Chilena en Kazajistán: “Es evidente que Dios quiere que la Iglesia crezca aquí”

Claudia Valbuena lleva 25 años en un país que fue parte de la Unión Soviética. Llegó en 1998 luego de que el obispo local pidiera a san Juan Pablo II el apoyo de jóvenes católicos. A pesar de las dificultades, Claudia destaca la suerte de ser instrumento de Dios en este proceso de evangelización.

Claudia en el sur de Chile a fines de febrero de este año, la última vez que vino al país para visitar a su familia.

Claudia Valbuena (56 años) conoció el Opus Dei gracias a su hermano, actual sacerdote, que vive en Polonia hace 30 años. Al final de su etapa escolar, Claudia empezó a participar de las actividades de formación de la Obra y cuando estudiaba filología inglesa en la Universidad Católica pidió la admisión como numeraria. En 1990 se fue a vivir a Roma. Estando allí se sorprendió de la valentía de muchas personas que se aventuraban a llevar el espíritu del Opus Dei a destinos remotos, porque querían dar a conocer el mensaje de Jesucristo: Líbano, Lituania, Estonia, la India, Tierra Santa...

Un día de 1994 se enteró de que el único obispo de Kazajistán le había pedido al Papa Juan Pablo II que enviara a su país a una institución de la Iglesia que trabajase con jóvenes y en el ámbito de la educación. Él le recomendó hablar con el entonces prelado del Opus Dei, Álvaro del Portillo. Y así comenzaron los preparativos para enviar a un grupo de personas de la Obra a este lugar, que había sido parte de la Unión Soviética y que recién estaba empezando a formarse como un país independiente, tras la caída del Muro de Berlín en 1989.

“Esta experiencia de sentir que el Opus Dei es familia, que es parte de la Iglesia y hace familia cristiana yo lo he vivido muy profundamente, y se lo agradezco a Dios, porque es algo muy especial”, Claudia Valbuena.

Primero partieron algunos numerarios y sacerdotes. Luego empezaron los planes para que llegara un grupo de mujeres. Como Kazajistán era un lugar tan distinto para la cultura occidental, quienes irían a vivir allí requerían una preparación especial. Claudia colaboraba en la organización de quienes viajarían y recuerda que cuando vio las fotos del país, pensó: “¡pobres las que se van!”.

Entonces sucedió algo que nunca imaginó: cuando quedaban pocos meses para partir, le preguntaron a Claudia si quería sumarse a esta aventura, junto a las otras tres numerarias de su residencia que se habían ofrecido a ir, además de una de España y otra de Brasil.

“Me fui libremente. Dije: ‘bueno, si piensan que sirvo, voy. Y si me va mal, me vuelvo”, relata riendo. Han pasado 25 años desde ese día…

Las dificultades propias de un país nuevo

En sus orígenes el pueblo kazajo, pacífico y de comerciantes, era nómade. Pasó a ser parte de la Unión Soviética y durante ese tiempo la amplia estepa del norte del país fue el destino de muchos exiliados del régimen, muchos de ellos intelectuales y profesionales, que empezaron a levantar las principales ciudades. Actualmente conviven en paz alrededor de 200 etnias y la religión predominante es el islam.

“Una amiga, ahijada de bautismo, inauguró su casa. Es un motivo por el que se hace una fiesta. Todas estas chicas se hicieron católicas siendo mayores”, dice Claudia Valbuena.

No obstante, para evitar radicalismos, el país tiene una ley que restringe las actividades religiosas. Por ejemplo, limita la distancia entre una iglesia o lugar de adoración y cualquier infraestructura pública como hospitales, colegios, etc. También prohíbe que haya libros religiosos en las salas de clase, entre otras cosas. 

“De haber sabido de antemano las dificultades que me iba a encontrar, no habría venido. Pero contaba con el apoyo de la Obra y, sobre todo, de Dios… ¡y es que aquí hay una cosa de Dios!", Claudia Valbuena.

En ese contexto, en junio de 1998, llegaron Claudia y las otras cinco profesionales a la ciudad de Almaty. Era verano; una decisión premeditada para poder adaptarse durante la época de mejor clima, ya que el invierno en esa latitud es muy crudo.

