Ana Marta González: «Insuflar el trabajo de espíritu de servicio es una actualización del mensaje cristiano»

Ana Marta González es catedrática de Filosofía y coordinadora de "Trabajo, cuidado y desarrollo", una línea de la Estrategia 2025 de la Universidad de Navarra. Recientemente ha publicado un libro en el que reflexiona sobre la crisis del sentido del trabajo.

Entrevista a Ana Marta González sobre el sentido del trabajo en la sociedad actual
Ana Marta González, catedrática de Filosofía en la Universidad de Navarra.

¿Cuál es el propósito de su libro “Trabajo, Sentido y Desarrollo”?

Culturalmente, en las sociedades occidentales, atravesamos una crisis del sentido del trabajo: hemos desconectado la cuestión del trabajo de la cuestión de la vida significativa. En este contexto, tal y como he procurado reflejar en el título, el propósito del libro es poner de relieve la relación entre trabajo, sentido y desarrollo. 

Concretamente, quería mostrar que se puede establecer una relación directa entre el sentido que damos al trabajo y la posibilidad de un desarrollo auténticamente humano, es decir, un desarrollo que no se reduzca al aumento de la productividad, sino que tenga en cuenta la integridad de la persona. Para eso es imprescindible superar tanto una visión puramente instrumental como una visión narcisista del trabajo.

¿Por qué es importante darle un sentido al trabajo? ¿Qué consecuencias tiene no hacerlo o no tenerlo?

Si hacemos cosas para las que no encontramos sentido, vivimos alienados. Ahora bien, la vida humana siempre comporta una forma u otra de trabajo. Si queremos que nuestra vida entera tenga sentido, es importante que el trabajo, al que dedicamos buena parte de nuestra vida, también lo tenga.

¿Cómo ha influido la tecnología no sólo en el desarrollo sino también en el sentido mismo del trabajo?

Mi libro no trata de la tecnología, ni siquiera de filosofía de la tecnología, sino, sobriamente, del trabajo humano, que es una realidad más amplia que el simple empleo. Periódicamente se habla de la tecnología, bien como un factor benévolo que, ahorrándonos el trabajo necesario, nos puede conducir al paraíso, bien como de un factor maligno que destruye el trabajo existente y nos proyecta a una nueva crisis.

De lo que se trata no es de más o menos tecnología, sino de saber poner la tecnología al servicio de fines humanos. Eso no es cosa de tecnología sino de ética y política. La ausencia de políticas sociales éticamente informadas conduce a la tecnocracia. Por consiguiente, se trata de insuflar de sentido la práctica del trabajo y la organización del trabajo.

¿De qué depende el sentido del trabajo? ¿Hay trabajos con más sentido o más plenos que otros? ¿Qué es más fácil: dar sentido a los trabajos intelectuales o a los manuales?

Hablar del sentido del trabajo es hablar de las razones que tienes para trabajar, incluso cuando es costoso. Si no tienes razones para trabajar más allá de tu propio gusto, tu trabajo no tiene otro sentido que tu propia gratificación. Si la razón para trabajar es solo conseguir dinero, entonces el sentido de tu trabajo es puramente instrumental: el dinero que te dan a cambio de tu trabajo. 

La cuestión, sin embargo, es si, más allá de estas dos consideraciones, el trabajo que realizas está animado por una intencionalidad que te trasciende: el servicio que prestas a terceros, la contribución que haces juntamente con tus colegas, a causas sociales o al desarrollo humano íntegramente considerado que, sin duda, incluye también el cuidado de la naturaleza, etc.

Por lo demás, cuestiono de raíz la diferencia entre trabajos intelectuales y manuales, tal y como se entiende de ordinario. Merece la pena reflexionar en la razón por la cual los medievales consideraban que el trabajo de los profesores universitarios era trabajo manual. En todo caso, lo importante es que cada cual pueda ver en su trabajo una manera personal de contribuir de alguna forma al desarrollo humano.


Enlace relacionado: sitio web de la línea estratégica Trabajo, cuidado y desarrollo, de la Universidad de Navarra


¿Qué requisitos tiene que tener un trabajo para que el hombre se desarrolle ejerciéndolo?

Lo que presta su valor a un determinado trabajo es la persona que lo realiza, en la medida en que realiza una acción significativa. Cabe realizar una acción significativa en situaciones objetivamente difíciles. Sin embargo, precisamente porque el trabajo es tan central en la vida humana, se ha de facilitar en lo posible que cada persona le encuentre un sentido, algo que depende de una correcta división del trabajo. 

Es importante no ver el trabajo únicamente en clave individual, ya que el trabajo nos pone en relación con otros. Por esa razón, un trabajo mal dividido, que impide ver el modo en que el trabajo de uno conecta con el trabajo de otro, y todos contribuyen a realizar metas significativas, está lejos de facilitar el desarrollo personal y social.

El libro recién publicado de Ana Marta González: Trabajo, sentido y desarrollo.
El libro recién publicado de Ana Marta González: Trabajo, sentido y desarrollo.

