«Antes morir que manchar el vivir»: la valentía y serenidad de Guadalupe

En este artículo, Esteban López-Escobar relata, en palabras de Eduardo Ortiz de Landázuri, la actitud de su hermana Guadalupe ante la ejecución de su padre. “Antes morir que manchar el vivir”, se decía en su familia.

El 8 de septiembre de 1936 Guadalupe perdió a su padre.

López-Escobar es catedrático de Opinión Pública y profesor emérito de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Junto al profesor Pedro Lozano Bartolozzi, es el biógrafo de Eduardo Ortiz de Landázuri, hermano de la futura beata (Eduardo Ortiz de Landázuri. El médico amigo. Rialp).

No conocí a Guadalupe Ortiz de Landázuri personalmente: no tuve esa fortuna. Lo que sé de ella se lo debo fundamentalmente a su cuñada, Laura Busca, a la que visité con frecuencia cuando estaba escribiendo –con mi amigo y colega Pedro Lozano– una biografía de su marido, el doctor Eduardo Ortiz de Landázuri, a quien sí conocí bien. También supe de Guadalupe a través de la copiosa correspondencia de Eduardo, que estudié cuidadosamente cuando escribí aquel libro.

En la decisión de escribir aquella biografía pesó sobre mí el hecho de que el padre de Eduardo y de Guadalupe y mi tío Esteban habían estado presos en el fuerte de Alfonso XII de Pamplona, excavado en el monte San Cristóbal –prácticamente invisible desde el exterior–, cumpliendo una condena de reclusión a cadena perpetua: los dos formaban parte del grupo de profesores de la Academia de Artillería de Segovia condenados en 1926 por sublevarse contra el General Primo de Rivera. Por fortuna, la reclusión duró pocos meses, porque pronto llegó el indulto que se pedía para todos ellos, casi clamorosamente, en toda la nación.

Una vez más me admira la sutileza con que la Providencia hilvana nuestras vidas: ¿quién podría imaginar que, al cabo de los años, tanto la viuda como los tres hijos de Ortiz de Landázuri morirían precisamente en Pamplona, en la Clínica Universidad de Navarra? ¿Quién podría imaginar entonces que su hija sería beatificada y que su hijo Eduardo tendría abierto un proceso de beatificación?

La última noche de su padre

Al escuchar a Laura, y al leer las cartas de Eduardo, me impresionó especialmente el comportamiento de Guadalupe cuando ejecutaron a su padre el 8 de septiembre de 1936, cumpleaños de la Virgen y fiesta de la Virgen de Covadonga: “la Santina”, como la llaman en Asturias, la tierra en la que crecí. Esa fecha es para mí inolvidable, porque también el 8 de septiembre de 1960 me encontré por primera vez con san Josemaría Escrivá de Balaguer.

¿Quién podría imaginar entonces que su hija sería beatificada y que su hijo Eduardo tendría abierto un proceso de beatificación?

Manuel Ortiz de Landázuri García era el tercer jefe de la Escuela de Tiro de Carabanchel, pero tuvo que asumir el mando al llegar al cuartel el 18 de julio de 1936, porque no fueron los jefes más antiguos. Se vio obligado a hacer frente al asalto de las turbas que llegaron para hacerse con las armas. Lo detuvieron y en la Cárcel Modelo fue sometido a juicio popular, condenado a muerte y ejecutado. Cuando lo detuvieron, Eulogia Fernández de Heredia, su mujer, y Guadalupe estaban en Fuenterrabía (Hondarribia). Manolo, el mayor de sus hijos –también artillero– se encontraba en San Fernando. Sólo estaba en Madrid Eduardo, que relató todo el suceso a una conocida periodista que le dio el pésame al morir Guadalupe. La carta es del 12 de septiembre de 1975, y refiere de este modo lo que ocurrió el 7 de septiembre de 1936:

Manolo y Eulogia, los padres de Guadalupe Ortiz de Landázuri.

“Mi madre y Guadalupe bloqueadas, sin poder salir, por los periódicos republicanos de Guipúzcoa sabían lo que pasaba a nuestro padre, por ser noticia política los sublevados; precisamente lograron salir de Fuenterrabía con un tren de rojos que llegó de Barcelona a Madrid procedente de Hendaya Port-Bou, por el sur de Francia, el mismo día 7 de Septiembre, por haber tomado los Nacionales el puente internacional el día 2 ó 3 de Septiembre.

