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El 9 de enero de 1902, Carmen Escrivá de Balaguer se convirtió en hermana mayor: esa noche nació José María Julián Mariano. Sus padres, José y Dolores, vivían en con sus dos pequeños hijos en Barbastro, una ciudad del norte de España. Josemaría (unió sus dos primeros nombres por devoción a la Virgen y san José) creció en una familia cristiana, donde aprendió sus primeras oraciones y el Catecismo. Ya desde niño mostró un fuerte carácter (que, como te imaginas, tiene sus ventajas y desventajas) y una gran capacidad para hacer amigos.

Su infancia no estuvo exenta de dificultades y sufrimientos. Sus tres hermanas menores fallecieron siendo muy pequeñas, y él mismo estuvo a punto de morir a los 2 años a raíz de una enfermedad. Después, cuando Josemaría tenía 13 años, su padre perdió su trabajo y toda la familia tuvo que trasladarse a Logroño. Esta serie de eventos desafortunados hicieron que la familia Escrivá se mantuviera especialmente unida, luchando por mantener la confianza en Dios y la alegría en medio de los problemas.


Antigua postal de Barbastro (Créditos: Daniel Vallés)

La familia Escrivá residía en Barbastro, localidad de unos 8.000 habitantes al norte de España. José María nació hacia las 22 horas de una fría noche de invierno, el 9 de enero de 1902. El mismo año de la fundación del Real Madrid CF, de la matriculación del primer coche de Madrid y de la publicación de los cuentos de Peter Rabbit.

Al día siguiente, 10 de enero, fue inscrito en el Registro Civil, con sus cuatro nombres: José, María, Julián, Mariano. Cosas de la época. Años más tarde, decidió unir sus dos primeros nombres por devoción a San José y a la Virgen. Por eso, a partir de ahora, escribiremos así su nombre: Josemaría.

Su hermana mayor, Carmen, tenía apenas dos años de edad (por cierto, se llamaba María del Carmen, Constancia, Florencia). La familia vivía en calle Mayor, n°26, en un piso amplio, cuyos balcones daban a la esquina de la plaza contigua, en el centro mismo de la ciudad. Era “un hogar cristiano, como suelen ser los de mi país, de padres ejemplares que practicaban y vivían su fe” (1).

El 13 de enero, lunes, fue bautizado en la catedral de Barbastro. Otra cosa curiosa: el sacerdote que celebró el bautizo se llamaba Ángel Malo. Era un nombre fácil de recordar y Josemaría rezó por él todos los días de su vida.

José, padre de Josemaría, era un hombre bondadoso y risueño, aunque algo callado. Solía usar bombín (un sombrero con forma de hongo) y tenía varios bastones de paseo. Era dueño de un negocio ubicado en la calle Ricardos, a pocos metros de su hogar. Dolores –Lola–, su esposa, era una mujer gentil y resuelta, muy recordada por su carácter paciente.

El 23 de abril de 1902, el obispo de la diócesis, don Juan Antonio Ruano y Martín, administró el sacramento de la Confirmación a todos los niños de Barbastro. Así, ese mismo día quedaron confirmados Carmen (de 3 años) y Josemaría (de 3 meses).

Retrato de Josemaría cuando tenía 2 años.
Retrato de José y Dolores, padres de Josemaría.

Cuando tenía poco más de dos años, Josemaría sufrió una grave enfermedad, a causa de la cual estuvo a punto de morir. El médico de la familia, Ignacio Camps, al visitarlo, dijo a su padre: “Mira, Pepe, de esta noche no pasa”.

En medio del dolor, don José y doña Dolores prometieron a la Virgen llevar a Josemaría en peregrinación a la ermita de Torreciudad si lo curaba. Dolores inició una novena a Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Al día siguiente, el médico regresó a casa de los Escrivá a dar el pésame por la muerte del niño, y cuál no sería su sorpresa al encontrarlo totalmente curado, saltando en su cuna. Poco tiempo después, padre, madre e hijo cumplieron su promesa a la Virgen y subieron a la ermita en acción de gracias.

