hermosa casa de cura [Escuela “Irmãs Alma” para niños con discapacidad, la visita previa a este encuentro]de los más pobres, los más necesitados. Hermanas: sean madres del Pueblo de Dios, anímense a “parir” comunidades, sean madres. Eso es lo que quiero de ustedes.
Queridas hermanas, queridos hermanos, necesitamos un impulso del Evangelio y hoy, por lo tanto, es necesario que haya religiosas, religiosos, sacerdotes, catequistas apasionados, catequistas preparados y creativos. Es necesaria la creatividad en la misión. Agradezco el testimonio como catequista al Sr. Florentino, edificante, ha dedicado gran parte de su vida a este hermoso ministerio. Y, a los sacerdotes, en particular, quisiera decirles: me enteré que el pueblo se dirige a ustedes afectuosamente llamándolos “Amu”, que aquí es el título más importante, significa “señor”. Pero esto no tiene que hacerlos sentirse superiores al pueblo, ustedes vienen del pueblo, nacieron de madres del pueblo, crecieron con el pueblo, no olviden la cultura del pueblo que han recibido. No son superiores. Tampoco tiene que llevarlos a la tentación de la soberbia y del poder. ¿Y saben cómo empieza la tentación del poder? Ah, entendieron, ¿no? Mi abuela me decía: “El diablo entra siempre por los bolsillos”. Por ahí entra el diablo. Siempre entra por los bolsillos. Por favor, no piensen en el ministerio como en un prestigio social. No, el ministerio es un servicio. Y si alguno de ustedes no se siente servidor del pueblo, vaya a pedir consejo a algún sabio sacerdote para que lo ayude a tener esta dimensión tan importante. Recordemos que con el perfume debemos ungir los pies de Cristo, que son los pies de nuestros hermanos en la fe, empezando por los más pobres. Los más privilegiados son los más pobres. Y con ese perfume tenemos que cuidarlos. Es elocuente aquí el gesto que los fieles realizan cuando se encuentran con ustedes, sacerdotes: toman la mano consagrada, la acercan a su frente como un signo de bendición. Es bonito constatar el afecto del Pueblo santo de Dios en este signo, porque el sacerdote es un instrumento de bendición. Jamás, jamás el sacerdote debe aprovecharse de su oficio, sino que siempre debe bendecir, consolar, ser ministro de compasión y signo de la misericordia de Dios. Y quizás el signo de que es todo esto es el cura pobre. Amen la pobreza como su esposa.
Queridos hermanos, un diplomático portugués del siglo XVI, Tomé Pires, escribió lo siguiente: “Los comerciantes malayos dicen que Dios creó Timor para conseguir sándalo” (cf. The Summa Oriental, Londres 1944, 204). Pero nosotros sabemos que también hay otro perfume: además del sándalo hay otro, que es el perfume de Cristo, el perfume del Evangelio, que enriquece la vida y la llena de alegría.
Ustedes, sacerdotes, diáconos, religiosas, ¡no se desanimen! Como nos recordó el padre Sancho en su conmovedor testimonio: “Dios sabe bien cómo cuidar a aquellos que ha llamado y enviado a la misión”. En los momentos de mucha dificultad piensen en esto: Él nos acompaña. Dejémonos acompañar por el Señor con espíritu de pobreza y con espíritu de servicio. Los bendigo de todo corazón. Y, por favor, les pido que no se olviden de rezar por mí pero recen a favor, no en contra. Gracias.
[Aplausos]
Después de los aplausos:
Y también quisiera terminar con un gracias, un gran agradecimiento por vuestros ancianos, sacerdotes ancianos que ha gastado su vida aquí, religiosas ancianas que están aquí, que son extraordinarias, que han gastado la vida. Ellos son nuestro modelo. Gracias y gracias.
(Oración del Ave María)
(Bendición)
(Canto final)
Santa Misa en la explanada de Tasitolu
«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5).
Estas son las palabras con las que el profeta Isaías se dirige, en la primera lectura, a los habitantes de Jerusalén, en una época de prosperidad para la ciudad, pero lamentablemente caracterizada, por una gran decadencia moral.
Hay mucha riqueza, pero el bienestar ciega a los poderosos, los engaña haciéndoles creer que se pueden bastar a sí mismos, que no necesitan al Señor; y su presunción los lleva a ser egoístas injustos. Por eso, a pesar de que hay abundancia de bienes, los pobres están abandonados y sufren de hambre, la infidelidad a Dios se extiende y la práctica religiosa se reduce cada vez más a una mera formalidad. La engañosa apariencia de un mundo, a primera vista perfecto, esconde así una realidad mucho más oscura mucho más dura y cruel, en la que hay una gran necesidad de conversión, de misericordia y de sanación.
Por eso el profeta anuncia a sus compatriotas un horizonte nuevo, que Dios abrirá ante ellos, un futuro de esperanza, un futuro de alegría, donde el abuso y la guerra serán desterrados para siempre (cf. Is 9,1-4). Hará surgir para ellos una gran luz (cf. v. 1) que los librará de las tinieblas del pecado por el que están oprimidos, y lo hará no con el poder de ejércitos, por el poder de armas o riquezas, sino mediante el don de un hijo (cf. vv. 5-6).
Detengámonos a reflexionar sobre esta imagen. Dios hace brillar su luz salvadora a través del don de un hijo.
En todas partes el nacimiento de un hijo es un momento luminoso, un momento de alegría y de fiesta, y a veces nos provoca también buenos deseos: de renovarnos en el bien, volver a la pureza y a la sencillez. Ante un recién nacido, incluso el corazón más duro se conmueve y se llena de ternura. La fragilidad de un niño lleva siempre un mensaje tan fuerte que toca incluso los ánimos más endurecidos, trayendo consigo movimientos y propósitos de armonía y serenidad. ¡Es maravilloso, hermanos y hermanas, lo que pasa cuando nace un bebé!
