Arturo Álvarez Ramírez, amigo y formador

En este episodio de 'Fragmentos de historia', el sacerdote Rubén Rodríguez ofrece un relato sobre la historia de Arturo Álvarez Ramírez, conocido como el "Inge". Profesor de química en la Universidad de Guadalajara (México) durante más de tres décadas, destacó no solo por su excelencia académica, sino también por su profunda humanidad y ejemplo de vida cristiana. Falleció en 1992 con fama de santidad y en 2021 se abrió su causa de canonización.

Rubén Rodríguez, es médico por la Universidad Nacional Autónoma de México. Se doctoró en Medicina y en Sagrada Teología en la Universidad de Navarra. Fue miembro de la Comisión Histórica en el Proceso Instructorio Diocesano del Siervo de Dios Arturo Álvarez Ramírez. Actualmente es capellán de diversas actividades apostólicas y profesor de Historia de la Iglesia en el Studium Generale de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, especializado en Historia de la Iglesia en México. Ha publicado numerosos capítulos en libros sobre Historia de la Iglesia en México y sobre Ciencia, Artes y Fe.


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En este episodio haremos una breve semblanza de Arturo Álvarez Ramírez, un hombre común y corriente, que nació en una pequeña ciudad del Estado de Jalisco, en México.

Su origen social fue modesto: sus abuelos fueron arrieros, su papá, Don Magdaleno, albañil, y su mamá, Doña María de Jesús, ama de casa. Don Magdaleno era reconocido como el mejor albañil del pueblo, y fue el constructor de una de las casas que actualmente es considerada como patrimonio cultural de la ciudad: aparece en internet, con el nombre de El Palacio de los Olotes. Desde pequeño, Arturo aprendió de su padre el sentido del trabajo.

Arturo fue el octavo y último hijo del matrimonio. Nació cuando sus padres ya no lo esperaban: su mamá tenía 43 años y su papá 50. Su madre, María de Jesús, desde muy joven fue a Misa diariamente, en la parroquia de San Antonio, que estaba frente a su casa. La acompañaba su séptima hija María Luz, quien relata que, acabando la Misa, se iban caminando a la Catedral, dedicada a San José; y ahí, se ponía de rodillas y le rogaba: San José, concédeme un hijo sacerdote y una hija religiosa

Y Dios se los concedió: su segunda hija, María Elena, se fue a los 20 años con las Siervas de Jesús Sacramentado, y murió siendo fiel a su vocación, a los 103 años de edad; y el sexto hijo, José, ingresó al Seminario de Guadalajara -el más grande del país, que continúa teniendo más de mil alumnos en pleno siglo XXI-. Fue ordenado sacerdote de esa misma arquidiócesis en 1950 y falleció años después en un accidente automovilístico.

Arturo hizo su Primera Comunión en el convento de su hermana. Le gustaba participar en la vida parroquial, y en una ocasión el párroco le otorgó un premio por haber hecho el mejor Nacimiento, con figuras de barro. Al mismo tiempo, el niño y joven Arturo cuidó con esmero sus estudios. Tanto en la escuela Primaria como en la Secundaria obtuvo las mejores calificaciones.

Años de formación

En 1951, como no era posible cursar los estudios de Preparatoria en Ciudad Guzmán, Arturo y su primo Genaro Álvarez decidieron trasladarse a la capital del Estado de Jalisco, Guadalajara. 

Desde el primer día tuvieron que superar obstáculos: el primero fue que, como no había taxis en Ciudad Guzmán, tuvieron que caminar tres kilómetros, bajo una lluvia pertinaz, a las 12:00 de la noche, para poder abordar el ferrocarril que pasaba por ahí a las 3:00 de la mañana, procedente de Colima, y los llevaría a Guadalajara. Llegaron ahí, después de tres horas de viaje, empapados, pero llenos de ilusión porque podrían hacer una carrera universitaria. 