Nuestra Señora de Torreciudad

La familia Escrivá vivía la fe cristiana como muchas otras. Josemaría recuerda que “mi madre, papá, mis hermanos y yo íbamos siempre juntos a oír Misa. Mi padre nos entregaba la limosna, que llevábamos gozosos, al hombre cojo, que estaba arrimado al palacio episcopal. Después me adelantaba a tomar agua bendita, para darla a los míos” (2).

Algunas oraciones que Josemaría aprendió siendo niño y que rezó toda su vida fueron:

  • “Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día. Si me desamparas, ¿qué será de mí? Ángel de mi Guarda, ruega a Dios por mí".
  • "Tuyo soy, para ti nací: ¿qué quieres, Jesús, de mí?"
  • "Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me entrego enteramente a Vos, y en prueba de mi filial afecto os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón. En una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, oh Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra".

Josemaría tenía un carácter muy fuerte, que relucía especialmente cuando tenía que “besar a las señoras amigas de mi madre, que venían de visita, y ponerme trajes nuevos”[3]. También hacía estruendosos berrinches cuando tenía que comer algo que no le gustaba (incluso en una ocasión aventó el plato contra la pared) o sentarse en la silla alta del comedor (porque él quería sentarse como los mayores). Alguna vez, a los 7 u 8 años, tuvo una pelea con uno de sus compañeros de clase, apodado “Patas puercas”.

Desde los tres años de edad, Josemaría estudió en un colegio de religiosas, donde únicamente había una aula (los alumnos se sentaban por niveles y edades). Allí aprendió a escribir (había aprendido a leer en casa, con sus padres). En 1908, ingresó al colegio de los Padres Escolapios de Barbastro, cuya entrada estaba muy cerca de la casa de los Escrivá. Sus materias iban desde las Nociones de Higiene y los Rudimentos de Derecho hasta el Canto o el Dibujo.

A la casa de la familia Escrivá llegaron María Asunción (en 1905), María de los Dolores (en 1907) y María del Rosario (en 1909). Con cinco hijos pequeños, José y Dolores se volvieron expertos en paciencia y serenidad; además, contaban con la ayuda de una cocinera, una doncella para la limpieza de la casa, una niñera y un mozo.

El pequeño Josemaría descubrió un gran talento para contar cuentos: “Lo que más le gustaba cuando estaba con nosotras —recuerda Adriana, amiga de Carmen— era sentarse en una mecedora del salón y contarnos cuentos —normalmente de miedo, para asustarnos— que inventaba él mismo. Tenía viva la imaginación y nosotras le escuchábamos atentamente y un poco asustadas”[4].

En ocasiones, Josemaría visitaba el negocio de su padre, donde se entretenía contando las monedas de la caja. También, don José lo llevaba a caminar por las calles de Barbastro, ocasiones en las que el niño aprovechaba para hacer todas las preguntas que su imaginación de niño le llevaba a formular.

El verano de 1910 fue una temporada muy difícil para la familia Escrivá. La más pequeña de la familia, María del Rosario, falleció a los 9 meses de edad. La muerte de los niños pequeños era muy común en esa época, pero no por eso era menos difícil para las familias.

El 23 de abril de 1912, Josemaría hizo la Primera Comunión. Mientras llegaba la esperada fecha, repitió constantemente una oración aprendida en el colegio: «Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los santos».

Tres meses después de la Primera Comunión de Josemaría, un nuevo dolor inundó a la familia: la enfermedad y muerte de María de los Dolores, llamada cariñosamente Lola, que en ese momento contaba con cinco años de edad. Así, quedaron únicamente Carmen, Josemaría y Chon (María Asunción).