La cercanía de Dios es a través de un niño. Dios se hace niño y no es sólo para asombrarnos y conmovernos, sino también para abrirnos al amor del Padre y dejarnos modelar por Él. Para que Él pueda sanar nuestras heridas, arreglar nuestras divergencias, poner en orden la existencia.
Esta realidad se revela hermosa en Timor-Leste, porque hay muchos niños; y ustedes son un país joven en el que en cada rincón la vida se siente palpitar y bullir. Y la presencia de tanta juventud y de tantos niños es un regalo, es un don inmenso, renueva constantemente nuestra energía y nuestra vida. Pero todavía es un signomás fuerte, porque hacer espacio a los niños, a los pequeños, acogerlos, cuidarlos; y hacernos también nosotros pequeños ante Dios y ante los hermanos, son precisamente las actitudes que nos abren a la acción del Señor. Al hacernos niños, permitimos la acción de Dios en nosotros.
Hoy veneramos a la Santísima Virgen como Reina, es decir, la madre de un Rey que quiso nacer pequeño, hacerse nuestro hermano, pidiendo el “sí” de una joven humilde y frágil (cf. Lc 1,38).
María entendió, hasta el punto que eligió permanecer pequeña durante toda su vida, se hizo cada vez más pequeña, sirviendo, rezando, desapareciendo para hacer lugar a Jesús, incluso cuando esto le costó mucho.
Por eso, queridos hermanos, queridas hermanas, no tengamos miedo de hacernos pequeños ante Dios y ante los unos frente a los otros; no tengamos miedo de perder nuestra vida, de dar nuestro tiempo, de rever nuestros programas y redimensionar, cuando se requiera, nuestros proyectos, no para minimizarlos, sino para hacerlos todavía mejores a través del don de nosotros mismos y la acogida a los demás.
Todo esto está muy bien simbolizado por dos hermosas joyas tradicionales de esta tierra, el Kaibauk y el Belak. Ambas son de metal precioso; eso quiere decir que son importantes.
La primera simboliza los cuernos del búfalo y la luz del sol, y se coloca en lo alto, como adorno de la frente, así como en la parte superior de las viviendas. Simboliza fuerza y energía y el calor. Puede representar el poder de Dios que da la vida. Además, puesto a la altura de la cabeza y en la cima de las casas, nos recuerda que, con la luz de la Palabra del Señor y con la fuerza de su gracia, también nosotros podemos colaborar con nuestras opciones y acciones al gran designio de la redención.
La segunda, el Belak, que se pone en el pecho, complementa la primera. Recuerda la delicada luz de la luna, que refleja humildemente en la noche la luz del sol, envolviéndolo todo con una fluorescencia ligera. Nos habla de paz, de fertilidad, de dulzura, a la vez que simboliza la ternura de la madre, que con los delicados reflejos de su amor vuelve resplandeciente lo que toca por la misma luz que, a su vez, recibe de Dios.
Kaibauk y Belak, fuerza y ternura del Padre y la Madre. Así manifiesta el Señor su realeza, hecha caridad y misericordia.
Y cada uno de nosotros, pidamos juntos, en esta Eucaristía, como mujeres y hombres, como Iglesia, como sociedad, saber reflejar en el mundo la luz potente, la luz tierna del Dios del amor, de ese Dios que, como rezamos en el Salmo responsorial, «levanta del polvo al desvalidoyalza al pobre de su miseria, para hacerlo sentar entre los nobles» (Sal 113,7-8).
* * *
Queridos hermanos y hermanas, estuve pensando mucho, ¿qué es lo mejor que tiene Timor? El sándalo, la pesca, no es lo mejor eso. Lo mejor es su pueblo. No puedo olvidar ese pueblo al costado del camino con los niños. ¡Cuántos chicos tienen ustedes! Ese pueblo, que lo mejor que tiene el pueblo, es la sonrisa de sus niños. Y un pueblo que enseña a sonreír a esos niños, es un pueblo con futuro.
Pero estén atentos, porque me dijeron que, en algunas playas, vienen los cocodrilos. Los cocodrilos que vienen nadando y tienen la mordida más fuerte de lo que manejamos. Estén atentos.
Estén atentos a esos cocodrilos que quieren cambiarles la cultura, que quieren cambiarles la historia. Manténgase fieles. Y no se acerquen a esos cocodrilos porque muerden, y muerden mucho.
Les deseo la paz. Les dedeo que sigan teniendo muchos hijos, que la sonrisa de este pueblo sean sus niños. Cuiden a sus niños, pero también cuiden a sus ancianos que son la memoria de esta tierra.
Gracias, muchas gracias por vuestra caridad, por vuestra fe. Sigan adelante con esperanza.
Y ahora vamos a pedir al Señor que nos bendiga a todos. Y después, cantaremos un canto a la Virgen María.
Miércoles, 11 de septiembre de 2024 Dili - Singapur
Encuentro con los jóvenes en el “Centro de Convenções”
Dadeer di'ak!
Lo primero de todo, [les] hago una pregunta, a ver quién me la contesta. ¿Qué hacen los jóvenes? —¿Qué hacen los jóvenes?—. Tú [indica a una joven]. “Proclamar a Cristo” [responde la joven]. Muy bien.
¿Qué otra cosa hacen los jóvenes? —¿Qué otra cosa?—. “Proclamar la Palabra de Dios” [responde otro joven]. Muy bien.
