Diez preguntas sobre san Josemaría

¿Cómo era San Josemaría? ¿cómo reaccionaba ante sus errores? ¿y ante las dificultades? ¿Cuál era su secreto para mantenerse fiel y enamorado de Dios? Responde Mons. Javier Echevarría, quien estuvo a su lado durante más de veinte años.

San Josemaría junto a Javier Echevarría, antes de que fuera ordenado sacerdote.

Mons. Javier Echevarría tuvo una relación muy directa con san Josemaría desde 1950. Ese trato se hizo continuo a partir de 1956, cuando fue elegido Custos del fundador del Opus Dei, es decir, una de las dos personas que, de acuerdo con los Estatutos del Opus Dei, han de ayudar al Padre en su vida material y espiritual y en su trabajo cotidiano, y advertirle de lo que consideren oportuno.

1. San Josemaría ha sido precursor del Vaticano II al recordar desde 1928 que todos somos llamados por Dios a ser santos. ¿cómo respondía en su vida personal a esa llamada de Dios?

No se cansó de luchar por acercarse más al Señor, peleando contra los más pequeños defectos y exigiéndose con el celo de una persona enamorada que desea corresponder con todo su amor a Quien ama: cotidianamente, en lo difícil y en lo fácil, en las tareas importantes y en las que parecen sin relieve. He estado a su lado durante casi veinte años, y puedo decir que agradeció siempre las sugerencias o los comentarios que le hacíamos.

«Santidad –nos decía– es luchar contra los propios defectos constantemente. Santidad es cumplir el deber de cada instante, sin buscarse excusas. Santidad es servir a los demás, sin desear compensaciones de ningún género. Santidad es buscar la presencia de Dios —el trato constante con Él— con la oración y con el trabajo, que se funden en un diálogo perseverante con el Señor. Santidad es el celo por las almas, que lleva a olvidarse de uno mismo. Santidad es la respuesta positiva de cada momento en nuestro encuentro personal con Dios».

Y luchaba por vivir lo que decía. Hasta su último día en la tierra, rogó a sus dos hijos Custodes –los que estábamos más cerca de él– que le ayudásemos a ser más piadoso, más alegre, más optimista, a cumplir con exactitud su deber, a soportar mejor la enfermedad, a trabajar sin descanso, a entregarse completamente. Pienso que puedo afirmar con objetividad que nunca dijo conscientemente que no al Señor, y que nunca respondió a medias a las peticiones divinas.

2. ¿Puede describir, brevemente, algunos aspectos de la lucha para mejorar el propio carácter, que ayuden a los lectores a comprender cómo era san Josemaría?

Como defectos, debió estar muy atento a la rapidez y espontaneidad de carácter, y la viva indignación que solía sentir cuando consideraba que las cosas se hacían mal o no tan bien como se debía.

Estos rasgos de carácter, que hubiesen podido llegar a ser defectos notables, sirvieron de punto de apoyo para enriquecer su personalidad, y se convirtieron en fundamentos de la firmeza que necesitó después para afrontar lo que el Señor le reservaba: la impaciencia se mudó en audacia santa, y el temperamento impulsivo, en exigencia consigo mismo, y en comprensión con los demás. Nos confiaba muchas veces lo que llevaba en el fondo del alma: «os pido perdón, por las molestias que os haya podido causar a cada uno. Os aseguro, y ésta es mi intención constante, que a sabiendas no quiero mortificar a nadie con mi modo de ser. De todas formas, insisto, os pido perdón si a alguno le he molestado con mi modo de ser o de actuar».

No se dejaba llevar por el propio yo, dominaba los primo primi, y se esforzaba por hablar y actuar con rectitud de intención, al servicio del Señor y de las almas.

No dejaba de rogarnos que le ayudásemos; le he visto luchar contra esos hilos sutiles que, si no se rectifican, se convierten en ataduras que apartan de Dios. Supo conseguir una serena ecuanimidad, y la extraordinaria vitalidad de su temperamento estuvo siempre moderada por la prudencia y la fortaleza.