¿Qué destacarías del mensaje de san Josemaría acerca del trabajo?

Muchas de sus enseñanzas, pero entre ellas que el trabajo es la vocación original del hombre sobre la tierra; “el trabajo es un don de Dios, y no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo” (Es Cristo que pasa n. 47); que “Dios creó al hombre ut operaretur, para que trabajara, y los demás —nuestra familia y nación, la humanidad entera— dependen también de la eficacia de nuestra labor” (Amigos de Dios, n. 169); que la vocación profesional es parte esencial de la vocación cristiana (Amigos de Dios, n. 60), el quicio sobre el que se fundamenta y gira la llamada a la santidad (Amigos de Dios, 62); o que para materializar esa llamada es preciso conjugar la competencia técnica con el espíritu de servicio (Es Cristo que pasa, n. 151). 

En palabras de san Josemaría resumiría: “Al realizar cada uno vuestro trabajo, al ejercer vuestra profesión en la sociedad, podéis y debéis convertir vuestra ocupación en una tarea de servicio. El trabajo bien acabado, que progresa y hace progresar, que tiene en cuenta los adelantos de la cultura y de la técnica, realiza una gran función, útil siempre a la humanidad entera, si nos mueve la generosidad, no el egoísmo, el bien de todos, no el provecho propio: si está lleno de sentido cristiano de la vida” (Es Cristo que pasa, 166).

¿No es muy ambiciosa la afirmación que hace san Josemaría de que para un cristiano su mesa de trabajo es su altar?

Esa afirmación tiene una gran entraña teológica, que merecería una glosa por parte de especialistas. Entre otras cosas presupone toda la doctrina sobre el sacerdocio de Cristo, del que participan todos los fieles mediante el bautismo, por el cual son habilitados para ofrecer “víctimas espirituales” a Dios por Jesucristo. 

Pero, hablando del trabajo como “altar”, esa frase apunta de manera específica a que el trabajo es el lugar privilegiado desde el que el cristiano laico –ciertamente alimentado por la vida sacramental- contribuye a la santificación de las realidades seculares; a la reconciliación de mundo y Dios. 

El cristiano que vive en medio del mundo no se santifica “a pesar” del trabajo sino en y a través del trabajo. Con ese trabajo suyo, que lleva al altar para unirlo al sacrificio de Cristo, y le otorga una manera peculiar de estar en el mundo, una mentalidad específicamente laical, no solo crea cultura sino que da también culto a Dios.

¿Cómo ayudar a los jóvenes a dar sentido al estudio, que de alguna forma podemos decir que es su trabajo?

El estudio, con el que damos forma al natural deseo de saber, evitando que se extravíe en asuntos insustanciales, es en sí mismo un trabajo formativo, porque da forma a nuestra inteligencia y a nuestro carácter; además, nos dispone para realizar con competencia el trabajo económico, con el que nos involucramos de manera directa en la marcha ordinaria del mundo. 

En este sentido, no solo deben estudiar los jóvenes: todos debemos hacerlo, para evitar la obsolescencia en el propio trabajo, el “aburguesamiento” en la vida profesional, que es letal también para la vida espiritual.

¿Cómo fomentar el sentido del trabajo cuando las circunstancias no son favorables?

El trabajo es una dimensión fundamental de nuestra vida. Hay que distinguir trabajo de empleo, porque son distintos. Trabajo es una categoría antropológica, y empleo es una categoría socioeconómica. Se podría decir incluso que toda la vida del hombre es trabajo. Esto lo explica muy bien Simone Weil: desde el momento en el que tenemos una idea o un deseo y queremos llevarlo a la práctica, tenemos que trabajar. 

El trabajo de alguna manera es quicio. Eso lo explicaba muy bien el fundador del Opus Dei: es quicio de la santidad, pero es quicio también de personalidad, de cultura, de sociedad, es quicio de nuestra manera de estar en el mundo. 

La huida del trabajo es una forma de huida del mundo. Con ello no niego que el mundo del trabajo en ocasiones sea duro, que esté afectado de injusticias, incluso estructurales. También por esa razón, insuflar espíritu de servicio en el trabajo constituye una invitación a reformar esas situaciones. La clave está en no ver el propio trabajo solo en clave individual, sino como una praxis por medio de la cual se contribuye a la mejora de la propia familia, de la sociedad, de la humanidad.

Si uno ama el propio trabajo, mete la cabeza y descubre las posibilidades de crecimiento que ofrece, no solo a nivel personal, sino también social: ¿cómo puedo mejorar yo las circunstancias de este trabajo, no solo para mí sino también para mis compañeros? El trabajo es originariamente un lugar de solidaridad. Esta es una idea que debemos rescatar en la teoría y en la práctica.

¿Qué características del mundo actual dificultan encontrar el sentido al trabajo y desarrollarse como personas?

Uno tiene que poder ver de alguna forma que su trabajo contribuye a algo más grande. Cuando uno tiene un sentido fuerte para su trabajo, es capaz de sobrellevar circunstancias muy penosas, pero no es lo ideal. Por lo demás, ponerse manos a la obra es también encontrarse con dificultades imprevistas, poner los medios para superarlas constituye ya un avance. 

