Vivir la vocación en familia: cada caminante siga su camino

Acompañar a los hijos en la elección de su vocación es un desafío para los padres, pero Dios siempre sorprende y siembra muchos frutos. La familia de Annabel lo ha vivido. Esta es su historia.

Elegir una carrera profesional es un momento importante en la vida de los hijos. Para Annabel y su familia, ese paso implicó cambios, preguntas y decisiones que no siempre fueron sencillas. Al trasladarse a Caracas (Venezuela) para estudiar en la universidad sus hijos no solo encontraron la residencia universitaria del Opus Dei, sino que comenzaron a descubrir lo que Dios quería de ellos… y también de sus padres.

Una historia y varias vocaciones

Omar y Annabel se conocieron en su trabajo. Empezaron a salir, se casaron, y tuvieron dos hijos: Omar Alejandro y Manuel Agustín. Cuando Omar Alejandro terminó el colegio, se fue a estudiar a Caracas. 

Por su trabajo, Annabel ya conocía el Centro universitario Monteávila. Allí, su hijo Omar comenzó a asistir a los medios de formación, a ir con más frecuencia a la Santa Misa, y poco a poco fue madurando su decisión, que cambió el rumbo de toda la familia. «Pedí la admisión como supernumerario porque, conversándolo con Dios, entendí que esa era mi vocación».

Su madre cuenta que, cuando recibió la noticia, no lo entendió del todo. «Yo quería tener un hijo para 'prestarlo' a la Obra...» no que la Obra me prestara el hijo. «Allí fui 'mamá celosa'...» confiesa Annabel. Sin embargo, con el tiempo comprendió qué había movido a su hijo a ese camino y empezó a ir a los retiros mensuales en Lechería, un centro del Opus Dei.

Unos años más tarde, Manuel Agustín terminó el colegio y también se trasladó a la capital para comenzar la universidad. «Cuando mi hermano dijo que quería ser supernumerario, yo le dije que nunca iba a ser nada de eso», recuerda riéndose. En ese entonces, Manuel rezaba el rosario y asistía a Misa todos los días. Al poco tiempo, entendió que Dios le estaba llamando al Opus Dei y pidió la admisión como numerario. 

Ser numerario es vivir en celibato apostólico. A su mamá no le gustaba la idea, porque para ella la familia era —y sigue siendo— muy importante. Y volvió a decirle lo mismo que ya había dicho a Omar Alejandro: «Yo quería prestar un hijo a la Obra, y no que la Obra le prestara ese hijo».

Un día le contó la decisión de su hijo Manuel a una amiga catequista, y esta la abrazó y le dijo: «Annabel, eso es una bendición. Yo quisiera que mi hijo tomara el camino que están tomando tus hijos».

Un cáncer y las risas de papá

De forma inesperada, a Omar, el esposo de Annabel, le diagnosticaron un tumor enorme. «Lo único que hice  fue llamar a un sacerdote, y en dos horas ya estaba en la clínica», recuerda conmovido Manuel. «Ver la cara de papá, escuchar las risas de papá... eso no tiene precio». 

Omar falleció el 9 de octubre. «Yo lloraba y mis dos hijos estaban fuertes», recuerda Annabel. «Pude recibir y sentir el apoyo de la familia del Opus Dei para vivir la partida de Omar con más entereza, con más fortaleza».

Asistir a Misa cada día ayudó a Annabel a atravesar el duelo. Como ella misma cuenta: «Un día sentí la necesidad de seguir creciendo, y decidí pedir la admisión a la Obra como supernumeraria». Desde entonces, comenzó una nueva etapa en su vida: «Lo vivo bonito, lo vivo agradecida y con ganas de seguir creciendo».

Con el tiempo, Annabel y sus hijos han aprendido a dejar que Dios acompañe paso a paso sus vidas. Su camino como familia ha tenido dificultades y momentos de dolor, pero hoy lo miran con gratitud. Como decía san Josemaría al invitar a vivir una libertad auténtica: «‘cada caminante siga su camino’, el que Dios le ha marcado, con fidelidad y amor, aunque a veces cueste».