3. ¿Cómo reaccionaba ante sus errores?

Cuando advertía sus errores, reaccionaba con dolor de amor y, a la vez, se apoyaba mucho más en la gracia. Solía afirmar: «yo no soy nada, no tengo nada, no puedo nada, no valgo nada, ¡nada, nada!, pero con Él lo puedo todo: omnia possum in eo qui me confortat [todo lo puedo en aquel que me conforta, Filipenses 4, 13]. Pienso que enseñó a muchas almas a superar los complejos, las tristezas, las angustias, las deserciones en la lucha espiritual, porque les demostraba que el Señor les había traído a la vida con esas debilidades y, al mismo tiempo, les llamaba a santificarse; por tanto, con Él, podían todo.

Decía: «nuestras fuerzas personales se llaman de una sola manera, tienen un solo nombre: flaqueza. Tengo mi experiencia de toda la vida. Seremos fuertes sólo cuando nos demos bien cuenta de que somos flojos. Pensando que somos fuertes, por nosotros mismos, iríamos de narices enseguida, al estercolero más hediondo».

Recogiendo unas palabras del Evangelio: no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos (Mateo 9,12), decía en una ocasión: «Ésta ha sido mi oración constante durante todo el día: ¡Señor, aquí estoy yo, que soy un enfermo crónico y te necesito! »

Muy grabada se me quedó una petición que me hizo en 1950, cuando yo apenas tenía veinte años. Con su espontaneidad de enamorado, me confió: hoy me duele mi falta de piedad: ¡ayúdame a reparar! Esas urgencias me calaban muy hondo, pues conocía su esfuerzo por ser muy piadoso.

4. ¿No se cansaba de esa lucha por ser mejor, por servir a los demás?

Consideraba muchas veces que una madre, un padre, viven pendientes de sus hijos, también cuando llegan agotados al final del día. Aplicaba ese ejemplo a su vida, para superar la fatiga, sin dejar resquicio a la comodidad.

En 1968, le oí decir: «En estos cuarenta años siempre que me he visto acogotado, cansado, he rezado lleno de confianza: Jesús, Señor, ¡descanso en Ti!, ¡Madre, Santa María, descanso en Ti!

Ante lo costoso repetía: «Señor, ¡qué me irás a dar, cuando me pides tanto! En una ocasión, nos comentaba: «Querría deciros cuántas veces me he encontrado solo entre el Cielo y la tierra, y me tenía que agarrar a la oración. He pasado muchos años agarrado a Dios, solo, sufriendo, pero lleno de esperanza. He pasado muchos años así: et tuus calix uberrimus, quam praeclarus est! No había que rechazar ese cáliz, que me regalaba Nuestro Padre Dios».

5. ¿No tuvo nunca dudas de fe, de perseverancia, no le pudo la tristeza ante las dificultades?

No dudó jamás ni de Dios ni de sus verdades. Y ahí encontró la fortaleza para seguir practicando la fe con un convencimiento siempre mayor, aunque el cuerpo estuviera cansado, o sintiese la fatiga del trabajo: «Dios» —repetía con frase muy gráfica— «nunca puede fallar».

Me decía con frecuencia que creía profundamente en la Trinidad Beatísima y en todas las verdades reveladas por Dios.

Ante la tentación del cansancio que puede hacer flaquear, se explayaba en 1966: «a mí, me entristece mucho el pensamiento de que algunos abandonan el frente con la excusa del cansancio. Comprendo que la fatiga puede llegar —llevo trabajando desde hace muchos años a contrapelo—, pero entonces se habla, sin quitar el hombro anticipadamente. La insistencia en la oración y en el trabajo, aunque cuesten, es un ofrecimiento que Dios espera de nuestra parte.

