Otro mundial es posible

La pelota ya rueda en Rusia. Pero planea la sospecha de que este Mundial y el de Qatar 2022 esconden la cara más podrida del fútbol. Nos queda un espejo de luz en las entidades eclesiales que fomentan la integración en contextos de exclusión gracias a la sencilla pasión que se siente al golpear el esférico y que este se abrace a la red.

En el Braval juegan chicos de hasta 30 nacionalidades

El Braval en Barcelona

Otro ejemplo se da en el barrio del Raval, en pleno centro de Barcelona. Allí, desde 1998, la asociación Braval, del Opus Dei, promueve distintos proyectos de voluntariado en un contexto marcado por la marginalidad y la inmigración. Su presidente, el pedagogo Josep Masabeu (que ha recogido buena parte de su experiencia en el libro 20 historias de superación en el Raval) rememora con Vida Nueva cómo surgió la idea hace 20 años: “En muy poco tiempo nos dimos cuenta de que la realidad del barrio había cambiado de un modo radical. Pasó de ser una zona muy envejecida a estar la calle llena de niños… Eran, claro, los hijos de los inmigrantes que llegaban a la ciudad. En ese momento, si la media migratoria estaba en un 1% a nivel nacional, en nuestro ámbito estaba en un 10%”.

Conscientes de que las escuelas de la zona estaban “desbordadas”, a un grupo de voluntarios se le ocurrió dar un paso al frente con el fin de integrar a los nuevos vecinos del barrio. Tras pensar en el mejor modo de hacerlo, pronto lo tuvieron claro: “El deporte, gracias a sus muchos valores, es un modo extraordinario de cohesionar la sociedad. Enseguida creamos equipos de fútbol y, luego, de baloncesto en los que pudieran jugar todos esos chicos”. Hoy cuentan con 12 equipos, seis de balompié y otros seis de basket. Desde el primer momento se han organizado en torno a la idea clave de la integración desde la diversidad: “En estas dos décadas han pasado por nuestro centro 1.240 chicos… Ahora mismo, son unos 250, y los hay de hasta 30 nacionalidades, que se reparten en cada uno de los equipos. Huimos de la idea del gueto, de que haya un equipo ‘de filipinos’, otro ‘de ecuatorianos’… Todo lo contrario, los dividimos y todas las nacionalidades se mezclan entre sí”.

Para Masabeu, este método de “aprendizaje” y de vivencia de valores como la tolerancia y el conocimiento del diferente también tiene un eco hacia afuera: “El hecho de que juguemos en las ligas municipales hace que los equipos, cuando vienen a jugar a nuestra casa, conozcan la realidad del barrio. Y, cuando vamos a otros barrios como visitantes, nuestros chicos conocen lo que hay más allá”.

Aparte, Braval ofrece a estos chicos la posibilidad de ir dos días a su local a recibir apoyo escolar con sus voluntarios, que son los que impulsan de un modo íntegro el proyecto. Echando la vista atrás, en un contexto fuertemente deprimido y con altas tasas de abandono de las aulas, los jóvenes participantes en el programa aprovechan la oportunidad: 13 se han licenciado en la Universidad, unos 150 tienen la FP, otro centenar cuentan con Bachillerato y 360 ya trabajan.

Para ello, enfatiza Masabeu, es imprescindible el compromiso de los voluntarios: “En estos 20 años han pasado unos 950. Ahora, al año, suele haber unos 160, que dedican por curso unas 15.000 horas… Ese caudal de generosidad lo ven los chicos, lo palpan. Puedo ir yo y animarles a seguir en la escuela, pero les va a llegar mucho más cuando antiguos atendidos hoy son voluntarios y les cuentan que tienen carrera y trabajo. Eso les hace sentir que sus sueños se pueden cumplir”.

Christian Camacho, capitán del equipo de cadetes, se siente respaldado cuando piensa en su futuro. Este joven filipino de 15 años lleva dos en Braval, disfrutando de “un espacio con muy buen ambiente y en el que me siento muy cómodo, aprendiendo y mejorando cada día, tanto en el fútbol como en los estudios”. De todo lo vivido, se queda “con la posibilidad de conocer a gente nueva cada año al mezclarnos en los equipos, lo que hace que todos tratemos de adaptarnos al resto para estar a gusto y que el que llega nuevo quiera repetir en el curso siguiente”.

En todo este proceso es vital “la confianza que nos transmiten los voluntarios”. En su caso, “Kiko Carbonell, quien, a sus más de 60 años, es la persona que más me apoya y escucha. Es mucho más que el delegado del equipo. Es quien nos aconseja y nos transmite la importancia de actuar siempre con cabeza y mucha tranquilidad, lo que es aplicable en el deporte y en los estudios”.

Jordi Comas es el delegado del equipo de infantil de la entidad barcelonesa. Voluntario desde los primeros años, ha acompañado a grupos de chavales de todas las edades. Destaca que “aprendes muchos de ellos” y, sobre todo, “te quedas con lo gratificante que es comprobar que todos progresan y mejoran. Unos más y otros menos, pero todos avanzan”.

Para Comas, “lo mejor es cuando se animan a seguir estudiando más allá de la educación obligatoria chicos que al principio no se lo planteaban como una opción”. Algo en lo que su implicación es importante, aunque reconoce que “el mejor testimonio posible es el de los voluntarios que en su día vinieron aquí como ellos y hoy están en la Universidad y siguen acompañándoles”.

A nivel de fe, Masabeu cuenta que, entre voluntarios y chavales, “hay representadas nueve religiones, habiendo católicos, ortodoxos, evangélicos, testigos de Jehová, hindúes, musulmanes, budistas… Aunque somos un espacio abierto, no escondemos nuestra identidad cristiana. Por eso contamos con una capilla y un sacerdote viene una vez a la semana al local para predicar, contando además con un grupo de catequesis. Por supuesto, se acerca el que quiere”. Eso sí, también aquí recogen frutos: “Esta semana se van a confirmar nueve de nuestros chicos. Es un modo más de acercarse a Dios, desde una presencia natural, arraigada en el barrio y como un espacio abierto en el que los vecinos nos ven con mucho cariño, acudiendo muchos de ellos a pedirnos ayuda para cuestiones de todo tipo”.

Miguel Ángel Malavia
Vida Nueva

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