¿Qué otra cosa hacen los jóvenes? “Amarse unos a otros” [responde otro joven]. Amar, los jóvenes tienen una gran capacidad de amar.
¿Qué otra cosa hacen los jóvenes? “Debemos cultivar la paz en nuestro país” [responde otro joven]. Esto no se lo olviden nunca. Muy bien, —muy bien—.
Pero hay una cosa que los jóvenes hacen siempre, los jóvenes de diversa nacionalidad, los jóvenes de diversas religiones. ¿Saben, qué cosa hacen los jóvenes siempre? Los jóvenes hacen lío, —los jóvenes hacen lío—. ¿Están de acuerdo?, ¿están de acuerdo con esto? [Los jóvenes responden].
Les agradezco los saludos, los testimonios y las preguntas, les agradezco los bailes. Porque ustedes saben que bailar es expresar con todo el cuerpo un sentimiento. ¿Ustedes conocen algún joven que no sepa bailar? [Los jóvenes responden]. La vida viene con el baile, y ustedes son un país de gente joven.
Hay una cosa que yo le decía esta mañana a un obispo, no me voy a olvidar más de la sonrisa de ustedes. No dejen de sonreír. Y ustedes, los jóvenes, son la mayor parte de la población de esta tierra, y su presencia llena de vida esta tierra, la llena de esperanza y la llena de futuro. No pierdan el entusiasmo de la fe. Imagínense un joven sin fe, con la cara “así”.
¿Pero saben ustedes qué es lo que a un joven —a una joven— lo tira abajo? Los vicios. Estén atentos, porque vienen aquellos que se llaman vendedores de felicidad y te venden la droga, te venden tantas cosas que te dan felicidad por media hora, nada más. Ustedes conocen esto mejor que yo. —Ustedes conocen mejor que yo esta situación—. ¿La conocen o no? [Los jóvenes responden]. No escucho [los jóvenes responden de nuevo]. Muy bien, gracias.
Yo les deseo que sigan adelante con la alegría de la juventud. Pero, no se olviden de una cosa, que ustedes son herederos de aquellos que los precedieron fundando esta nación. Por eso, no pierdan la memoria. La memoria de aquellos que los precedieron y con tanto sacrificio consolidaron esta nación.
Y hay dos cosas que a mí me tocaron el corazón cuando iba pasando por sus calles, me tocaron mucho el corazón: la juventud de este país y la sonrisa de su pueblo. Ustedes son un pueblo que sabe sonreír, sigan así, no se olviden de esto.
Un joven tiene que soñar. Y, ¿cómo se hace Padre para soñar? ¿se bebe alcohol? [Los jóvenes responden]. No, si haces eso vas a tener pesadillas. Los invito a soñar, a soñar cosas grandes. Un joven que no sueña es un jubilado de la vida. Y alguno de estos jóvenes, alguno de entre ustedes, ¿es un jubilado? [Los jóvenes responden]. Los jóvenes tienen que hacer lío, para mostrar la vida que tienen. Pero un joven normalmente se encuentra en medio del camino de la vida, está en la mitad —en medio del camino de la vida—. Entre los niños chicos y los mayores. Y ustedes, ¿saben cuál es una de las riquezas más lindas, más hermosas, que tiene una sociedad? ¿Lo saben? Son los ancianos, los abuelos. Ustedes jóvenes [son una riqueza] y la otra punta son los ancianos, pero son los abuelos —son los ancianos— los que les dan sabiduría a los jóvenes. Ustedes, ¿respetan a los ancianos? [Los jóvenes responden]. Los ancianos nos preceden siempre en la historia, a nosotros los jóvenes, ¿verdad? Los ancianos son un tesoro. Los dos tesoros de un pueblo son los niños y los ancianos. ¿Entendido? Haber repítanlo ustedes, ¿cuáles son los dos tesoros más grandes de un pueblo? [Los jóvenes responden]. Los niños y los ancianos. Por eso, una sociedad que tiene tantos niños, como la de ustedes, tiene que cuidarlos. Y [una sociedad] que tiene tantos ancianos, que son la memoria, tiene que respetarlos y cuidarlos.
Les voy a contar una historia. Resulta que en una familia comían juntos el papá, la mamá, los hijos y el abuelo muy anciano. Y el abuelo, pobrecito muy anciano, cuando comía se ensuciaba, se le caía la comida. Entonces, el papá decidió poner una mesa en la cocina para que el abuelo comiera solo ahí. Y le explicó a la familia que, teniendo al abuelo fuera, podrían invitar gente sin pasar vergüenza por el anciano. Piensen esto, pasaron unos días y el papá llegó y encontró a su hijo de cinco años jugando con unas maderas. Y el papá le preguntó, ¿qué estás haciendo con esas maderas? Estoy haciendo una mesa [le respondió el niño]. ¿Para qué? Para ti. Para cuando seas viejo y tengas que comer solo.
Los dos tesoros más grandes que tiene una sociedad son los niños y los abuelos. Repitamos juntos, ¿cuáles son los dos tesoros más grandes de la sociedad? [Los jóvenes responden]. Por favor, cuiden a los niños y cuiden a los abuelos, ¿de acuerdo? Y ahora un aplauso muy grande a nuestros abuelos.
Ustedes en este país tan sonriente tienen una historia maravillosa: de heroísmo, de fe, de martirio y, sobre todo, de perdón y de reconciliación. Les hago una pregunta, ¿quién es la persona, en toda la historia, que fue capaz de perdonar y querer reconciliar? Piensen bien. ¿Quién es esa persona? —¿quién es?— [Los jóvenes responden]. ¡Jesús! Jesús nuestro hermano es quien nos quiere a todos juntos, y [el tema de la] reconciliación me lleva a recomendarles a ustedes tres cosas —[lo digo] e֫n particular a los jóvenes—: libertad, compromiso, fraternidad.