Las dificultades continuaron: buscar una pensión dónde vivir, adaptarse a la gran ciudad, aprender a convivir con compañeros de estudio provenientes de todo el occidente del país, etc. Pero lo consiguieron: Genaro fue admitido para cursar el bachillerato y acceder luego a la Facultad de Derecho; y Arturo ingresó a la Escuela Vocacional dependiente del Instituto Tecnológico de la Facultad de Ciencias Químicas. Años después, Genaro llegó a ser Notario de Ciudad Guzmán y Arturo fue reconocido como uno de los mejores profesores que ha tenido la Universidad de Guadalajara.

A los pocos meses de vivir ahí, llegó el 10 de mayo, fecha en que, en México, se celebra por todo lo alto el Día de las Madres. Arturo no dudó en hacer un viaje de 129 kilómetros para felicitar a su mamá, Doña María de Jesús. Ella lo recibió agradeciendo mucho su esfuerzo, pero al mismo tiempo le dijo: me da mucho gusto que vengas a felicitarme, pero más gusto me daría que estuvieras cumpliendo tu deber. Arturo nunca olvidó aquella viva lección maternal de fortaleza y de responsabilidad en su trabajo. 

Al año siguiente falleció Doña María de Jesús: saliendo de la Santa Misa, le dio un infarto. Arturo y toda la familia sobrellevaron aquella dolorosa circunstancia con sentido sobrenatural, aunque como es lógico les costó recuperarse de ella; especialmente a Arturo, que durante algunos años fue un joven muy reservado, como lo calificó uno de sus profesores.

Entre 1953 y 1958, Arturo cursó la carrera de Ingeniero Químico en la Universidad de Guadalajara, más conocida como la UdeG: era una universidad del Estado, que en aquellos años tenía un enfoque socialista y anticristiano. Actualmente tiene más de 310.000 alumnos, distribuidos en 15 centros universitarios, uno de ellos en Los Ángeles, California. Arturo nunca reprobó una materia, pero tampoco fue un alumno destacado. El promedio final de las 45 materias que cursó fue 80/100.

Hizo firme amistad con su condiscípulo Ignacio (Nacho) Gómez Ruiz, quien había estudiado canto de ópera en el Conservatorio de música. Arturo tenía buena voz de barítono, pero nunca estudió canto profesionalmente; por ello Ignacio le bromeaba diciendo: yo soy cantante y tú sólo eres cancionero. No nos comparemos. En las fiestas de la Facultad ambos cantaban, especialmente el Día de las Madres, en que llevaban serenata a las mamás de sus compañeros de clase y de sus profesores.

Arturo desde niño frecuentó los Sacramentos y tuvo gran cariño a la Virgen María. Durante sus años como universitario, se decidió a fortalecer su vida de piedad y se incorporó a la Congregación Mariana de los Padres Jesuitas, de Santa María de Guadalupe y San Luis Gonzaga.

Un profesor muy cercano

Después de completar sus estudios, Arturo realizó su práctica profesional en la embotelladora de refrescos Jarritos. Luego, se unió con cuatro compañeros para fundar la Compañía Técnica Mexicana, aunque este intento empresarial pronto fracasó. Sin embargo, durante su estancia en Jarritos, se descubrieron sus habilidades administrativas, de liderazgo y docentes, lo que llevó a su transferencia al Centro Jalisciense de Productividad, una institución auspiciada por el sector patronal para complementar la capacitación profesional. Allí, Arturo recibió una beca para realizar un curso avanzado de Ingeniería Industrial en la Syracuse University, en el estado de Nueva York, Estados Unidos, entre 1959 y 1960.

Al llegar a la Syracuse University, Arturo se enfrentó a un shock cultural: se dio cuenta de que tenía dificultades para entender el inglés y que su formación en química en la universidad mexicana era deficiente. Consideró regresar a México, pero un profesor lo animó a perseverar, asegurándole que con dedicación y esfuerzo podría superar las barreras del idioma y la química. Arturo decidió seguir adelante, pero hizo un firme propósito: Tengo que enseñar bien a mis alumnos, para que, cuando vayan a estudiar fuera de México, no sufran lo que yo tuve que sufrir.

