Los pobres –decía aquel amigo nuestro– son mi mejor libro espiritual y el motivo principal para mis oraciones. Me duelen ellos, y Cristo me duele con ellos. Y, porque me duele, comprendo que le amo y que les amo. (Surco, 827)
Jesús Señor Nuestro amó tanto a los hombres, que se encarnó, tomó nuestra naturaleza y vivió en contacto diario con pobres y ricos, con justos y pecadores, con jóvenes y viejos, con gentiles y judíos.
Dialogó constantemente con todos: con los que le querían bien, y con los que sólo buscaban el modo de retorcer sus palabras, para condenarle.
–Procura tú comportarte como el Señor. (Forja, 558)
¿No te da alegría sentir tan cerca la pobreza de Jesús?... ¡Qué bonito carecer hasta de lo necesario! Pero como Él: oculta y silenciosamente. (Forja, 732)