En la lengua tetum hay un dicho que dice: “ukun rasik-an”, es decir, tener la capacidad de gobernarse a sí mismo. Un joven o una joven que no son capaces de gobernarse a sí mismos, que no son capaces de vivir el “ukun rasik-an” ¿Qué son?, ¿repitan? [Los jóvenes responden], son dependientes. Muy bien. Y un hombre, una mujer, un joven, una joven que no se gobierna a sí mismo es esclavo, es dependiente, no es libre. Y, ¿de qué puede ser esclavo un joven? A ver conteste alguno de ustedes. ¿de qué? Del pecado, del celular. Después les cuento una cosa relacionada con el celular. De qué otras cosas, ¿de qué puede ser esclavo? Se puede ser esclavo de su propio deseo, [del] creerse omnipotente. ¿De qué otra cosa un joven puede ser esclavo? [Los jóvenes responden]. Lindo. La arrogancia, un joven que es siempre así, es un joven arrogante. Por el contrario, un joven comprometido, un joven que trabaja, ¿cómo es? Díganme. ¿Cómo es? [Los jóvenes responden]. Es un joven que trabaja, que ama la simplicidad. ¿Qué más? Que tiene responsabilidad. Un joven que ama la compañía de los hermanos, de las hermanas, que tiene responsabilidad, es un joven que ama la patria. Eso es muy importante.
Y hay otra cosa [importante que dijeron] Rogéria y Cecilia Efranio, refiriéndose a la importancia de cuidar la casa común y de cultivar la unidad de la familia. Un joven tiene que entender que ser libre no es hacer lo que uno quiere, sino que un joven tiene responsabilidad. Y una de las responsabilidades que tiene es aprender a cuidar la casa común, y para eso el joven tiene que comprometerse. Hay un proverbio oriental que dice: los tiempos difíciles crean hombres fuertes. Y miren a sus padres, a sus abuelos, que tuvieron que enfrentar tiempos difíciles para construir la libertad del país. Y por eso ustedes tienen que aprender a manejar los tiempos difíciles.
Una última cosa antes de irme, se trata de un valor que tienen que aprender, la fraternidad. Ser hermanos, no ser enemigos. Sus mayores, sus padres y sus abuelos, quizás con ideas diversas, fueron hermanos. Les pregunto: ¿es bueno que los jóvenes tengan ideas diversas? [Los jóvenes responden], ¿para qué?, ¿para pelearnos con los otros?, ¿o para respetarnos? [Los jóvenes responden]. Yo creo que tú piensas esto: si yo soy de esta religión y tú eres de esta otra religión, nos vamos a pelear. Esto no es así, hay que respetarse. Repitamos esa palabra: respetarse.
Les hago una pregunta, ¿el odio es una buena actitud? [Los jóvenes responden]. El amor y el servicio, estas son las verdaderas actitudes. Ahora todos juntos vamos a repetir: odio no, amor y servicio sí. [Los jóvenes responden]. Otra vez, que no escuche bien. Y si un joven, una joven, se pelea con otro, ¿qué tiene que hacer? [Los jóvenes responden]. —No oigo, ¿qué cosa dijeron?—. Repitamos todos juntos: amor y reconciliación. No escuche bien. Amor y reconciliación.
Hay una cosita que yo no sé si en este país sucede, pero en otros países sí: el bullying. ¿Aquí hay bullying? El bullying es una actitud por medio de la cual se aprovechan del más débil. Porque es feo, porque es gordo, porque camina mal, pero siempre es una actitud fea porque usa la debilidad de los demás. Aquí, en Timor-Leste, ¿hay bullying? Por favor, de ahora en adelante no más bullying.
Queridos jóvenes, sean ustedes herederos de la historia tan linda que los precedió, —sea herederos de la historia tan hermosa que los precedió—. Y llévenla adelante. Tengan coraje —tengan coraje para llevar las cosas adelante—. Y si se pelean reconcíliense. Yo les agradezco todo lo que ustedes hacen por la patria, por el pueblo de Dios. Y recordemos lo que nos ha dicho Ilham, que habló recién, que tenemos que amarnos más allá de toda diferencia étnica o religiosa. ¿Entendieron esto? [Los jóvenes responden]. Reconciliación, convivencia con toda diferencia, esto es importante. ¿Estamos de acuerdo? [Los jóvenes responden].
Y antes de terminar, tengo que darles un consejo, hagan lío —hagan lío—. Mi segundo consejo, respeten y escuchen a los ancianos, ¿de acuerdo? Primer consejo ¿Cuál es? [Los jóvenes responden]. Muy bien. Y ¿el segundo consejo? [Los jóvenes responden].
Que Dios los bendiga mucho, gracias por esta presencia, gracias por el canto y el baile, muy lindos. ¿Y cómo dijimos? Perdón, ya me olvidé. ¿Cómo eran los dos consejos?, ¿el primero?, ¿el segundo? Hagan lío —hagan lío— y respeten a los ancianos. Que Dios les conserve esta alegría. Que Dios se la conserve siempre.
Palabras espontáneas al final del encuentro, antes de retirarse:
Gracias por vuestra alegría, gracias por vuestra sonrisa. Yo les di dos consejos a ustedes. El primero, ¿cuál es? [Los jóvenes responden]. Hagan lío. ¿Y el segundo? [Los jóvenes responden]. Los jóvenes tienen que hacer lío y los jóvenes tienen que respetar a los ancianos. ¿De acuerdo? Todos juntos: primero, hacer lío; segundo, respeto por los ancianos.