Los cinco meses que pasó en Estados Unidos, le ayudaron a confirmar su vocación magisterial y a consolidar su confianza en sí mismo. De manera que, al comenzar a ser profesor de Química Inorgánica en 1960, pronto fue reconocido como el mejor profesor y, además, formador y forjador.

Desde su primer año como profesor, Arturo combinó la exigencia académica con una amistad desinteresada hacia sus alumnos. Los invitaba a salir de excursión los fines de semana, creando un ambiente de confianza y apoyo. Esta aproximación permitió a muchos de sus estudiantes encontrar una guía humana y espiritual que les ayudó a madurar durante sus años universitarios. Como resultado, muchos de ellos mantuvieron una estrecha amistad con su profesor hasta el final de su vida.

Uno de sus primeros alumnos recuerda: convivía con nosotros fuera de las clases. Muy importantes eran las excursiones que programaba al Nevado de Colima. Una o dos semanas antes bajábamos y subíamos 2 o 3 veces cuestas más fáciles, para adquirir condición física. Por la noche, ya en el refugio, nos organizaba para hacer guardias y mantener encendida la caldera. Fue algo que nos formó el carácter a todos, preparándonos para lograr siempre los objetivos que nos propusiéramos. Era muy alegre. En las fiestas tomábamos aperitivos. Cantaba numerosas canciones populares, por ejemplo “el barquito” y “el barrilito”. Nos íbamos a estudiar a Chapala, donde un amigo y compañero tenía una casa y una lancha. Esquiábamos. Arturo estaba muy contento de vernos felices y subía a la lancha con nosotros. Era amigo de todos.

Pero además de tomarse muy en serio su cátedra, desde sus primeros días de trabajo en la UdeG, Arturo -junto con otros seis profesores- se abocó con decisión, a alcanzar la Excelencia Académica que, a la vuelta de los años, convertiría a la Facultad de Ciencias Químicas en la Joya de la Corona de la Universidad de Guadalajara, principalmente gracias al trabajo académico del Maestro Arturo. 

En mayo de 1961 presentó su Tesis Profesional para obtener el título de Ingeniero Químico: Estudio sobre la corrosión causada por el oxígeno en calderas y su eliminación. Viendo su buen desempeño académico, el 10 de julio de ese mismo año, las autoridades lo nombraron miembro de la Comisión de Admisión de la Facultad de Ciencias Químicas, como representante del Director. Y, por si fuera poco, en abril de 1964 lo nombraron Secretario de la Facultad, con lo cual tuvo que sumar tarea administrativa a su ya apretada agenda de trabajo académico. Pronto se ganó el cariño y agradecimiento de todos y le apodaron respetuosamente El Inge Arturo.

Otro hecho importante de estos años fue su noviazgo con Marta Leticia, quien le recuerda así: fue alumno y después colega de mi hermano… Ambos destacados profesores en la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad de Guadalajara. Arturo fue un hombre muy amable, muy agradable, una gran persona, muy respetuoso. Muy sabio y muy humilde: nunca aprovechó su sabiduría para presumir. ¡Y fuimos novios! Un noviazgo limpio, como los de antes: cuando mucho nos tomamos de la mano. Me llamó la atención que se fijara en mí, pues lo normal era que el novio fuera mayor que la novia. Yo le llevaba algunos años. Le dije que sí y poco a poco lo fui comenzando a querer… Duramos poco tiempo de novios, porque un día vino a decirme que iba a dedicar su vida a Dios en el Opus Dei. Ya nunca volvimos a vernos, ni a comunicarnos. Siempre he guardado de él un recuerdo muy agradable… Lo que yo conocí de él me hace pensar que sí fue un hombre que vivió su vida muy cerca de Dios.