En la “Laborem Excercens”, Juan Pablo II habla de que el centro de la cuestión social es el trabajo, y lo sigue siendo ahora, a pesar de las apariencias. Recientemente el magisterio de la Iglesia lo ha recordado. En el número 162 de “Fratelli Tutti”, una encíclica dedicada a la amistad social, Francisco lo afirma de manera taxativa: “el gran tema es el trabajo”. Eso significa que si yo no lo percibo así, ¡me estoy perdiendo algo! ¡Me estoy perdiendo algo de la riqueza humana, social y por supuesto espiritual, que contiene el trabajo! 

Tenemos que aprender a mirar el trabajo no en clave individualista, ni reductivamente espiritualista, porque si algo comporta el trabajo es justamente un espíritu que se involucra en el mundo, en las realidades más materiales, y por tanto algo que lleva en sí mismo una semilla de cambio del entorno.

¿Qué aspectos de la visión cristiana del trabajo pueden ser mejor recibidos en culturas no cristianas?

El trabajo es algo que compartimos con todos, cristianos y no cristianos, de una ideología y de otra. Cuando estás trabajando en un proyecto común, te dan igual las creencias que los demás tengan, porque te estás embarcado en una tarea que humanamente te vincula a los demás. Por eso decía que es un lugar de fraternidad. Es donde se materializa del modo más claro el modo de estar en el mundo de forma secular. Y ahí enlazamos con todos. Pocas cosas unen más que trabajar juntos en algo que merece la pena.

Sobre esa base humana compartida, un cristiano identificado con Cristo, puede aportar una especial pasión por servir, así como una esperanza más alta, que no se viene abajo ante los inevitables fracasos. Procuramos ser Cristo en el trabajo. 

No deja de ser sobrecogedor que Dios asuma la naturaleza humana y trabaje durante buena parte de su vida, como artesano, y luego como maestro; que no rehúya tareas que eran consideradas serviles en su momento, como lavar los pies a los discípulos… Insuflar en el mundo profesional y laboral ese espíritu de servicio ya es en sí mismo una actualización del mensaje cristiano, y además de forma muy práctica.

¿Qué hacer para no caer en los extremos: los que viven exclusivamente por y para el trabajo o los que viven esperando que llegue el fin de semana para no trabajar?

Se trata de entender que la existencia humana está marcada por el trabajo, que esa es la vocación original del hombre, y sacar consecuencias. Quedarse en los aspectos penosos del trabajo, es no haber calado su sentido profundo; pues, en medio del esfuerzo, el trabajo humano también hay lugar para un gozo peculiar, el gozo del creador, que da o sostiene la vida personal, familiar, social. 

Cada uno tiene su prudencia y su sentido de responsabilidad para ir conjugando las distintas dimensiones de la vida, sin establecer dialécticas que a nada conducen. Sin duda, en la vida también debe haber descanso, y ocio… tiempo para la familia y los amigos. Pero lo importante en todo esto es aprender a conjugar la “y”, aprender a conjugar de forma armónica, en la propia vida, todas esas dimensiones, evitando contraponer familia y trabajo, porque de hecho se sostienen mutuamente; descanso y trabajo, porque de hecho se sostienen…

¿Se puede afirmar entonces que el descanso es de alguna forma también trabajo?

El descanso es una necesidad. Me gusta repetir una distinción clásica, que hacía Aristóteles, entre descanso, trabajo y ocio. El descanso básicamente consiste en restaurar las fuerzas gastadas en el trabajo… por eso lo asociamos a dormir, comer, jugar, pasatiempos que relajan la mente. El sentido de todo ello, está en poder volver al trabajo con fuerzas renovadas. 

En cambio, Aristóteles no hablaba del ocio tal y cómo se entiende hoy en día, sino a algo que se comprende mejor como “cultivo libre del espíritu”. En todo caso, en el descanso también tenemos que huir de ese planteamiento de trabajo hasta la extenuación, y entonces para recuperarme tengo que estar varios días sin hacer absolutamente nada. Ese es un planteamiento desquiciado; como si internamente, hubiéramos internalizado que el rendimiento o la productividad es el único valor, del que dependería el nuestro. 

El trabajo humano ciertamente incluye productividad, pero también dimensiones humanas y sociales de las que no podemos prescindir sin deshumanizar nuestra vida y alterarla en sus restantes dimensiones. En la vida humana hay un tiempo para cada cosa, pero la vida en sí es una de ellas.

 El tiempo de ocio nos permite pensar estas cosas, darles sentido. Vemos aquí cómo el tiempo de ocio puede ser ocupado también por un tipo peculiar de trabajo, trabajo intelectual, que logra su objetivo cuando aprecia estas diferencias… Como filósofa mi trabajo consiste en pensar las diferencias entre descanso, trabajo y ocio; y ver, además, cómo esos tiempos se encuentran íntimamente interconectados en nuestra existencia. El arte de la vida consiste precisamente en aprender a armonizarlos.