Gracias por la presencia. Me voy de esta tierra, que es de sonrisas, con el rostro de ustedes y con las esperanzas de ustedes en el corazón. Que Dios me los bendiga a todos.
El primer consejo. [Los jóvenes responden].
El segundo. [Los jóvenes responden].
Jueves, 12 de septiembre de 2024 Singapur
Encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático
Señor Presidente,
distinguidas autoridades,
ilustres representantes de la sociedad civil,
miembros del Cuerpo diplomático:
Agradezco al señor Presidente las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido amablemente y que renuevan mi reconocimiento por su reciente visita al Vaticano. A todas las autoridades les doy las gracias por la cálida acogida en vuestra ciudad-estado, confluencia comercial de gran importancia y lugar de encuentro entre distintos pueblos.
Quien llega aquí por primera vez queda impresionado por el bosque de modernísimos rascacielos que parecen alzarse del mar. Son un claro testimonio del ingenio humano, del dinamismo de la sociedad de Singapur y de la perspicacia del espíritu empresarial, que aquí han encontrado un terreno fértil para desarrollarse.
La de Singapur es una historia de crecimiento y resiliencia. Desde sus orígenes humildes, esta nación ha alcanzado un alto nivel de desarrollo, demostrando que eso es el resultado de decisiones racionales y no del azar. Es el resultado de un compromiso constante por llevar a cabo proyectos e iniciativas bien ponderadas y en sintonía con las características específicas del lugar. Precisamente en estos días se celebra el centésimo primer aniversario del nacimiento de Lee Kuan Yew, el primer Primer Ministro de la República de Singapur, que ocupó este cargo de 1959 a 1990 y dio un gran impulso al rápido crecimiento y transformación del país.
Además, es importante que Singapur no sólo haya prosperado económicamente, sino que se haya esforzado por construir una sociedad en la que la justicia social y el bien común se tengan en gran estima. Pienso particularmente en vuestra dedicación para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos mediante políticas de vivienda pública, con una educación de alta calidad y un sistema sanitario eficiente. Espero que estos esfuerzos continúen hasta lograr que todos los habitantes de Singapur participen plenamente.
A este propósito, quisiera señalar el riesgo que conllevan un cierto tipo de pragmatismo y una cierta exaltación del mérito, es decir, la consecuencia involuntaria de legitimar la exclusión de aquellos que se encuentran al margen de los beneficios del progreso.
En este sentido, reconozco y alabo las variadas políticas e iniciativas puestas en marcha para sostener a los más débiles, y espero que se preste una particular atención a los pobres, a los ancianos —cuyos esfuerzos han plantado los cimientos del Singapur que hoy conocemos— y también para tutelar la dignidad de los trabajadores migrantes, que tanto contribuyen a la construcción de la sociedad, y a quienes hay que garantizarles un salario justo.
Las sofisticadas tecnologías de la era digital y el rápido desarrollo en el uso de la inteligencia artificial, no pueden hacernos olvidar que es esencial cultivar relaciones humanas reales y concretas; y que estas tecnologías pueden aprovecharse precisamente para acercarnos unos a otros, propiciando la comprensión y la solidaridad, y no para aislarnos de manera peligrosa en una realidad ficticia e intangible.
Singapur es un mosaico de etnias, culturas y religiones que conviven en armonía. Esta palabra es muy importante: armonía. La realización y la conservación de esta positiva integración se ven favorecidas por la imparcialidad de los poderes públicos, comprometidos en un diálogo constructivo con todos, haciendo posible que cada uno aporte su propia contribución al bien común y evitando que el extremismo y la intolerancia cobren fuerza y pongan en peligro la paz social. El respeto recíproco, la colaboración, el diálogo y la libertad de profesar las propias creencias, acatando la ley vigente, son condiciones determinantes del éxito y la estabilidad alcanzadas por Singapur, que son requisitos para un desarrollo no conflictual o caótico, sino equilibrado y sostenible.
La Iglesia católica en Singapur, desde el inicio de su presencia, se ha esforzado por ofrecer su aportación peculiar al progreso de esta nación, sobre todo en los sectores de la educación y de la salud, valiéndose del espíritu de sacrificio y dedicación de los misioneros y de los fieles. Siempre animada por el Evangelio de Jesucristo, la comunidad católica se encuentra también a la vanguardia en las obras de caridad, contribuyendo en modo significativo a los esfuerzos humanitarios y gestionando, con este fin, distintas instituciones sanitarias y numerosas organizaciones humanitarias, entre ellas Cáritas, que todos conocemos.
La Iglesia, además —acorde con las indicaciones de la Declaración Nostra aetate del Concilio Vaticano II, sobre las relaciones con las religiones no cristianas—, ha promovido constantemente el diálogo interreligioso y la colaboración entre las distintas comunidades de fe, con espíritu de apertura y respeto recíproco, actitudes fundamentales para la construcción de una sociedad que sea justa y pacífica.
Mi visita tiene lugar al cumplirse 43 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y Singapur. Tiene la finalidad de confirmar en la fe a los católicos y exhortarlos a proseguir con alegría y dedicación su colaboración con todos los hombres y las mujeres de buena voluntad, en favor de la construcción de una sociedad civil sana y cohesionada, del bien común y de un testimonio transparente de su propia fe.