Su vocación al Opus Dei

El Ingeniero Ignacio Gómez Ruiz, gran amigo de Arturo, a quien ya he mencionado, lo invitó a conocer el Opus Dei en 1958, en el último año de sus estudios universitarios, pero él se negó rotundamente, como relata el mismo Nacho: Yo le invitaba: ‘Ven, Arturo, se van a poner muy buenas las clases’. Él me decía: ‘No, no. Son muy elitistas. Son los catrines, los riquillos. Yo soy del pueblo’.

La narración de Ignacio se completa con la de otro Ingeniero Químico, Guillermo Schmidhuber. Así decía: “Fui su alumno en el curso 1962-63, en la clase de Química Inorgánica. Llegué a estimarlo mucho y él también a mí… Guardo muchos recuerdos de él… siempre estaba sonriente; nunca lo vi enojado; aunque había políticas muy feas en la Universidad. Era muy afable y platicador. Sabía escuchar a personas que no tenían su nivel profesional ni humano. Pronto surgió entre ambos una relación de sincera amistad, y al mismo tiempo yo reconocía que él seguía siendo mi mentor.

Por aquellos años conocí la Residencia Alto Valle, del Opus Dei, en donde se brindaba un ambiente de estudio y se realizaban diversas actividades culturales y de formación humana y católica, a las que invitábamos a nuestros amigos. En una ocasión, hacia 1965, decidí invitar a Arturo a una meditación, dirigida por un sacerdote de la Obra.

Arturo siempre me pareció muy humano, muy decente, de trato sencillo y amistoso, muy religioso y rezador, nunca pensaba mal de nadie. Por eso lo invité. Y aceptó asistir. Estábamos ahí varios de sus alumnos. Le gustó tanto la meditación como el ambiente universitario de aquella Residencia. A la semana siguiente, volvió.

A principios de 1966, el arquitecto Pepe Tena, director de la Residencia, me dijo que Arturo había adelantado mucho en su vida espiritual y me pidió que yo le planteara la vocación al Opus Dei, explicándole bien que consistía en buscar la santidad en el cumplimiento fiel de su trabajo profesional y en acercar a sus amigos y alumnos a Dios. Lo visité en su casa y de inmediato dijo: ‘Sí’. No preguntó ni cuestionó nada de lo que le planteé. Es más, yo le puse peros: ‘Es que no se va a casar’, ‘Es que entregamos a la Obra todo lo que ganamos’, ‘Es que…’. Y a cada exigencia de la vocación que yo le planteaba, él respondía: ‘¡Ya dije que sí!, yo ya había pensado en algo así’. Cuando me dirigía a su casa iba yo pensando qué iba a decirle; y como supuse que él diría que no, pensé en sugerirle que fuera a hablar personalmente con Pepe Tena. También pensé que nuestra conversación tardaría cuando menos dos horas, pero Arturo resolvió todo en sólo 15 minutos. Pocos días después habló con Pepe y en febrero de 1966 pidió su admisión al Opus Dei”.

Como era habitual en él, Arturo no retrasó la decisión tomada, y poco después pidió su admisión a la Obra. Seguramente tenía clara conciencia de que el paso que daba sería de una trascendencia definitiva en su vida. Pero, con todo y eso, la carta que dirigió al Presidente General del Opus Dei, Monseñor Josemaría Escrivá, fue notoriamente lacónica: 22 de febrero de 1966. Querido Padre: Habiendo conocido la Obra, ruego a Ud. me sea aceptado como Socio Oblato -de este modo se llamaban los actuales agregados- del OPUS DEI. Pido su bendición, Arturo Álvarez R.

