De los pastores a los magos Amar con un corazón libre
En las tinieblas de la noche resplandece la Luz del mundo. El estruendo que la majestad de los ángeles provoca, da paso a la sorpresa: el Rey de reyes, el Salvador esperado, Cristo Señor ha nacido en total indigencia. La pobreza misma es la señal de Dios: «Esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 12). No hay lugar para él en el albergue: pobreza de Dios.
Cuando llegue el momento de la presentación del Niño en el Templo, José y María no podrán ofrecer más que un par de tórtolas. Pero el Niño Dios es de Dios, y Dios lo entrega para la salvación del mundo. Dios es generoso, da sin medida. Toda la creación será recapitulada en Cristo, todos los hombres encontrarán en él el camino de la salvación. El anciano Simeón lo proclama: Jesús es la luz para iluminar a las naciones y la gloria de Israel (cf. Lc 2, 32). La redención se extiende también a los paganos.
Precisamente aquí llegan los magos. Son gente importante, sabios que estudian las estrellas. Tienen fácil acceso al rey Herodes. Tienen medios, pero son pobres de espíritu. Sin falsas vergüenzas, preguntan dónde está el niño. Lo encontrarán en Belén, probablemente en una pequeña casa donde María y José han conseguido instalarse. Allí los magos caen de rodillas ante el niño, le abren sus cofres para ofrecerle oro, incienso y mirra (cf. Mt 1, 11). Su prudencia iguala su generosidad: se preocupan de volver por otro camino. La furia de Herodes acentúa la pobreza del Hijo del hombre, que no tiene dónde reclinar la cabeza: es la huida a Egipto.
Es la pobreza de la Sagrada Familia. Pobreza de los pastores y de los magos: como ellos, hemos de exigirnos en la vida cotidiana, con el fin de no inventarnos falsos problemas, necesidades artificiosas, que en último término proceden del engreimiento, del antojo, de un espíritu comodón y perezoso. Debemos ir a Dios con paso rápido, sin pesos muertos ni impedimentas que dificulten la marcha. Precisamente porque no consiste la pobreza de espíritu en no tener, sino en estar de veras despegados, debemos permanecer atentos para no engañarnos con imaginarios motivos de fuerza mayor (Amigos de Dios, 125).
Josemaría Escrivá resume en pocas palabras lo que es la pobreza: No tener nada como propio, no tener nada superfluo, no lamentarse cuando falta lo necesario; cuando se puede escoger, elegir la cosa más pobre, menos simpática; no maltratar las cosas que usamos; hacer buen uso del tiempo (Alvaro del Portillo, Entrevista con el Fundador del Opus Dei, 181).
Agradecemos a la editorial Ciudad Nueva que nos haya permitido reproducir algunos párrafos del libro “15 días con Josemaría Escrivá”, escrito por D. Guillaume Derville.
- 15 días con Josemaría Escrivá (textos anteriormente publicados)