Singapur tiene asimismo un papel específico que desempeñar en el orden internacional —no olvidemos esto—, un orden que hoy se halla amenazado por conflictos y guerras sangrientas, y me alegra que con gran mérito haya promovido el multilateralismo y un sistema basado en normas comunes para todos. Los animo a continuar trabajando por la unidad y la fraternidad del género humano, en beneficio del bien común de todos, de todos los pueblos y de todas las naciones, con un espíritu que no sea excluyente ni se centre únicamente en los intereses nacionales.
Y quisiera recordar también el papel que desempeña la familia, el primer lugar donde cada uno aprende a relacionarse con los demás, a ser amado y a amar. En las condiciones sociales actuales, los cimientos sobre los que se asientan las familias se ponen en discusión y corren el riesgo de quedar debilitados. Es necesario que se establezcan las condiciones para que las familias puedan transmitir los valores que dan sentido y forma a la vida, y enseñar a los jóvenes a entablar relaciones sólidas y sanas. Por ello, alabo los esfuerzos realizados con el fin de promover, proteger y sostener la unidad familiar a través de la intervención de las diferentes instituciones.
No podemos esconder el hecho de que hoy vivimos una crisis ambiental, y no debemos infravalorar el impacto que una pequeña nación como Singapur puede tener en ese ámbito. Su ubicación exclusiva les ofrece acceso a capitales, tecnología y talentos, recursos que pueden guiar la innovación para cuidar la salud de nuestra casa común.
Su compromiso por un desarrollo sostenible y por la preservación de la creación es un ejemplo a seguir, y su búsqueda de soluciones innovadoras para afrontar los desafíos ambientales puede animar a otros países a hacer lo mismo. Singapur es un brillante ejemplo de lo que la humanidad puede realizar trabajando junta en armonía, con sentido de responsabilidad y con un espíritu incluyente y fraterno. Esto es como el resumen del que debe ser vuestra conducta: trabajar juntos, en armonía, con sentido de responsabilidad y con espíritu de fraternidad y de inclusión. Los animo a seguir este camino, confiando en la promesa de Dios y en su amor paterno por todos.
Señor Presidente, señoras y señores, que Dios los ayude a responder a las necesidades y a las expectativas de vuestra gente, y les anime a experimentar que, con quien permanece humilde y agradecido, Él puede realizar cosas grandes para el bien de todos.
Que Dios bendiga a Singapur.
Santa Misa en el estadio nacional del “Singapore Sports Hub”
«El conocimiento llena de orgullo, mientras que el amor edifica» (1 Co 8,1). San Pablo dirige estas palabras a los hermanos y hermanas de la comunidad cristiana de Corinto —que era una comunidad rica de múltiples carismas (cf. 1 Co 1,4-5)— a la cual el mismo Apóstol, en sus cartas, con frecuencia recomienda cultivar la comunión en la caridad.
Escuchamos estas mismas palabras mientras agradecemos juntos al Señor por la Iglesia de Singapur, que también es rica de dones, está viva, en crecimiento y en diálogo constructivo con las distintas confesiones y religiones con las que comparte esta maravillosa tierra.
Precisamente por esto, quisiera comentar las mismas palabras, inspirándome en la belleza de esta ciudad y en las grandes y osadas arquitecturas que contribuyen a hacerla tan famosa y fascinante, comenzando por el impresionante complejo del Estadio Nacional en el que nos encontramos. Y quisiera hacerlo recordando que, en última instancia, incluso en el origen de estas imponentes construcciones — como en el de cualquier otro proyecto que deja una huella positiva en este mundo—, no está en primer lugar, como muchos piensan, el dinero, ni la técnica, ni siquiera la ingeniería —todos medios útiles, muy útiles—, sino en definitiva está el amor, “el amor que construye”.
Quizás alguno pudiera pensar que se trata de una afirmación ingenua, pero si lo reflexionamos detenidamente, no es así. De hecho, no existe una obra buena detrás de la cual no haya, tal vez, personas brillantes, fuertes, ricas, creativas, aunque sean siempre mujeres y hombres frágiles, como nosotros, para los cuales sin el amor no hay vida, ni impulso, ni razón para actuar, ni fuerza para construir.
Queridos hermanos y hermanas, si algo bueno existe y permanece en este mundo, es sólo porque, en múltiples y variadas circunstancias, el amor ha prevalecido sobre el odio, la solidaridad sobre la indiferencia, la generosidad sobre el egoísmo. Si no fuera por eso, aquí nadie habría podido hacer crecer una metrópolis tan grande, los arquitectos no habrían hecho proyectos, los obreros no habrían trabajado y nada se habría podido realizar.
Así pues, lo que nosotros vemos es un signo, y detrás de cada una de las obras que tenemos ante nosotros hay muchas historias de amor por descubrir. Historias de hombres y mujeres unidos entre sí en una comunidad; de ciudadanos comprometidos con su país; de madres y padres preocupados por sus familias; de profesionales y trabajadores de todo tipo y grado, implicados sinceramente en sus diversos roles y tareas. Y es bueno que aprendamos a interpretar estas historias, escritas en las fachadas de nuestras casas y en los trazados de nuestras calles, y a transmitir su memoria, para recordarnos que nada que sea perdurable nace y crece sin amor.
A veces sucede que la grandeza y la imponencia de nuestros proyectos pueden hacernos olvidar esto, engañándonos al pensar que podemos ser los autores de nosotros mismos, de nuestra riqueza, de nuestro bienestar, de nuestra felicidad; sin embargo, al final la vida acaba siempre por devolvernos a la única realidad, la de que sin amor no somos nada.