Como también espera que no nos entristezcamos, ni nos retiremos alicaídos, cuando fracasamos —cuando fracasamos humanamente, quiero decir—, porque ante el Señor no fracasamos jamás, si hemos buscado su gloria. Es el momento de pensar que, en ocasiones, los planes divinos no coinciden con los nuestros. Nosotros no podemos entristecernos nunca. Ante el resultado adverso, ha de crecer nuestra generosidad, por la sencilla razón de que nuestra vida es de amor.

«En la tierra» –nos explicaba- «no podemos tener jamás la tranquilidad de los comodones, que se dejan llevar pensando en un futuro asegurado. Nuestro porvenir, el de todos, es incierto, en el sentido de que podemos traicionar a Nuestro Señor, podemos fallar en la vocación o abandonar la fe. Por eso, debemos hacer cotidianamente el propósito de luchar siempre».

6. ¿Cuál era su secreto para mantenerse fiel y enamorado de Dios, como le describen muchas personas?

No dejó nunca de buscar el trato y el diálogo confiado con Dios, aun en momentos de mucho trabajo o fuertes padecimientos. Un día de 1969, nos confiaba a Mons. Álvaro del Portillo y a mí: «ayer por la tarde, que me encontraba muy cansado, fui a hacer la oración. Me estuve en el oratorio, y le dije al Señor: aquí estoy, como el perro fiel a los pies de su amo; no tengo fuerzas ni siquiera para decirte que te quiero, ¡Tú ya lo ves! Otras veces le digo: aquí estoy como el centinela en la garita, vigilante, para darte todo lo que tengo aunque sea muy poco».

Y acudía a la oración seguro de que Dios Nuestro Señor transformaría la posible aridez en ayuda eficaz para la tarea apostólica de la Iglesia: «Él no espera frases bonitas, oraciones rimbombantes; Él quiere que le acompañemos siempre, cuando hace frío y cuando hace calor, cuando estamos sanos y cuando estamos enfermos, cuando tenemos ganas y cuando nos faltan; nunca se cansa de nosotros, ni de escucharnos, ni nunca deja de recibirnos».

7. Entonces, ¿hubo momentos en su vida en lo que le costara rezar, en los que no le saliera nada y no sintiera a Dios?

El 26 de noviembre de 1970 me decía: «ayer no pude rezar con atención dos Avemarías seguidas, ¡si vieras cómo sufrí!; pero, como siempre, aunque me costaba y no sabía hacerlo, seguí rezando: ¡Señor, ayúdame!, le decía, tienes que ser Tú el que saques adelante las cosas grandes que me has confiado, porque ya te das cuenta de que yo no soy capaz de realizar ni siquiera las cosas más pequeñas: me pongo como siempre en tus manos».

Y en noviembre de ese mismo año, se confiaba a los miembros del Consejo General del Opus Dei: ¡seco, hijos míos!: ésta es mi situación actual. A mí, me sostiene el Señor, porque yo soy un saco de inmundicia. Busco continuamente la unión con Dios, y el Señor me da una gran paz y una gran serenidad: pero me siento seco en la oración, también en la vocal. Hay días, en los que no logro ni siquiera meter la cabeza en un Avemaría: me distraigo enseguida. Pero sigo y continuo luchando siempre: nunca dejo de rezar lo que tengo que rezar. Rezo, rezo siempre: procuro cumplir con todo mi amor, aprovechando las circunstancias en que me encuentro. Ahora mismo hago el propósito de rezar bien esta tarde el Rosario. ¿Por qué os cuento esto? Porque tengo necesidad de manifestároslo. Nunca os hablo de nada que pueda haceros daño. Sé que esto que acabo de confesaros de la situación mía, os ayudará; porque también vosotros, o algunos de vosotros, quizá lleguéis a sentir un día esta misma sequedad, que yo paso ahora. Y es el momento de seguir rezando y acudiendo a la oración mental y a la oración vocal, como en los momentos en los que se encuentra más facilidad».

8. ¿Cómo decidió ser sacerdote Josemaría Escrivá?