Ese mismo año, Josemaría inició el bachillerato. Su uniforme constaba de un abrigo de color azul marino con botones de metal. Por la mañana, las clases eran de nueve a doce, y, por la tarde regresaba nuevamente al colegio de dos a cinco. Entre las materias del programa, estaban Lengua Castellana, Geografía, Aritmética y Geometría. Sin embargo, su favorita era Matemáticas.

Un día de ese ciclo escolar, Josemaría entró a la habitación donde estaban jugando sus hermanas, Carmen y Chon, con varias amigas. De un manotazo, destruyó el castillo de barajas que estaban armando las niñas. “Eso mismo hace Dios con las personas: construyes un castillo y, cuando casi está terminado, Dios te lo tira” [5], dijo, muy serio. Esas palabras probablemente serían el reflejo del dolor interior y la incomprensión que sentía ante la muerte de sus hermanas pequeñas.

Es difícil, por tanto, imaginar qué fue lo que sintió cuando, en el verano de 1913 (Josemaría tenía 11 años), su hermana Chon cayó gravemente enferma. El 6 de octubre de ese mismo año, Josemaría jugaba en la calle con otros niños. En un momento, dijo: “Voy a ver cómo está mi hermana”. Preguntó por ella y su madre le contestó: "Asunción ya está bien, ya está en el cielo" [6].

Josemaría, como es natural, se cuestionaba constantemente sobre la muerte escalonada de sus hermanas pequeñas, de menor a mayor. “El año próximo me toca a mí”, decía [7]. Pero su madre lo tranquilizaba, recordándole cómo la Virgen lo había curado cuando era pequeño: “Ella cuidará de ti”[8].

El siguiente año, encontró consuelo en los estudios del colegio y en la amistad que mantenía con compañeros y profesores. El sufrimiento, como suele ocurrir, le dio una madurez particular, aunque en esencia seguía siendo el mismo niño. Su fuerte carácter, aunque quizá un poco más dominado, de repente lo llevaba a tener reacciones primarias e impulsivas. En una ocasión, un profesor lo pasó al frente de la clase para preguntarle sobre temas anteriormente explicados. Una de las preguntas iba sobre una materia que, Josemaría insistía, todavía no habían estudiado. Insistió el profesor. Insistió el alumno. Finalmente, Josemaría arrojó violentamente el borrador contra la pizarra, se dio media vuelta y, mientras se sentaba en su lugar, continuó protestando en voz alta.

Las dificultades, no obstante, no dejaron de llegar para la familia. A raíz de una mala jugada de un antiguo socio, el negocio de don José quebró. Entre el otoño de 1913 y el de 1914, la situación económica de la familia cambió radicalmente. Poco tiempo después de la muerte de Chon despidieron a la niñera; después, a la cocinera y más tarde también a la doncella de servicio. Terminaron por vender la casa, pues don José, con un fuerte sentido cristiano de justicia, liquidó todo lo que tenía para pagar a los acreedores (es decir, aquellas personas que le habían prestado o invertido dinero para el negocio). Junto con la ruina económica, llegaron muchas humillaciones; muchas personas amigas dieron la espalda a la familia ante su cambio de posición social.

Para Josemaría, esta nueva dificultad volvió a ser motivo de incomprensión y dudas: “Sentía una fuerte rebelión interior, por lo dura que resultaba la prueba y por las dolorosas humillaciones que salieron al paso. De manera que, más adelante, pediría perdón al Señor” por esta rebeldía[9]. El ejemplo de la fe firme de sus padres fue lo que le ayudó a salir adelante, poco a poco.

Después de una breve temporada, don José consiguió trabajo en un negocio de tejidos en Logroño, propiedad de un amigo suyo. Así, en el verano de 1915, la familia Escrivá abandonó Barbastro para trasladarse a esta ciudad ubicada a 300 kilómetros hacia el oeste. Josemaría tenía 13 años.

Sus padres: José Escrivá y Dolores Albás.

Sus abuelos paternos: José Escrivá y Constancia Cerzán.

Sus abuelos maternos: Pascual Albás y Florencia Blanc.