La fe, pues, nos confirma y nos ilumina aún más sobre esta certeza, porque nos dice que en la raíz de nuestra capacidad de amar y de ser amados está Dios mismo, que con corazón de Padre nos deseó y nos llamó a la existencia de modo totalmente gratuito (cf. 1 Co 8,6) y que, de manera igualmente gratuita, nos ha redimido y liberado del pecado y de la muerte, mediante la muerte y resurrección de su Hijo Unigénito. En Él, en Jesús, está el origen y el cumplimiento de todo lo que somos y lo que podemos llegar a ser.
Así, en nuestro amor vemos un reflejo del amor de Dios, como afirmó san Juan Pablo II con ocasión de su visita a esta tierra, añadiendo una frase importante, a saber, que “por eso el amor se caracteriza por un profundo respeto a todos los hombres, independientemente de su raza, de su credo o de cualquier aspecto que les pudiera hacer diferentes de nosotros” (cf. Homilía de la Santa Misa en el Estadio Nacional de Singapur, 20 noviembre 1986).
Hermanos y hermanas, estas son unas palabras importantes para nosotros porque, más allá de lo maravillados que nos sentimos ante las obras creadas por el hombre, nos recuerda que hay una maravilla todavía más grande, que hay que abrazar con admiración y respeto aún mayores. Se trata de los hermanos y hermanas que encontramos cada día en nuestro camino, sin preferencias ni diferencias. Testimonio de ello lo dan la sociedad y la Iglesia de Singapur, étnicamente tan diversas y, sin embargo, tan unidas y solidarias.
¿Cuál es el edificio más hermoso, el tesoro más precioso, la inversión más rentable a los ojos de Dios? Somos nosotros, somos todos nosotros, hijos amados de un mismo Padre (cf. Lc 6,36), llamados a su vez a difundir el amor. De ello nos hablan las lecturas de esta Santa Misa que desde distintos puntos de vista describen la misma realidad, es decir, que la caridad es dulce al respetar la vulnerabilidad de los débiles (cf. 1 Co 8,13), es providente al conocer y acompañar a los que se sienten inseguros en el camino de la vida (cf. Sal 138), es magnánima y benevolente al perdonar más allá de todo cálculo y medida (cf. Lc 6,27-38).
El amor que Dios nos muestra, y que a su vez nos invita a practicar, actúa de este modo: “responde generosamente a las necesidades de los pobres, se caracteriza por la piedad hacia los que sufren, está dispuesto a ofrecer hospitalidad, es fiel en los momentos difíciles, está siempre dispuesto a perdonar, a esperar”, perdonar y esperar hasta el punto “de corresponder con una bendición a una blasfemia, esta es la esencia del Evangelio” (cf. S. Juan Pablo II, Homilía de la Santa Misa en el Estadio Nacional de Singapur, 20 noviembre 1986).
Esto lo podemos constatar en numerosos santos, hombres y mujeres conquistados por el Dios de la misericordia, hasta el punto de convertirse en su reflejo, en su eco, en su imagen viva. Y quisiera, para terminar, mencionar a dos de ellos.
La primera es María, cuyo Dulce Nombre celebramos hoy. ¡A cuántas personas su apoyo y su presencia han dado y siguen dando esperanza!, ¡en cuántos labios su nombre ha aparecido y aparece en momentos de alegría y también de dolor! Y esto sucede porque en ella, en María, vemos el amor del Padre manifestado en una de las formas más bellas y totales: la de la ternura ―¡no olvidemos la ternura!― la ternura de una madre, que todo lo comprende y lo perdona todo, y que nunca nos abandona. Por eso nos encomendamos a ella.
El segundo es un santo muy querido en esta tierra, que encontró aquí hospitalidad muchas veces durante sus viajes misioneros. Hablo de san Francisco Javier, que fue recibido en esta tierra en numerosas ocasiones, la última de ellas el 21 de julio de 1552.
De él nos ha quedado una hermosa carta dirigida a san Ignacio y a los primeros compañeros, en la que expresa su deseo de ir a todas las universidades de su tiempo «dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, […] a los que tienen más letras que voluntad», para que se sientan impulsados a hacerse misioneros por amor a sus hermanos, diciendo desde el fondo de su corazón: «“Señor, aquí estoy, ¿qué quieres que yo haga?”» (Carta desde Cochín, enero de 1544).
También nosotros podríamos hacer nuestras estas palabras, siguiendo su ejemplo y el de María: “Señor, aquí estoy, ¿qué quieres que haga?”. Que estas palabras nos acompañen no sólo en estos días, sino siempre, como un compromiso constante de escuchar y responder con prontitud a las invitaciones al amor y a la justicia, invitaciones que también hoy nos siguen llegando desde la infinita caridad de Dios.
Viernes 13 de septiembre de 2024 Singapur - Roma
Encuentro interreligioso con jóvenes en el “Colegio Católico Junior”
Muchas gracias. Gracias por vuestras palabras.
Tres de las palabras que han dicho me han impactado: «críticos de salón», «zona de confort» y «tecnología» como deber de usarla y también el riesgo de utilizarla. Este es el discurso que tenía preparado, pero ahora sigamos [espontáneamente].
La juventud es valiente y a la juventud le gusta encaminarse hacia la verdad. Abrirse camino, ser creativa. Y la juventud debe tener cuidado de no caer en lo que tú has señalado: ser «críticos de salón», palabras y más palabras. Sí, un joven debe ser crítico. Un joven que no critica no va por buen camino. Pero debe ser constructivo en su crítica, porque hay también una crítica destructiva; la de aquel que hace muchas críticas, pero no construye un camino nuevo. Les pregunto a todos los jóvenes, a cada uno: ¿eres crítico? ¿Tienes el valor de criticar y también el valor de dejar que los demás te critiquen? Porque si tú criticas el otro también te critica. Este es el diálogo sincero entre los jóvenes.