Le escuché muchas veces cómo nacieron los barruntos de su llamada al servicio del Señor en el sacerdocio, cuando tenía quince o dieciséis años. Desde entonces comprendió con fuerza que Dios estaba pendiente de su vida, y se apoderó de su alma la intranquilidad sobrenatural de buscarle, de mirarle, de tratarle, de quererle siempre más. Al referirse a este enamoramiento que inundó todo su ser, reconocía con naturalidad que «era el primer y único amor», que había ido creciendo sin acostumbrarse y sin cansarse. Su decisión de ser sacerdote se fundó única y exclusivamente en el deseo de cumplir la Voluntad del Señor en aquello que le pedía y que no le concretó en los primeros momentos. Pensó, con un convencimiento fuerte y profundo, que si se hacía sacerdote estaría mejor dispuesto para escuchar la voz de Dios.

Recibió la llamada con verdadero optimismo. No fue al Seminario con mentalidad de víctima, pensando que hacía una renuncia heroica. No ignoraba los sacrificios que llevaba consigo, ni lo que suponía para su familia el abandono de las ilusiones que se habían forjado sobre su futuro. Pero ninguna de estas consideraciones fue obstáculo para su disponibilidad ante la Voluntad de Dios.

9. ¿Puede hablarnos más de ese primer y único amor de san Josemaría?

Me sorprendió el enamoramiento creciente con que vivía cada jornada, y que se transparentaba en su trato con el Señor. Se comprende su afirmación de que se sentía muy joven, con «la juventud de Dios; porque traslucía ese amor ardiente, de la persona joven, que no repara en obstáculos para estar cerca de quien ama. Muchas veces, al final del día, comentaba a Mons. Álvaro del Portillo y a mí que estaba persuadido de que su elección había sido la mejor, y que querría continuarla con la entrega total de su pobre persona, aunque físicamente estuviera derrumbado, como sucedía en el ocaso de su vida. «Os aseguro, nos confiaba entonces, «que por dentro mi amor va haciéndose más fuerte, porque no ha disminuido mi convencimiento de que Él se merece todo».

Recurría también con frecuencia a un dicho de la tierra española: "amor con amor se paga". Lo aplicaba a ese saber estar disponibles para Dios en todo momento, sin condiciones de ningún género. En 1966, le oí comentar: «si en alguna cosa puedo decir algo con verdad de mí mismo, es que nunca he hecho mi voluntad: lo que me hubiera gustado hacer. Desde luego, si hubiese dependido de mí, a estas horas sería un abogado, un historiador, etc.; pero no sacerdote del Opus Dei. Y, sin embargo, soy más feliz que nadie sólo con haber cumplido la Voluntad de Dios, porque me da la gana, respondiendo a su amor. Por eso, yo no me siento atado: tengo la libertad plena, total, del Amor de Dios».

10. San Josemaría cuando habla del Opus Dei dice que Dios le hizo ver. ¿Qué significan esas palabras?¿Hubo una intervención divina?

Lo dijo de muchas maneras. Recuerdo ahora las que siguen hablando precisamente de su amor a Dios: «estas cadenas divinas que me atan a la Obra yo las amo con locura. No quiero romperlas nunca, ni siquiera deseo soltarlas, aunque a veces me cuesten, me supongan un peso, porque estoy convencido de que el Señor me ha querido enteramente para Él a través de este camino y de este espíritu que nos ha dado».

Y en otra ocasión, comentando un texto del Libro de los Proverbios, «testis fidelis non mentitur; profert autem mendacium dolosus testis ["no miente el testigo fiel; el testigo falso no profiere más que mentiras": Proverbios 14,5], agregaba: «de aquí la eficacia de nuestra vida, si es cuidadosamente fiel a la Voluntad de Dios. Con nuestra conducta, con nuestra respuesta fiel, damos testimonio, hacemos apostolado, ayudamos a los demás en su tarea de santificación, de acuerdo con el camino que el Señor nos ha trazado».

Del libro: Memoria del beato Josemaría Escrivá, Javier Echevarría y Salvador Bernal, Rialp, Madrid, 2000