Arturo comenzó a descubrir el tesoro de su vocación poco a poco. Pasaron más de 30 meses sin que volviera a escribir a san Josemaría Escrivá. El 30 de agosto de 1968, en su segunda carta, le manifestó vívidamente su deslumbramiento ante la llamada de Dios: Querido Padre: Le escribo desde Montefalco, en donde me encuentro en una Convivencia de Agregados, procedentes de Monterrey, México, Distrito Federal, Culiacán, Guadalajara y del mismo Montefalco. Tanto en Meditaciones, charlas y tertulias, cada pensamiento que conocemos de Ud. destila -perdone la expresión, soy químico- un amor grande, muy grande, a Dios, a la Virgen Santísima, amor a la Obra y a todos nosotros sus hijos. ¡Cuánta enseñanza!, ¡Cuánta doctrina!, ¡Cuánto por aprender! y ¡Cuánto por dar! Pida al Señor, que los propósitos obtenidos en esta convivencia cristalicen en una realidad. Su hijo que ruega le bendiga. Arturo

A partir de ahí, realizó una gran labor apostólica, tanto con sus colegas, como con sus alumnos y familiares. Uno de los relatos que hemos recibido afirma que trajo a la Obra 40 vocaciones: de éstas, hemos podido comprobar 17. Además, ya como agregado, realizó también un extenso apostolado con obreros en dos pueblos del corredor industrial de Guadalajara: Juanacatlán y El Salto, así como con campesinos en la rivera de la Laguna de Chapala. Muchos de ellos han puesto por escrito sus recuerdos, en los que manifiestan su agradecimiento y admiración, por la formación que les impartió a través de la dirección espiritual y sus charlas.

Fama de santidad y proceso de beatificación

Arturo era muy exigente consigo mismo y con sus alumnos. Casi todos los años dio tres clases diarias, de hora y media de duración cada una. Muy pronto todos conocieron su frase más famosa: "la puerta se cierra a las 7:00". Además, en poco tiempo comenzó a impartir, después de las clases en la Universidad, hasta tres círculos de formación espiritual cada semana, a los cuales acudían más de 20 de sus alumnos.

Obedeciendo a los Estatutos de la UdeG, pidió su jubilación a los 30 años de dar clases, no sin antes comentar: Y ahora, ¿qué voy a hacer, sin mis hijos? Pidió a las autoridades que le permitieran seguir dando su clase de Química Inorgánica, sin goce de sueldo, y se lo concedieron.

Falleció el 28 de noviembre de 1992, a causa de un aneurisma aórtico. Lo acompañaban su colega y gran amigo Don Antonio Rodríguez, quien dio la noticia a otra profesora. Pronto se corrió la noticia y al velatorio acudieron más de 400 personas, en su mayoría alumnos. Desde el primer momento, varios afirmaron que estaban convencidos de su santidad. El sacerdote que lo atendió comentó a sus sobrinas: Arturo ya se fue al cielo, con todo y zapatos.

En 2002, las autoridades de la UdeG colocaron un busto de bronce frente al Aula 17, donde dio sus clases. Tiene inscritas las siguientes frases: Formador de Ingenieros Químicos útiles a la sociedad. Maestro íntegro, ejemplo de amistad y servicio. Además, esa Aula tiene tres placas que lo recuerdan y, recientemente, el Rector de la UdeG mandó colocar en su interior una imagen de Arturo.

Cuando se buscó a personas que lo hubieran conocido para preguntarles qué recordaban de él, pudimos hablar con más de 200. Todos ellos agradecieron la invitación y hablaron de sus virtudes. Más de 200 personas testificaron sobre él en su proceso de beatificación. 

Al inicio de su Causa de Beatificación acudieron el Rector de la UdeG y el Rector de la Universidad Panamericana en Guadalajara, que fue su alumno. El primero manifestó: me admira comprobar cómo Arturo supo integrar muy bien su dedicación a la ciencia dura, con su fe. Y otra autoridad de la misma UdeG comentó en una conferencia: he examinado su expediente académico con lupa y no he encontrado en él ni un tache; es uno de nuestros mejores profesores. Lo consideramos ya patrimonio de nuestra Universidad.

A la fecha, hemos recibido poco más de cien favores que Dios ha concedido por su intercesión. De 2021 a 2023 se realizó en la arquidiócesis de Guadalajara la Fase Diocesana de su Proceso de Beatificación y a finales de ese mismo año se inició la Fase Romana.