Los jóvenes deben tener el valor suficiente de construir, de avanzar y de salir de las zonas “confortables”. Un joven que elige siempre pasar su vida de manera “confortable”, es un joven que engorda. Pero no engorda su barriga, sino engorda su mente. Por eso les digo a los jóvenes: “¡Arriésguense, salgan! ¡No tengan miedo!” El miedo es una actitud dictatorial que te vuelve paralítico, te produce parálisis. Es verdad que los jóvenes se equivocan muchas veces, muchas, y sería bueno que cada uno de nosotros, cada uno de ustedes, jóvenes, pensara: ¿cuántas veces me he equivocado? Me he equivocado porque empecé a caminar y cometí errores en el camino. Y esto es normal; lo importante es darse cuenta de que uno se ha equivocado. Les hago una pregunta, a ver quién de ustedes me la contesta. ¿Qué es peor? ¿Cometer un error porque he tomado un camino, o no cometerlo porque me quedo encerrado en casa? Todos, ¡lo segundo! Un joven que no se arriesga, que tiene miedo de equivocarse es un viejo ¿Entienden? Ustedes han hablado de los medios de comunicación, hoy hay muchas facilidades, muchas posibilidades de utilizar los medios de comunicación, el teléfono móvil, la televisión. Les pregunto: ¿es bueno utilizar los medios de comunicación o no es bueno? Pensemos: un joven que no usa los medios, ¿cómo es ese joven? Cerrado. Y un joven que vive totalmente esclavizado a los medios, ¿cómo es? Es un joven desordenado. Todos los jóvenes deben utilizar los medios de comunicación, pero utilizar los medios de comunicación para que los ayuden a ir adelante, no para que los esclavicen. Understood? ¿Están de acuerdo o en desacuerdo?
Una de las cosas que más me ha impresionado de ustedes, los jóvenes, que están aquí, es la capacidad de diálogo interreligioso. Y esto es muy importante, porque si empiezan a discutir —“mi religión es más importante que la tuya”, “La mía es la verdadera, en cambio la tuya no es verdadera”—. ¿Adónde lleva todo esto? ¿A dónde?, que alguien responda ¿a dónde? [alguien responde: “A la destrucción”]. Y así es. Todas las religiones son un camino para llegar a Dios. Y, hago una comparación, son como diferentes lenguas, como distintos idiomas, para llegar allí. Porque Dios es Dios para todos. Y por eso, porque es Dios para todos, todos somos hijos de Dios. “¡Pero mi Dios es más importante que el tuyo!” ¿Eso es cierto? Sólo hay un Dios, y nosotros, nuestras religiones son lenguas, caminos para llegar a Dios. Uno es sijs, otro, musulmán, hindú, cristiano; aunque son caminos diferentes. Understood? Sin embargo, para el diálogo interreligioso entre los jóvenes se requiere valentía. Porque la juventud es la edad de la valentía. Pero mientras podrías tener esa valentía para hacer cosas que no te ayudarían, sería mejor tener valentía para avanzar y para el diálogo.
Una cosa que ayuda mucho es el respeto, el dialogo. Les diré algo. No sé si pasa aquí, en esta ciudad, pero en otras ciudades sí. Entre los jóvenes hay una cosa muy fea, que es el bullying. Les pregunto, ¿quién es el más valiente o la más valiente para decirme lo que piensa sobre el bullying? ―[algunos jóvenes responden]―. Me gusta, cada uno ha dado una definición con un aspecto diferente del bullying. Pero siempre, ya sea acoso verbal o físico, siempre es una agresión. Siempre. Y piensen, en las escuelas o en los grupos de jóvenes o de niños, el bullying se lo hacen a los que son más débiles. Por ejemplo, con un niño o una niña discapacitados. ¡Y nosotros hemos visto aquí ese hermoso baile con niños discapacitados! Cada uno tenemos nuestras propias capacidades y también discapacidades. ¿Tenemos todos capacidades? [responden: “Yes!”] ¿Y tenemos todos discapacidades? [responden: “Yes!”] ¿Incluso el Papa? Yes, all, all! Y así como tenemos nuestras discapacidades, debemos respetar las discapacidades de los demás. Do you agree? Y esto es importante; ¿por qué lo digo? Porque superar estas cosas ayuda en lo que ustedes hacen, el diálogo interreligioso. Porque el diálogo interreligioso se construye con el respeto a los demás. Y esto es muy importante.
¿Alguna pregunta?, ¿No? Quiero darles las gracias y repetir lo que nos dijo Raaj: nos ha dicho que hagamos todo lo posible por mantener una actitud valiente y promover un espacio en el que los jóvenes puedan entrar y dialogar. Porque vuestro diálogo es un diálogo que genera un camino, que marca el camino. Y si ahora dialogan como jóvenes, dialogarán también como adultos, como ciudadanos, como políticos. Y quisiera decirles algo que la historia nos enseña: que todas las dictaduras que ha habido, lo primero que hacen es cortar el diálogo.
Les agradezco estas preguntas y me siento contento de encontrar a los jóvenes, de encontrar a estos valientes, casi “sinvergüenzas”, ¡pero son buenos! Les deseo a todos ustedes, jóvenes, que sigan adelante con esperanza y que no retrocedan. ¡Asuman riesgos! De lo contrario, ¡les crecerá la barriga! God bless you and pray for me, I do for you.
Y ahora, en silencio, recemos unos por otros. En silencio.
Que Dios nos bendiga a todos. Y cuando pase algún tiempo y ustedes ya no sean jóvenes, se harán mayores y serán también abuelos; enséñenles todas estas cosas a los niños. God bless you and pray for me, don’t forget! But pray for me, not against!