(…)

La llegada el día 7 de Septiembre a Madrid de mi madre y Guadalupe fue emocionante. Era el único de la familia quien las recibió en la Plaza de Santa Bárbara. Los demás, como Manolo, nuestro único hermano, estaba en la otra zona y los hermanos de mi madre, todos militares, habían sido fusilados (Jorge, Asís, Antonio) o estaban en la zona nacional (Paul) o en Londres (Enrique), y mi padre no tenía hermanos.

(…)

Aquella noche del día 7 en Santa Bárbara fue inolvidable. Habíamos terminado de cenar: mi madre, Guadalupe y yo con dos hermanas de la Caridad, Sor Bárbara y Sor Pura –que se habían refugiado en nuestra casa–, comentando cómo habían hecho el tremebundo viaje y con la esperanza de poder ir a saludar a mi padre al día siguiente, en la famosa Cárcel Modelo, al pensar que había sido indultado, cuando apareció algo antes de las once de la noche, tras una llamada recia e insistente en la puerta, el famoso anarquista Manuel Muñoz, que había tenido actuaciones en atracos anteriores a la revolución, rodeado de sus “muchachos”.

(…)

Entré en el comedor para transmitir a mi madre y a Guadalupe tan angustiosa noticia. Guadalupe no se perturbó y cogiendo a mi madre, la dijo: Vamos los tres. En efecto, así se hizo y en el coche de los milicianos pintado con calaveras y letreros altisonantes, como era habitual en los coches de la FAI, recorrimos Madrid desde la Plaza de Santa Bárbara a la Cárcel Modelo, rezando in mente, mientras en la absoluta oscuridad de la noche se oían los cañonazos y el silbido de obuses del ejército Nacional que desde la Ciudad Universitaria bombardeaban Madrid. Esta noche como saben los fascistas (que) hay hule –se referían al fusilamiento de mi padre– habrá más jaleo.

Manuel Ortiz de Landázuri que, poco después, se enfrentaría al pelotón de ejecución, le pidió el rosario a su hija Guadalupe

Por fin llegamos tras muchos controles y cerrojos que se abrían a una habitación que como a modo de pequeño despacho sirvió para la entrevista de mi madre, Guadalupe y yo con mi padre. Nos dijeron le iban a llamar y poco después llegaba mi padre, al que acababan de darle la noticia. Estaba sereno, con la firmeza del que cumple un deber. Con él estuvimos hasta algo más de las cinco de la mañana para que fuera fusilado. Al volver a Santa Bárbara empezaba a clarear.

Mucho se podría contar de aquella noche en cuyas cinco horas estuvimos reunidos con mis padres Guadalupe y yo: de la entereza de mi padre no aceptando un indulto que le colocaba frente a sus compañeros del cuerpo de Artillería y del valor de Guadalupe que no se inmutó dando fuerzas con su serenidad a mi madre y desde luego a mí”.

Manuel Ortiz de Landázuri que, poco después, se enfrentaría al pelotón de ejecución, le pidió el rosario a su hija Guadalupe.

A la vanguardia

El lema familiar que campeaba en el solar de los Landázuri en la villa alavesa de Gobeo era “Antes morir que manchar el vivir”. Guadalupe llevó ese lema hasta el extremo al vivir santamente su vida. En el entorno en el que discurre la mía suelo escuchar con frecuencia que las mujeres en el Opus Dei “van siempre por delante”. De los varones. Guadalupe confirma la regla: va a ser la primera fiel laica de la Obra beatificada; tan sólo le han precedido el fundador del Opus Dei, san Josemaría, y su sucesor, don Álvaro del Portillo.

Guadalupe, una de las primeras mujeres del Opus Dei, conoció a don Josemaría Escrivá de Balaguer el 25 de enero de 1944 y, tras asistir a unos días de retiro espiritual, pidió la admisión en la Obra el 19 de marzo. Poco tiempo después, el 18 de mayo, se trasladó a vivir al centro que tenían las mujeres en la calle de Jorge Manrique, autor de las famosas “Coplas” a la muerte de su padre. El 14 de febrero del año anterior, san Josemaría vio la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz en ese centro y, al terminar de celebrar la Misa, dibujó el sello de la Obra: una cruz en medio del mundo, en medio de todas las encrucijadas de los seres humanos. Me encanta que la anunciada beatificación de Guadalupe se haga un 18 de mayo, 75 años después de que se trasladara a vivir a esa casa.

Esteban López- Escobar