A su llegada se encontraron con un país que estaba buscando su propia identidad, tras años de pertenecer a la URSS. La mentalidad centralista y burocrática hacía que cada trámite requiriera un largo papeleo, lo que en varias ocasiones ponía a prueba la paciencia de estas mujeres llegadas de occidente.

“De haber sabido de antemano las dificultades que me iba a encontrar, no habría venido. Pero contaba con el apoyo de la Obra y, sobre todo, de Dios… ¡y es que aquí hay una cosa de Dios! Es evidente que Él quiere que la Iglesia crezca entre estas personas. O sea, ¿quién vive con estos regímenes extremos de temperatura y además feliz? Es porque Dios lo hace”, reflexiona. “Yo no cambio por nada todo lo que he vivido, cada una de estas dificultades ha supuesto un crecimiento en virtudes”, añade.

“Sin la misa, sin los sacramentos y sin el cuidado de la familia de la Obra, que comprende lo espiritual y también lo humano, yo no sería la persona que está hablando ahora”. Y es que las dificultades fueron muchas. Sin embargo, ella y otras tres numerarias del grupo inicial, siguen viviendo allá tras 25 años, “y muy contentas”, asegura. En total, actualmente hay 15 mujeres del Opus Dei en ese país.

Alma de profesora

Cuando Claudia llegó al país, encontrar trabajo se le hizo fácil. Comenzó como profesora de inglés en un instituto de educación empresarial dependiente de una de las principales universidades de Almaty. Allí estuvo 10 años y aprendió a hablar en ruso.

En una actividad en la Universidad KIMEP (allí Claudia trabajó 10 años).

Hoy es profesora de español en Irtysh, el primer centro asociado al Instituto Cervantes en Kazajistán. En él se realizan clases de idiomas y pruebas oficiales de lengua castellana para acreditar el nivel de conocimientos. Cabe destacar que este centro es una de las iniciativas que Claudia ha impulsado junto a otras personas de su residencia.

A su vez, surgieron en colaboración con personas locales otras dos instituciones con entidad jurídica: la primera es la Fundación de Kazajistán para el Desarrollo de la Educación Social y Cultural, una iniciativa cuyo enfoque es el desarrollo de la mujer. Ofrece una formación complementaria de soft skills o habilidades blandas, adecuadas a las necesidades de mujeres jóvenes.

Otra iniciativa, que surgió después, es el centro Otau, que realiza actividades para apoyar a las familias y que es parte de la International Federation for Family Development (IFFD).

“Como educadora, creo que los momentos más bonitos se dan en la graduación de las niñas que egresan de los proyectos. Cuando veo la alegría de esos papás y de ellas mismas por todo lo que han recibido, se me llena el alma”, dice Claudia.

Claudia con amigas, en el “camino a Santiago”.

Durante estos 25 años en Kazajistán, ha habido personas que se han ido acercando a la fe católica y al Opus Dei, “pero sobre todo hay gente que ha podido salir adelante gracias a la formación profesional y humana que se les ha dado, de la que han surgido, además, grandes amistades.”, añade.

La Iglesia católica es familia

A pesar de que son pocos los miembros de la Obra en Kazajistán, Claudia no pierde la esperanza. “Aquí hay que estar dispuesta a sembrar sin tener todavía relevos de personas del país”, dice. Cuando ella llegó al país, la Iglesia no tenía ninguna diócesis, sino que era una administración apostólica. Hoy ya hay cinco diócesis en el país. Y, aunque todavía son pocos los católicos, se apoyan mutuamente, ya sea en labores de formación, en campamentos de verano, etc.

“Esta experiencia de sentir que el Opus Dei es familia, que es parte de la Iglesia y hace familia cristiana yo lo he vivido muy profundamente, y se lo agradezco a Dios, porque es algo muy especial”, asegura. “Tengo la suerte de poder ver una Iglesia que es parte de un proceso de evangelización que está muy activo, y soy muy feliz de ser un instrumento de lo que hace Dios. Percibir lo que la vida cristiana y el catolicismo puede aportar a la vida de las personas es muy bonito”, concluye.

En el santuario de Fátima